lunes, 24 de marzo de 2014

The Reader´s Diary (XXX)

Posiblemente ya se haya dicho todo sobre Intemperie (Seix Barral, 2013), la ópera prima del novelista Jesús Carrasco que se ha convertido -si usamos términos cinematográficos- en el "sleeper" de la temporada literaria. El manuscrito quemaba en las manos de los editores, quienes no tuvieron tiempo de corregir las galeradas y ver el libro impreso cuando ya habían firmado la traducción a numerosos países. Pasados ya unos meses del boom mediático, y ahora que he tenido oportunidad de encontrar un hueco para su lectura, la pregunta es obvia: ¿realmente era para tanto? Rotundamente sí. La primera novela de Carrasco está escrita con una maestría incontestable, fruto sin duda de muchos años de escritura solitaria, sin buscar las alharacas de los premios ni la pleitesía a las corrientes o fenómenos literarios de moda. Carrasco ha meditado bien su salida a la palestra, buceando en los clásicos de nuestras letras -son innegables las deudas con Delibes, Cela, incluso con el olvidado Francisco Rivero y su incomparable Matabueyes- y en los sólidos valores de la litetura foránea -McCarthy y La carretera como referencia más evidente- para hilvanar una novela extraordinariamente sólida, donde cada palabra está puesta a conciencia, las imágenes impactan por su contundencia y desnudez, y la trama -dura, demoledora- va dejando pequeñas pistas que el lector agradece para sentir la violencia en pequeñas dosis. La noticia de que Intemperie va a ser llevada al cine no puede sorprender a nadie, ya que la novela transpira celuloide en cada página, como si hubiera sido escrita ya con esa condición como cláusula irrenunciable del contrato. Las grandes primeras novelas siempre nos dejan la inquietante pregunta de cuál será el siguiente movimiento del autor. De lo que estamos seguros es de que su nombre debe figurar ya en los diccionarios de nuestra literatura.
Mucha menos repercusión, como él mismo se encarga de recordar en varios de sus aforismos, tendrá en los suplementos literarios el libro de Karmelo C. Iribarren Diario de K. (Renacimiento, 2014), aparecido en la espléndida colección "A la mínima" de la editorial sevillana. Los aforismos -valga la redundancia- siempre han sido un género menor en la literatura, a pesar de haber tenido excelentes cultivadores a lo largo de la historia. Iribarren, que aparece en la portada con una imagen que igual puede recordar a un lobo de mar que a un matón a sueldo, siempre ha transitado por el lado menos amable de la literatura, el de las ediciones cortas y de escasa difusión. Moviéndose siempre en esos márgenes poco comerciales, ha desarrollado una trayectoria marcada por cierto tono canallesco que no elude la lírica, optando siempre más por la contundencia de la imagen que por la finura estilística, imponiéndose claramente en esta vertiente a otros coetáneos suyos como Roger Wolfe. Diario de K., escrito al bulto, sin aparente orden estructural, acumula sentencias y aforismos que se intercalan con reflexiones a modo de pequeños poemas en prosa que tienen la virtud de hacer parada y descanso entre tanto chispazo. Los aforismos de Iribarren discurren entre la ocurrencia y el fogonazo, siendo pocos los que te dejan indiferente. Sabe darle la vuelta a los dichos populares sin buscar grandes respuestas, sólo la belleza o la rotundidad de una imagen cotidiana -"Los paraguas mueren por ti", "Las ilusiones perdidas siempre se las encuentran otros"- cuya aplastante vistosidad y fulgor casi siempre compartimos. Cuando vayan a la librería, sáquenlo de la estantería y pónganlo a la vista, aunque ello signifique contradecir el espíritu del autor. La literatura se lo agradecerá.

