miércoles, 20 de abril de 2011

En Mercurio

Para los que no hayáis tenido oportunidad de leer la revista, al final de esta página encontraréis la estupenda reseña que Alejandro Luque ha escrito de Bancos de niebla en el número de abril de Mercurio.

martes, 12 de abril de 2011

Yo también estuve en Víznar


Si Lorca hubiera nacido en alguna ciudad de Estados Unidos, probablemente ya tendría su parque temático. En el barranco de Víznar se habrían construido hoteles, centros de recepción para el visitante y, casi seguro, algún que otro puesto de hamburguesas ambulante. De buena nos hemos librado. Siempre había querido ir a Víznar, y en agosto pasado tuvimos la suerte de que un amigo que reside en Granada y conoce bien sus contornos, nos acercó en su coche. En medio de un sol abrasador, el barranco está someramente indicado y hay que dejar el coche como se pueda junto al mínimo arcén de la carretera. Tras un breve camino por un sendero, se llega al famoso panteón donde una tumba simbólica -la verdadera, seguramente nunca se sepa dónde está- recuerda al poeta. Más a la derecha, una serie de placas de diversas asociaciones recuerdan diferentes actos de homenaje a su memoria. En la soledad del lugar, el silencio sobrecoge y uno se pone a pensar en lo efímero de todo, en la cerrilidad de las ideas que parecen enquistarse para siempre.

miércoles, 6 de abril de 2011

Deconstrucción de una novela


Los que nos contamos entre los amigos de Care Santos y seguimos atentamente su blog, hemos sido privilegiados testigos de las íntimas peripecias del proceso de gestación de su última criatura, Habitaciones cerradas (Planeta, 2011). Allí nos enteramos de que Care decidió tirar a la papelera el borrador de la primera versión y que, tras el consejo de varios amigos de confianza, decidió retomarla y seguir con la historia que le obsesionaba desde tiempo atrás. En su bitácora digital, la autora de Los que rugen fue lanzando al ciberespacio pistas sobre su contenido: las promociones de los Almacenes el Siglo, curiosas noticias de la hemeroteca, impagables anuncios de fabulosos remedios de la época en que transcurre la historia -finales del XIX y principios del XX, con especial protagonismo de la Barcelona modernista-, y estampas viajeras de los lugares en que fue escrita, como el misterioso y encantador lago de Como, donde transcurre una parte sustancial de la novela.
Si yo hubiera sido uno de los afortunados lectores de esa primera versión, no habría tenido ninguna duda en animarla a seguir con esos fantasmas personales que han acabado adoptando la humanidad de una gran novela, sin duda su mejor novela hasta la fecha, que ya es mucho decir en una producción bibliográfica que se acerca, si no la supera ya, a la cincuentena de títulos, la gran mayoría destinados al público infantil y juvenil (algún día alguien deberá escribir una tesis sobre los días de Care Santos, que posiblemente -y mi hermano Félix J. está conmigo- tengan más horas que los nuestros).
El primer gran acierto de Habitaciones cerradas es su estructura narrativa, la elección de dos voces que se van alternando para relatar la historia del pintor Amadeo Lax y sus secretos: la de Violeta Lax, nieta del protagonista, y que sólo llega a conocer los ribetes de los principales sucesos, y la del narrador omnisciente, éste sí poseedor de todos los detalles, y con capacidad para movernos de un año a otro, de habitación en habitación, esquilmándonos la información a su literario criterio.
Y ahí llegamos a otra de las virtudes de la escritura de Care: su habilidad para dosificar inteligentemente los hechos -muchos e interesantes- que caben en la vida de un personaje famoso y en la de sus ascendientes y descendientes. Care suelta pistas y detalles que se van engarzando como por ensalmo, sin dejar un cabo suelto, alimentando en el lector el ansia por conocer, las conjeturas por el porvenir de cierto personaje o circunstancia. Para ello se vale también de diversos recursos narrativos que prueban su pericia periodística y detectivesca -a Care le encanta bucear en archivos y hemerotecas, pasión que compartimos-, como la inserción de noticias de periódicos, de mensajes de correo electrónico entre los actores principales, o el comentario crítico de algunos cuadros pintados por Amadeo, decisivos para ilustrar los pasajes que se van relatando. Care practica también lo que podríamos llamar -en el buen sentido, claro- la elipsis narrativa oportunista, es decir, la que escatima al lector el dato que querría conocer en ese momento para ofrecérselo en el instante literariamente idóneo.
Para el final, que, claro está, no voy a desvelar, la escritora tiene todavía tiempo para un fuego de artificio sólo apto para grandes maestros, pues el narrador omnisciente camina hacia atrás en el tiempo en una secuencia a cámara rápida que nos aporta detalles que complementan, sobre todo sentimentalmente, la historia narrada. Una verdadera clase de taller literario, sin duda.
También al final Care aclara los personajes que salieron de su pluma, los reales, los acontecimientos que ocurrieron realmente y los que abrumaron su cabeza hasta hallar el ropaje preciso. Aclaración oportuna para los incautos que quieran buscar por internet cuadros de Amadeo Lax y un broche ideal para quienes, como yo, deseaban llegar al fondo del proceso de creación de una de las novelas del año.

lunes, 4 de abril de 2011

Un recuerdo infantil


El pasado sábado se celebró sin demasiadas alharacas el Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil. Aprovecho para aportar mi pequeñísima contribución al evento con una foto tomada hace varios años en Bratislava a una escultura de Hans Christian Andersen. Situada en una coqueta plaza de tan bella y fotogénica ciudad -una ciudad de cuento, sin duda-, la figura del célebre autor nacido en Odense incorpora algunas de sus célebres criaturas.

