martes, 2 de diciembre de 2014

The Reader´s Diary (XXXVII)

Hoy abordo tres libros que de un modo u otro hacen de la nostalgia su principal emblema: nostalgia por la cacharrería y pasatiempos de nuestra infancia, nostalgia por el cine clásico de Hollywood, y nostalgia por aquellas temporadas en las que el Athletic de Bilbao todavía ganaba títulos. Este último, Un soviético en la catedral, del periodista Eduardo Rodrigálvarez, se enmarca en la curiosa colección de libros de bolsillo "Hooligans ilutrados" de Libros del KO, que reúne textos de periodistas y aficionados de equipos señeros de nuestra liga con el ánimo de remarcar unas señas de identidad que a los verdaderos hinchas -no a los que se han hecho notar desgraciadamente en días recientes- nos hacen seguirlos contra viento y marea, de acuerdo con aquel grito que podría representar a todas las aficiones verdaderas: "Viva er Betis... manque pierda". Bilbaíno durante mucho tiempo afincado en Madrid, Rodrigálvarez evoca sus años de infancia en los que se afanaba en ser un extremo zurdo a pesar de ser diestro, y rememora los gloriosos años del Athletic de su famosa delantera, y también aquel equipo que fue capaz de ganar las dos últimas ligas con Clemente. Desde entonces, el Botxo sólo ha podido celebrar un subcampeonato y ver muy de cerca un trofeo que siempre se le escapaba, siendo especialmente dolorosa la derrota sufrida en Bucarest con Bielsa al frente. El autor de Un soviético en la catedral, título nada azaroso como el lector podrá comprobar, deseñtraña en breves pinceladas cómo el hincha del Athletic se rinde antes a un sentimiento que a un triunfo, porque éste ya va incluido en el anterior.
Aquellas dos ligas, la 82-83 y la 83-84, también las viví yo con la oreja pegada al carrusel deportivo, a pesar de ser testigo de sonoras derrotas en directo en los estadios que estaban a nuestro alcance, el Ramón de Carranza, el Sánchez Pizjuán y el Benito Villamarín -todavía recuerdo el deseo de que me tragara la tierra ante un público que se caía rendido ante un incomensurable Gordillo-. Y es que uno siempre tiende a recordar la infancia como un paraíso feliz, ajeno a las desgracias y sinsabores que luego nos deja la madurez, quizá porque entonces la inocencia podía a la tristeza. Javier Ikaz y Jorge Díaz son conscientes de ello, y por eso han alargado el éxito de su anterior libro con una segunda parte que también se ha ramificado en disco y promete ser trilogía, al modo de Papel y plástico, otra saga que comparte su mismo espíritu. Yo fui a EGB 2 (Plaza&Janés) hará nuevamente las delicias de los que vivimos aquellos años en los que los profesores fumaban en clase, sólo había dos cadenas de televisión, no se podía llamar por teléfono para avisar de un retraso, y los juegos del Spectrum tardaban cinco minutos en cargarse. Parcelando la nostalgia en áreas temáticas, los autores despliegan un emotivo aparato iconográfico que nos provocará más de un respingo -¡ése lo tenía yo!-, y que se adereza con cuestionarios que probarán nuestra memoria y un juego de mesa.
En los cines de mi infancia proyectaban con frecuencia clásicos que se alternaban con los estrenos. No era raro salir del colegio y ver una cartelera que anunciaba Ben-Hur, Los diez mandamientos o Siete novias para siete hermanos. Clásicos que hoy todos recordamos gestados en el sistema de los estudios de Hollywood, un universo rutilante, pero que también escondía bajo la alfombra sus trapos sucios, léase caza de brujas entre otros episodios vergonzantes. Profesionales, actores y directores fueron represaliados por su sabida o supuesta simpatía con los comunistas. Robert Rossen fue uno de ellos, aunque luego tratara de limpiarse sin conseguirlo del todo. Primero eficaz guionista -El lobo de mar, Un paseo bajo el sol-, y luego excelente director -Cuerpo y alma, El político, El buscavidas, Lilith-, Rossen fue pionero en la preservación de la independencia del autor frente al estudio. Su lucha contra un sistema que atenazaba la libertad creativa provocó que sólo llegara a dirigir diez películas y que algunas, como Alejandro Magno, sufrieran amputaciones y acabaran desvirtuadas. Quizá por este currículum tan breve, Rossen sea hoy un director injustamente olvidado y digno de la reivindicación que ha hecho José Antonio Jiménez de las Heras en la colección "Cineastas" de Cátedra. Un análisis pormenorizado de cada film en los que participó de uno u otro modo, así como un incisivo acercamiento a un proceso inquisitorial que marcaría toda su vida, son virtudes de una obra digna de alabanza.

