martes, 3 de noviembre de 2009

Puesta al día


Es obligado comenzar con Francisco Ayala, una de nuestras instituciones literarias que continuaba con vida y esforzándose por aparecer en congresos en torno a su figura. Precisamente, mis recuerdos sobre su persona se remontan a principios de los 90 cuando acudió a la Facultad de Ciencias de la Información de Sevilla, entonces en la casona de Gonzalo Bilbao, para intervenir en un ciclo de conferencias sobre su obra. Aún conservo el díptico del ciclo, celebrado del 22 al 24 de febrero de 1994 con ocasión de su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Sevilla. Recuerdo que la sala era pequeña y alargada, nada ver con lo que allí se decía, enorme en contenido y demasiado breve en su extensión. Hablaron Manuel Ángel Vázquez Medel, Rafael de Cózar, Antonio Sánchez Trigueros, Luis García Montero, Carolyn Richmond, Luis Goytisolo y, por supuesto, el propio Ayala, que respondió amablemente a todas las preguntas de los estudiantes. Sólo un año después, el propio Vázquez Medel, experto en la obra ayaliana, organizó un nuevo ciclo sobre el maestro, en esta ocasión centrado en su relación con las vanguardias. Y ahí se pierde mi último recuerdo de Ayala, en la evocación de Indagación del cinema, una obra extraordinariamente lúcida sobre un arte que acababa de empezar a hablar escrita con poco más de veinte años. Descanse en paz.

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¡Padrino, búfalo! Sí, ya sé que López Vázquez intervino en películas de mayor enjundia como Plácido, Atraco a las tres, El cochecito o El jardín de las delicias, pero mi infancia estará siempre ligada a ese cariñoso apelativo con que le obsequiaban los vástagos de la nutrida familia de la saga de Pedro Lazaga. López Vázquez fue uno de esos actores, aunque no tanto como Alfredo Landa, que quedaron "clicheados" -si se me permite la expresión-, varados en ese personaje baboso, siempre salido y typical spanish que retozaba alegre entre la jamonería sueca de importación. Sin embargo, cuando a López Vázquez le daban un papel de rompe y rasga, se salía. ¿Quién no recuerda su interpretación en La cabina, por ejemplo? Es lo que tiene la historia del cine español, largas décadas obligado al pluriempleo, a los papeles de gracioso algo sainetesco. Si nos fijamos bien, algo parecido está pasando ahora con las series de televisión, donde el talento de muchos actores prefiere naufragar en aguas conocidas y ricas en sal antes que farandulear por ambientes teatrales o cambiar su imagen en una película de qualité. Afortunadamente, López Vázquez sí se atrevió y tuvimos la suerte de disfrutarlo a ratos.

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Millenium II o ¿por qué no llega más cine sueco a nuestras pantallas? Tampoco hay que sacar los pies del plato. La cinta de Daniel Alfredson no es una maravilla, pero lo mejor que se puede decir de ella, que no es poco, es que está a la altura de la novela de Larsson. Es cierto que algunos personajes apenas están esbozados, como Sonja Modig o el inspector Bublanski, o que algunas cosas están cambiadas -por ejemplo, en la película, Blomvquist, más torpón y lento de reflejos que en la novela, no se preocupa siquiera en adivinar la clave de seguridad del apartamento de Salander-, pero el vigor se mantiene, los actores están bien escogidos, ese clima gélido y angustioso se transmite, las escenas de acción no tienen nada que envidiar a Hollywood... En fin, que esperamos con impaciencia la tercera.
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Amenábar es un buscador de historias, buscador en todos los sentidos, es un hombre que "googlea" continuamente hasta completar el puzzle que tiene en mente. Después de ver Agora, confirmo que es un tipo con talento. A pesar de unos inicios un tanto dubitativos, la película coge fuerza a mitad de la trama y gana enteros en un final impresionante. Se le pueden discutir muchas cosas, como ese afán grandilocuente, ese empeño en elevar los pensamientos de Hipatia hacia el cielo -literalmente- buscando una conexión demasiado evidente, o una excesiva caricaturización en la descripción de las facciones religiosas de la época. Sin embargo, lo que podría parece a priori su apuesta más convencional, la doble historia de amor, es lo que infunde aliento y poesía a una historia que facilmente podría habérsele escapado de las manos.

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