Los 80 años de Woody Allen han sido buena excusa para reeditar algunos de los mejores estudios sobre el prolífico y genial director neoyorquino, y también para pergeñar algunos títulos un tanto acomodaticios. El que hoy nos ocupa, Woody Allen, el último genio (Plaza&Janés, 2015), sólo puede entenderse de este modo, pues poco añade a la generosa bibliografía sobre el autor de Manhattan. Natalio Grueso, diplomático y amigo personal del cineasta, relata en primera persona algunas de las conversaciones y situaciones vividas con Allen en sus visitas a España, en algunas de las cuales ejerció como anfitrión. Podría pensarse que la impagable oportunidad de mantener un diálogo con el cineasta de tú a tú diera para juicios sobre algunos de sus trabajos, opiniones curiosas sobre el cine o la vida misma, o cuando menos alguna curiosidad desconocida de un rodaje o de su vida personal. Sin embargo, nada más lejos de la realidad, Grueso se dedica a transitar por lugares comunes, clichés ya de sobra conocidos por los seguidores del director, sin aportar casi nada significativo sobre su vida y obra. A lo largo y ancho de un libro artificiosamente hinchado -letra grande, papel de gramaje generoso, fotos ilustrativas-, el autor se dedica a piropear al homenajeado en un tono amable que se acerca más al discurso de una cena honorífica. A pesar de no encontrar muchos motivos para la alegría, para los fanáticos del cineasta siempre es un placer regalarse los oídos -ojos en este caso- con los milagros y prodigios de su héroe.
Quizá algo excesivos sean también los honores tributados a Milena Busquets por su novela También esto pasará (Anagrama, 2014). A pesar de tratarse de un excelente trabajo, no hallo motivos para que sea considerado uno de los mejores del año ni de ese frenesí por hacerse con sus derechos de traducción antes de ser publicada. Si la comparo con otra novela reciente, El comensal, de Gabriela Ybarra, por abordar una temática de fondo parecida -la muerte de la madre y ser capaz de contarlo-, la novela de Busquets pierde a los puntos. En ambos casos, la narradora -alter ego de las autoras- hace de tripas corazón y decide echarse el dolor a los hombros en una novela intimista de alta graduación. Salir adelante es la meta. En el caso de Milena Busquets, la sombra alargada de la madre se filtra por un paisaje lleno de huidas físicas -a otros lugares, a otros cuerpos- y mentales, además de prolongarse hasta sus hijos, en los que trata de inocular un escudo protector. El lenguaje es duro, seco, sin concesiones, como si estas cosas no se pudieran contar de otro modo. La autora vacía su pesada mochila ante los ojos receptivos del lector, sin buscar compasión ni aquiescencia, sólo su papel de testigo de una tragedia que, de una forma más o menos cercana, le será conocida. Esta lenta intensa elegía in progress no tiene fisuras, pero tampoco ese armazón irreductible del que gozan las obras maestras.
Quizá algo excesivos sean también los honores tributados a Milena Busquets por su novela También esto pasará (Anagrama, 2014). A pesar de tratarse de un excelente trabajo, no hallo motivos para que sea considerado uno de los mejores del año ni de ese frenesí por hacerse con sus derechos de traducción antes de ser publicada. Si la comparo con otra novela reciente, El comensal, de Gabriela Ybarra, por abordar una temática de fondo parecida -la muerte de la madre y ser capaz de contarlo-, la novela de Busquets pierde a los puntos. En ambos casos, la narradora -alter ego de las autoras- hace de tripas corazón y decide echarse el dolor a los hombros en una novela intimista de alta graduación. Salir adelante es la meta. En el caso de Milena Busquets, la sombra alargada de la madre se filtra por un paisaje lleno de huidas físicas -a otros lugares, a otros cuerpos- y mentales, además de prolongarse hasta sus hijos, en los que trata de inocular un escudo protector. El lenguaje es duro, seco, sin concesiones, como si estas cosas no se pudieran contar de otro modo. La autora vacía su pesada mochila ante los ojos receptivos del lector, sin buscar compasión ni aquiescencia, sólo su papel de testigo de una tragedia que, de una forma más o menos cercana, le será conocida. Esta lenta intensa elegía in progress no tiene fisuras, pero tampoco ese armazón irreductible del que gozan las obras maestras.
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