lunes, 13 de enero de 2014

Juego, set y partido

Hacía tiempo que los aficionados al tenis deseábamos que se publicara un libro como el de Luis López Varona. Amén de la biografías más o menos oficiales y de algunos libros sobre tácticas y técnicas, el tenis no ha sido un deporte muy querido por las editoriales, ya sea porque tiene un perfil de público más delimitado o porque quizá se preste menos al despliegue fotográfico tan generoso en instantáneas espectaculares de deportes como el fútbol, el motociclismo o incluso el alpinismo. Conocedor de esta carencia, López Varona -también cinéfilo y autor, en este campo, de valiosas monografías- ha decidido liarse la manta a la cabeza y bucear en los anales del tenis para ofrecernos un ameno y documentado recorrido por los cuatro torneos principales que conforman el circuito del Grand Slam: Australia, Roland Garros, Wimbledon y el Open Historias del Grand Slam (T&B Editores) ofrece en un solo volumen toda la información necesaria que aparece desperdigada en wikipedias y páginas de diverso fuste. Información contada además con el detallismo y la pasión de un gran aficionado.
USA. La disposición elegida por el autor no puede ser más simple y efectiva. Ordenando cronológicamente por décadas la historia del deporte desde la organización del primer Grand Slam, va repasando lo ocurrido en cada uno de los cuatro "grandes" año por año, sin que falten anécdotas, incisos en los partidos más memorables y las imprescindibles estadísticas. De este modo, López Varona nos acompaña por el nacimiento y consolidación de cada torneo, cuando estos excluían a los tenistas profesionales impidiendo que durante años el palmarés de muchos jugadores creciera con ellos. Nos cuenta esas grandes hazañas y remontadas imposibles, los récords todavía no superados, los grandes nombres del tenis que no pudieron ganar ninguno de los "grandes" o se retiraron en plena gloria como Borg o Courier, y las rivalidades entre algunos tenistas que hicieron las delicias de los aficionados: Evert-Navratilova, Borg-McEnroe, Nadal-Federer, Graf-Seles... Consciente de las dimensiones de su proyecto, López Varona ha sido práctico y ha dejado fuera del estudio los otros torneos Atp y los Masters 1000, tarea mucho más prolija que requeriría casi una enciclopedia. Queramos o no, desde la profesionalización del circuito y, sobre todo, desde la era Open, los cuatro Grand Slam son la Champions de este deporte tanto para aficionados como para tenistas. Ahora que acaba de arrancar el Open de Australia,

viernes, 27 de diciembre de 2013

The Reader´s Diary (XXVIII)