sábado, 8 de noviembre de 2014

The Reader´s Diary (XXXVI)

Creo que ya he comentado por aquí en alguna ocasión mi fascinación por los cementerios de cierto valor escultórico. Cada vez que visito una ciudad europea, trato de acercarme a alguno. Así, a bote pronto recuerdo el de Montparnasse en París, el de Vysehrad en Praga o el de la Iglesia de San Pedro en Salzburgo. El recuerdo de los que se fueron presenta múltiples variantes según el arco temporal y geográfico en el que nos situemos, abarcando desde las momificaciones y pirámides de Egipto a las coloridas tumbas de los camposantos mejicanos. Todo un espectro -nunca mejor dicho- de posibilidades que oscilan entre la sobriedad y el barroquismo, pero cuya intención final es, al fin y al cabo, dejar testimonio del finado, de la indiferencia, cariño o veneración que se le tributa. Y sin duda, si pudiéramos establecer una subcategoría especial dentro del casi infinito catálogo de cementerios repartidos por la geografía mundial, ésa sería la de los osarios, cuya morbosidad linda ya con el género de terror. El imperio de la muerte. Historia cultural de los osarios (Ullmann, 2014) es un espectacular volumen que recoge la evolución de una forma de enterramiento mantenida a lo largo de los siglos cuyo carácter tétrico no puede ocultar su belleza estética.
Haciendo alarde de una exigente documentación y arropado por excelentes fotografías, grabados y dibujos, Paul Koudounaris nos regala un trabajo exuberante que traza un itinerario de la evolución de los osarios, planteados como aviso de lo que nos espera, como derroche de amor incontenible o como rincón maldito que hay que ocultar a la vista. Uno, que ha tenido oportunidad de ver la "Capilla de los Huesos" de la Iglesia de San Francisco de Évora, no podía imaginar la larga historia de huesos y calaveras perpetrada en su gran mayoría por artistas anónimos. En fin, una delicia visual no apta para espíritus proclives al susto fácil.
Es inevitable. A todos nos llega nuestra hora. Aunque Kirk Douglas, el último gran mito del Hollywood clásico junto a las hermanas Joan Fontaine y Olivia de Havilland, parece empeñado en ser centenario. A punto de cumplir 98 años, el otrora protagonista de tantos títulos inolvidables ha sido capaz de pergeñar un texto de emotiva sinceridad que nos retrotrae a la complicada génesis, producción y estreno de Espartaco, uno de los rodajes más conflictivos situado ya en el ocaso de los grandes estudios. De hecho, fue un exponente del cambio que empezaba a operarse en Hollywood, pues la produjo Douglas con su propia productora, entonces una práctica poco habitual. Entrando a saco en sus recuerdos sin omitir nombres y episodios desagradables, Douglas rememora la difícil gestación de un proyecto de apariencia megalómana que tuvo que competir con otro paralelo encabezado por Yul Brynner, pero que acabó imponiéndose gracias a su tesón por apoyarse en un reparto multiestelar y en el guión del masacrado Dalton Trumbo. Pues sí, Yo soy Espartaco (Capitán Swing, 2014) ofrece otra lectura, la de la despiadada caza de brujas que arrinconó el talento de muchos profesionales de la industria por ser simpatizantes comunistas o sospechosos de serlo. El libro, que cuesta no leer de un tirón, está plagado de anécdotas, de amistades bigger than life, de muchos, muchos roces -con el meticuloso Kubrick todo podía pasar-, y, sobre todo, de una pasión por el oficio cinematográfico que se palpa en cada línea.

