Desde que trabajo en el sector de las librerías me he encontrado con clientes de toda condición y pelaje. De hecho, es opinión socorrida el que para conocer a tipos "raros" sólo hay que ponerse tras el mostrador de una librería. En estos años he visto de todo: desde personas que se dedicaban a coleccionar diccionarios de todos los idiomas del planeta a otras que adquirían novelitas rosa en inglés con la no confesada intención de sentirse protagonista de esas cascadas de lujuria y romanticismo con galanes musculosos en castillos idílicos. Otros, más serios pero igual de obstinados, recolectaban material bibliográfico para sus tesis o estudios personales sin ánimo de publicación. Un cliente de este grupo se dedicaba a la caza y captura de todo libro que, ya fuera de forma ficcionada o no, abordara el espinoso tema del suicidio, un tema fascinante sin duda, y por el que uno, presa fácil de la menlancolía, siente también interés.
Para ambos acaba de publicar Toni Montesinos Melancolía y suicidios literarios (Fórcola, 2014), un entretenido y documentado viaje al abismo, al punto de no retorno que dirían otros. La nómina de letraheridos que recurrieron a ese último recurso es tan amplia que daría para escribir un diccionario -y de hecho, lo hay, publicado por Noa Laleila en 1994, pero no se limita a lo literario-. Montesinos repasa los más célebres -pero también algunos más desconocidos- desde la antigüedad a nuestros días, sin dejar de lado las creaciones que afrontaron el tema -muchas de ellas canónicas, como el Werther, o buena parte de las tragedias de Shakespeare-, ni la evolución que en la sociedad y la filosofía ha recorrido el suicidio a lo largo de los tiempos, siempre en esa delgada línea divisoria que une la cobardía con el valor, la desesperación con el miedo a subvertir la ley divina.
Cierto oscurantismo rodea también a la película London after midnight, una de las colaboraciones del tándem Tod Browning-Lon Chaney rodadas en el ocaso del cine mudo. Salvando la alemana Nosferatu, sobre la que también planea el misterio sobre su extravagante protagonista -Max Schreck-, la cinta de Browning fue la primera película de vampiros producida en los estudios de Hollywood. En su día su estreno pasó desapercibido y desde hace décadas siempre sobrevuela en los círculos cinéfilos la posible aparición de una copia. El mejicano Augusto Cruz ha decidido profanar la oscuridad y lanzar su propia teoría con la obsesiva búsqueda de la copia que inicia un ex-investigador de la CIA por encargo de un octogenario coleccionista de reliquias cinéfilas. Londres después de medianoche (Seix Barral, 2014) puede despistar, ya que empieza con cierto aire inocente y una construcción algo esquemática, pero el autor sorprende luego con la aparición de algunas subtramas y un extraño enriquecimiento del estilo que nos hacen plantearnos si la novela no ha sido retomada en épocas distintas. Otro misterio más, como el de la película.
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