Soy un ferviente seguidor de Graham Swift desde que la espléndida adaptación de su novela El país del agua (Stephen Gyllenhaal, 1992) me llevara a la fuente original obligándome a darles la razón a quienes le consideraban una de las firmes promesas de la nueva hornada británica, junto a los Barnes, Lodge, Kureishi, Ishiguro y otros. Desde entonces no he dejado de leer ninguna de sus novelas, en las que, además de rasgos estructurales característicos como las idas y venidas entre pasado y presente o la profundización psicológica de sus personajes, sobresale un estilo que mima cada expresión, cada detalle descriptivo, como si le fuera imposible cerrar un párrafo de cualquier manera. Ojalá estuvieras aquí supone el desembarco de Swift -hasta ahora mimado por Anagrama- en Galaxia Gutenberg, pero ese cambio de aires no ha alterado para nada su registro. La acción de la novela transcurre en realidad en un breve lapso de tiempo, el que tarda el protagonista, un hombre propietario de un camping de autocaravanas, en asumir la muerte de su hermano en el frente con todas las consecuencias que ello supondrá para su estabilidad familiar y mental. Como es habitual en él, Swift nos lleva hacia delante y atrás en el tiempo para ofrecernos algunos momentos clave que nos aclaran el halo trágico del presente. Casi una norma en sus novelas, la muerte está presente de nuevo para sacudir la conciencia de los vivos. Es la tarjeta de visita de Swift, una obsesión recurrente que impregna a sus creaciones de cierta melancolía proustiana. Hasta su desconcertante e intrigante final, Ojalá estuvieras aquí aporta de nuevo suficientes motivos para desear que la espera de una nueva novela de Swift se haga más corta.
Quien casi siempre nos trae su ración anual de buena literatura es Paul Auster. Informe del interior rebusca en sus recuerdos de infancia, adolescencia y primera juventud para completar al magnífico Auster de Diario de invierno. Sin llegar a la hondura del anterior, esta nueva entrega parece algo más dispersa. Adolece de ese sentido unitario del anterior, por lo que sus partes no brillan a la misma altura. Me quedo con esos primeros recuerdos de riñas escolares, descubrimientos sexuales y literarios y, sobre todo, con la magnífica evocación de dos películas de las que me siento igualmente entusiasta: El increíble hombre menguante y Soy un fugitivo. Su detallado análisis secuencia a secuencia es antológico. Sólo por él merecería la pena leer el libro. Los extractos de correspondencia con su primera mujer y sus comentarios ad hoc me plantean más dudas, ya que me rechinan un tanto con el discurso anterior. Quizá hubiera sido mejor entregarse a la creatividad a partir de las cartas, y no comentarlas para un lector que no puede evitar cierta lejanía y desconexión con lo narrado. A pesar de todo, Informe del interior atesora algunas páginas de ese Auster al que tanto veneramos.
No se puede decir, por tanto, que Auster haya fracasado con este libro, por lo que no estaría incluido entre los lectores potenciales de Instrucciones para fracasar mejor (Abada, 2013), curiosísimo ensayo en el que Miguel Albero nos ofrece pautas para no desmerecer en el noble arte del fracaso, yendo a contracorriente de tantos libros de autoayuda que pregonan el éxito a toda costa. Albero, autor de un interesante libro sobre bibliopatías y otras enfermedades relacionadas con la bibliofilia, se ha documentado con avidez para contarnos la historia y usos del fracaso desde diferentes ámbitos y disciplinas, así como para establecer sus diferentes tipologías y su rabiosa actualidad. Con ingenio, amenidad y aportando ejemplos a diestro y siniestro, Albero desemboca en el ansiado prospecto o recetario que nos ayudará a sobrellevar mejor esa innata condición del ser humano, esa inevitable tendencia a echarlo todo por tierra. Sin duda, una de las sorpresas más estimulantes del año literario.

miércoles, 25 de diciembre de 2013

Give me five (2013)

No, no he dejado de escribir, sólo me he tomado una breve pausa para leer más y mejor. Por eso, apelo a la manida sentencia de "no están todos los que son, pero sí son todos los que están" para dejaros, como hice a finales de 2011, mi lista de los mejores del año que acaba, esperando que el 2014 traiga tan buena cosecha como la presente. Mis mejores deseos literarios para todos:

Narrativa: 1. Prohibido entrar sin pantalones. Juan Bonilla (Seix Barral) / 2. Shakespeare y la ballena blanca. Jon Bilbao (Tusquets) / 3.  Técnicas de iluminación. Eloy Tizón (Páginas de Espuma) / 4. El libro de los pequeños milagros. Juan Jacinto Muñoz Rangel (Páginas de Espuma) / 5. Coral Glynn. Peter Cameron (Libros del Asteroide).

No ficción y otros géneros: 1. El banquete de los genios. Manuel Hidalgo (Península) / 2. La arquitectura del aire. Carlos Marzal (Tusquets) / 3. Mirador. Pilar Pardo (Canto y Cuento) / 4. Todo lo que era sólido. Antonio Muñoz Molina (Seix Barral) / 5. Instrucciones para fracasar mejor. Miguel Albero (Abada).

lunes, 2 de diciembre de 2013

The Reader´s Diary (XXVII)

