Siguiendo con sus indagaciones expuestas en la organización fundada en 2008, The School of Life, Alain de Botton se aventura ahora por los territorios del arte, convencido de que este -como ya hiciera con el trabajo, la arquitectura, la filosofía, el amor o el sexo- puede ayudarnos a mejorar nuestra vida. El arte como terapia (Phaidon, 2014) -escrito esta vez a cuatro manos con el filósofo John Armstrong- no es un manual de autoayuda al uso. Su elegante presentación y diseño, elegidos a propósito para reflejar del modo idóneo las piezas artísticas que van ilustrando la disertación del autor, es un punto a favor más de un ensayo inclasificable -otro más- que desbroza los intrincados senderos del universo artístico -desde el coleccionismo a la mutable apreciación crítica, pasando por las técnicas expositivas- que trata de razonar cómo puede el arte ayudarnos a ser mejores personas partiendo de la premisa de que este puede cumplir siete funciones distintas ligadas a cuestiones tan esenciales como el amor, la naturaleza o el dinero.
De Botton, amante de museos y viajero con pedigrí -recordemos su espléndido Arte de viajar-, selecciona cuadros, esculturas, edificios, dibujos, diseños, fotografías, etc., de todas las épocas artísticas para fijarse en aquellos detalles que nos pasan generalmente desapercibidos y que pueden aportarnos ese algo más que debemos exigirle a una obra artística, estuviera o no esa intención en la mente del creador en cuestión.
Con la habitual amenidad de su razonamiento lógico y aparentemente incuestionable, De Botton funde de manera magistral vida y arte para decirnos que, como todo amor correspondido, uno no debería vivir sin la otra, exigiendo que ambos se miren directamente a los ojos para conocerse mejor. Será beneficioso para ambos.
De Botton, amante de museos y viajero con pedigrí -recordemos su espléndido Arte de viajar-, selecciona cuadros, esculturas, edificios, dibujos, diseños, fotografías, etc., de todas las épocas artísticas para fijarse en aquellos detalles que nos pasan generalmente desapercibidos y que pueden aportarnos ese algo más que debemos exigirle a una obra artística, estuviera o no esa intención en la mente del creador en cuestión.
Con la habitual amenidad de su razonamiento lógico y aparentemente incuestionable, De Botton funde de manera magistral vida y arte para decirnos que, como todo amor correspondido, uno no debería vivir sin la otra, exigiendo que ambos se miren directamente a los ojos para conocerse mejor. Será beneficioso para ambos.
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