jueves, 31 de marzo de 2011

Doble ración



Cada cual a su modo, El discurso del rey y Los chicos están bien cuentan historias bienintencionadas, de ésas que tanto gustan a los académicos, una historia de superación personal, con defensa de la amistad incluida, en el primer caso, y un refuerzo de los valores familiares, aunque ésta venga representada por una familia moderna -dos madres lesbianas con sus respectivos vástagos fruto de la inseminación artificial-, en el segundo. Pero dejando de lado lo que pueden significar en el plano más ideológico, sus valores puramente cinematográficos están fuera de toda duda. Desde su magistral partitura compuesta por Alexandre Desplat -incomprensible que no se hiciera con la estatuilla- al duelo interpretativo de Colin Firth y Geoffrey Rush, El discurso del rey abandona la apariencia épica del género histórico para narrarnos una historia tan íntima como la del monarca Jorge VI y sus esfuerzos para superar un problema de tartamudez que convierte cada uno de sus discursos en un problema "de estado". La realización de Tom Hooper elude el abuso del sentimentalismo y apuesta, en cambio, por confiar en la impresionante capacidad gestual de sus dos actores principales -no olvidemos tampoco al gran elenco de secundarios encabezado por Helena Bonham-Carter- para transmitir emoción en cada plano y lograr algunas escenas memorables. El objetivo está plenamente conseguido: la persona es lo primero; de ahí que rey y logopeda adquieran al final de la cinta el mismo estatus moral y se hablen de tú a tú, como dos amigos en busca de una meta lejana y costosa. Para calibrar en su justa medida la película, recomiendo su visión en versión original.
Los chicos están bien navega por territorios argumentales un tanto atípicos: hijo e hija de una pareja de madres lesbianas deciden conocer al donante de esperma que hizo posible su nacimiento, su "padre" anónimo en definitiva. Este es un treintañero atractivo sin ataduras sentimentales y emprendedor, cuya intromisión en el cerrado círculo familiar distorsiona por momentos la feliz convivencia hogareña al convertirse en una figura paterna y amigo de carne y hueso para los dos hijos, y en fogoso amante de la madre interpretada por Julianne Moore. Sin grandes alardes de estilo, la película funciona alternando los episodios dramáticos y cómicos apoyada en un gran reparto. El happy end resulta quizá demasiado previsible, pero teniendo en cuenta la calidad media de la producción norteamericana, tampoco podemos quejarnos demasiado.

lunes, 28 de marzo de 2011

Entrevista y reseña

En la web La biblioteca imaginaria, Cristina Monteoliva me realiza una entrevista con motivo de Bancos de niebla y publica también una reseña de la novela. Le agradezco el dos en uno y su atenta lectura.

http://www.labibliotecaimaginaria.es/page10.php?category=17

miércoles, 23 de marzo de 2011


A falta de leer Reconstrucción, sobre la vida de Lutero, las otras tres novelas publicadas hasta la fecha por Antonio Orejudo me parecen de una calidad asombrosa, sugerentes, insuperables. Orejudo es de los que gustan imbricar en el relato realidad y ficción hasta hacerlas indistinguibles, creando en el lector cierta sensación de zozobra al pensar que lo que está leyendo pudo suceder realmente de ese modo, y si no fuera así, ¿tiene realmente tanta importancia? A Orejudo le gusta meditar las historias que se fraguan en su cabeza, y reposarlas hasta que cristalicen en la forma narrativa adecuada. Cómo explicar si no que sólo haya escrito cuatro novelas en quince años, amén de algún ensayo sobre la última narrativa, relatos en alguna antología colectiva y un encargo sobre su tierra natal, Almería. Debutar con unas Fabulosas narraciones por historias (Lengua de Trapo, 1996) que se atrevieran con la sacrosanta pero también gamberra generación del 27, era, sin duda, un gesto de valentía literaria, de respeto a las ideas personales. Ventajas de viajar en tren (Alfaguara, 2000), contra lo que podía esperarse teniendo en cuenta la alargada sombra de sus credenciales, sorprendió a propios y extraños con un relato más íntimo, más de estar por casa, pero no por ello menos atractivo.
Un momento de descanso (Tusquets) gravita también en la difusa frontera antes citada, aunque de una forma más ostensible, pues el narrador que cuenta la historia, y que relata el proceso de investigación de la misma, es el propio Orejudo con nombre y apellidos, un recurso ya utilizado por otros novelistas -recuerdo ahora mismo Las esquinas del aire de Juan Manuel de Prada-, pero que cobra aquí una fuerza inusual por la propia densidad de las narraciones que aquí se entrelazan: no sólo la principal, una investigación sobre el proceloso mundillo universitario -me acuerdo ahora también de Javier Cercas y su Vientre de la ballena- donde el encubrimiento y el disparate caminan de la mano, sino también apasionantes líneas colaterales, como la incursión en el mundo de las películas porno o la degradación de la vida matrimonial. Orejudo, que incluso se ha permitido reproducir fotos reales para crear aún más confusión, maneja con soberana maestría un relato prodigioso que nos gana desde la primera página y ya es imposible soltar. Aviso para navegantes: no se pierdan la escena que transcurre en la Biblioteca Nacional, que debería figurar por derecho propio en los anales de la literatura humorística española contemporánea.