lunes, 10 de marzo de 2014

Estambúl, primera parada

Que Estambúl, cuna de civilizaciones, frontera entre dos mundos, enclave estratégico, es una ciudad que atrapa, subyuga y te envuelve en sus fragancias y olores, es casi un lugar común -uno, que estuvo allí sólo tres días, puede dar fe de ello-. Que es un material literario de primer orden, también, y autores como Pamuk, Loti y otros muchos han ofrecido testimonio de ello en páginas ya imperecederas. Javier González-Cotta, al que quizá algunos recuerden por ser el fundador de la revista de divulgación bibliográfica Mercurio y otros -menos- por su espléndido volumen misceláneo Errabundia Express (Point de Lunettes, 2008), ha volcado su inagotable pasión por la ciudad en un libro que tiene intención de ampliar a trilogía, al modo de las sagas juveniles o de narrativa fantástica tan comunes en estos tiempos. Estambúl. Paseos, miradas, resuellos (Almuzara, 2013) trata de decodificar emocionalmente las sensaciones que transmite un lugar que parece anclado en una dimensión temporal aparte. González-Cotta, autor también de muchas de las imágenes que acompañan al texto, pasea por la ciudad sin itinerarios preconcebidos, dejándose llevar por un primer impulso que le impele a buscar más los arrabales, los barrios menos conocidos y quizá más auténticos, y los paisajes menos habituales, antes que las postales turísticas de zocos atestados, mezquitas colapsadas o vistas preciosistas. El autor se para, describe, y vuelve a caminar, observa y se siente observado, se detiene a describir los perros callejeros, las estaciones con trenes cargados de historia, los pasajes de quienes estuvieron allí antes, las mezquitas más apartadas de las rutas recomendadas, las visiones inéditas del incomparable Cuerno de Oro... Todo sin prisa pero sin pausa, con delectación en los detalles, en la miseria y el derroche, en lo nuevo y lo viejo, lo auténtico y lo impostado. Quizá si tuviera que elegir una virtud entre las muchas del volumen, me quedaría con la versatilidad que exhibe González-Cotta para hablarnos de un mismo recoveco o recodo del camino de forma que siempre nos suene diferente, como si tuviera esa magia tan escasa en los narradores actuales de contarnos el mismo cuento logrando que siempre parezca nuevo. Desde ya le animo a cumplir su anunciado proyecto. Aquí tendrá a un lector asegurado, como seguro es también que visitará Estambúl de nuevo.

miércoles, 5 de marzo de 2014

The Reader´s Diary (XXIX)

Me he referido aquí en alguna que otra ocasión a los libros de aforismos del cántabro Lorenzo Oliván (1968), que recomiendo encarecidamente. Se trata de una faceta más de una obra que incluye la traducción, la crítica literaria, la edición de antologías, la organización de ciclos poéticos y la dirección de revistas literarias, además de su género más cultivado, la poesía, en cuya trayectoria Nocturno casi (Tusquets, 2014) viene a sumar su quinto eslabón. En un tono más críptico que los anteriores, Oliván vuelve a sus temas preferidos: la mirada asombrada ante el mundo, la exigencia del poeta para dar respuestas, la levedad del ser, la comunión con la naturaleza... Quizá los hallazgos formales no sean tan brillantes como en títulos anteriores, y hallar un sentido unívoco en tanta espesura de ideas no sea tarea fácil, pero su apuesta por transitar caminos ya hollados con una mirada limpia y siempre interrogante asegura relecturas y momentos espléndidos: "Pasa la luz / rozándome la piel / y no sé si se bate en retirada / o hace de mí / su más sutil conquista".
Una impresión similar he sacado también de la última propuesta cuentística de mi admirado Sergi Pàmies, Canciones de amor y lluvia (Anagrama, 2014), quien alterna piezas redondas con ese talento de orfebre que le ha situado en el olimpo de los escritores de relatos de nuestro país, con otras muestras más descafeinadas que parecen gustarse a sí mismas más que buscar el efecto sorpresa o esas piruetas estéticas que tanto agradecemos sus lectores. De este modo, se impone la ocurrencia, el toque humorístico y el descuido formal antes que la exigencia de un relato bien trabado que nos transporte a esa dimensión donde moran los bendecidos por los cánones del género. El protagonizado por Paul Auster y su mujer puede ser una buena prueba de lo que expongo: posiblemente Pàmies se base en una experiencia personal suya o de alguien cercano, pero quizá eso no baste para construir un buen relato si no hay algo más que trascienda la mera anécdota. Se advierte un tono general apresurado, como si el autor de La gran novela sobre Barcelona no hubiera tenido tiempo de organizar sus ideas ni seleccionar entre la gavilla de canciones que tenía para su nuevo álbum. No obstante, un Pàmies menor sigue siendo mucho Pàmies, por lo que el disfrute está garantizado.
De quien no nos cabe ninguna duda de que organizara con escrúpulo sus ideas es de Robert Louis Stevenson, cuya faceta menos conocida, la de articulista y ensayista, se presenta ahora en un enjundioso volumen preparado por Amelia Pérez de Villar (Páginas de Espuma, 2013). Quien, como un servidor, sólo hubiera tenido ocasión hasta ahora de leer sus novelas, cuentos y libros de viajes, se llevará la agradable sorpresa de que Stevenson cultivó con prodigalidad la crítica literaria, exhibiendo una loable capacidad para adentrarse en la creación de algunos de sus contemporáneos y autores que, de un modo u otro, dejaron huella en su forma de concebir la literatura. Escribir. Ensayos sobre literatura reúne todos los textos que se conocen del escritor escocés, desperdigados en periódicos, revistas y volúmenes diversos. Aunque uno no haya leído muchas de las obras que se citan ni siquiera a los autores, la pasión y la claridad de ideas de Stevenson es tan adictiva que merece la pena por sí misma, por la simple forma de exponer lo que quiere decir, sus argumentos y disquisiciones, comparta o no lazos con el autor y obra en cuestión. Ya aborde a Shakespeare, Thackeray, Pepys, Whitman, Burns, Hugo, Thoreau o Villon, lo hace siempre desde la barrera de la ecuanimidad, valorando pros y contras, desentrañando tramas y retazos biográficos que aderezan un discurso trufado de ideas enriquecedoras y presentado con un caligrafismo admirable. En este magnífico volumen se localizan también los escritos en los que Stevenson habla de su propia obra en sincero diálogo con sus lectores e incluso algunos más personales en los que evoca su infancia y adolescencia, una verdadera delicia para todo buscador de rarezas. Hay que agradecer sin duda a la editorial que nos haya brindado la oportunidad de conocer a ese genio llamado Stevenson en bata y zapatillas.

