martes, 2 de diciembre de 2014

The Reader´s Diary (XXXVII)

Hoy abordo tres libros que de un modo u otro hacen de la nostalgia su principal emblema: nostalgia por la cacharrería y pasatiempos de nuestra infancia, nostalgia por el cine clásico de Hollywood, y nostalgia por aquellas temporadas en las que el Athletic de Bilbao todavía ganaba títulos. Este último, Un soviético en la catedral, del periodista Eduardo Rodrigálvarez, se enmarca en la curiosa colección de libros de bolsillo "Hooligans ilutrados" de Libros del KO, que reúne textos de periodistas y aficionados de equipos señeros de nuestra liga con el ánimo de remarcar unas señas de identidad que a los verdaderos hinchas -no a los que se han hecho notar desgraciadamente en días recientes- nos hacen seguirlos contra viento y marea, de acuerdo con aquel grito que podría representar a todas las aficiones verdaderas: "Viva er Betis... manque pierda". Bilbaíno durante mucho tiempo afincado en Madrid, Rodrigálvarez evoca sus años de infancia en los que se afanaba en ser un extremo zurdo a pesar de ser diestro, y rememora los gloriosos años del Athletic de su famosa delantera, y también aquel equipo que fue capaz de ganar las dos últimas ligas con Clemente. Desde entonces, el Botxo sólo ha podido celebrar un subcampeonato y ver muy de cerca un trofeo que siempre se le escapaba, siendo especialmente dolorosa la derrota sufrida en Bucarest con Bielsa al frente. El autor de Un soviético en la catedral, título nada azaroso como el lector podrá comprobar, deseñtraña en breves pinceladas cómo el hincha del Athletic se rinde antes a un sentimiento que a un triunfo, porque éste ya va incluido en el anterior.
Aquellas dos ligas, la 82-83 y la 83-84, también las viví yo con la oreja pegada al carrusel deportivo, a pesar de ser testigo de sonoras derrotas en directo en los estadios que estaban a nuestro alcance, el Ramón de Carranza, el Sánchez Pizjuán y el Benito Villamarín -todavía recuerdo el deseo de que me tragara la tierra ante un público que se caía rendido ante un incomensurable Gordillo-. Y es que uno siempre tiende a recordar la infancia como un paraíso feliz, ajeno a las desgracias y sinsabores que luego nos deja la madurez, quizá porque entonces la inocencia podía a la tristeza. Javier Ikaz y Jorge Díaz son conscientes de ello, y por eso han alargado el éxito de su anterior libro con una segunda parte que también se ha ramificado en disco y promete ser trilogía, al modo de Papel y plástico, otra saga que comparte su mismo espíritu. Yo fui a EGB 2 (Plaza&Janés) hará nuevamente las delicias de los que vivimos aquellos años en los que los profesores fumaban en clase, sólo había dos cadenas de televisión, no se podía llamar por teléfono para avisar de un retraso, y los juegos del Spectrum tardaban cinco minutos en cargarse. Parcelando la nostalgia en áreas temáticas, los autores despliegan un emotivo aparato iconográfico que nos provocará más de un respingo -¡ése lo tenía yo!-, y que se adereza con cuestionarios que probarán nuestra memoria y un juego de mesa.
En los cines de mi infancia proyectaban con frecuencia clásicos que se alternaban con los estrenos. No era raro salir del colegio y ver una cartelera que anunciaba Ben-Hur, Los diez mandamientos o Siete novias para siete hermanos. Clásicos que hoy todos recordamos gestados en el sistema de los estudios de Hollywood, un universo rutilante, pero que también escondía bajo la alfombra sus trapos sucios, léase caza de brujas entre otros episodios vergonzantes. Profesionales, actores y directores fueron represaliados por su sabida o supuesta simpatía con los comunistas. Robert Rossen fue uno de ellos, aunque luego tratara de limpiarse sin conseguirlo del todo. Primero eficaz guionista -El lobo de mar, Un paseo bajo el sol-, y luego excelente director -Cuerpo y alma, El político, El buscavidas, Lilith-, Rossen fue pionero en la preservación de la independencia del autor frente al estudio. Su lucha contra un sistema que atenazaba la libertad creativa provocó que sólo llegara a dirigir diez películas y que algunas, como Alejandro Magno, sufrieran amputaciones y acabaran desvirtuadas. Quizá por este currículum tan breve, Rossen sea hoy un director injustamente olvidado y digno de la reivindicación que ha hecho José Antonio Jiménez de las Heras en la colección "Cineastas" de Cátedra. Un análisis pormenorizado de cada film en los que participó de uno u otro modo, así como un incisivo acercamiento a un proceso inquisitorial que marcaría toda su vida, son virtudes de una obra digna de alabanza.

