martes, 31 de marzo de 2009

Dos horas con Marta Sanz



Para los maliciosos que puedan pensar equivocadamente, las dos horas son las que estuvo la autora de marras embelesando a las treinta o cuarenta personas que asistimos a su charla en la Fundación Caballero Bonald. Me apunto a esa ambivalencia porque la propia Marta hizo referencia a que, apenas unos días antes, en Tetuán, fue introducida por el presentador como una stripper de la literatura. Imaginaos las caras del respetable en un país como Marruecos. La autora tuvo que aclarar inmediatamente el malentendido antes de que se le echaran encima. Anécdotas, divertidas como ésta o más íntimas como las que reveló sobre la génesis de cada una de sus novelas, me descubrieron a una Marta Sanz lúcida, accesible, inteligente y capaz de enamorar al público, a cualquier tipo de público como pude constatar.


En este trasiego de lecturas que uno se mete en el cuerpo para no perder comba en el mercado literario, conocía sus primeras obras en Debate -El frío, Lenguas muertas y Los mejores tiempos-, fruto de esa recordada colección "Punto de Partida" que Constantino Bértolo alumbró a mediados de los 90 sacando a figuras como Josán Hatero, Germán Sierra, Begoña Huertas o la propia Marta, que sin duda es la que ha volado más alto. Sin embargo, quizá porque uno no puede evitar ser amante de las cosas pequeñas que diría Pessoa, le había perdido la pista -lectora, se entiende- desde entonces, a pesar de que su cotización había subido y ya no vendía 500 ejemplares.


La sinceridad con que habló de su proceso de escritura, sus razonadas opiniones sobre la lectura como enriquecimiento personal o el bestseller, o el ya citado impudor para comentar lo que hay de ella en cada uno de sus textos, me han hecho recapacitar y rebuscar en los catálogos de Destino y RBA, editoras de Susana y los viejos, Animales domésticos y Lección de anatomía. Sanz es también autora de un estimulante ensayo titulado La novela española hacia el nuevo milenio: algunas impresiones, que les recomiendo si son capaces de hacerse con una copia, pues lo edita el Centro de Profesores de Cuenca en una colección exquisita que merecería una mayor difusión.

lunes, 30 de marzo de 2009

Adiós al Maestro


Como en este blog también tienen sitio los obituarios, me es necesario recordar la figura de Maurice Jarre a los 84 años en Los Angeles, ciudad donde residía tras obtener la nacionalidad estadounidense. Entre los muchos premios que jalonaron su fructífera relación con el séptimo arte destacaron los tres Oscars obtenidos por Lawrence de Arabia, Dr. Zhivago y Pasaje a la India, siendo el único compositor que ha obtenido tres estatuillas. Sólo estas tres bandas sonoras bastarían para que Jarre ocupara un lugar en la Historia del Cine, ésa que es obligado escribir con mayúsculas y de cuyas lecciones debería aprender tanto anodino compositor actual. Como no soy un especialista en la materia, les remito a los artículos que en su día escribieron o escribirán ahora Carlos Colón y/o Manuel J. Lombardo, amigos y verdaderas enciclopedias andantes de bandas sonoras. Aunque menos conocidas que las anteriores, me gustaría citar entre su amplio repertorio las piezas compuestas para El club de los poetas muertos, Único testigo -Jarre fue habitual en muchas de las películas de Peter Weir-, Ghost, La caída de los dioses o El hombre que pudo reinar. Jarre tuvo un hijo, Jean-Michel, que tuvo cargar como otros vástagos de mitos vivientes con el sambenito de la sombra alargada de su progenitor. Quizá por eso se especializó en los sintetizadores desviándose de la tradición clásica de Maurice. A pesar de sus muchos detractores, uno recuerda con la ilusión de sus poco más de veinte años aquel concierto del 93 en la Sevilla post-Expo, todo un espectáculo de luz y sonido que entonces nos parecía la creación de un futuro no muy lejano, de alguien venido del espacio con ganas de borrar todo lo que se había hecho antes.

viernes, 27 de marzo de 2009

¡¡Yo tengo...EL PODER!!






