viernes, 19 de marzo de 2010

A doble página

Sí, amigos, los asiduos que seguís esta modesta bitácora os preguntaréis por qué escribo ahora tan poco. Nada más lejos de la verdad. En realidad, escribo más que nunca, pues estoy embarcado en dos proyectos narrativos que discurren en paralelo, y que me exigen documentación y tiempo, que es lo que más falta. Le he robado horas a la lectura, al ejercicio y a este blog que amenaza con quedar empantanado. Voy a empezar a solucionarlo ahora mismo con un breve comentario de uno de los últimos libros que me he echado a la cara: Mi amigo Stieg Larsson, de Kurdo Baksi. Sí, quizá pensásteis lo mismo que yo al verlo por los anaqueles. El típico libro oportunista que trata de hacer filón del escritor sueco más famoso ¿de la historia? Como en buena parte de los prejuicios, algo hay de verdad en ello, sobre todo por parte de la editorial Destino, que ha engordado sobremanera el cuerpo de letra del texto para que el volumen de páginas esté acorde con el precio. Sin embargo, quiero pensar que Baksi -periodista y amigo íntimo de Larsson, amén de colega profesional, pues sus revistas convivieron juntas varios años- no ha querido aprovecharse de la fama de su difunto compañero de armas, ya que en su prólogo confiesa que podía haberlo escrito mucho antes, y que en más de una ocasión ha declinado ofertas similares y rehusado participar en alguna conferencia sobre el autor de la trilogía Millenium. No ha sido hasta hace poco cuando se ha visto con energía para hablar desde la distancia cercana que permite el conocimiento dilatado y cómplice. Baksi y Larsson compartieron un propósito periodístico común: luchar contra las injusticias, sobre todo contra el racismo y la xenofobia. Más de una vez se adentraron en terreno peligroso y sufrían, sobre todo Larsson, constantes amenazas por parte de los sectores más radicales de la extrema derecha. Una de las últimas publicaciones de Larsson -que posiblemente nunca vean la luz por aquí- fue, de hecho, un manual de recomendaciones dirigido a periodistas en caso de recibir amenazas causadas por sus investigaciones.
Baksi, por tanto, no traza una biografía al uso, sino que va enlazando recuerdos y vivencias al modo de una vieja cinta magnetofónica que va pausando para aportar sus propias reflexiones sobre el escritor y su peligrosa forma de vivir, siempre al límite. Larsson dormía apenas tres o cuatro horas al día, se alimentaba de mala manera, fumaba como un carretero y era capaz de tomarse veinte cafés en una noche. Cuando le obsesionaba algo, era capaz de no parar hasta penetrar en el último recoveco del asunto en cuestión. Baksi dice que quizá lo más difícil era hacerle calle. De hecho, incluso en su último viaje, tumbado sobre la camilla de la ambulancia, fue capaz de enderezar algo su cuerpo entrado en kilos para terciar en la conversación que mantenían sus acompañantes, que especulaban sobre su edad, y gritar un estentóreo: "¡Tengo cincuenta años, joder!". A pesar de su aparente fogosidad comunicativa, Larsson era tímido para hablar en público, cuestión que siempre trataba de eludir, y fue capaz de mantener casi en absoluto secreto la escritura de las tres novelas que le acabaron aupando al estrellato y que, aunque parezca increíble, fue escribiendo de forma simultánea en el más absoluto de los anonimatos, sacando tiempo nadie sabe de dónde. Quizá los seguidores de Larsson, entre los que me incluyo, antes de emprender rumbo a Suecia para visitar los lugares de su ya promocionada ruta, deberían recorrer las líneas de este otro itinerario, mucho más íntimo y personal.

