No recuerdo si fue la segunda o la tercera vez que la repusieron, pero lo cierto es que durante una emisión de
Verano azul circuló en el barrio la leyenda urbana de que "Chanquete", el incombustible anciano que echó ancla en "La Dorada", una suerte de abuelo de Heidi que buscaba climas más tropicales, había muerto de verdad. Por aquellos años internet era una utopía, apenas leíamos otro periódico que el "Marca", y la televisión y la radio constituían nuestro único cordón umbilical con aquella otra realidad que traspasaba los muros de nuestro pueblo. Al igual que nuestros pequeños héroes de la pantalla -Javi, Pancho, Desi, Bea, Quique, Piraña y Tito- no dimos crédito a los rumores, pero durante varios días, hasta que nuestros padres nos confirmaron que Antonio Ferrandis, que así se llamaba "Chanquete" en la vida real, seguía vivo y coleando, rodando más series y películas, y que incluso con una de ellas había ganado España el Oscar a la mejor película extranjera, tuvimos nuestras dudas y quisimos con toda nuestra alma que aquella noticia fuera un bulo y nada más.
¿Qué había pasado dentro de nosotros para que una persona ajena a la familia, un personaje de ficción que no gozaba de ninguna facultad prodigiosa como, por ejemplo, Bruce Lee, otro de nuestros ídolos de la época, nos importara tanto como para sentir su muerte? Creo que la respuesta hay que buscarla en que "Chanquete" reunía en un solo hombre todas las cualidades más nobles del padre, del abuelo, del tío y del amigo, un caleidoscopio de virtudes que chocaban en numerosas ocasiones con el ímpetu de los chavales a los que adoctrinaba, y que bien podíamos ser nosotros con sólo trucar la pantalla, como en
Pleasantville, y poder escuchar sus "sermones", pasear por las calles de Nerja, repartiendo leche a los vecinos, recibir nuestra primera moto, enamorarnos como pardillos, desnudarnos en una piscina con una mezcla de chulería y rebeldía, organizar una campaña de limpieza, luchar contra la especulación inmobiliaria, asistir al ocaso de un mago en horas bajas, a la perplejidad de un enfermo mental que creía venir del espacio exterior, al divorcio de nuestros padres, a la soledad de una pintora que busca su refugio, a la aventura de explorar una cueva desconocida, al inconformismo de los desplantes con frases escogidas, a los secretos íntimos de los cantantes de moda...
Como el personaje de Tobey Maguire en aquella película, los niños de entonces que hoy rozamos la cuarentena podríamos responder sin problemas a un maratón de preguntas sobre la serie sin temor a equivocarnos. Treinta años después, la sociedad ha cambiado notablemente y
Verano azul se ve hoy con un punto de sonrojo y algo de vergüenza ajena, pero entonces llegó en el momento oportuno para los niños que estábamos aprendiendo a vivir, esos niños cuya nostalgia siempre beberá de los inolvidables ochenta hasta caer, ciegos de mirindas y canciones infantiles, en un espejismo imposible de recuperar.
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