Reproduzco a continuación el texto de la presentación con la que ayer introduje el libro Ars Vivendi de Tomás Rodríguez Reyes en la Feria del Libro de Jerez. Los juegos malabares consistieron en hacer un diario de lo que es en buena parte un diario, o dicho de otro modo, el diario de una presentación.
3 de abril de 2013
La lluvia arrecia
al otro lado del escaparate, como si quisiera poner colofón a su larga
actuación de esta temporada con una gran fanfarria de truenos y rayos. Los
clientes son escasos en un día desapacible y gris. Pero como todos sabemos, los
escritores no entienden de días propicios, prefieren la nube permanente sobre
su cabeza, ese halo trágico y novelesco que les convierte en personajes de sí
mismos. Así apareció Tomás por la librería aquel día, enfundado en un abrigo
largo con reminiscencias de Nosferatu, y portando un paraguas rojo por
imperativo acuático que, como es lógico en una mente que nunca descansa, olvidó
nada más salir.
Desde
que fue padre hace unos meses, Tomás frecuenta menos la librería y se abastece
a distancia. En su rostro se trasluce el cansancio de dormir a salto de mata y,
a pesar de todo, continuar escribiendo en cuanto tiene un hueco, a horas
intempestivas, como Kafka y tantos otros, porque la literatura no perdona a los
ociosos, a los que lo dejan para otro día. Cada vez tengo más claro que si
ensartáramos a Tomás con una aguja, no saldría sangre, sino tinta, la tinta
indeleble de un letraherido constante que arrastra su maldición por el mundo.
Intuyo
que si Tomás ha roto su clausura de padre ermitaño, será por algo importante y
no me equivoco. Me pide que presente su nuevo libro, Ars Vivendi, el tercero en
tres años, tras El huerto deseado y Escribir la lectura, que también tuve
la suerte de presentar, cada uno en su espacio natural, el Huerto en el jardín
de la calle Caballeros, y la
Lectura en ese templo de las letras que es la Fundación Caballero
Bonald. En esta extraña competición que hemos iniciado, la balanza se
inclinaría ahora de mi lado, ya que Tomás presentó en dos ocasiones mis Bancos
de niebla, así que me tengo que dar prisa para dar algo nuevo a la imprenta y
que Tomás le imprima su magisterio.
4 de abril de 2013
Me
siento ante el ordenador como aquel personaje de Enrique Vila-Matas en Extraña
forma de vida que prepara su intervención a lo largo de toda la novela. Lo más
fácil, me digo, sería empezar por la estructura. En Ars vivendi destaca su
gran corpus central, un diario poético que abarca el año 2010, y que continúa
el ya publicado en Escribir la lectura sobre los años 2008 y 2009. A poco que uno se
dirija a la fuente original, su blog Trópicode la Mancha, que
con el tiempo ha ido desnudando de accesorios para que se pueda leer como un
diario apergaminado, observará que quizá el salón de pasos perdidos de Tomás no
tenga tantos metros como el de Trapiello, pero sí que se limpia y se renueva a
diario hasta alcanzar la palabra última y definitiva, o sea, ese brillo que
sólo relucía en los palacios del imperio austrohúngaro.
Reconozco,
no obstante –y no entiendan esto como un enroque del librero ante la amenaza
bien presente del libro electrónico- que el diario de Tomás cobra nueva vida
con la impresión en papel, como si las anotaciones de cada día se
redimensionaran y alcanzaran un sentido global en un contexto armónico. Hoy en
día se publican muchos libros nacidos de blogs, pero pocos pierden su condición
volatinera para quedarse en nuestra mirada y nuestra conciencia con la fuerza
de un hierro al rojo vivo. Tomás lo consigue. Por eso me leo el Diario poético
de un tirón, sin hacer anotaciones, para acabar traspasado de ese espíritu de
fervor por la palabra poética. Suprimo la tentación de anotar frases porque
serían tantas casi como las páginas que tiene el libro.
6 de abril de 2013
Tomás abre su
libro con un “Dramatis personae: literatura, autor, lector” que se puede
entender como una marca de estilo, un sello propio, un aquí estoy yo y mis circunloquios.
