viernes, 31 de diciembre de 2010

Bobby Farrell no verá el 2011

Dejando de lado su azarosa biografía, digna de ser novelada, con episodios oscuros y de indudable bajeza moral, y aunque no pueda, a su pesar, pasar a la historia como cantante -pues era el productor el que ponía la voz masculina del grupo-, Bobby Farrell era el rostro más reconocible de Boney M, con su histrionismo salvaje y su vestuario hortera y kitsch. Al leer hoy la noticia de su muerte, me han venido a la mente sus pegadizas canciones, los bailoteos de otros tiempos, y no he podido evitar poner el cd.

http://www.elpais.com/articulo/cultura/Encontrado/muerto/Rusia/lider/Boney/M/elpepucul/20101230elpepucul_3/Tes

miércoles, 29 de diciembre de 2010

Hoy en Jerez Información

Cristina Domínguez me hace una entrevista muy cuidada en Jerez Información, y con una anécdota curiosa: ni ella ni yo reparamos en el sustancial cambio de título de mi segunda novela (Tren de mercancías en lugar de Tren de cercanías). Cosas de las entrevistas realizadas a través del correo electrónico, aunque, después de pensarlo bien, quizá el argumento cobre un sentido inesperado con esta inapreciable modificación.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Blakie


La vorágine de las presentaciones de estos días me han impedido dedicarle hasta ahora unas palabras al bueno de Blake Edwards, uno de esos cineastas que supo imprimir un sello propio a cada una de sus películas, incluso las últimas como Una rubia muy dudosa (1991) o Una cana al aire (1989), que, realizadas en una época que no era la suya, todavía dejaban ver detalles de su indudable maestría para la comedia. Sólo por crear al Inspector Clouseau, Edwards ya debería figurar por derecho propio en el olimpo cinematográfico, gracias a esa antología de gags que rendían homenaje al slapstick y al que Peter Sellers prestó su físico y talento para convertirlo en un icono de la comedia más descacharrante, para la que no se ha encontrado un sucesor que esté a la altura, llámese Roberto Benigni o Steve Martin. Entre película y película del famoso inspector, Edwards y Sellers tuvieron tiempo de fabricar una de las mejores comedias de todos los tiempos, la incomparable El guateque (1968), que condensa sin duda la esencia del estilo Edwards: el humor fino e inteligente, la sofisticación, un romanticismo algo ingenuo y el disparate elevado a quintaesencia del arte cinematográfico.
El cineasta, que ya había demostrado sentirse cómodo en este terreno con estimables trabajos como Operación Pacífico (1959), demostraría con el tiempo que estaba igualmente dotado para el romance -Desayuno con diamantes (1961)- y el drama más furibundo -Días de vino y rosas (1962)-, así como para el espectáculo grandilocuente y de elevado presupuesto -esa otra maravilla llamada La carrera del siglo (1965)-. Después de rodar El guateque, la carrera de Edwards se desinfló un tanto con películas estimables y con el agotamiento de la fórmula Clouseau, a la que salvaban todavía algunos gags afortunados, como los protagonizados por el criado japonés del inspector. Sin embargo, cuando ya todos apostaban por su defunción artística, Edwards volvió a dar el do de pecho con varios títulos de calidad, entre ellos 10, la mujer perfecta (1979), ¿Victor o Victoria? (1981) o Micki y Maud (1984).
Respaldado por su pareja artística más duradera -la otra fue Julie Andrews-, Henry Mancini, el espíritu de Blake Edwards me parece más cercano al de Stanley Donen o Vincente Minnelli que al de otro compañero generacional, Richard Quine. Esa alegría de vivir, esa facilidad para pasar de lo trágico a lo cómico en apenas un par de planos, me parece una prueba palmaria de que con su muerte una forma de hacer cine se ha ido también.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

