Cada libro de Sergi Pàmies es una demostración palpable de que la brevedad es, en su caso, necesariamente buena. Pàmies es un orfebre de las distancias cortas, un maestro, valga la expresión, de la delgadez bibliográfica. En este sentido, me recuerda mucho a otro poeta de la micronarración, el francés Philippe Delerm. Si en libros anteriores como
Si te comes un limón sin hacer muecas el autor de origen parisino se inclinaba más por el tono humorístico, aquí la balanza se decanta por lo agridulce, por un poso de melancolía y tristeza indefinida plasmadas en casi una veintena de piezas a cual más original, y exponentes de un virtuosismo estilístico donde ninguna palabra parece escogida al azar. Se hace difícil encontrar en el panorama literario actual relatos tan redondos como
Voluntarios, una maravillosa vuelta de tuerca al universo de los cuentos infantiles, o
Supervivencia, o cómo reflexionar sobre la condición humana a través de la ironía más descarnada.
Sin duda, el valor de las narraciones de Pàmies estriba sobre todo en saber trascender una anécdota aparentemente vulgar -ese hombre que nunca ha aprendido a hacerse el nudo de la corbata- para convertirla en una pequeña poesía sobre el arte de vivir. Sí, el quehacer de Pàmies está muy cerca de la poesía, pero también de la música. Recuerdo que en un momento del film el personaje de escritor interpretado por Ethan Hawke en
Antes de atardecer confesaba a los periodistas sun intención de escribir una historia que transcurriera en el tiempo que -3, 4 minutos-que dura una canción. A veces los relatos de Pàmies se aproximan a este deseo, no sólo por su duración sino por su musicalidad, por su estructura interna netamente melódica.
La bicicleta estática lo vuelve a refrendar en su mágina combinación de continente y contenido. Este libro, como otros anteriores, debería ser de lectura obligatoria en los talleres literarios.
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