Harold Ramis murió ayer en la más absoluta tranquilidad. Siempre me gusta decir esto cuando nos deja alguien que ha legado para la historia alguna obra digna de alabanza, aunque como en el caso del difunto realizador, actor, guionista, productor y compositor, fuera sólo una. Atrapado en el tiempo (1993) -El día de la marmota en su traducción original-, escrita al alimón con Danny Rubin, puso en órbita a un director que hasta entonces no había hecho apenas nada reseñable tras las cámaras -tres comedias desenfadadas en la línea de sus trabajos como actor: El club de los chalados (1980), Las vacaciones de una chiflada familia americana (1983), y Club Paraíso (1986)- y era más conocido por su faceta interpretativa, sobre todo por su caracterización de científico despistado en Los cazafantasmas (1984), a pesar de contribuir al guión de algunas de las cintas emblemáticas del cine universitario de finales de los 70 -Desmadre a la americana (1978)-.
Por todos es sabido que destacar en el tan acotado campo de experimentación que impone el cine de consumo norteamericano no es empresa fácil, y Harold Ramis lo consiguió con esta pequeña película merced a un guión a prueba de balas que sacaba el máximo partido -happy end incluído- a una historia sencilla y entrañable, preñada de buenos sentimientos y moralidad positiva enlazando con el espíritu de Frank Capra. La regeneración del personaje de Phil Connors -interpretado por Bill Murray en uno de los mejores papeles de su carrera-, condenado a vivir siempre el mismo día en la pequeña localidad de Punxsutawney, se nos presenta sin aspavientos ni cursilerías, sin caer en ese infantilismo gamberro de guiones previos ni en los clichés de la comedia romántica que pronto iba a empezar a hacer estragos con títulos como Algo para recordar. Ayudado por un elenco interpretativo excelente hasta en los secundarios de una frase -el propio Ramis se adjudicó un papelito como el médico que examinaba a Phil- y por una banda sonora ajustada como un guante al espíritu de la historia, Ramis conseguiría con Atrapado en el tiempo su pequeña obra maestra y, sobre todo, la recompensa de ser tomado en serio por primera y quizá última vez. A pesar de lo estimable de algunos trabajos posteriores -Mis dobles, mi mujer y yo (1996), Una terapia peligrosa (1999) o La cosecha de hielo (2005)-, empañados por otros francamente deleznables -Al diablo con el diablo (2000)-, Ramis nunca conseguiría alcanzar las cotas de factura clásica que mantiene más de veinte años después de su realización. Ignoro si él compartirá este juicio. De ser así, me lo imagino con una sonrisa de oreja a oreja esperando un día sí y otro también la salida de la marmota que vaticinará que el invierno seguirá siendo igual de largo.
Por todos es sabido que destacar en el tan acotado campo de experimentación que impone el cine de consumo norteamericano no es empresa fácil, y Harold Ramis lo consiguió con esta pequeña película merced a un guión a prueba de balas que sacaba el máximo partido -happy end incluído- a una historia sencilla y entrañable, preñada de buenos sentimientos y moralidad positiva enlazando con el espíritu de Frank Capra. La regeneración del personaje de Phil Connors -interpretado por Bill Murray en uno de los mejores papeles de su carrera-, condenado a vivir siempre el mismo día en la pequeña localidad de Punxsutawney, se nos presenta sin aspavientos ni cursilerías, sin caer en ese infantilismo gamberro de guiones previos ni en los clichés de la comedia romántica que pronto iba a empezar a hacer estragos con títulos como Algo para recordar. Ayudado por un elenco interpretativo excelente hasta en los secundarios de una frase -el propio Ramis se adjudicó un papelito como el médico que examinaba a Phil- y por una banda sonora ajustada como un guante al espíritu de la historia, Ramis conseguiría con Atrapado en el tiempo su pequeña obra maestra y, sobre todo, la recompensa de ser tomado en serio por primera y quizá última vez. A pesar de lo estimable de algunos trabajos posteriores -Mis dobles, mi mujer y yo (1996), Una terapia peligrosa (1999) o La cosecha de hielo (2005)-, empañados por otros francamente deleznables -Al diablo con el diablo (2000)-, Ramis nunca conseguiría alcanzar las cotas de factura clásica que mantiene más de veinte años después de su realización. Ignoro si él compartirá este juicio. De ser así, me lo imagino con una sonrisa de oreja a oreja esperando un día sí y otro también la salida de la marmota que vaticinará que el invierno seguirá siendo igual de largo.