martes, 25 de enero de 2011

El mito Zátopek


Reconozco no haber leído hasta ahora a Jean Echenoz, a pesar de haber tenido oportunidades de hacerlo. Pero en cuanto supe que el personaje principal de Correr era Emil Zátopek, me apresté a remediar mi falta. A pesar de no haber podido verle correr en directo por evidentes cuestiones de edad –y quizá por eso mismo, porque el mito se hace grande con la imaginación-, la imagen de la llamada “locomotora checa” siempre ha estado rodeada para mí de un aura especial, de una grandeza que rebasa cualquier canon establecido previamente. Autor de proezas atléticas casi imposibles, Zátopek fue un corredor fuera de lo común en todos los sentidos del término. Todos los especialistas médicos y entrenadores de la época en que compitió coincidían en que su modo de correr –con ese cabeceo continuo, esas piernas desmadejadas, y ese rictus permanente de dolor con la lengua fuera- no era ni estético ni la forma más adecuada de exprimir todo su rendimiento físico. Sin embargo, el atleta checo, humilde y extremadamente exigente consigo mismo, siempre fue por libre y decía que aquélla era la única forma que tenía de correr con el menor cansancio posible.

Echenoz ha bajado la leyenda a ras de suelo –o quizá sería mejor decir a pie de pista- y ha humanizado hasta lo indecible a una persona que, desde el anonimato peligroso de fábricas cochambrosas, fue capaz de descubrir que tenía una virtud desconocida y que debía aprovecharla. La estructura narrativa de Echenoz no es, como se podía pensar, la de un escritor de medio fondo, sino la de un velocista que esprinta de modo intermitente y dosifica sus fuerzas cuando le viene en gana, el mismo modo de correr de Zátopek. Esos acelerones le obligan a seleccionar mucho, a jugar con la elipsis y a no detenerse más de lo preciso en estadísticas y datos, que nos abrumarian por su desfachatez: Zátopek lo ganaba casi todo, incluso cuando llevaba tiempo sin competir y volvía para batir varios records mundiales.

La habilidad para dosificarse de Echenoz es prodigiosa, como la de su criatura-mito, incluso en el tema más peliagudo en la vida del atleta: sus problemas con el gobierno checo, que le desautorizaban para competir fuera del bloque oriental no fuera a pedir asilo político. También sale felizmente airoso de las convulsiones políticas de la Praga del 68 y logra momentos realmente emotivos cuando aborda la vida más íntima de un personaje tocado por el halo de la inocencia en un mundo repleto de intereses partidarios. Conmovedoras son también las páginas dedicadas a los años más oscuros de Zátopek, cuando, retirado de los circuitos, fue reciclado como basurero y, los vecinos, al reconocer a su ídolo, salían de sus casas para vaciar los cubos que le correspondían.

Alejada de las biografías al uso y de las novelas biográficas más convencionales, Correr es un maravilloso experimento narrativo que rinde honores a una figura siempre inalcanzable para los que no se llamen Echenoz.

3 comentarios:

  1. Estoy leyendo "De qué hablo cuando hablo de correr" de Haruki Murakami. (Círculo de Lectores)Se trata de unas reflexiones-memorias acerca de la afición a correr que tiene el novelista. Cuando lo acabe quizás lea el de Echenoz. Siempre he creído que cuando se corre o se anda en bicicleta el cerebro trabaja de otra manera, mejor. Las redes neuronales funcionan a otro ritmo y facilitan nuevas ideas, recuerdos, análisis, imágenes... Mientras uno corre el cerebro genera estos pensamientos para controlar el sufrimiento y poner en marcha automatismos musculares eficientes.

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  2. Muy interesantes tus opiniones, Juan Carlos. Pondré en mi agenda de lecturas el libro de Murakami. Siguiendo con el tema, te recomiendo, por si no la has visto, la película "La soledad del corredor de fondo", basada en una historia de Allan Sillitoe.

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  3. La veré. También hay un blog que sigo que se titula igual. Es de un escritor.

    http://lasoledaddelcorredordefondo.blogspot.com/

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