sábado, 8 de noviembre de 2014

The Reader´s Diary (XXXVI)

Creo que ya he comentado por aquí en alguna ocasión mi fascinación por los cementerios de cierto valor escultórico. Cada vez que visito una ciudad europea, trato de acercarme a alguno. Así, a bote pronto recuerdo el de Montparnasse en París, el de Vysehrad en Praga o el de la Iglesia de San Pedro en Salzburgo. El recuerdo de los que se fueron presenta múltiples variantes según el arco temporal y geográfico en el que nos situemos, abarcando desde las momificaciones y pirámides de Egipto a las coloridas tumbas de los camposantos mejicanos. Todo un espectro -nunca mejor dicho- de posibilidades que oscilan entre la sobriedad y el barroquismo, pero cuya intención final es, al fin y al cabo, dejar testimonio del finado, de la indiferencia, cariño o veneración que se le tributa. Y sin duda, si pudiéramos establecer una subcategoría especial dentro del casi infinito catálogo de cementerios repartidos por la geografía mundial, ésa sería la de los osarios, cuya morbosidad linda ya con el género de terror. El imperio de la muerte. Historia cultural de los osarios (Ullmann, 2014) es un espectacular volumen que recoge la evolución de una forma de enterramiento mantenida a lo largo de los siglos cuyo carácter tétrico no puede ocultar su belleza estética.
Haciendo alarde de una exigente documentación y arropado por excelentes fotografías, grabados y dibujos, Paul Koudounaris nos regala un trabajo exuberante que traza un itinerario de la evolución de los osarios, planteados como aviso de lo que nos espera, como derroche de amor incontenible o como rincón maldito que hay que ocultar a la vista. Uno, que ha tenido oportunidad de ver la "Capilla de los Huesos" de la Iglesia de San Francisco de Évora, no podía imaginar la larga historia de huesos y calaveras perpetrada en su gran mayoría por artistas anónimos. En fin, una delicia visual no apta para espíritus proclives al susto fácil.
Es inevitable. A todos nos llega nuestra hora. Aunque Kirk Douglas, el último gran mito del Hollywood clásico junto a las hermanas Joan Fontaine y Olivia de Havilland, parece empeñado en ser centenario. A punto de cumplir 98 años, el otrora protagonista de tantos títulos inolvidables ha sido capaz de pergeñar un texto de emotiva sinceridad que nos retrotrae a la complicada génesis, producción y estreno de Espartaco, uno de los rodajes más conflictivos situado ya en el ocaso de los grandes estudios. De hecho, fue un exponente del cambio que empezaba a operarse en Hollywood, pues la produjo Douglas con su propia productora, entonces una práctica poco habitual. Entrando a saco en sus recuerdos sin omitir nombres y episodios desagradables, Douglas rememora la difícil gestación de un proyecto de apariencia megalómana que tuvo que competir con otro paralelo encabezado por Yul Brynner, pero que acabó imponiéndose gracias a su tesón por apoyarse en un reparto multiestelar y en el guión del masacrado Dalton Trumbo. Pues sí, Yo soy Espartaco (Capitán Swing, 2014) ofrece otra lectura, la de la despiadada caza de brujas que arrinconó el talento de muchos profesionales de la industria por ser simpatizantes comunistas o sospechosos de serlo. El libro, que cuesta no leer de un tirón, está plagado de anécdotas, de amistades bigger than life, de muchos, muchos roces -con el meticuloso Kubrick todo podía pasar-, y, sobre todo, de una pasión por el oficio cinematográfico que se palpa en cada línea.