lunes, 27 de octubre de 2014

Marismas de niebla

Hará ya casi un par de años que dejaba plasmada aquí mi admiración por la anterior película de Alberto Rodríguez, Grupo 7 (2012). Al igual que entonces la Academia de Cine Español se decidía para llevar a los Oscars por la apuesta menos descarnada, más exquisita visualmente y sumamente original de Blancanieves, ahora vuelve a hacerlo con la espléndida pero menos arriesgada propuesta de David Trueba, Vivir es fácil con los ojos cerrados. También he dejado muestras en esta misma bitácora de mi debilidad por sendos trabajos, pero no dejo de cuestionarme por las razones de que los académicos prefieran taparse la cara ante la realidad y optar por soluciones más políticamente correctas con la esperanza de poder conectar mejor con el tan archiconocido espíritu sensible de la Academia americana, tan propenso a la lágrima fácil. La isla mínima ha superado con creces las más entusiastas expectativas generadas tras Grupo 7, pero no deja de ser cierto que la aspereza y falta de concesiones en el tratamiento de su poderosa trama difiere mucho del acostumbrado en Hollywood en películas que han tocado temas similares, caso de Mystic river o Sleepers. Ya desde esos fastuosos planos aéreos de las marismas sevillanas, Alberto Rodríguez nos advierte que no hay escapatoria posible, que lo que va a suceder a continuación no saldrá del estrecho y opresivo marco geográfico del pueblo en cuestión, erizado de obstáculos, recelos, miradas hoscas y desconfiadas, engaños y dobles fondos.
La pareja de policías encargada de la investigación -heredera de algunas míticas conjunciones de esta especie de subgénero criminal- es otro de los grandes aciertos de Rodríguez, en cuyo carácter y forma de proceder podemos ver el enfrentamiento de dos Españas distintas, la que agonizaba o expiraba y la que renacía gracias a los nuevos aires democráticos. A ellos prestan un impecable trabajo Raúl Arévalo y un inconmensurable Javier Gutiérrez, en un registro al que nos tiene poco acostumbrados. Casi podemos sentir físicamente su malestar por los sucesivos descubrimientos, su frustración, su rebelión contra un pacto de silencio y una espiral de locura que amenaza con dejarles fuera de juego. La isla mínima transpira incomodidad y desazón, y entronca con las señas de identidad del mejor cine negro, dejándonos para guardar en la retina algunas imágenes ya antológicas. Con directores como Alberto Rodríguez, el cine español tiene un seguro de vida. 