El título del ensayo con el que Toni Montesinos se hizo con el XI Premio Internacional de Crítica Literaria Amado Alonso era originalmente El éxito y la rabia. Lecturas emparejadas de narrativa estadounidense. A la hora de publicarlo en la editorial Pre-Textos ha optado por una pequeña modificación: La pasión incontenible. Éxito y rabia en la narrativa norteamericana. Modificación menor, pero importante, ya que el autor ha preferido resaltar antes el sentimiento, la pasión que se palpa en la obra de los autores reseñados, que la estructura elegida, el emparejamiento por cuestiones vitales, geográficas o estilísticas de los escritores analizados, cuestión que desarrolla ampliamente en el prólogo. Es más, me atrevería a decir que el término elegido admite una doble lectura, visible nada más comenzar este atractivo viaje por la narrativa norteamericana contemporánea, que no es otra que la pasión con la que Montesinos transita de una costa a otra del continente, mostrándose leído, adulando y criticando para ser honesto consigo mismo, aunque ello le cueste desmontar algunos mitos intocables de la modernidad. El texto del autor del reciente Diario del poeta isleño, al contrario que otras obras similares que exigen complicidad, no excluye a ningún lector, pues se preocupa de aportar datos biográficos y bibliográficos sin caer en el enciclopedismo ni en un didacticismo hueco. Este método le permite a un tiempo informar y opinar, recrear y seducir, y, más importante aún, invitar a la lectura de títulos clásicos y también menos conocidos de autores como Faulkner, Melville, McCullers, Fante, Schulberg, Saroyan, Hammett o Scott Fitzgerald, por citar sólo a algunos. Montesinos deja el último capítulo abierto para buscar líneas de acercamiento o puntos de encuentro entre Paul Auster -de cuya narrativa hace un espléndido análisis en unas pocas páginas- y otros escritores contemporáneos. Pues, como no me cansaré de decir, una novela, un relato o cualquier texto de creación literaria, siempre llama a otro.
La narrativa de Juan Bonilla también se ha caracterizado siempre por llamar a otros textos, citados expresamente por el autor a modo de homenaje -famosas son las búsquedas o rememoraciones bibliográficas de sus personajes-, pero sobre todo por fagocitarse a sí mismo. El corpus literario del escritor jerezano quizá sea uno de los más personales de la narrativa española actual, pues bebe de sí mismo, ramificándose en mil direcciones y adoptando los registros más variados: novela, relato, poesía, artículos, obras de encargo, híbridos de todo ellos... Al afrontar la lectura de su último libro de cuentos, Una manada de ñus (Pre-Textos, 2013), uno tiene la impresión de haber leído algunos pasajes con anterioridad, siente que esa anécdota le suena de otro libro, y sin embargo, asume también que no le importa, que se ensambla perfectamente en su nuevo soporte y lo enriquece, dándonos la razón al afirmar que la obra de Bonilla es una novela en marcha, al modo de decir de Trapiello. Otra constante en la obra del autor de Tanta gente sola, sobre todo de su narrativa breve, es su hábil conjugación de elementos autobiográficos y ficticios. Pero es en Una manada de ñus donde esta querencia se hace más visible. Hay varios relatos que evocan su infancia y adolescencia -y me atrevería a decir que Bonilla camufla poco su pasado, incluso en los nombres propios y las fechas-, como los dedicados a la idolatrada Brooke Shields o al ajedrez, y otros que se acercan a su presente más físico, como el impagable cuento sobre su vivencia del ascenso del Xerez a Primera en un hotel de Berlín, o el que relata los últimos días de un familiar muy cercano en el hospital. En todos ellos, y en otros de gran factura como "El llanto", se aprecia ese paralelismo tan caro al autor entre los ocurrentes -y muy retorcidos a veces- pensamientos de sus personajes y los del propio autor, al que imaginamos calibrando el impacto de sus imágenes, como que un jurado literario se trague página a página aquel libro que nunca premió. Buena prueba de ello es la imagen elegida para su nueva colección, una brillante metáfora para explicar el paso de la adolescencia a la madurez, donde algo de nosotros, al igual que los miembros de la manada menos afortunados, siempre se queda en el camino.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Borrachera de nostalgia