lunes, 27 de octubre de 2014

Marismas de niebla

Hará ya casi un par de años que dejaba plasmada aquí mi admiración por la anterior película de Alberto Rodríguez, Grupo 7 (2012). Al igual que entonces la Academia de Cine Español se decidía para llevar a los Oscars por la apuesta menos descarnada, más exquisita visualmente y sumamente original de Blancanieves, ahora vuelve a hacerlo con la espléndida pero menos arriesgada propuesta de David Trueba, Vivir es fácil con los ojos cerrados. También he dejado muestras en esta misma bitácora de mi debilidad por sendos trabajos, pero no dejo de cuestionarme por las razones de que los académicos prefieran taparse la cara ante la realidad y optar por soluciones más políticamente correctas con la esperanza de poder conectar mejor con el tan archiconocido espíritu sensible de la Academia americana, tan propenso a la lágrima fácil. La isla mínima ha superado con creces las más entusiastas expectativas generadas tras Grupo 7, pero no deja de ser cierto que la aspereza y falta de concesiones en el tratamiento de su poderosa trama difiere mucho del acostumbrado en Hollywood en películas que han tocado temas similares, caso de Mystic river o Sleepers. Ya desde esos fastuosos planos aéreos de las marismas sevillanas, Alberto Rodríguez nos advierte que no hay escapatoria posible, que lo que va a suceder a continuación no saldrá del estrecho y opresivo marco geográfico del pueblo en cuestión, erizado de obstáculos, recelos, miradas hoscas y desconfiadas, engaños y dobles fondos.
La pareja de policías encargada de la investigación -heredera de algunas míticas conjunciones de esta especie de subgénero criminal- es otro de los grandes aciertos de Rodríguez, en cuyo carácter y forma de proceder podemos ver el enfrentamiento de dos Españas distintas, la que agonizaba o expiraba y la que renacía gracias a los nuevos aires democráticos. A ellos prestan un impecable trabajo Raúl Arévalo y un inconmensurable Javier Gutiérrez, en un registro al que nos tiene poco acostumbrados. Casi podemos sentir físicamente su malestar por los sucesivos descubrimientos, su frustración, su rebelión contra un pacto de silencio y una espiral de locura que amenaza con dejarles fuera de juego. La isla mínima transpira incomodidad y desazón, y entronca con las señas de identidad del mejor cine negro, dejándonos para guardar en la retina algunas imágenes ya antológicas. Con directores como Alberto Rodríguez, el cine español tiene un seguro de vida. 

sábado, 27 de septiembre de 2014

Revés sin cortar

No hace demasiado tiempo compartía en este espacio mi entusiasmo por la autobiografía de Rafa Nadal escrita a cuatro manos con John Carlin. Un modelo similar, aunque la publicación es anterior -sólo que, de forma incomprensible, en España ha aparecido cinco años más tarde-, es el utilizado por André Agassi y el periodista americano premiado con el Pulitzer J.R. Moehringer en Open (Duomo, 2014). Durante más de dos años ambos se sentaron en numerosas ocasiones para conversar. Agassi daba rienda suelta a todos sus recuerdos y sentimientos de veinte años de carrera profesional y de su infancia y adolescencia, y Moehringer los transcribía dándoles forma literaria, pero, y esta es una virtud al alcance de pocos, sin perder ese tono confesional, íntimo y de brutal sinceridad que el célebre tenista iba poniendo sobre la mesa.
Sin duda, este es uno de los mayores aciertos del libro, en el que muchos ya ven una de las mejores autobiografías deportivas de todos los tiempos, juicio que me atrevo a compartir desde que acabé la última página. Destinado a no elegir, a calzarse unas deportivas y coger una raqueta de madera desde los cuatro años por imposición paterna, Agassi estaba llamado a ser un campeón antes de ser capaz de andar -su padre, ex-boxeador de origen armenio, le instaló un móvil con pelotas de tenis en la cuna y le ataba una raqueta de juguete en la muñeca-. Su padre eligió la casa familiar en función de las dimensiones de un jardín trasero donde construir una pista de tenis y modificó un robot lanzapelotas -bautizado como el dragón- para darle mayor velocidad. Al no conseguirlo con sus hermanos, volcó todas sus energías en su vástago menor, sometiéndole a duros entrenamientos y haciéndole ingresar en una academia que más parecía un correccional, y donde también se formaron futuros tenistas y rivales como Jim Courier. A pesar de su carácter rebelde -demostrado en su juventud y en una estética e inconstante trayectoria sin parangón en la historia del tenis contemporáneo-, Agassi asumió su rol aun confesando abiertamente su odio hacia el deporte. En las emotivas y seductoras páginas de Open Agassi hace honor a su historia -sus postizos con mechas- y se desmelena relatando los momentos más duros -el infierno y sus desplantes en la academia, sus lesiones permanentes, su fortaleza para empezar de cero después de haber llegado a lo más alto tras flirtear con las drogas- y los más tiernos -su enamoramiento de Brooke Shields, la afinidad visceral con los miembros de su equipo, su cortejo finalmente exitoso a Steffi Graff, la consecución de su ansiado Roland Garros para completar el puzzle de los Grand Slam-, bordando una crónica deportiva y sentimental que se devora con pasión, como esos grandes partidos que sólo pueden dejarnos maestros como Borg, Federer o el propio Agassi. 