Le dejo hablar a él: “La vida del poeta
no debe aparecer más que en sus poemas o escritos sobre poesía (…) Todo lo
demás es superfluo, innecesario, banal, inconsciencia. El poeta encauza su vida
en un arte de la vida –ars vivendi-, que entiende que el mundo, al completo,
todo él, es un poema y como tal está repleto de ritmos y de símbolos”. Será
una constante a lo largo del libro, sentencias como dardos que destrozan el
centro de la diana. Seguro que John Keating, el profesor de El club de los poetas muertos, hubiera
cambiado gustoso esta veintena de páginas por las de J. Evans Pritchard que
anima a arrancar del libro a sus sorprendidos alumnos. Y luego a la cueva, a
leer sus poemas ante un círculo de escogidos, los que saben que un poema no
puede cambiar el mundo, pero sí mejorarlo.
10 de abril de 2013
En algún momento,
Tomás dice que el diarista escribe siempre el mismo libro, que, como el buitre
que acecha su presa, da vueltas en círculo sobre una misma idea hasta descuartizarla
en mil pedazos y no dejar más que esquirlas. Sin embargo, aunque el diario
parezca bascular sobre los mismos elementos –la poesía y la escritura como
forma de conocimiento, como afirmación de la vida-, uno tiene la extraña
sensación de enfrentarse a algo nuevo, de que la forma de enunciarlo aporta
matices distintos, vetas imposibles en un discurso homogéneo, trenzado con la
paciencia de los caligrafistas de épocas pretéritas.
12 de abril de 2013
En su entrada del
13 de diciembre, Tomás barrunta la posibilidad de escribir una novela, a la que
dice haberse acercado sólo con “tentativas
más o menos acertadas”. Y razona así: “Como
ocurrió con Cervantes o con Machado, hay que dejar que la literatura termine
mostrando su presencia en uno indiscutiblemente, sin tener en cuenta la edad o
la condición social, sin tener en cuenta las miserias que rodean a lo
literario. Escribe y cree en lo escrito, arroja una fidelidad emboscada sobre
tu escritura”. Coherente consigo mismo, el poeta esperará su momento. Nadie
le podrá parar los pies entonces.
13 de abril de 2013
La reciente muerte
de José Luis Sampedro me hace recordar una anécdota que se cuenta del escritor.
Enfrascado en una animosa tertulia con amigos y literatos, con el vino y las
viandas circulando con alegría, Sampedro reparó en un joven que, ajeno al
tumulto, escribía en un cuaderno en una mesa apartada del bar en cuestión.
Intrigado por su comportamiento, el escritor le invitó a sumarse a la fiesta. El
interpelado le respondió invitándole a que se sumara a la suya. La anécdota
cuenta que, conmovido por la respuesta, Sampedro, descuidando a su vociferante
compañía, se sentó a conversar con el joven, que no era otro que Manuel Rivas,
con quien desde entonces inició una larga amistad.
Así veo yo a
Tomás, encastillado en sus libros de caballerías, cuaderno en ristre, ojeroso y
pensativo, buscando esa palabra salvadora por la que merece la pena vivir,
huyendo “de las capillas culturales, de
los saraos literarios, de las comilonas que se preparan en los trabajos para
celebrar la indecencia (…) No hay nada más allá de escribir. Escribir, en sí,
es ya una acción que completa una vida y que sustancia la de toda una
generación de hombres. Incluso la de toda una especie. Incluso la de una
divinidad. Leer. Escribir”.
16 de abril de 2013
Anoche tuve un
sueño extraño. La presentación del libro de Tomás había terminado y nos fuimos
a celebrarlo a un bar en forma de torreón, en el que los clientes se agolpaban
en los descansillos de las escaleras de madera. Esquivando cuerpos, bolsos y
copas, ascendimos hasta el final, truncado por una antigua puerta que Tomás
abrió con una enorme llave. Ésta daba paso a una azotea que, al parecer, sólo
se abría para las presentaciones de los libros de Tomás, aunque, por más que me
insistían, yo no recordaba haber estado nunca. Nos sentamos todos en sillas de
enea a lo largo de una mesa en la que sólo se permitía beber manzanilla. Quizá
por eso mis recuerdos se vuelven más confusos, y sólo evoco con seguridad una
pantalla de cine en la que se proyectaba una película folclórica ambientada en
Andalucía y en pésimo estado de conservación. En algún momento, me pareció ver
un fotograma de Tomás tocado con un sombrero cordobés, pero no podría
certificarlo.