martes, 25 de febrero de 2014

Harold Ramis, atrapado en el tiempo

Harold Ramis murió ayer en la más absoluta tranquilidad. Siempre me gusta decir esto cuando nos deja alguien que ha legado para la historia alguna obra digna de alabanza, aunque como en el caso del difunto realizador, actor, guionista, productor y compositor, fuera sólo una. Atrapado en el tiempo (1993) -El día de la marmota en su traducción original-, escrita al alimón con Danny Rubin, puso en órbita a un director que hasta entonces no había hecho apenas nada reseñable tras las cámaras -tres comedias desenfadadas en la línea de sus trabajos como actor: El club de los chalados (1980), Las vacaciones de una chiflada familia americana (1983), y Club Paraíso (1986)- y era más conocido por su faceta interpretativa, sobre todo por su caracterización de científico despistado en Los cazafantasmas (1984), a pesar de contribuir al guión de algunas de las cintas emblemáticas del cine universitario de finales de los 70 -Desmadre a la americana (1978)-.
Por todos es sabido que destacar en el tan acotado campo de experimentación que impone el cine de consumo norteamericano no es empresa fácil, y Harold Ramis lo consiguió con esta pequeña película merced a un guión a prueba de balas que sacaba el máximo partido -happy end incluído- a una historia sencilla y entrañable, preñada de buenos sentimientos y moralidad positiva enlazando con el espíritu de Frank Capra. La regeneración del personaje de Phil Connors -interpretado por Bill Murray en uno de los mejores papeles de su carrera-, condenado a vivir siempre el mismo día en la pequeña localidad de Punxsutawney, se nos presenta sin aspavientos ni cursilerías, sin caer en ese infantilismo gamberro de guiones previos ni en los clichés de la comedia romántica que pronto iba a empezar a hacer estragos con títulos como Algo para recordar. Ayudado por un elenco interpretativo excelente hasta en los secundarios de una frase -el propio Ramis se adjudicó un papelito como el médico que examinaba a Phil- y por una banda sonora ajustada como un guante al espíritu de la historia, Ramis conseguiría con Atrapado en el tiempo su pequeña obra maestra y, sobre todo, la recompensa de ser tomado en serio por primera y quizá última vez. A pesar de lo estimable de algunos trabajos posteriores -Mis dobles, mi mujer y yo (1996), Una terapia peligrosa (1999) o La cosecha de hielo (2005)-, empañados por otros francamente deleznables -Al diablo con el diablo (2000)-, Ramis nunca conseguiría alcanzar las cotas de factura clásica que mantiene más de veinte años después de su realización. Ignoro si él compartirá este juicio. De ser así, me lo imagino con una sonrisa de oreja a oreja esperando un día sí y otro también la salida de la marmota que vaticinará que el invierno seguirá siendo igual de largo. 