lunes, 22 de septiembre de 2014

The Reader´s Diary (XXXV)

Los últimos datos facilitados por el Ministerio de Turismo confirman a Andalucía como una de las regiones más visitadas por los extranjeros. Resulta innecesario citar aquí los numerosos atractivos de su geografía, clima, gastronomía y festividades y tradiciones culturales, pues son bendecidos y pregonados por todos los rincones del planeta. Nuestra comunidad autónoma siempre ha sido una tierra de promisión, de escape, una especie de paraíso del que siempre queda algo por explotar. Y eso bien lo sabían actores, políticos, escritores, cineastas, altos dignatarios o miembros de la aristocracia. Cuerpos celestes. Estrellas, gobernantes y bohemios de viaje por Andalucía (Ézaro, 2014), del periodista Francisco Reyero, recopila una treintena de retratos de personajes que, por diversas circunstancias -pasión, oportunidades laborales o puro azar-, visitaron Andalucía para dejar su rutilante impronta en las hemerotecas.
Segmentando su enjundiosa búsqueda -lo duro de proyectos de este tipo es la criba, pues podían haber figurado otros muchos como el cineasta Jean Negulesco, que murió en Marbella- por categorías profesionales, Reyero relata con un estilo brioso y ocurrente las curiosas peripecias de multitud de personajes que recorrieron las diferentes provincias, y donde tienen cabida los escándalos de Frank Sinatra en la Costa del Sol, las correrías nocturnas de Peter O´Toole durante el rodaje de Lawrence de Arabia, los flirteos amorosos de Ava Gardner, o la fugaz estancia de Diana de Gales. De estas y otras personalidades como Jacqueline Kennedy, Steven Spielberg, Grace Kelly, Fidel Castro, Margaret Thatcher, Paul Bowles o el Sha de Persia, se ofrecen, además del apunte más literario, otro puramente informativo de los días y lugares elegidos y entregados a la posteridad. Un completo dossier fotográfico culmina la valía de una obra que se hacía necesaria.
Un muestrario de carácter bien distinto, aunque centrado también en la geografía, es el reflejado por Ciudades de cine (Cátedra, 2014), voluminoso estudio en el que colaboran numerosos especialistas y que pretende otorgar entidad bibliográfica a las ciudades más filmadas o queridas por el cinematógrafo -aun cuando en muchos casos hayan sido recreadas en estudio o en otra ciudad-. París, Berlín, Nueva York, Shanghai, Madrid, Viena, Roma, Lisboa, Barcelona, San Francisco, Nueva Delhi, Buenos Aires, Venecia o Sevilla asoman por las páginas de un libro que desglosa su transposicion a la pantalla a lo largo de diferentes etapas, desmenuza sus símbolos más socorridos, y trata de determinar cuál ha sido su repercusión en el séptimo arte, en la retina de un espectador al que se puede hacer soñar pero también engañar. Aliñado con profusión de imágenes y notas aclaratorias, este manual está llamado a convertirse en una valiosa obra de referencia para cinéfilos e interesados.

