
Me había pasado la tarde leyendo El cuaderno rojo y otros escritos desperdigados de Paul Auster en los que el escritor norteamericano nos cuenta sus sorprendentes contactos con el azar, tales como el prisionero y el vigilante de un campo de concentración nazi que se reencuentran al cabo de los años gracias a un posterior vínculo familiar o esa llamada telefónica que pregunta por uno de los personajes de la novela que está escribiendo. Ya sea por la notoria presencia de situaciones azarosas en su vida o por su propia predilección por el tema, lo cierto es que la narrativa de Paul Auster está atravesada de punta a punta por esas supuestas casualidades o hechos fortuitos que parecen sacados de la chistera de un mago y atentan contra lo verosímil. Mi mujer y yo habíamos quedado esa tarde con otro matrimonio. El domingo anterior había sido el cumpleaños de mi esposa, así que F. y M. aparecieron con una bolsa de un centro comercial en la que, bajo un primoroso envoltorio, se adivinaba la presencia de un libro. Mi mujer abrió el paquete y descubrió El libro de las ilusiones de Paul Auster. El caso es que nunca les había hablado antes a F. y a M. de mi afición por el autor de La música del azar y además el libro ya lo teníamos en nuestra biblioteca y lo había leído hacía escasamente un mes. Hacer cualquier comentario hubiera sido ridículo en esa situación, así que ambos optamos por mostrar nuestra mejor sonrisa y agradecer el detalle. Cuando he reflexionado sobre ello no dejo de sorprenderme de que entre todas las novedades del mercado literario, a F. y a M. se les ocurriera precisamente escoger el último libro de Paul Auster y, sobre todo, entregárnoslo esa misma tarde. Quizá algún día me decida a enviarle una carta a mi admirado colega para que tenga otra pieza que añadir a ese puzzle del azar que va construyendo cada día.










ichel Gondry), un recorrido por el laberinto de los recuerdos. Las sustancias alucinógenas han aportado también interesantes viajes a través de las puertas de la percepción, aprovechando los recursos visuales del cine para expresar la ensoñación, el deseo de partir al otro lado y cruzar la frontera definitiva. Drugstore Cowboy (1989, Van Sant), The Doors (1991, Stone), y Miedo y asco en Las Vegas (1998, William) son ejemplos recientes de esta última variante.



iria (1914, Pastrone) o las epopeyas bíblicas de De Mille. La curiosa Una fantasía del porvenir (1930, David Butler), en la que un hombre de los años 30 es enviado a los 80 al ser alcanzado por un rayo, precede a las primeras adaptaciones de H. G. Wells como La vida futura (1936, Menzies) o El tiempo en sus manos (1960, George Pal). Antes de que esta variante alcanzara altas cotas de popularidad con la saga de Regreso al futuro (1985-1989-1990, Zemeckis) y la acercara peligrosamente al universo Disney, Michael Crichton hizo su aportación con Almas de metal (1973), en la que un complejo turístico devuelve a sus visitantes a los tiempos del Far West, Nicholas Meyer consiguió la unión imposible entre Jack el Destripador y el creador de la máquina del tiempo en Los pasajeros del tiempo (1979) y James Cameron le dio un prurito de high-tech en su primera y más conseguida Terminator (1984).