Y no dejo el periodismo, ya que gracias a las bondades de la televisión por cable, tuve la oportunidad de ver hace unos días una película de la que ni siquiera había oído hablar -mi desconcimiento de la actualidad cinematográfica comienza a ser alarmante- y que me causó una excelente impresión. La poco esforzada traducción del original, El precio de la verdad, ignora la ironía que se esconde en el título -Shattered Glass (Cristal destrozado, vendría a ser)-, pues Glass es el apellido del protagonista, Stephen (interpretado con convicción por Hayden Christensen), un periodista de investigación de la prestigiosa revista The New Republic, cuya brillante carrera se va a pique al descubrirse que nada menos que 27 de los 41 artículos que escribió para la revista contenían datos inventados. Fue la revista Vanity Fair (en la película Forbes Digital) la que destapó el caso al encontrar uno de sus periodistas, Buzz Bissinger, especializado en periodismo sobre nuevas tecnologías, irregularidades y anomalías en el artículo publicado por Glass titulado "El paraíso del hacker". La película de Billie Ray relata, sin florituras y con un ritmo frenético, la odisea real vivida por Glass y sus esfuerzos para ocultar la verdad hasta que ésta le estalla en las narices. El director tiene además la gran idea de contar la historia a través del propio personaje mientras se dirige a un auditorio de estudiantes de periodismo en el mismo aula donde estudió, charla que acaba revelándose como una nueva mentira, una ilusión más en el largo historial de un periodista que supo engañar no sólo a numerosos lectores sino a sus mismos compañeros de redacción. No es extraño que Glass en la vida real acabara dedicándose a la abogacía, un territorio profesional donde sus fabulaciones quizá hallaran nuevas aplicaciones.

viernes, 5 de marzo de 2010

Sam Spade en Berlín


Reconozco que a Philip Kerr le perdí un tanto la pista después de una lectura que me supo a poco -El infierno digital- y otra que me decepcionó sobremanera -Esaú-, sobre todo tras esa obra maestra que parecía no tener visos de continuidad -Una investigación filosófica-. Tenía vagas noticias de una suerte de saga ambientada en la Alemania Nazi, pero las citadas experiencias previas me habían mantenido al margen de la misma. Quizá porque el castigo ya duraba demasiado tiempo, quizá porque había leído críticas elogiosas sobre ese entramado llamado Berlín Noir, lo cierto es que me decidí a darle un nuevo voto de confianza a Kerr y a Si los muertos no resucitan, ¿último? episodio de una serie protagonizada por un ex agente de la Kripo, la Policía Criminal Alemana. Sólo tuve que leer las primeras páginas para certificar que me había equivocado totalmente con mi ignorancia de todos estos años. Es más, ya me apresuro a hacerme con los otros volúmenes de la ¿tetra, penta, hexalogía?, pues tanto el personaje y la trama, como los acerados diálogos y la acción vertiginosa, me recuerdan a los grandes maestros de la novela negra americana, llámense Burnett, Goodis o Hammett. La novela se escinde en dos espacios temporales y físicos separados por casi veinte años que, en lugar de quebrar el ritmo narrativo, acrecienta el interés por los personajes. Bernie Gunther tiene madera para convertirse en el nuevo Sam Spade, el Philip Marlowe de una saga llamada a hacer historia. Os seguiré contando.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Desolación


Llevar una novela a la gran pantalla no siempre es fácil, sobre todo si se trata de una novela como La carretera, de Cormac Mccarthy, donde los personajes, pocos, no tienen nombre y definen el estado final de una civilización que alguna vez existió para derrumbarse merced a un previsible cataclismo del que no se explican las causas. Acometer la empresa ya entrañaba, por tanto, un gran riesgo para el director, John Hilcoat, pero proponerse ser extremadamente fiel a la matriz del relato y conseguirlo suponía ya todo un salto al vacío. Pues bien, el autor de The proposition ha salido indemne de la aventura, logrando transmitir en todo momento ese clima desesperanzado y pesimista que preside cada línea de una novela llamada a convertirse en un clásico para las generaciones venideras. Seguro que no todos están de acuerdo con este juicio, como la pareja que abandonó la sala de los madrileños cines Verdi a mitad de la proyección en versión original subtitulada a la que asistió un servidor. Quizá no sabían a lo que venían, quizá esperaban una acción vertiginosa que apenas se deja entrever en las fugaces apariciones de las patrullas de caníbales... Lo cierto es que el tempo marcado por Hilcoat es el que exigía una narración desoladora, donde las palabras -irónicamente, pues el tema fundamental de La carretera es la transmisión comunicativa, el valioso legado de padre a hijo- cada vez se hacen menos necesarias en un ambiente degradado y hostil.