jueves, 21 de agosto de 2014

H.G. Wells no se equivocaba

"Cuando veo a un adulto en bicicleta, recupero la esperanza e el futuro de la raza humana". Esta famosa frase atribuida a H.G. Wells vertebra de principio a fin el sentir de un libro necesario escrito por un ciclista convencido que trata de convencer a los recelosos de las bondades de conducir en bicicleta en los tiempos que corren. Si las ventajas de la bicicleta desde la óptica de la salud son evidentes -se hace ejercicio físico, se oxigena el cuerpo, se contamina menos...-, la crisis nos ha regalado sin querer nuevos motivos para limpiarle el polvo y sacarla del trastero: el encarecimiento de la gasolina, los atascos, el mínimo mantenimiento que requiere, la habilitación paulatina de carriles bici que facilitan la concordia entre peatones y conductores, la facilidad para aparcarla en cualquier sitio... Ciudades modelo como Copenhague, Toronto, Amsterdam y, en los últimos años, París, Londres o Sevilla -valorada como la cuarta mejor ciudad europea para circular en bicicleta- han puesto los cimientos de un modelo altamente sostenible que ha demostrado ser plausible en las grandes urbes e incluso para conectar ciudades próximas -alcanzando la excelencia, Amsterdam goza de autovías diseñadas expresamente para bicicletas y gigantescos aparcamientos-.
Pedro Bravo, madrileño de 1972, vive en la ciudad indicada para arengar a todo Cristo a pasarse a la bici, una ciudad poco acondicionada para la convivencia armónica de coches, motos, taxis, autobuses, ciclistas y peatones. Con frecuencia se organizan en ella fiestas de la bicicleta, hay plataformas reivindicativas, acciones de protesta, etc., pero el gobierno municipal se ha mostrado lento, espeso y torpe a la hora de diseñar un plan global que contente a todos los usuarios de calles, aceras y calzadas.
Partiendo de esa posición de ciclista optimista pero descontento con lo que ve, y sin desdeñar ejemplos de otras ciudades, citas de blogs, libros, reportajes periodísticos o informes realizados ex profeso por especialistas, Pedro Bravo va respondiendo a una batería de FAQ´s o preguntas más frecuentes tanto de usuarios como de no usuarios como la conveniencia o no del casco, los carriles bici, la movilidad, el género, la economía, la felicidad, las normas de circulación, las desavenencias entre usuarios, o incluso la literatura de pedales. El autor no ha dudado tampoco en entrevistar a ciclistas comprometidos con la causa para dar su opinión sobre la situación actual y el futuro de la bicicleta, todo un "apostolado" de las dos ruedas. Desde la originalidad de su título hasta ese final en el que usuarios de diferente posición social y diversas partes del mundo manifiestan sus razones para ir en bici, Biciosos (Debate, 2014) resulta sumamente entretenido y ya será un éxito si cumple su objetivo de convencer a un puñado de escépticos.

martes, 8 de julio de 2014

The Reader´s Diary (XXXIV)

Desde que trabajo en el sector de las librerías me he encontrado con clientes de toda condición y pelaje. De hecho, es opinión socorrida el que para conocer a tipos "raros" sólo hay que ponerse tras el mostrador de una librería. En estos años he visto de todo: desde personas que se dedicaban a coleccionar diccionarios de todos los idiomas del planeta a otras que adquirían novelitas rosa en inglés con la no confesada intención de sentirse protagonista de esas cascadas de lujuria y romanticismo con galanes musculosos en castillos idílicos. Otros, más serios pero igual de obstinados, recolectaban material bibliográfico para sus tesis o estudios personales sin ánimo de publicación. Un cliente de este grupo se dedicaba a la caza y captura de todo libro que, ya fuera de forma ficcionada o no, abordara el espinoso tema del suicidio, un tema fascinante sin duda, y por el que uno, presa fácil de la menlancolía, siente también interés.
 Para ambos acaba de publicar Toni Montesinos Melancolía y suicidios literarios (Fórcola, 2014), un entretenido y documentado viaje al abismo, al punto de no retorno que dirían otros. La nómina de letraheridos que recurrieron a ese último recurso es tan amplia que daría para escribir un diccionario -y de hecho, lo hay, publicado por Noa Laleila en 1994, pero no se limita a lo literario-. Montesinos repasa los más célebres -pero también algunos más desconocidos- desde la antigüedad a nuestros días, sin dejar de lado las creaciones que afrontaron el tema -muchas de ellas canónicas, como el Werther, o buena parte de las tragedias de Shakespeare-, ni la evolución que en la sociedad y la filosofía ha recorrido el suicidio a lo largo de los tiempos, siempre en esa delgada línea divisoria que une la cobardía con el valor, la desesperación con el miedo a subvertir la ley divina.
Cierto oscurantismo rodea también a la película London after midnight, una de las colaboraciones del tándem Tod Browning-Lon Chaney rodadas en el ocaso del cine mudo. Salvando la alemana Nosferatu, sobre la que también planea el misterio sobre su extravagante protagonista -Max Schreck-, la cinta de Browning fue la primera película de vampiros producida en los estudios de Hollywood. En su día su estreno pasó desapercibido y desde hace décadas siempre sobrevuela en los círculos cinéfilos la posible aparición de una copia. El mejicano Augusto Cruz ha decidido profanar la oscuridad y lanzar su propia teoría con la obsesiva búsqueda de la copia que inicia un ex-investigador de la CIA por encargo de un octogenario coleccionista de reliquias cinéfilas. Londres después de medianoche (Seix Barral, 2014) puede despistar, ya que empieza con cierto aire inocente y una construcción algo esquemática, pero el autor sorprende luego con la aparición de algunas subtramas y un extraño enriquecimiento del estilo que nos hacen plantearnos si la novela no ha sido retomada en épocas distintas. Otro misterio más, como el de la película.