Me
pregunto si el sueño será la forma que tiene mi mente de decirle a Tomás que el
cine también podría tener cabida en sus escritos, si sus disquisiciones sobre
la imagen y la palabra podrían encontrar acomodo en el que Gorki llamó “el
reino de las sombras”.
18 de abril de 2013
Me acabo de
enterar que a la hora de la presentación se estará jugando el Bilbao-Barcelona.
Posiblemente cuando esté pronunciando estas palabras ya nos hayan metido cuatro
o cinco. Sí, uno es del Athletic de toda la vida, a pesar de los disgustos, y
pertenece a ese nutrido grupo de escritores que ven factible la alianza entre
pluma y balón. Tomás no. Tomás es de los escritores de pura cepa, entregado a
su única pasión, sístole y diástole de un corazón de vocales. Tomás es su
propio árbitro, el gol y la garganta del aficionado cantándolo, la rúbrica de
un verso perfecto.
21 de abril de 2013
En la penúltima
parte de su libro, titulada “Arias antiguas”, Tomás da rienda suelta a su
pasión por la música clásica y nos ofrece pequeñas piezas a modo de breve
muestrario de su polifonía genérica: la prosa poética, el aforismo –“Puede que morir no sea más que dejar de oír
el ritmo del mundo”-, o la poesía, dejando caer como si nada la próxima
publicación de un nuevo poemario. ¿Descansará su mente alguna vez?
24 de abril de 2013
Leo la crónica del discurso
que ofreció Caballero Bonald en la concesión del Cervantes y celebro que fuera
el único de los protagonistas no abucheado. Los poetas todavía pueden vivir en
el anonimato. Todos creen que su lucha es ajena a la vida de ahí fuera, pero
ahí está el autor de Diario de Argónida para
desmentirlo: la poesía es “ese engranaje de vida y pensamiento que tanto amó
Cervantes y que tan exiguas recompensas le proporcionó”. La poesía corrige las
erratas de la historia, nos defiende contra sus “averías”, y nos sirve de consuelo
para sus trastornos y desánimos... Doy por hecho que Tomás suscribiría estas
palabras del maestro, y que el propio Bonald haría lo propio con estas de
Tomás: “Toda una vida, o al menos, una veta sentimental de una vida, cabe en un
poema. Tal es la dilatación que provoca la palabra poética en la realidad, tal
es su poderosa y letal posición sobre el mundo, que lo desbroza y transforma en
un solo verso, acaso, en una palabra que brote plena”.
27 de abril de 2013
Ha llegado el día
y aún no tengo claro qué voy a decir del libro de Tomás, porque es un libro
inabarcable –lo abarca todo y más-, inagotable –sus lecturas son infinitas-,
inexplicable –tanta profundidad en tan poca vida-, inasible –se cae de las
manos porque quema-, pero también, lamentablemente, invisible, desmarcado de
esa procesión mediática reservada a los grandes nombres, del desfile de modelos
de la industria editorial, de los escaparates de libros de aumento. Sus
pequeñas dimensiones parecen idóneas para la colección en la que se encuadra,
los inklings, entusiastas de la literatura que la concebían casi como algo
sagrado. Quizá por ello debería plantearme empezar mi intervención rezando.
Será la única forma de ponerme a la altura del libro. Oremos, pues.
Gracias
Como dijo Jesús Huerta al acabar la presentación, fue un momento-isla. Y yo añado: fue una definición de la palabra literatura.
ResponderEliminarPues yo añadiría una más: fue un acto de resistencia, de amor por la palabra, con todos los matices que se quiera. Gracias una vez más a los que estuvieron. Mereció la pena.
ResponderEliminarGracias por vuestra presencia y paticipación. Gracias.
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