JOHN


Treinta años sin el mito. Yo apenas tenía ocho años cuando ocurrió y las canciones de los Beatles todavía no resonaban en mis oídos. Aquellos eran los tiempos de Leif Garrett, Alaska y los Pegamoides, unos jovencísimos Mecano, un otoñal Neil Diamond y un gigantón rubio llamado Richard Clayderman que tocaba el piano. Como véis, mis gustos eran bastante eclécticos y se dejaban influir por las notas que emergían de mi entorno más inmediato, ya fuera el tocadiscos de mi padre o la radio que escuchaba a toda pastilla la chica que limpiaba nuestra casa. ¿Os podéis imaginar a un chico de ocho años deseando que pusieran en la radio el Sweet Caroline? Pues sí, ése era yo. Pocos años después, cuando reuní dinero para comprar mi primer walkman, mis gustos se fueron redefiniendo, pero también aumentó mi curiosidad por esos cajones donde mi padre almacenaba rigurosamente clasificados todos sus vinilos. Justo encima de ellos, en un estante con la medida justa para albergarla, estaba la famosa caja azul que contenía todos los discos de los Beatles publicados hasta entonces. No hizo falta nada más. Desde entonces, sólo han cambiado los formatos -gracias a un amigo, ahora tengo en un cd-rom toda la discografía con letras y portadas incluidas-, pero el hechizo de sus canciones, su capacidad para sonar nuevas en cada escucha sigue ahí latente.
De aquel trágico momento, que convirtió a John Lennon en un mito, me quedo con el maravilloso relato "On John´s blood grew red roses o estará vivo por los siglos de los siglos" de Care Santos, incluido en Solos (Pre-Textos, 2000), donde la escritora se introducía en la cabeza de su asesino, Mark David Chapman. Los nostálgicos irredentos tenemos la oportunidad de desfogarnos con dos libros muy distintos editados de cara a los regalos navideños: la rigurosa biografía de Albert Goldman Las muchas vidas de John Lennon (Lumen), y la colección de recuerdos personales recopilados por su hijo -y también excelente músico- Julian en Beatles Memorabilia (Grijalbo).

jueves, 2 de diciembre de 2010

Letraherido


En su última novela Manuel Rivas se introduce de lleno en el mundo del narcotráfico utilizando un recurso que recuerda a alguna película: dos amigos de la infancia enamorados de la misma chica -una joven con carácter que siempre camina descalza por la playa- que, entrados en la edad adulta, se sitúan a ambos lados de la justicia, uno a bordo de las lanchas patrulleras, y otro al frente de un pequeño imperio de contrabando, suficiente para llevarse con él a la chica. La alusión al cine no es nada casual, ya que Todo es silencio parece planteada como una sucesión de planos secuencia en la que el lector (o espectador) es el encargado de realizar el montaje final. Rivas hace tan físicas las descripciones que parece situarnos en los escenarios de rodaje, donde los diferentes actores cobran vida con todos sus dobleces y aristas.
Y es que si algo caracteriza la literatura de Rivas es su poder de evocación, de sumergirnos en las tripas de una historia dura y áspera que nos envuelve con una viscosidad extrema. Hace unas semanas tuve la oportunidad de oírle en una conferencia y tuve la misma sensación. Rivas parecía abstraerse del auditorio para diluirse en el revoltijo de papeles que dispuso en la mesa, leyendo fragmentos de diarios, ocurrencias escritas en el avión, teorías improvisadas, para acabar con la lectura de un poema conmovedor que todavía resuena en mi memoria. Supe entonces que Rivas estaba hecho de pura literatura y que, en cualquier momento, tras preguntar la hora como si emergiera de un sueño profundo, podría desintegrarse y formar parte de esas cuartillas, seres ya de su propio universo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

De los otros mundos


Tras la lectura de las primeras líneas casi lo podía vaticinar, y la impresión final ha confirmado las expectativas: estamos ante uno de los debut literarios más interesantes de los últimos años. Oscilando entre el microrrelato de apenas cinco líneas y el cuento cercano a las treinta páginas, la gaditana Pilar Vera, conocida hasta ahora por su faceta de periodista cultural y su estimulante web, nos propone un apasionante viaje hacia universos enrarecidos, donde lo extraordinario se acaba imponiendo a la prosaica realidad. Poseedora de un estilo rico en imágenes sugerentes y de una plasticidad poco común, la joven autora -a la que intuimos leída y seguramente apasionada de la literatura gótica y de terror del siglo XIX- nos sumerge en historias fascinantes protagonizadas por seres de otra dimensión o habitantes, ya por derecho propio, del imaginario colectivo fantástico, caso de las sirenas, los vampiros, el demonio, los duendes o los fantasmas. ¿Qué hay de nuevo, por tanto, en este reencuentro con el reverso mágico? Quizá una mirada fresca que no puede evitar sentirse enamorada de sus criaturas y que nos sumerge en sus peripecias con el cariño de una madre a sus hijos diferentes y descarriados: me viene a la mente aquella fotografía de Tod Browning rodeado de sus freaks en un descanso del rodaje de La parada de los monstruos.
Cámara oscura es un hermoso y siniestro -pero lo siniestro es bello cuando hay voluntad por ambas partes, autor y lector- catálogo de perversiones y rarezas: un farero que tiene encerrada en una urna a una sirena, un médico vampiro que trata de ocultar su condición, un duende que se le aparece a un anciano para llevarle con él, un íncubo excelentemente dotado que hace las delicias de una cuarentona, un diablo amargado que no puede cumplir su trabajo, una nueva versión de la Alicia de Lewis Carroll, una princesa que trata de mantener el orden establecido en su cuento... Historias todas ellas donde nada acaba siendo lo que parece y que Pilar Vera mima apelando a un lenguaje muy cuidado repleto de destellos estilísticos. Confiemos en que pronto nos sorprenda de nuevo.