La imprevista y rápida derrota de Rafa Nadal en el Open de Australia nos puede hacer reflexionar sobre la longevidad del deportista, sobre su capacidad de mantenerse en lo más alto del candelero año tras año, capacidad en la que inciden a un tiempo los factores psíquico y psicológico. En el solitario mundo del tenis, en el que uno debe hacer frente al adversario y a sus fantasmas personales, sin posibilidad -salvo raras excepciones- de recurrir a los consejos de su entrenador, es frecuente que un jugador sufra altibajos a lo largo de su carrera y que resucite cuando ya nadie parecía contar con él. Lo vimos con Agassi y todavía podemos apreciarlo en Federer, poseedor de un físico privilegiado que parece estirarse en el tiempo sin atisbar su decadencia. Pero también ocurre el caso contrario, el jugador que despunta demasiado pronto y luego es incapaz de mantener cierta regularidad. Me viene a la mente ahora Michael Chang.
Boris Becker también pudo pertenecer a este grupo al convertirse en el jugador más joven en ganar Wimbledon con sólo 17 años. Los agoreros que le situaban como flor de un día se quedaron con un palmo de narices al constatar que al año siguiente repitió en el All England Club, que aún lo ganaría una vez más y que añadiría otros tres Grand Slam a su palmarés. Escrito en un tono sincero y amable, y sin alardes estilísticos -de hecho, la traducción peca en varias ocasiones de no limar fallos de expresión-, Boris Becker y Wimbledon (Indicios, 2015; misma editorial que publicó la autobiografía de Nadal) narra en primera persona el ascenso y caída de un mito del tenis que colocó este deporte, casi desconocido hasta su llegada, en el primer plano de la actualidad alemana. Editado con gran lujo e impresionante despliegue fotográfico, el libro nos permite conocer a un Becker íntimo que no escatima detalles sobre su codiciada vida privada, sus desencuentros con su colega Michael Stich, o sus problemas con los medicamentos. Por supuesto y, haciendo gala de su actual condición de entrenador de Novak Djokovic -quien le dedica el prólogo-, exhibe también sus atinados juicios sobre el tenis actual y sus protagonistas. Muy lejos del maravilloso Open de Agassi, el aficionado descubrirá, no obstante, muchas curiosidades sobre el tenis de las últimas décadas a través de uno de sus testigos más brillantes.
Boris Becker también pudo pertenecer a este grupo al convertirse en el jugador más joven en ganar Wimbledon con sólo 17 años. Los agoreros que le situaban como flor de un día se quedaron con un palmo de narices al constatar que al año siguiente repitió en el All England Club, que aún lo ganaría una vez más y que añadiría otros tres Grand Slam a su palmarés. Escrito en un tono sincero y amable, y sin alardes estilísticos -de hecho, la traducción peca en varias ocasiones de no limar fallos de expresión-, Boris Becker y Wimbledon (Indicios, 2015; misma editorial que publicó la autobiografía de Nadal) narra en primera persona el ascenso y caída de un mito del tenis que colocó este deporte, casi desconocido hasta su llegada, en el primer plano de la actualidad alemana. Editado con gran lujo e impresionante despliegue fotográfico, el libro nos permite conocer a un Becker íntimo que no escatima detalles sobre su codiciada vida privada, sus desencuentros con su colega Michael Stich, o sus problemas con los medicamentos. Por supuesto y, haciendo gala de su actual condición de entrenador de Novak Djokovic -quien le dedica el prólogo-, exhibe también sus atinados juicios sobre el tenis actual y sus protagonistas. Muy lejos del maravilloso Open de Agassi, el aficionado descubrirá, no obstante, muchas curiosidades sobre el tenis de las últimas décadas a través de uno de sus testigos más brillantes.
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