domingo, 23 de enero de 2011

Filosofía y bicicleta


Si hay un personaje polifacético, inquieto y capaz de conjugar diversas disciplinas artísticas sin dejar de ser él mismo, ése es David Byrne, ex cantante de Talking Heads y representante de la vanguardia cultural norteamericana más activa de los últimos treinta años. Músico, artista multimedia, director de cine ocasional, fotógrafo y escritor, Byrne es también un apasionado promotor y practicante del ciclismo urbano. Si en los viajes largos lamentaríamos haber olvidado echar en la maleta pantalones de recambio, mudas, zapatos o esos libros sin los cuales se nos pone cara de tontos durante el vuelo, David Byrne no puede pasar sin su bicicleta plegable, que le acompaña en todas y cada una de sus giras por medio mundo, ya se trate de Sydney, Berlín, San Francisco, Londres, Estambul o Buenos Aires.

En cuanto tiene un día libre en su agenda, o incluso cuando no lo tiene, Byrne coge su bicicleta y se dedica a hacer su peculiar ruta turística por la ciudad, explorando lugares desconocidos o buscándole nuevas perspectivas a los conocidos. Y es que desde el sillín de la bicicleta la ciudad cobra una nueva dimensión, se aprecia mejor su fisonomía, el civismo de sus habitantes, la arquitectura de sus edificios, la evolución de las zonas residenciales, los monumentos más emblemáticos... Después de tantos paseos, Byrne es consciente de esta realidad y ahora quiere transmitirnos sus experiencias en esta recopilación de crónicas callejeras o postales a dos ruedas, donde la plasticidad estética, el viaje visual se funde con la reflexión.

Porque Byrne ejerce también de filósofo agazapado, exponiendo con brillantez y una argumentación aplastante sus opiniones sobre la imagen simbólica de la ciudad, su poder para cambiar el carácter de las personas, su mayor o menor aptitud, en definitiva, para ser recorrida sobre pedales. Por poner un ejemplo, mientras habla de su conocimiento de los bares nocturnos y las extrañas amistades que le surgen al paso en los circuitos artísticos donde se mueve –Byrne es también ocasionalmente un humorista nato-, hace un parón en su itinerario para divagar sobre la importancia creativa de una comuna de artistas discapacitados y hacer un hermoso discurso sobre el poder del arte para cambiar la realidad.

Escrito en un lenguaje fluido y aliñado con fotografías de sus paseos y/o su día a día profesional, Diarios de bicicleta se lee de principio a fin sin el, a veces, engorroso prejuicio de las etiquetas genéricas. Cuando acabamos su lectura, además de unas recomendaciones generales de ciclista veterano, tenemos incluso la oportunidad de disfrutar de unos diseños de aparcamientos de bicicletas realizados por el propio artista instalados en diferentes partes de Nueva York: arte y ciclismo definitivamente unidos.

Para terminar, transcribo aquí la filosofía del ciclista urbano de Byrne, que suscribo totalmente: “Más convincente que ningún argumento práctico es el sentimiento de libertad, la sensación de liberación física y psicológica que se experimenta. Ver las cosas desde un punto de vista cercano a los peatones, los vendedores y los escaparates, combinado con el hecho de moverse por ahí sin sentirse totalmente divorciado de la vida de la calle, es un puro placer. Observar y participar de la vida de una ciudad, incluso para una persona reticente y tímida como yo, es uno de los grandes placeres que se pueden experimentar. Ser una criatura social: eso forma parte de lo que significa ser humano”.

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