Uno, que tiene una tendencia desmedida a la nostalgia, encuentra a medida que pasan los años ya no sólo caras comprensivas sino espíritus afines en el transcurso de las meriendas con los amigos, en la ocurrente imaginación de los guionistas de algunos anuncios publicitarios o en el abigarrado universo de objetos de nuestra infancia que podemos encontrar en el e-bay. Sí, debo confesar que yo también caí en la tentación comprándome el álbum de cromos de Jackie y Nuca de Danone, ésas cosas que uno perdió alguna vez (sin completar, por supuesto) y le parece casi un milagro recuperar. Como aquel personaje de Amelie al que la protagonista le devuelve como por arte de magia los tesoros de una época pretérita, todos tenemos nuestro rinconcito de recuerdos, que adoptan la forma de juguetes, series de televisión, cómics, muñecos, coleccionables o cromos de pastelitos. Es más, tengo algún amigo que se resiste a dejar atrás esa etapa y sigue comprando las últimas novedades de Playmobil como un fetichista compulsivo. Un vicio sano, al fin y al cabo.
¿Pero qué ocurriría si todos nuestros recuerdos de aquella época, incluso aquellos que se habían quedado incrustados en alguna recámara de la inconsciencia, salieran de nuevo a la luz al encontrártelos de frente? Pues ahora podemos vivir esa sensación gracias al curioso, entrañable, mágico, evocador, vivificante y "provocallantos" de emoción librito que ha pergeñado el bilbaíno Oscar Lombana.
La génesis de Papel y plástico (Astiberri) obedeció al impulso del autor de escribir en un cuaderno todo lo que recordaba de su más tierna infancia y primera adolescencia, y claro, escarbando, escarbando, salieron desde Comando G a los Kalkitos, de la Nancy a los Airgam Boys, de Madelman al Blandiblup, de los circuitos Congost al Cinexin, de la magia Borrás a las huchas que se comían las monedas -ya ni me acordaba de ellas-, de El Perro de Flandes al Exin Castillos, pasando por Mazinger Z, las Famosas Novelas, Naranjito o los libros de Elige tu Aventura, ahora reeditados por cierto en un nuevo formato.
Pero lo que se podría haber convertido en un muestrario "freakie" sólo apto para nostálgicos de pro, se convierte gracias a la buena disposición de Lombana en un emocionante viaje al pasado sazonado de detalles curiosos. Por ejemplo, el autor utiliza el recurso al listado citado intercalándolo entre las imágenes (siempre colocadas a modo de puzzle donde hay que reparar en cada detalle) imitando la escritura de nuestra infancia, con tachones y todo, y a algunos episodios y escenas memorables como la tortilla de mamá, los múltiples usos del boli Bic o las funestas consecuencias de ingerir equivocadamente los Peta-Zeta.
Como Lombana admite sugerencias, me he propuesto escribirle citándole algunas ausencias que todos los lectores podrían ir completando para una futura segunda, tercera y... millonésima edición, pues la infancia es, como alguien dijo una vez, un paraíso al que sólo uno mismo le pone el final.
Una última apostilla. Para el que se haya quedado con ganas de más, puede recurrir a otro fervoroso nostálgico, Pepe Colubi, que acaba de sacar Pechos fuera (Espasa), una especie de continuación del espíritu del memorable La tele que me parió (Alba). Eso sí, no se recomienda visitar ningún espacio de juegos online inmediatamente después. El impacto puede ser brutal.

jueves, 26 de marzo de 2009

Larra-Larsson: unidos en la ¿desgracia?