viernes, 29 de enero de 2010

Sesión doble

Mi silencio se ha prolongado varios días debido a un despiadado virus informático que aún trato de erradicar. ¡Malditos troyanos! Entretanto, transcribo brevemente mi entusiasmo por mis dos últimas lecturas:

Diario (Helene Berr), Anagrama. Un conmovedor relato de una estudiante judía parisina encerrada en Bergen-Belsen con poco más de 20 años. Su diario, interrumpido por algunos meses debido a las circunstancias, ha sido sacado a la luz por su sobrina Mariette tras ser legado al Memorial del Holocausto de la capital francesa. La edición de Anagrama incluye un breve epílogo de la heredera y un prefacio del escritor Patrick Modiano. Enamorada de los poemas de Keats, lectora voraz y contumaz estudiante de la Sorbona a pesar de los muchos impedimentos, Berr traza un testimonio desgarrador que auna a un tiempo sabiduría, perspicacia y sentimientos a flor de piel. De obligada lectura.




Letras minúsculas y coda (Antonio Reyes), Alfar. Apasionado de la cultura marroquí, viajero incansable y gestor cultural de enorme espíritu solidario, Antonio Reyes es un excelente editor con varias colecciones de relatos y poemas de autores marroquíes a sus espaldas, pero también un brillante narrador que aquí refrenda con una estupenda colección de microcuentos donde hay de todo, desde el chispazo humorístico a la parodia política, de la ternura de las relaciones de pareja a los homenajes confesados. Como colofón, una coda que también homenajea en tres historias paralelas al gran Juan Gelman. Como todos los buenos microrrelatos, una lectura ideal para los tiempos de espera o esos viajes cortos tan caros a los tiempos que corren.

viernes, 22 de enero de 2010

Un poco de cordura, por favor


Más de quince años antes de que Jack London se disfrazara de vagabundo para internarse en las zonas más deprimidas del West End londinense, la periodista también norteamericana Nellie Bly -casualmente compañera de escudería de London en la recién nacida Buck- hizo lo propio en un manicomio femenino como encargo del periódico en el que trabajaba, el New York World de Pulitzer. Bly se hizo pasar por una desequilibrada con la inseguridad de que podía ser descubierta en cualquier momento por los innumerables agentes que intervenían en el proceso: jueces, policías, médicos... Sin embargo, tras ser internada en la institución mental de la isla de Blackwell, comprobó que era más difícil salir que entrar, ya que los superficiales exámenes médicos a que eran sometidas las pacientes -descritos con todo detalle y absoluta mordacidad por Bly- apenas dejaban resquicio a la posibilidad de una cordura repentina.

Muchas de las mujeres hacinadas en el sanatorio, recluidas en condiciones infrahumanas de higiene, alimentación y salubridad, se encontraban allí por pura eliminación de un sistema social plagado de defectos burocráticos. Superando las adversas condiciones físicas y enfrentándose a una jerarquía de enfermeras y médicos cuyo talante indiferente y cruel superaba cualquier juicio previo, Bly describe el infierno que soportó durante los diez días que permaneció en el manicomio hasta ser rescatada por un abogado enviado por el periódico. En su descarnado relato reproduce dolorosos testimonios de las enfermas -muchas de ellas totalmente cuerdas- y su sinvivir diario, para llegar a la conclusión de que lo más fácil en ese tétrico y gélido ambiente era volverse loco. La posterior publicación por entregas en el periódico causó tal revuelo que el gobierno tomó cartas en el asunto y mejoró las condiciones de los sanatorios mentales.

Este interesante documento histórico-periodístico se complementa con otras dos experiencias vividas in situ por la arrojada periodista: su mísero trabajo en una de las innumerables fábricas del extrarradio y su fallido intento de convertirse en una empleada de la limpieza en una de las casas señoriales que reclamaban sus servicios. Habría que preguntar si Ken Kessey conoció el texto de Bly antes de emprender su aclamada Alguien voló sobre el nido del cuco, otro feroz retrato de las instituciones mentales vistas desde dentro.