sábado, 27 de septiembre de 2014

Revés sin cortar

No hace demasiado tiempo compartía en este espacio mi entusiasmo por la autobiografía de Rafa Nadal escrita a cuatro manos con John Carlin. Un modelo similar, aunque la publicación es anterior -sólo que, de forma incomprensible, en España ha aparecido cinco años más tarde-, es el utilizado por André Agassi y el periodista americano premiado con el Pulitzer J.R. Moehringer en Open (Duomo, 2014). Durante más de dos años ambos se sentaron en numerosas ocasiones para conversar. Agassi daba rienda suelta a todos sus recuerdos y sentimientos de veinte años de carrera profesional y de su infancia y adolescencia, y Moehringer los transcribía dándoles forma literaria, pero, y esta es una virtud al alcance de pocos, sin perder ese tono confesional, íntimo y de brutal sinceridad que el célebre tenista iba poniendo sobre la mesa.
Sin duda, este es uno de los mayores aciertos del libro, en el que muchos ya ven una de las mejores autobiografías deportivas de todos los tiempos, juicio que me atrevo a compartir desde que acabé la última página. Destinado a no elegir, a calzarse unas deportivas y coger una raqueta de madera desde los cuatro años por imposición paterna, Agassi estaba llamado a ser un campeón antes de ser capaz de andar -su padre, ex-boxeador de origen armenio, le instaló un móvil con pelotas de tenis en la cuna y le ataba una raqueta de juguete en la muñeca-. Su padre eligió la casa familiar en función de las dimensiones de un jardín trasero donde construir una pista de tenis y modificó un robot lanzapelotas -bautizado como el dragón- para darle mayor velocidad. Al no conseguirlo con sus hermanos, volcó todas sus energías en su vástago menor, sometiéndole a duros entrenamientos y haciéndole ingresar en una academia que más parecía un correccional, y donde también se formaron futuros tenistas y rivales como Jim Courier. A pesar de su carácter rebelde -demostrado en su juventud y en una estética e inconstante trayectoria sin parangón en la historia del tenis contemporáneo-, Agassi asumió su rol aun confesando abiertamente su odio hacia el deporte. En las emotivas y seductoras páginas de Open Agassi hace honor a su historia -sus postizos con mechas- y se desmelena relatando los momentos más duros -el infierno y sus desplantes en la academia, sus lesiones permanentes, su fortaleza para empezar de cero después de haber llegado a lo más alto tras flirtear con las drogas- y los más tiernos -su enamoramiento de Brooke Shields, la afinidad visceral con los miembros de su equipo, su cortejo finalmente exitoso a Steffi Graff, la consecución de su ansiado Roland Garros para completar el puzzle de los Grand Slam-, bordando una crónica deportiva y sentimental que se devora con pasión, como esos grandes partidos que sólo pueden dejarnos maestros como Borg, Federer o el propio Agassi. 

lunes, 22 de septiembre de 2014

The Reader´s Diary (XXXV)

Los últimos datos facilitados por el Ministerio de Turismo confirman a Andalucía como una de las regiones más visitadas por los extranjeros. Resulta innecesario citar aquí los numerosos atractivos de su geografía, clima, gastronomía y festividades y tradiciones culturales, pues son bendecidos y pregonados por todos los rincones del planeta. Nuestra comunidad autónoma siempre ha sido una tierra de promisión, de escape, una especie de paraíso del que siempre queda algo por explotar. Y eso bien lo sabían actores, políticos, escritores, cineastas, altos dignatarios o miembros de la aristocracia. Cuerpos celestes. Estrellas, gobernantes y bohemios de viaje por Andalucía (Ézaro, 2014), del periodista Francisco Reyero, recopila una treintena de retratos de personajes que, por diversas circunstancias -pasión, oportunidades laborales o puro azar-, visitaron Andalucía para dejar su rutilante impronta en las hemerotecas.
Segmentando su enjundiosa búsqueda -lo duro de proyectos de este tipo es la criba, pues podían haber figurado otros muchos como el cineasta Jean Negulesco, que murió en Marbella- por categorías profesionales, Reyero relata con un estilo brioso y ocurrente las curiosas peripecias de multitud de personajes que recorrieron las diferentes provincias, y donde tienen cabida los escándalos de Frank Sinatra en la Costa del Sol, las correrías nocturnas de Peter O´Toole durante el rodaje de Lawrence de Arabia, los flirteos amorosos de Ava Gardner, o la fugaz estancia de Diana de Gales. De estas y otras personalidades como Jacqueline Kennedy, Steven Spielberg, Grace Kelly, Fidel Castro, Margaret Thatcher, Paul Bowles o el Sha de Persia, se ofrecen, además del apunte más literario, otro puramente informativo de los días y lugares elegidos y entregados a la posteridad. Un completo dossier fotográfico culmina la valía de una obra que se hacía necesaria.
Un muestrario de carácter bien distinto, aunque centrado también en la geografía, es el reflejado por Ciudades de cine (Cátedra, 2014), voluminoso estudio en el que colaboran numerosos especialistas y que pretende otorgar entidad bibliográfica a las ciudades más filmadas o queridas por el cinematógrafo -aun cuando en muchos casos hayan sido recreadas en estudio o en otra ciudad-. París, Berlín, Nueva York, Shanghai, Madrid, Viena, Roma, Lisboa, Barcelona, San Francisco, Nueva Delhi, Buenos Aires, Venecia o Sevilla asoman por las páginas de un libro que desglosa su transposicion a la pantalla a lo largo de diferentes etapas, desmenuza sus símbolos más socorridos, y trata de determinar cuál ha sido su repercusión en el séptimo arte, en la retina de un espectador al que se puede hacer soñar pero también engañar. Aliñado con profusión de imágenes y notas aclaratorias, este manual está llamado a convertirse en una valiosa obra de referencia para cinéfilos e interesados.