viernes, 21 de febrero de 2014

Familia descafeinada


Haciendo honor a su título, La gran familia española podría haber sido una de las grandes comedias del cine español del año. Sin embargo, creo que a Daniel Sánchez Arévalo le han traicionado sus propias marcas de estilo, esas costuras que ahora se hacen evidentes. A falta de ver Gordos, su segunda película, su corta filmografía ha ido decreciendo en interés para el que suscribe. Si Azuloscurocasinegro fue uno de los debuts más prometedores del reciente cine nacional con una historia que basculaba entre lo turbador y lo romántico, Primos fue un pasatiempo muy divertido que trataba de bucear en la nostalgia de los años dorados y las ocasiones perdidas sin llegar a entrar a matar, como se diría en el argot taurino. La gran familia española retoma esa idea del divertimento, de la fiesta perpetua con sus descubrimientos y sinsabores, con el telón de fondo del partido que dio a la selección española su primer mundial -sí, soy de los optimistas que piensan que no será el último-. Toda la acción transcurre en ese día, como si el director quisiera remarcar su apego a la realidad, a los difíciles tiempos que vivimos en los que las alegrías deportivas nos sirven de refugio para capear el temporal.
Cinéfilo consumado, Sánchez Arévalo bebe también del cine clásico exhibiendo sus recuerdos personales de Siete novias para siete hermanos. Lo que podría haber sido un homenaje confeso, se torna aquí en un abuso injustificado para contar una historia que se podría haber despachado con mucha menos parafernalia. Las idas y venidas sentimentales de los personajes nos suenan ya repetidas y el humor sólo asoma en ocasiones muy puntuales. Prueba de esa cierta autocomplacencia en la que parece haber caído el realizador es el papel que le adjudica a Raúl Arévalo, un habitual en sus películas, una especie de cameo con aires de "charlotada" que no aporta nada al conjunto, y sí revela, en cambio, muchas de sus intenciones.
Visto lo visto, comparto -sin que sirva de precedente- la opinión de los académicos de arrinconar La gran familia española y celebrar Vivir es fácil con los ojos cerrados como la gran triunfadora del año. 

miércoles, 12 de febrero de 2014

Diversas patologías librescas

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Que el futuro del libro en papel es una incógnita es una cuestión harto debatida en los medios especializados y en las páginas culturales de los periódicos de unos años acá. El asentamiento -iba a decir avance irrefrenable, pero las últimas estadísticas lo desmienten- del libro electrónico, las tabletas y, sobre todo, las descargas ilegales y gratuitas son sólo algunos de los firmes enemigos que le están plantando cara al hasta ahora intocable formato impreso. Son muchos los actores del sector que opinan que el libro acabará siendo un objeto de culto, de colección, algo así como un Swarovski de la cultura, que invertirá su escala de valores, primando el continente en lugar del contenido. Según esta corriente de pensamiento, las librerías se acabarán convirtiendo en boutiques aptas sólo para gourmets que no pueden resistirse al hecho de la posesión, pues el antaño apreciado texto circulará a sus anchas por las pantallas de todos los interesados a un golpe de click. Las editoriales imprimirán menos títulos y con tiradas más cortas, lo que conllevará con el tiempo una consecuencia lógica: los ejemplares pronto escasearán convirtiéndose en objetos de deseo del bibliófilo.
Desde este punto de vista, las librerías de viejo y los portales especializados en libros antiguos, descatalogados y de ocasión, podrían ser las grandes beneficiadas, ya que su fondo se reavivará con la rápida caducidad de las novedades literarias. Dicho de otro modo, las diferentes patologías descritas por Miguel Albero en Enfermos del libro (Universidad de Sevilla, 2013) -volumen ahora reeditado tras agotarse en la Feria del Libro Antiguo de la capital hispalense- no harán sino acentuarse, ya que la escasez es una de las condiciones que el autor señala en su enjundioso y ameno ensayo para que la obra se revalorice. El libro en papel, ya desde los tiempos de Gutenberg, fue presa codiciada por intelectuales, letraheridos y amigos de lo ajeno, algunos de ellos, según afirma Albero, guiados por el loable propósito de salvaguardar la cultura. El autor de Instrucciones para fracasar mejor nos conduce con profusión de datos -algunos de cosecha propia- por los intrincados vericuetos que el deseo o la repulsión -que también la hay- por el libro impreso han llevado al "enfermo del libro" a ser etiquetado como tal. El resultado es una curiosa y a ratos esperpéntica galería de personajes inolvidables en algunos de los cuales quizá nos veamos reflejados.
Miguel Albero nos deja claro que los rumbos del libro -como los designios del Todopoderoso- son infinitos, como los que han desembocado en los pasillos por donde circulan los carritos en los inmensos hangares de Amazon. Creo que ni el mismísimo Nostradamus podría haber anticipado una imagen tan colosal, casi quijotesca: libros ordenados con escrúpulo formando torres kilométricas, procesados con las últimas tecnologías y empaquetados siguiendo las pautas de las cadenas de montaje. Los empleados de este gigante empresarial pasan por un exhaustivo control de seguridad para llegar a su lugar de trabajo y deben respetar el derecho a la confidencialidad, aunque eso vulnere los derechos fundamentales recogidas en las leyes francesas. Sabemos de todos estos detalles gracias al periodista Jean-Baptiste Malet, que, ante el hermetismo de la empresa, decidió infiltrarse como un trabajador más para describirnos este oscuro submundo más próximo a la película Metrópolis que a cualquier imagen idílica que hayamos podido concebir. Malet trató de meter las narices acercándose a los trabajadores, pero, al final, todos le dieron la espalda por temor a sufrir represalias. La luz que ha podido arrojar en su libro -En los dominios de Amazon (Trama, 2013)- ofrece, no obstante, bastante claridad sobre los dudosos métodos que utiliza la empresa para seguir creciendo y haciéndose imprescindible. De tal forma que los pies de barro todavía no asoman bajo los pantalones del gigante. David -entiéndase las librerías-, a no ser que alguien lo remedie, tiene hoy por hoy todas las de perder.


