martes, 30 de noviembre de 2010

Humor blanco ¿o negro?



Sé que a muchos les parecerá casi una herejía reunir en la misma entrada a Luis García Berlanga y a Leslie Nielsen, pero quiero pensar que a ellos, anchos de miras y partidarios, por encima de otras cuestiones, del humor más torrencial, no les habría importado. ¿Qué saldría de ese diálogo ya imposible entre el autor de Calabuch y ese icono del cine paródico de los 80 y 90? Seguramente material para una nueva película. En su defecto, me apetece recordar aquí algunas de las perlas berlanguianas dejadas en la grabadora de Antonio Gómez Rufo para su Confidencias de un cineasta (Ediciones Jc, 2000): "La soledad total, eso es lo que me gusta, a lo que aspiro. Encerrarme en mi estudio, tener mis propias masturbaciones, y no sólo me refiero a las biológicas, a las fisiológicas. También me refiero a mis masturbaciones conceptuales, intelectuales. Crear mi propio universo y poder fabular en él, perderme en él, imaginar, soñar, componer mis deseos y creer que los estoy cumpliendo". Y ahí va otra: "Esta sociedad es hipócrita, se siente ofendida en público por lo que le encanta en privado, dice tener unos valores morales que no tiene. ¡Joder! ¡Yo prefiero que me llamen guarro a la cara porque me gustan los zapatos de tacón, los tobillos de las señoritas y las cuerdas, pero eso sí, que luego en privado lo piensen también! Porque resulta que yo digo barbaridades en mi cine, pero ellos las hacen. A la gente le gusta aparentar una decencia que no tiene: ponen cara de huelemierdas si oyen una frase en mi película contra la religión, la aristocracia o los políticos, pero ellos son los que han inspirado las realidades que yo reproduzco".
Si uno se detiene a pensar un poco, Berlanga y Nielsen tenían muchas cosas en común: ambos eran casi de la misma quinta -el valenciano del 21 y el canadiense del 26-, abundaban en canas -uno en forma de rizos y barba tupida, otro en un corte clásico y casi indespeinable- y los dos, tras probar otras profesiones y registros -Berlanga quiso ser poeta, arquitecto, ciclista y pintor, mientras que Nielsen trabajó de disc-jockey y trató de ser un respetable actor dramático sin éxito- se rindieron al humor, a cuya fabricación -en sus diferentes acepciones, mordaz y satírica en el primero, mímica y peterselleriana en el segundo- parecían estar destinados desde su más tierna infancia: ¿a quién si no se le pudo ocurrir bautizar a Nielsen con un nombre de mujer?
Erotómano confeso hasta la saciedad, Berlanga encontró en sus películas y en la dirección de la colección "La Sonrisa Vertical" la plasmación artística y la forma de hacer pública sus inquietudes nunca ocultas, mientras que Nielsen tuvo que pagar el tributo de numerosos seriales televisivos y personajes secundarios de la más variopinta ralea -desde el comandante Adams de Planeta prohibido al que encarnaba en la catastrofista La aventura del Poseidón, género que, irónicamente, acabaría parodiando en Aterriza como puedas, y desde villanos de medio pelo en infumables westerns hasta pequeños papeles en cintas que explotaban los filones del momento, ya fuera la rebelión animal (El día de los animales) o la comedia juvenil universitaria (Soul man)- hasta encontrar ese personaje metepatas de la tercera edad de inagotable vis cómica que acabaría incluso imitándose a sí mismo en la reciente Spanish movie.
Dos talentos que, con algún que otro altibajo, mantuvieron su estado de gracia por el bien colectivo común.

P.D. Para los que no la conozcan, os dejo la prueba de cámara que Nielsen rodó para incorporar el personaje de Messala en Ben-Hur que luego acabaría interpretando Stephen Boyd. Afortunadamente, la historia del cine suele acabar poniendo a todos en su sitio.

lunes, 29 de noviembre de 2010

Una nueva forma de crear


Al terminar la lectura de La luz es más antigua que el amor tuve una sensación extraña. ¿Había leído mal o el autor se había concedido a sí mismo el Premio Nobel de Literatura? Reflexionando más tarde sobre ello, llegué a la conclusión de que no debía extrañarme en absoluto, pues los derroteros que ha ido tomando la joven narrativa de vanguardia española -la generación "nocillera", que también así se la conoce en homenaje al título que podemos considerar emblemático y pionero de sus modernos postulados- parece que no podía hacer otra cosa que llegar a este punto. Ya lo tomemos como broma máxima o como postura epatante y egocéntrica, lo cierto es que hasta ese momento la lectura de la última novela de Menéndez Salmón me había resultado de lo más atractiva, por su hábil urdimbre de historias separadas en el tiempo, sus interesantes reflexiones sobre la creación, la curiosa combinación de personajes reales y ficticios, y un estilo directo y enfebrecido de literatura que me recordó bastante al de Isaac Rosa en El vano ayer. Sin embargo, la vuelta de tuerca final, donde Salmón-Bocanegra (que así se llama su alter ego) acude a la Academia sueca y se permite explicar el sentido de su última novela -la que estamos leyendo, por cierto- me resultó chirriante, como si el juego hubiera llegado ya demasiado lejos. Me imagino que para Menéndez Salmón tal ocurrencia era una forma curiosa, divertida y hasta plausible de cerrar la novela, pero uno no puede evitar cierta sensación de vacuidad, de decepción ante tal alarde de prepotencia o juegos malabares -ya dije, que la interpretación es libre-.
Después de haber leído a algunos exponentes del celebrado grupo me pregunto si quizá el verdadero valor de su obra se dirimirá con el paso del tiempo, siendo incapaces hoy por hoy -críticos, especialistas y lectores- de calibrar en su justa medida un fenómeno que se prolonga todavía en las mesas de las novedades editoriales. Aunque a la vista de en qué quedó la generación del realismo "sucio" impulsada por José Ángel Mañas, Pedro Maestre o Lucía Etxebarría, me temo que su alcance puede ser muy limitado. Tiempo al tiempo.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La primera, en la mejilla