jueves, 21 de agosto de 2014

H.G. Wells no se equivocaba

"Cuando veo a un adulto en bicicleta, recupero la esperanza e el futuro de la raza humana". Esta famosa frase atribuida a H.G. Wells vertebra de principio a fin el sentir de un libro necesario escrito por un ciclista convencido que trata de convencer a los recelosos de las bondades de conducir en bicicleta en los tiempos que corren. Si las ventajas de la bicicleta desde la óptica de la salud son evidentes -se hace ejercicio físico, se oxigena el cuerpo, se contamina menos...-, la crisis nos ha regalado sin querer nuevos motivos para limpiarle el polvo y sacarla del trastero: el encarecimiento de la gasolina, los atascos, el mínimo mantenimiento que requiere, la habilitación paulatina de carriles bici que facilitan la concordia entre peatones y conductores, la facilidad para aparcarla en cualquier sitio... Ciudades modelo como Copenhague, Toronto, Amsterdam y, en los últimos años, París, Londres o Sevilla -valorada como la cuarta mejor ciudad europea para circular en bicicleta- han puesto los cimientos de un modelo altamente sostenible que ha demostrado ser plausible en las grandes urbes e incluso para conectar ciudades próximas -alcanzando la excelencia, Amsterdam goza de autovías diseñadas expresamente para bicicletas y gigantescos aparcamientos-.
Pedro Bravo, madrileño de 1972, vive en la ciudad indicada para arengar a todo Cristo a pasarse a la bici, una ciudad poco acondicionada para la convivencia armónica de coches, motos, taxis, autobuses, ciclistas y peatones. Con frecuencia se organizan en ella fiestas de la bicicleta, hay plataformas reivindicativas, acciones de protesta, etc., pero el gobierno municipal se ha mostrado lento, espeso y torpe a la hora de diseñar un plan global que contente a todos los usuarios de calles, aceras y calzadas.
Partiendo de esa posición de ciclista optimista pero descontento con lo que ve, y sin desdeñar ejemplos de otras ciudades, citas de blogs, libros, reportajes periodísticos o informes realizados ex profeso por especialistas, Pedro Bravo va respondiendo a una batería de FAQ´s o preguntas más frecuentes tanto de usuarios como de no usuarios como la conveniencia o no del casco, los carriles bici, la movilidad, el género, la economía, la felicidad, las normas de circulación, las desavenencias entre usuarios, o incluso la literatura de pedales. El autor no ha dudado tampoco en entrevistar a ciclistas comprometidos con la causa para dar su opinión sobre la situación actual y el futuro de la bicicleta, todo un "apostolado" de las dos ruedas. Desde la originalidad de su título hasta ese final en el que usuarios de diferente posición social y diversas partes del mundo manifiestan sus razones para ir en bici, Biciosos (Debate, 2014) resulta sumamente entretenido y ya será un éxito si cumple su objetivo de convencer a un puñado de escépticos.

martes, 8 de julio de 2014

The Reader´s Diary (XXXIV)