Cuando se juega con la nostalgia, se corre el riesgo de no querer regresar al presente. La máxima que pregona que cualquier tiempo pasado fue mejor parece cumplirse para los que rondamos cierta edad, y más en una época en la que “todo lo que era sólido” –como diría Muñoz Molina- parece desvanecerse como el agua que tratamos de retener inútilmente haciendo un cuenco con nuestras manos. El ambiente que nos rodea se ha vuelto irrespirable, la confianza en las instituciones y el bienestar social se ha perdido. El hábitat en el que uno se mueve –literatura, librerías, periodismo- ha mostrado su reverso tenebroso y deja víctimas a diario que cada vez te tocan más de cerca. Se habla continuamente de la palabra reinventarse para salir adelante y descartar el suicidio colectivo. Uno se agarra a lo que tiene, lo que nunca le ha fallado, la familia, los amigos, para animarse y tratar de buscar lo positivo que puede haber detrás de todo esto, para encarar el futuro con espíritu renovado, aunque tropecemos una y otra vez.
Antes todo parecía más fácil, quizá porque no teníamos conciencia de lo que luego nos tocaría vivir. Abro al azar Lo tengo repe (Diábolo, 2013) y aparecen los cromos de La frontera azul que regalaba Panrico, una empresa que hoy se debate entre la vida y la muerte. Quizá sea la imagen más definitoria de lo que han cambiado los tiempos: el pasado intocable, rocoso, acogedor cual refugio placentero, y el presente movedizo, inestable e impredecible con ganas de llevarse todo lo que fuimos, incluso nuestros sueños y recuerdos.
Cuando se juega con la nostalgia se arriesga uno a emborracharse sin medida, pero soy de los que piensan que hay que permitírselo de vez en cuando. Dos recientes publicaciones son las causantes de este preámbulo, el citado libro de Guillem Medina, y el no menos evocador Yo fui a EGB (Plaza y Janés, 2013), de Javier Ikaz y Jorge Díaz, los cuales se han ganado a pulso compartir con la serie Papel y plástico de Oscar Lombana y La tele que me parió de Pepe Colubi, esa pequeña biblioteca sólo apta para nostálgicos irredentos que frisan entre los 35 y 50. Con una prosa menos jocosa e irónica que la de Colubi, y con menos detallismo visual que los libros de Lombana, Yo fui a EGB recuerda las décadas de nuestra infancia y adolescencia ordenando los recuerdos por categorías: polos y helados, pastelitos, series de televisión, vestuario, argot, interiores y mobiliario, etc. El resultado, rematado con un diseño muy atractivo fruto de innumerables aportaciones de colaboradores y amigos, nos retrotraerá a esa mágica época en la que pudimos ser Koji Kabuto por un día o recorrer los ¿240? metros de longitud del estadio de Campeones para marcar el gol de nuestra vida.

Orquestado de modo muy diferente, Lo tengo repe es más un catálalogo de regalos, pero no de simples regalos, sino de aquellos con los que nos obsequiaban las marcas de pastelitos, chicles, yogures, magdalenas, el Cola Cao o Nocilla, para incentivar nuestro consumo indiscriminado de chucherías, en ocasiones muy poco saludables. Ordenados por marcas y temas, e introducidos por un enciclopédico comentario del autor –no he echado en falta ninguna promoción de las que fui seguidor-, se reproducen con esmero cromos, álbumes, figuritas, recortables, juegos, llaveros, adhesivos, desplegables y tebeos que hicieron las delicias de todos los niños de los 70 y 80, obligando a nuestras madres al overbooking de yogures en el frigo, y descubriendo nuestro inédito poder seductor ante las cajeras del supermercado –un sobre extra siempre se agradecía-. Gracias al libro de Medina, he vuelto a ponerles nombre a promociones que guardaba en alguna recámara de la memoria, esas mismas que hoy se venden a precio de oro en diferentes portales de Internet. Está comprobado, la nostalgia es un valor duradero, no como las preferentes de los bancos. 