Además de la anecdótica similitud en el inicio de su apellido, dos figuras tan aparentemente distantes en tiempo y lugar como nuestro Mariano José de Larra y el sueco Stieg Larsson podrían estar unidos por algo más que su profesión periodística. Si establecemos la barrera de los 50 años como frontera para pasar a la otra vida antes de tiempo, de forma antinatural, ya sea consciente o inconscientemente (léase suicidio, enfermedad, accidente, etc.), los autores de El doncel de don Enrique el doliente y Los hombres que no amaban a las mujeres coincidieron en quebrar las expectativas de muchos lectores con su fuga temprana. Peró ahí radica el quid de la cuestión: si hay que tomar partido, ¿es preferible morir en la cúspide de la fama o dejar una obra que se revalorize con el fallecimiento del autor y lo convierta en una estrella post-mortem? Dicho de otro modo, ¿elegiríamos el síndrome Valentino o el efecto Van Gogh? En el primer caso el autor pudo vanagloriarse de lo que fue, mientras que en el segundo son los herederos y testaferros los que reciben las prebendas, sin importarles lo más mínimo que el público, por efecto de un boca a boca imparable y masivo, se equivoque en los títulos de las obras de sus antepasados o piensen que estos aún viven y pregunten cuándo publicará la próxima aventura de, por ejemplo, Mikael Blomkvist.


Viene todo esto a cuento de la lectura de la última biografía de Larra escrita por su tataranieto, Larra, biografía de un hombre desesperado (Aguilar), que narra los apenas diez años que ejerció como tal el escritor. Larra se quitó la vida a los 28 años. Sólo en su siglo XIX y en el XX podríamos citar una amplia nómina de literatos que se fueron dejando una obra corta pero suficientemente importante como para ser recordada forever: desde su contemporáneo Espronceda (34 años) a los estandartes del romanticismo inglés, Lord Byron (36), Shelley (30), y Keats (26), pasando por -me dejado llevar por las preferencias personales, qué le voy a hacer-: Jack London (40), Kafka (41), John Kennedy Toole (31), Esenin (30), Blok (41), Pushkin (38), Bécquer (34), las hermanas Brontë Charlotte (39), Emily (30) y Anne (29), etc.


Muchas veces la temprana tragedia no lleva aparejado el futuro estrellato, pues sólo la distancia de los años y el análisis crítico de la obra legada justificarán el ensalzamiento. Quizá de vivir Larsson el estallido de su trilogía hubiera sido el mismo, pero el saberle ya "indefenso" le confiere una aureola de romanticismo trasnochado e ídolo pop que envidiaría si pudiera el mismísimo Larra.

martes, 24 de marzo de 2009

PERROS A DOS PATAS



Todavía no me queda claro si Daniel Ruiz García es un antropólogo, un periodista, un escritor o un showman, como pudimos constatar todos los que asistimos a la presentación de su nueva novela el pasado 20 de marzo en Sevilla. Una nueva y prometedora editorial de San Fernando (habría que hacer memoria para saber las casas editoras que han nacido en la antigua Isla de León), Dum Spiro, nos ha devuelto en pleno estado de forma a Daniel Ruiz casi diez años después de esa primeriza Chatarra, luego reeditada en Calambur. Perrera nos demuestra que las cuatro facetas antes citadas pueden convivir sin problemas en este rockero frustrado: la de escritor la refrenda el libro que tenemos entre manos y el que aparecerá en breve, la de periodista la "sufre" a diario con su trabajo en una empresa de comunicación, la de antropólogo porque parece haber convivido varios meses con los protagonistas de su relato a lo Nigel Barley o como hizo Jack London en su célebre Gente del abismo, y la de showman la corrobora su facilidad para ganarse al público con un monólogo que deja en paños menores a algunos de la Paramount Comedy.

Deudora de títulos recientes del que podríamos llamar subgénero "suburbial" del nuevo cine español -Barrio, Siete vírgenes o El bola- Perrera nos mete de lleno en la vida de un puñado de jóvenes de uno de tantos barrios olvidados cuyo futuro sin horizontes parece marcado por decreto y al que hacen frente esgrimiendo su única arma: la rabia, rabia contra todo aquel que se ponga por delante para destruir su pequeño, triste pero propio espacio vital. Aunque desde el principio de la novela ya se intuye un desenlace fatal (el propio narrador no lo oculta en en un tono que oscila entre lo despiadado y lo compasivo) no es éste lo que más importa, sino la forma de llegar a él, esa maestría para dibujar el entorno e introducirse en la cabeza de unos jóvenes que están más cerca de lo que pensamos, en el botellón de la plaza de al lado, en el instituo más cercano o quizá, sin saberlo, en nuestra propia casa.