Dos libros de dos poetas próximos y con sólidas trayectorias refrendadas en numerosos premios. A un lado del ring, Juan José Vélez Otero (Sanlúcar de Barrameda, 1957), autor ya de ocho poemarios que se cuentan por otros tantos premios. Al otro, Manuel Francisco Reina (Jerez de la Frontera, 1974), ganador entre otros de los premios Ciudad de Irún y Aljabibe, y quien con La paternidad de Darth Vader (La Palma, 2015) alcanza ya el undécimo. Ambos púgiles tienen golpes variados: Juan José se dedica también a la traducción, a poner en valor la obra de poetas poco conocidos en nuestro país; y Manuel Francisco reparte novelas, antologías poéticas, ensayos y hasta un libro canónico sobre la copla.
Empecemos con el más joven. Un engañoso título, que puede hacer pensar que se trata de un libro sólo para frikis, esconde un catártico ajuste de cuentas con el padre invisible, el padre maltratador, el padre machote que repugna al niño que se esconde en los libros, al presuntamente desviado. Poema a poema, verso a verso, sin prisa pero con ganas de soltar el lastre acumulado desde una tortuosa infancia, Manuel Francisco aduce motivos, recrea escenas desasosegantes, exhibe toda su rabia contenida a lo largo de los años, y le devuelve golpe a golpe -eso sí, con su única arma, la literaria, la que más duele y la que le permite explayarse en detalles- todo el daño infligido. Parece innecesario decir que Darth Vader, presente en la infancia y adolescencia de la generación del autor, actúa como símbolo ideal de la villanía y del soterrado enfrentamiento físico y dialéctico entre padre y vástago. Algunos poemas son verdaderamente conmovedores y tamizan ese fuego interno que es necesario aventar para no caer en el insulto ni en el vocerío hueco. Reina ha encontrado la voz apropiada, la del niño hecho hombre a quien nunca le faltaron fuerzas para plantar cara al invasor.
Por su parte, En el solar del nómada (Valparaíso, 2014) refunde en un solo volumen dos libros que se publicaron en cortas ediciones -La soledad del nómada (Vitruvio, 2005) y El solar (Endymion, 2007)- y que ahora Juan José Vélez remasteriza y añade algún poema nuevo. Precedido de un prólogo de José Jurado Morales que todo libro de poesía desearía tener por su claridad expositiva y su carácter didáctico, la obra de Vélez Otero camina por los territorios de la nostalgia, por una madurez que nos ha alcanzado por sorpresa y de la que no podemos escapar. El autor impregna todos su poemas con el aliento de la desesperanza, de quien lo tuvo todo y ya lo ha perdido, de quien evoca para recordarse a sí mismo. La emoción contenida está presente en cada verso, ramificándose en detalles del paisaje, símbolos de la infancia, amores pasajeros o recuerdos familiares. Vélez también suele recurrir a algunos "palabros" poco habituales que otorgan al conjunto un toque de distinción, como si fueran una piedra de toque donde descansar un momento. La crudeza de los sentimientos expuestos a flor de piel, la vida misma, se camuflan también con frecuencia en un tono más distendido cercano a lo humorístico, lo que permite eludir el tono solemne y buscar ropajes más llanos. Todo ello contribuye a hacer de la poesía de Juan José una poesía cercana, que nos habla de lo que verdaderamente importa: qué diablos hacemos aquí.
Empecemos con el más joven. Un engañoso título, que puede hacer pensar que se trata de un libro sólo para frikis, esconde un catártico ajuste de cuentas con el padre invisible, el padre maltratador, el padre machote que repugna al niño que se esconde en los libros, al presuntamente desviado. Poema a poema, verso a verso, sin prisa pero con ganas de soltar el lastre acumulado desde una tortuosa infancia, Manuel Francisco aduce motivos, recrea escenas desasosegantes, exhibe toda su rabia contenida a lo largo de los años, y le devuelve golpe a golpe -eso sí, con su única arma, la literaria, la que más duele y la que le permite explayarse en detalles- todo el daño infligido. Parece innecesario decir que Darth Vader, presente en la infancia y adolescencia de la generación del autor, actúa como símbolo ideal de la villanía y del soterrado enfrentamiento físico y dialéctico entre padre y vástago. Algunos poemas son verdaderamente conmovedores y tamizan ese fuego interno que es necesario aventar para no caer en el insulto ni en el vocerío hueco. Reina ha encontrado la voz apropiada, la del niño hecho hombre a quien nunca le faltaron fuerzas para plantar cara al invasor.
Por su parte, En el solar del nómada (Valparaíso, 2014) refunde en un solo volumen dos libros que se publicaron en cortas ediciones -La soledad del nómada (Vitruvio, 2005) y El solar (Endymion, 2007)- y que ahora Juan José Vélez remasteriza y añade algún poema nuevo. Precedido de un prólogo de José Jurado Morales que todo libro de poesía desearía tener por su claridad expositiva y su carácter didáctico, la obra de Vélez Otero camina por los territorios de la nostalgia, por una madurez que nos ha alcanzado por sorpresa y de la que no podemos escapar. El autor impregna todos su poemas con el aliento de la desesperanza, de quien lo tuvo todo y ya lo ha perdido, de quien evoca para recordarse a sí mismo. La emoción contenida está presente en cada verso, ramificándose en detalles del paisaje, símbolos de la infancia, amores pasajeros o recuerdos familiares. Vélez también suele recurrir a algunos "palabros" poco habituales que otorgan al conjunto un toque de distinción, como si fueran una piedra de toque donde descansar un momento. La crudeza de los sentimientos expuestos a flor de piel, la vida misma, se camuflan también con frecuencia en un tono más distendido cercano a lo humorístico, lo que permite eludir el tono solemne y buscar ropajes más llanos. Todo ello contribuye a hacer de la poesía de Juan José una poesía cercana, que nos habla de lo que verdaderamente importa: qué diablos hacemos aquí.
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