jueves, 14 de enero de 2010

Un Jacques Tourneur de serie A


En estos tiempos literarios que corren, es de agradecer que los premios reconozcan de vez en cuando a novelas personales nacidas de las más recónditas pasiones y recovecos íntimos de su autor, y no a esos seudopastiches creados ex-profeso para regocijo y deleite del jurado de turno, aunque éste a veces dé algún que otro coletazo de contrariedad -léanse los últimos casos de Juan Bonilla o Juan Marsé, por ejemplo-. El Ateneo Joven de Sevilla acostumbra a ser una buena rampa de lanzamiento para autores poco conocidos por el gran público que luego han demostrado de sobra sus potenciales recursos. En la última nómina de ganadores destacan Marta Rivera de la Cruz, Oscar Esquivias, Nerea Riesco, Care Santos, Blanca Riestra, Carmen Amoraga o Cristina Cerrada. Lorenzo Luengo se integra modélicamente en esta tradición, pues venía apuntando buenas maneras con sus relatos premiados en diferentes certámenes, la traducción de los diarios de Lord Byron (Alamut) y su novela corta El quinto peregrino (Pre-Textos). Cinéfilo empedernido y viajero compulsivo, Luengo no podía menos que echar el resto en su primera empresa de largo aliento que ve la luz. Amerika es una novela ambiciosa, quizá demasiado, poco recomendable para el lector de consumo rápido, y sí para el buen degustador de cine clásico, devorador de cintas de serie b y rarezas inconfesables. A pesar de utilizar el manido recurso del manuscrito encontrado, Luengo juega sus bazas y elabora un complicado rompecabezas en el que todas las piezas acaban encajando. De este modo, la historia principal -la insólita propuesta de un millonario excéntrico para rodar el último proyecto del realizador Jacques Tourneur con los medios de la época- se ramifica en la biografía de una actriz infantil desaparecida trágicamente y en la historia de sus antepasados y descendientes conformando un abigarrado puzzle que bebe explícitamente de El crepúsculo de los dioses, del western, de los films con "mad doctor" y de algunas biografías de leyendas como Louise Brooks o Shirley Temple. La pericia del joven narrador para ensamblarlo todo es encomiable, así como su elaborada y cuidada prosa que logra que cualquier personaje o anécdota de las relatadas tenga interés por sí sola. Los deméritos: el exceso de páginas y que el lector actual no esté dispuesto a asumir tanto esfuerzo.

martes, 12 de enero de 2010

El ángel de Amsterdam


Como si fuera una albacea perenne del legado de Ana Frank, Miep Gies ha sobrevivido nada menos que 65 años a la autora del diario más famoso jamás escrito. A pesar de que en varias ocasiones había estado cerca de leerlo, el Diario se convirtió para mí en ese libro maldito cuya lectura iba postergando, por una u otra causa, con el paso del tiempo. No fue hasta hace menos de dos años, semanas antes de un viaje organizado que habíamos contratado por Bélgica, Holanda y Alemania, cuando me decidí sabiendo que, como así fue, muy probablemente visitaríamos la casa-museo de Ana Frank y, con los deberes hechos, podría traspasar su umbral más como viajero sentimental que como turista de cámara en mano. Supongo que, como todos los que lo hayan leído, me conmovió sobre todo el duro contraste entre la vitalidad de Ana y los sufrimientos que se intuían entre líneas, pero la imagen de esa niña de enorme sensibilidad se me confundía con la de un personaje secundario que nunca quiso asumir un papel protagonista. El nombre de Miep Gies aparece citado infinidad de veces en el relato de Ana, y si somos incapaces de dudar de sus palabras, podríamos pensar que se refiere más a un ángel venido del cielo que a una simple secretaria a la que el padre de Ana, Otto, le pidió el favor, junto a otros trabajadores, de mantener las apariencias y proveerles de víveres mientras permanecieran ocultos a los nazis. Leyendo el Diario, uno se sorprende de las cosas que Miep es capaz de hacer por el asustado y hambriento grupo de proscritos, y se pregunta si, llegado el momento, se comportaría de ese modo, casi abjurando de su vida para entregársela a los demás. Aunque ya tuve oportunidad de verla en entrevistas, fotos y documentales, hoy, leyendo los obituarios aparecidos en la prensa internacional, tengo la absoluta certeza de que Miep Gies fue, contra todo pronóstico, una persona de carne y hueso.