Desde que trabajo en el sector de las librerías me he encontrado con clientes de toda condición y pelaje. De hecho, es opinión socorrida el que para conocer a tipos "raros" sólo hay que ponerse tras el mostrador de una librería. En estos años he visto de todo: desde personas que se dedicaban a coleccionar diccionarios de todos los idiomas del planeta a otras que adquirían novelitas rosa en inglés con la no confesada intención de sentirse protagonista de esas cascadas de lujuria y romanticismo con galanes musculosos en castillos idílicos. Otros, más serios pero igual de obstinados, recolectaban material bibliográfico para sus tesis o estudios personales sin ánimo de publicación. Un cliente de este grupo se dedicaba a la caza y captura de todo libro que, ya fuera de forma ficcionada o no, abordara el espinoso tema del suicidio, un tema fascinante sin duda, y por el que uno, presa fácil de la menlancolía, siente también interés.
 Para ambos acaba de publicar Toni Montesinos Melancolía y suicidios literarios (Fórcola, 2014), un entretenido y documentado viaje al abismo, al punto de no retorno que dirían otros. La nómina de letraheridos que recurrieron a ese último recurso es tan amplia que daría para escribir un diccionario -y de hecho, lo hay, publicado por Noa Laleila en 1994, pero no se limita a lo literario-. Montesinos repasa los más célebres -pero también algunos más desconocidos- desde la antigüedad a nuestros días, sin dejar de lado las creaciones que afrontaron el tema -muchas de ellas canónicas, como el Werther, o buena parte de las tragedias de Shakespeare-, ni la evolución que en la sociedad y la filosofía ha recorrido el suicidio a lo largo de los tiempos, siempre en esa delgada línea divisoria que une la cobardía con el valor, la desesperación con el miedo a subvertir la ley divina.
Cierto oscurantismo rodea también a la película London after midnight, una de las colaboraciones del tándem Tod Browning-Lon Chaney rodadas en el ocaso del cine mudo. Salvando la alemana Nosferatu, sobre la que también planea el misterio sobre su extravagante protagonista -Max Schreck-, la cinta de Browning fue la primera película de vampiros producida en los estudios de Hollywood. En su día su estreno pasó desapercibido y desde hace décadas siempre sobrevuela en los círculos cinéfilos la posible aparición de una copia. El mejicano Augusto Cruz ha decidido profanar la oscuridad y lanzar su propia teoría con la obsesiva búsqueda de la copia que inicia un ex-investigador de la CIA por encargo de un octogenario coleccionista de reliquias cinéfilas. Londres después de medianoche (Seix Barral, 2014) puede despistar, ya que empieza con cierto aire inocente y una construcción algo esquemática, pero el autor sorprende luego con la aparición de algunas subtramas y un extraño enriquecimiento del estilo que nos hacen plantearnos si la novela no ha sido retomada en épocas distintas. Otro misterio más, como el de la película.

lunes, 16 de junio de 2014

The Reader´s Diary (XXXIII)

