La única vez que estuve en Shakespeare&Co. tuve la sensación de que todo lo que había oído de ella respondía a la más fiel realidad. Allí estaba el gato campando a sus anchas sobre una pila de libros colocados de cualquier manera, los clientes no se diferenciaban de los empleados, los turistas no paraban de hacerse fotos en la fachada o el interior, y uno podía perderse por los infinitos laberintos de la librería subiendo escaleras y atisbando las habitaciones superiores que supuestamente daban cobijo a escritores en ciernes o necesitados de albergue provisional. Como ya reseñé mis impresiones en un artículo para Clarín, me limitaré a destacar que el libro de Jeremy Mercer, La librería más famosa del mundo (Malpaso, 2014), una suerte de novela autobiográfica sobre su paso por el establecimiento, ayudará a perpetuar esta imagen para quienes todavía no hayan tenido la oportunidad de visitarla. Su protagonista, joven periodista canadiense en busca de sí mismo, recala en la librería gracias al boca a boca y se queda allí una larga temporada contándonos su extraño funcionamiento, las idas, venidas y relaciones de sus nómadas residentes, y los delirantes cambios de humor de su impagable propietario. El libro se lee con agrado gracias a una prosa limpia y entretenida que se aprovecha de un material que aúna la leyenda y lo verosímil.
Muy entretenida también, con un aire de cómic y novela policíaca desenfadada, se presenta El hombre sin rostro (Salto de Página, 2014), novela que podría parecer de transición en la trayectoria del sevillano Luis Manuel Ruiz, tras grandes logros como su debut en El criterio de las moscas o en la novela histórica -Tormenta sobre Alejandría-. Ruiz es un escritor de prosa elaborada, de los que cincela el estilo con primor. Aquí nos lo vuelve a demostrar con esta novela ambientada en el Madrid de principios del siglo XX, en la que la posibilidad de desvelar un importante proyecto científico secreto sembrará la inquietud ciudadana con una serie de muertes aparentemente accidentales. A pesar de su tono menor, casi de "pulp" o "serie b", la novela de Luis Manuel Ruiz es sumamente adictiva y atesora algunos pasajes sin desperdicio, haciendo alarde de un humor a prueba de bombas.
Ignoro si Andrés Neuman también ideó Barbarismos (Páginas de Espuma, 2014) como un libro de transición, ampliación de la sección del mismo nombre que ha ido apareciendo en el suplemento El Cultural, pero si es así, nos gustaría que sus recesos entre novela y novela, o entre novela y poemario, fueran más largos, como esos minutos de descuento que nunca acaban. Prologados por un José María Merino que, para mí, se queda corto en los elogios, estamos -valga la fácil alusión- ante una obra bárbara, digna de figurar entre las mejores creaciones de su joven autor. Como muchos ya conocerán buena parte del contenido, no voy a desvelar ninguna de las definiciones añadidas de este diccionario malévolo y extraordinariamente ocurrente, imaginativo y contundente, poético y estrafalario, punzante y categórico. Quiero pensar que detrás de cada definición hay horas de meditación, de darle vueltas al matiz más sugestivo de cada palabra, de sorprender al lector con un giro inesperado, pero no por ello más plausible. De lo contrario, la genialidad de Neuman me convencería por fin de que no es de este mundo.
Muy entretenida también, con un aire de cómic y novela policíaca desenfadada, se presenta El hombre sin rostro (Salto de Página, 2014), novela que podría parecer de transición en la trayectoria del sevillano Luis Manuel Ruiz, tras grandes logros como su debut en El criterio de las moscas o en la novela histórica -Tormenta sobre Alejandría-. Ruiz es un escritor de prosa elaborada, de los que cincela el estilo con primor. Aquí nos lo vuelve a demostrar con esta novela ambientada en el Madrid de principios del siglo XX, en la que la posibilidad de desvelar un importante proyecto científico secreto sembrará la inquietud ciudadana con una serie de muertes aparentemente accidentales. A pesar de su tono menor, casi de "pulp" o "serie b", la novela de Luis Manuel Ruiz es sumamente adictiva y atesora algunos pasajes sin desperdicio, haciendo alarde de un humor a prueba de bombas.
Ignoro si Andrés Neuman también ideó Barbarismos (Páginas de Espuma, 2014) como un libro de transición, ampliación de la sección del mismo nombre que ha ido apareciendo en el suplemento El Cultural, pero si es así, nos gustaría que sus recesos entre novela y novela, o entre novela y poemario, fueran más largos, como esos minutos de descuento que nunca acaban. Prologados por un José María Merino que, para mí, se queda corto en los elogios, estamos -valga la fácil alusión- ante una obra bárbara, digna de figurar entre las mejores creaciones de su joven autor. Como muchos ya conocerán buena parte del contenido, no voy a desvelar ninguna de las definiciones añadidas de este diccionario malévolo y extraordinariamente ocurrente, imaginativo y contundente, poético y estrafalario, punzante y categórico. Quiero pensar que detrás de cada definición hay horas de meditación, de darle vueltas al matiz más sugestivo de cada palabra, de sorprender al lector con un giro inesperado, pero no por ello más plausible. De lo contrario, la genialidad de Neuman me convencería por fin de que no es de este mundo.
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