El bueno de Daniel Ruiz García ha publicado una estupenda crítica de Bancos de niebla en el blog Estado Crítico. Como suele suceder en estos casos, el lector halla referencias insólitas y coge el testigo dejado por el autor. Ahí reside la grandeza de la literatura.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Inés del alma guerrillera


Bajo el título genérico de "Episodios de una guerra interminable", Almudena Grandes se dispone a relatar de forma novelada otros tantos capítulos poco conocidos de la historia española contemporánea. El primero de ellos, Inés y la alegría, se centra en la invasión del valle de Arán por parte del ejército de la Unión Nacional Española que tuvo lugar del 19 al 27 de octubre de 1944. Ocho días que, en contra de lo que pudiera parecer y que no nos sorprende tratándose de Almudena Grandes -más cómoda en las distancias largas-, se extienden en la novela a varias décadas y a más de 700 páginas. La explicación es bien sencilla: la autora incrusta este microacontecimiento en la Historia de España con mayúsculas pero también en la vida cotidiana de sus principales personajes, los reales -con la Pasionaria al frente, en un entrañable pero nada complaciente retrato- y los imaginarios, con esa Inés sacrificada por la causa que es el alma mater de una narración torrencial, quizá demasiado prolija en detalles y con una peligrosa derivación a lo folletinesco.
Esta disposición totalizadora, al modo de los Episodios Nacionales que, según confiesa Almudena en un epílogo aclaratorio, condicionaron su pasión por la escritura, le permiten ofrecer su visión personal de los años inmediatamente posteriores a la guerra civil y a la resistencia labrada en el seno del PCE, pero también edificar personajes consistentes que pasan la prueba de varias generaciones de penuria y clandestinidad. Otra cosa es que el ambicioso puzzle narrativo que maneja la autora se transmita al lector con las suficientes garantías para armarlo, ya que algún que otro personaje se despista en el relato y nos obliga a dar la vuelta para evitar confusiones. El ingente esfuerzo documental, no obstante, ha merecido la pena, pues la simbiosis de ambas peripecias, la personal y la pública, que no oficial, logra momentos brillantes y nos anima a esperar con cierta impaciencia la segunda entrega.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Ya estoy a la venta



Sí, desde hoy ya se puede comprar Bancos de niebla, tanto en formato papel como en ebook. Una alegría para mí entrar a formar parte del excelente y cuidado catálogo que está conformando Antonio Rivero Taravillo.

martes, 2 de noviembre de 2010

Ídolos en zapatillas


Desde las páginas de Los Angeles Times -de cuyos primeros fogueos nos ofrece una entrañable crónica-, Robert Hilburn consiguió que la prensa prestara más atención al mundo del rock cuando éste todavía estaba en pañales y las míticas figuras que hoy están en la memoria de todos se labraban entonces su porvenir. Armado de la honestidad y el arrojo periodístico como principales armas -todo sea por la música-, Hilburn logró a lo largo de sus muchos años de carrera cubrir conciertos memorables como el Live Aid o entrevistar a iconos de la música estadonidense y europea en diferentes etapas de su carrera. Desayuno con John Lennon tiene la virtud de haber sido hilvanado cronológicamenten en el tiempo, de tal modo que asistimos, por ejemplo, al descubrimiento de unos casi imberbes U2, a su eclosión como figuras mediáticas y a sus discutibles últimos giros musicales, con lo cual tenemos ante nosotros el crecimiento personal y artístico de Bono y sus compañeros. Lo mismo sucede con otras grandes personalidades como Bob Dylan, Bruce Springsteen, Michael Jackson o Johnny Cash, al que Hilburn entrevistó en la prisión de Folson. El libro de Hilburn ofrece episodios memorables como la entrevista a John Lennon poco antes de ser asesinado, la charla telefónica con Courtney Love en la que se mostraba preocupada por el futuro de su marido Kurt Cobain -al que encontraría muerto poco después-, la emotiva charla con un Elvis hastiado de rodar películas, o los siempre difíciles acercamientos al casi inaccesible Bob Dylan. Pero el prestigioso crítico musical, capaz de pasar días muertos en un hotel a la espera de ser recibido por la leyenda en cuestión, también deja espacio en su libro para nuevos movimientos como el rap y para viejos géneros como el country. En sus varias décadas de profesión Hilburn ha tenido la suerte de codearse con los mejores y de saber compartirlo con los lectores sin adoptar tonos laudatorios ni sentirse coartado por políticas de empresa. Desayuno con John Lennon transmite un sabor humano, donde los grandes genios pierden su pedestal para bajar al nivel de sus fans. De este modo, se disfruta con su lectura aunque no compartas sus gustos musicales o no conozcas al artista en cuestión. Ésa es la gran virtud del crítico.