Muchas son las antologías que se han ido publicando en los últimos años del género del relato breve. Las ha habido temáticas, cronológicas o topográficas según el criterio elegido. La especialista Ángeles Encinar, que ya coordinó anteriormente para Cátedra otra antología sobre el cuento español contemporáneo, reincide ahora sobre la cuestión con una selección rabiosamente actual sobre la narrativa corta publicada en nuestro país en las dos últimas décadas -El cuento español actual (1992-2012)-, décadas en las que la situación, pese al pesimismo que preside el panorama editorial, parece haber mejorado para el género con la irrupción de numerosos autores, la creación de editoriales, revistas y blogs especializados, o una concesión más generosa de los grandes grupos. Soslayando el siempre impepinable tema de las ausencias, la muestra que Encinar ofrece es bastante representativa del quehacer cuentístico y la vitalidad de un género reconocido sobre todo por su calidad y la diversidad de temas y estilos. Cada cuento va precedido de un pequeño currículo de cada autor y sus respuestas a una minientrevista sobre la cuestión. Un libro sin duda de cabecera para futuras generaciones.
Para una generación The Smiths fue también un grupo de cabecera. La brevedad de su periplo como formación -apenas un lustro- unida a la singularidad de su propuesta estético-musical, les hicieron amados y odiados a partes iguales, convirtiendo en himnos algunas de sus canciones y en verdaderos iconos de la música pop algunos de sus álbumes como The queen is dead. Sin intención de convertirse en un libro de referencia sobre el grupo de Manchester -pues Luis Troquel acuñó la bibliografía básica en su libro publicado en Cátedra-, The Smiths. Música, política y deseo (Errata Naturae, 2014) recopila artículos, en su mayoría ya publicados, que abordan la filosofía y significación del grupo desde diferentes ópticas: la política, la homosexualidad, las letras, la iconografía, etc., logrando un caleidoscopio de miradas que abarcan desde la mitomanía al descreimiento.
Algo de mítico comienzan a tener también las dos ligas consecutivas que ganó el Athletic de Bilbao en la primera mitad de los ochenta, y que un servidor, "león" por herencia paterna, recuerda haber celebrado pegado a un transistor, cuando había que esperar a "Estudio Estadio" para ver el resumen de los partidos. Desde entonces, el Athletic ha perdido tres finales de la Copa del Rey y una de la Europa League, y como los futuros éxitos se ven, debido a la hegemonía presupuestaria de los "grandes", cada vez más difíciles, parece oportuno deleitarse con la reedición del libro que el periodista Pantxo Unzueta publicó en 1986, al calor de los grandes éxitos de una generación que pareció quebrarse con el lamentable affaire Clemente-Sarabia. De este asunto, y de otros muchos éxitos, fracasos y evocaciones, habla largo y tendido Unzueta en ¡A mí el pelotón! (Corner, 2014), bocados de la historia de un club sin duda peculiar y reconocible que llegó en sus buenos tiempos a tener diez jugadores titulares en la selección española. La repesca se completa con una serie de artículos publicados por el periodista desde entonces hasta la actualidad, pinceladas de una historia algo más gris pero siempre rojiblanca. 

martes, 27 de mayo de 2014

The Reader´s Diary (XXXII)

La única vez que estuve en Shakespeare&Co. tuve la sensación de que todo lo que había oído de ella respondía a la más fiel realidad. Allí estaba el gato campando a sus anchas sobre una pila de libros colocados de cualquier manera, los clientes no se diferenciaban de los empleados, los turistas no paraban de hacerse fotos en la fachada o el interior, y uno podía perderse por los infinitos laberintos de la librería subiendo escaleras y atisbando las habitaciones superiores que supuestamente daban cobijo a escritores en ciernes o necesitados de albergue provisional. Como ya reseñé mis impresiones en un artículo para Clarín, me limitaré a destacar que el libro de Jeremy Mercer, La librería más famosa del mundo (Malpaso, 2014), una suerte de novela autobiográfica sobre su paso por el establecimiento, ayudará a perpetuar esta imagen para quienes todavía no hayan tenido la oportunidad de visitarla. Su protagonista, joven periodista canadiense en busca de sí mismo, recala en la librería gracias al boca a boca y se queda allí una larga temporada contándonos su extraño funcionamiento, las idas, venidas y relaciones de sus nómadas residentes, y los delirantes cambios de humor de su impagable propietario. El libro se lee con agrado gracias a una prosa limpia y entretenida que se aprovecha de un material que aúna la leyenda y lo verosímil.
Muy entretenida también, con un aire de cómic y novela policíaca desenfadada, se presenta El hombre sin rostro (Salto de Página, 2014), novela que podría parecer de transición en la trayectoria del sevillano Luis Manuel Ruiz, tras grandes logros como su debut en El criterio de las moscas o en la novela histórica -Tormenta sobre Alejandría-. Ruiz es un escritor de prosa elaborada, de los que cincela el estilo con primor. Aquí nos lo vuelve a demostrar con esta novela ambientada en el Madrid de principios del siglo XX, en la que la posibilidad de desvelar un importante proyecto científico secreto sembrará la inquietud ciudadana con una serie de muertes aparentemente accidentales. A pesar de su tono menor, casi de "pulp" o "serie b", la novela de Luis Manuel Ruiz es sumamente adictiva y atesora algunos pasajes sin desperdicio, haciendo alarde de un humor a prueba de bombas.
Ignoro si Andrés Neuman también ideó Barbarismos (Páginas de Espuma, 2014) como un libro de transición, ampliación de la sección del mismo nombre que ha ido apareciendo en el suplemento El Cultural, pero si es así, nos gustaría que sus recesos entre novela y novela, o entre novela y poemario, fueran más largos, como esos minutos de descuento que nunca acaban. Prologados por un José María Merino que, para mí, se queda corto en los elogios, estamos -valga la fácil alusión- ante una obra bárbara, digna de figurar entre las mejores creaciones de su joven autor. Como muchos ya conocerán buena parte del contenido, no voy a desvelar ninguna de las definiciones añadidas de este diccionario malévolo y extraordinariamente ocurrente, imaginativo y contundente, poético y estrafalario, punzante y categórico. Quiero pensar que detrás de cada definición hay horas de meditación, de darle vueltas al matiz más sugestivo de cada palabra, de sorprender al lector con un giro inesperado, pero no por ello más plausible. De lo contrario, la genialidad de Neuman me convencería por fin de que no es de este mundo.

