Emilio Martínez Lázaro siempre se ha caracterizado por ser un director competente, dueño de una filmografía especializada en comedias con ciertas dosis de inteligencia -sus mayores logros, Amo tu cama rica (1992) y Los peores años de nuestra vida (1994)- que no excluyen argumentos más serios como Carreteras secundarias (1997) o Las 13 rosas (2007), válidas incluso cuando parecen gustarse demasiado a sí mismas, caso de El otro lado de la cama (2002) y su secuela. Buena parte del acierto del realizador reside en la elección de un buen equipo de guionistas, con facilidad para el diálogo chispeante y las situaciones hilarantes. Ocho apellidos vascos, que ha devuelto la alegría a las taquillas de los cines españoles, situada en sus momentos más bajos, se vale del talento de los guionistas de Pagafantas y programas televisivos de éxito como Vaya semanita, Splunge, Palomitas o ¡Qué vida más triste!, para tejer una desvergonzada parodia de los tópicos más anclados en la España carpetovetónica, de tal modo que podrían haberla firmado dos de sus intérpretes secundarios, Alberto López y Alfonso Sánchez, autores de El mundo es nuestro.
Con la actuación estelar de uno de los cómicos más en alza de nuestra televisión, Dani Rovira, y el excelente trabajo del cuarteto interpretativo, con mención especial a Karra Elejalde, Ocho apellidos vascos -de la que se ya anunciado secuela- bebe del humor ya conocido de los guionistas en sus parodias de la sociedad vasca confrontándolo esta vez con la peculiar idiosincrasia andaluza, o sevillana más concretamente, para confeccionar un vehículo de diversión garantizada, capaz de meter una marcha más cuando la acción parece estancarse, pero sin acelerar más de la cuenta y caer en el disparate. La película atesora momentos de gran regocijo en el marco de una comedia romántica que ya podrían envidiar muchas de las cintas intercambiables que nos llegan de Estados Unidos copando las salas que, por una vez, han sabido darle la razón. En Ocho apellidos vascos ha triunfado ante todo la inteligencia de saber reírnos de nosotros mismos en una época que parecía pedirlo a gritos.
Con la actuación estelar de uno de los cómicos más en alza de nuestra televisión, Dani Rovira, y el excelente trabajo del cuarteto interpretativo, con mención especial a Karra Elejalde, Ocho apellidos vascos -de la que se ya anunciado secuela- bebe del humor ya conocido de los guionistas en sus parodias de la sociedad vasca confrontándolo esta vez con la peculiar idiosincrasia andaluza, o sevillana más concretamente, para confeccionar un vehículo de diversión garantizada, capaz de meter una marcha más cuando la acción parece estancarse, pero sin acelerar más de la cuenta y caer en el disparate. La película atesora momentos de gran regocijo en el marco de una comedia romántica que ya podrían envidiar muchas de las cintas intercambiables que nos llegan de Estados Unidos copando las salas que, por una vez, han sabido darle la razón. En Ocho apellidos vascos ha triunfado ante todo la inteligencia de saber reírnos de nosotros mismos en una época que parecía pedirlo a gritos.
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