lunes, 4 de noviembre de 2013

The Reader´s Diary (XXVI)

Reconozco que mi entrada en el universo de David Foster Wallace no ha sido el más ortodoxo, pues trasegar entre los artículos reunidos de En cuerpo y en lo otro (Mondadori, 2013), y escoger únicamente los dedicados a Roger Federer y a la mercadotecnia del Us Open, no parece una ruta apropiada para apreciar lo mejor del quehacer del último escritor con muchos números para convertirse en mito de la reciente cultura norteamericana. Wallace sabía mucho de tenis y, lo que es más importante, sabía contarlo. Sus dos artículos son dos pequeñas joyas que demuestran su pasión por el arte -pues no otra cosa puede considerarse el tenis del helvético- y su conexión con el mundo del que decidió bajarse un mal día: su crónica periodística de uno de los eventos deportivos más célebres del verano estadounidense haría palidecer las de sus colegas de rotativos. El resto de sus textos sobre escritores a reivindicar o sobre cuestiones de otra índole me interesaron menos, pero nunca es tarde para degustar la narrativa de este auténtico letraherido.
Contundente es también la narrativa de Isaac Rosa, afincado en sus dos últimas novelas, la presente La habitación oscura (Seix Barral, 2013) y la anterior La mano invisible, en una suerte de alegoría de la crisis de la España actual. Si en la anterior, con ecos orwellianos, hacía una incisiva incursión en la degradación del mundo laboral, ahora da un paso más al introducir a sus personajes, presos todos de los abruptos cambios de la sociedad que creyó tenerlo todo sin tener nada, en una habitación cerrada al mundo a cal y canto por decisión voluntaria. Ambas novelas podrían configurar una especie de díptico, ya que, amén de sus intenciones críticas, comparten una misma estructura a modo de bucle obsesivo que obliga al lector a ponerse de su lado. Movimientos como el 15-M, las plataformas de protesta, la degradación moral que alienta bajo la carencia y la pérdida de perspectiva, son el meollo de una novela cíclica que da un paso más en la trayectoria de Rosa por participar activamente, con sus armas de novelista, en la lucha diaria del tiempo de carestía que nos ha tocado vivir. Aplaudo sin duda ese posicionamiento, aunque para mí lo mejor de Rosa siguen siendo sus tres primeras novelas, sobre todo esa espeluznante El país del miedo que nos sobrecogió de ídem.
Los relatos de Eloy Tizón recogidos en Técnicas de iluminación (Páginas de Espuma, 2013) ofrecen también, a su modo, una visión del mundo actual, aunque, como su propio título expresa, concretada en iluminar los claroscuros que nos asolan a diario, ya sea con un cometido laboral, con una inocente escapada de la ciudad o con la rutina de la convivencia. Eloy Tizon es un escritor que se prodiga poco. Por eso sabemos que, cuando lo hace, la espera habrá merecido la pena. Velocidad de los jardines es uno de los más grandes libros de relatos que se han escrito en este país, y Técnicas de iluminación se le acerca mucho. Los cuentos de Tizón podrían vivir sin argumento. Me explico: sólo la lectura de sus ideas narrativas, sus brillantes metáforas y la melodía musical que imprime a una cadencia meticulosamente estudiada hacen de sus libros una verdadera orgía para los sentidos. El contenido, en Tizón, me parece secundario a la forma, a ese estilo que le convierte en un escritor sin parangón en el panorama actual de nuestras letras. Pero, para más inri, también hay fondo en sus cuentos, reveses inesperados o universos sumergidos que salen a flote en las extrañas escaramuzas que viven sus protagonistas, camuflados en dobles lecturas o pequeños detalles que parecen carecer de importancia. Parecía imposible querer más a Tizón, pero Técnicas de iluminación ha demostrado lo contrario.

miércoles, 23 de octubre de 2013