lunes, 3 de febrero de 2014

La última sesión

No hace mucho hablaba aquí de la publicación de La última sesión, la espléndida novela de Larry McMurtry que dio pie a la no menos espléndida película de Peter Bogdanovich. Me refería entonces, tanto en un caso como en otro, al poder evocador de una imagen para reflejar la infancia, el paso del tiempo, esos momentos irrecuperables que atesoramos como piedras preciosas en el estuche cerrado de nuestra memoria. El símbolo de un cine que cierra, una pantalla en la que nunca más se proyectarán imágenes, es una de las más poderosas armas para cerrar los ojos y echar la vista atrás, para percatarnos de que el tiempo ha pasado otra vez demasiado rápido.
A pesar de ser un cinéfilo y un eterno nostálgico no he tenido la oportunidad de asistir a una de esas últimas sesiones, seguramente porque nunca me ha pillado en el sitio oportuno ni lo he sabido con la suficiente antelación. Otros amigos y compañeros cinéfilos sí han gozado de ese momento, como Rafael Garófano, de quien recuerdo incluso una fotografía de la última vez que se bajó la persiana en un cine de Cádiz, creo que el Andalucía, o Salvador Daza, que estuvo en la última proyección del Teatro Principal de Sanlúcar de Barrameda. Cines míticos, testigos de una época lejana, de los que apenas van quedando representantes en Andalucía: ahora sólo me viene a la mente el Cervantes de Sevilla. En estos tiempos
tenemos que conformarnos con los cierres de las multisalas, las cuales y, aunque pudiera parecer impensable hace unos años, también van cayendo como consecuencia de la endémica crisis que atraviesa la exhibición cinematográfica en nuestro país. En Jerez ocurrió hace poco con los cines Ábaco Cinebox, cuya empresa propietaria ha ido clausurando paulatinamente las 450 pantallas que tenía repartidas por todo el territorio nacional.
No era la última sesión ni tampoco el último día, pero allí acudimos para ser testigos de la crudeza de la realidad: éramos cuatro personas en la sala en pleno día del espectador y habiéndose anunciado en la prensa el inminente cierre del local, destinado seguramente a la ampliación del centro comercial en el que se inserta.
La película de David Trueba no tenía ninguna culpa. Vivir es fácil con los ojos cerrados quizá sea uno de sus títulos más logrados junto a La buena vida, la película con la que debutó en la dirección. Trueba también es un nostálgico y un soñador, como su trío protagonista, que no se conforma con la agria realidad de la España franquista y trata de buscar alternativas rebelándose contra lo establecido. Capitaneados por un soberbio Javier Cámara, marchan a la búsqueda de un imposible, un Grial llamado John Lennon, a quien, contra todo pronóstico, encuentran para convertirlo en la gran aventura de su vida, esa historia que contarán a sus nietos, y que Trueba nos ha contado a nosotros para demostrarnos que los sueños pueden hacerse realidad si uno es tenaz y abre bien los ojos. Si no sería demasiado fácil.