miércoles, 30 de abril de 2014

La autoedición o irse de putas

Lo dice Jeremy Mercer en su divertidísimo y nostálgico La librería más famosa del mundo (Malpaso, 2014): "Echar mano de una imprenta para autopublicarse es comparable a pagar a cambio de sexo, pero hasta cierto punto aún más vergonzoso. Ir de prostitutas, por lo menos, es un acto privado, mientras que pagar para publicar un libro propio supone un verdadero despliegue público de desesperación creativa" (págs. 53-54). Ahí queda eso. Se abren opiniones.

lunes, 28 de abril de 2014

The Reader´s Diary (XXXI)

A falta de encarar la última entrega de las aventuras de Bernie Gunther -Un hombre sin aliento (RBA, 2014)-, puedo certificar que Praga mortal (RBA, 2012) es una de las mejores de la serie. Ambientada en buena parte en la hoy tan turística ciudad natal del protagonista y entonces difícil y resistente sede del imperio nazi, la novela discurre continuamente por el filo de las dobles verdades, los engaños y las traiciones que despistan incluso a un detective tan de vuelta de todo como el bueno de Gunther, de quien, como es habitual, afloran aquí sombríos retazos de su pasado. Como ya nos tiene acostumbrados, Kerr se infiltra con un dominio magistral en las altas esferas del Tercer Reich, dibujando retratos acerados hasta del monigote más bajo en el escalafón de su compleja estructura de mando. Escenas tan desasosegantes como la de la tortura final merecerían un hueco de honor entre las mejores páginas de la serie.
Algo tarde he afrontado también la lectura de la novela finalista del Herralde del pasado año. Intento de escapada (Anagrama, 2013), de Miguel Ángel Hernández, demuestra ante todo que el autor conoce bien el tema que pisa: las veleidades y tejemanejes del arte contemporáneo. La novela está presidida en todo momento por la duda moral de si todo es válido desde el punto de vista artístico al colocar en lugar preferente de la acción a un artista especializado en instalaciones y happenings al límite de lo legal. En un plano similar al del lector se sitúa el protagonista, un joven universitario que hace de cicerón del artista al tiempo que inicia un aprendizaje a marchas forzadas de su dudoso futuro mundo laboral y de ciertas formas de amor llevadas igualmente al límite. Y quizá sea eso lo que lastra un tanto la novela, ya que la óptica del joven arrastra una escritura que roza lo pueril, quitándole fuerza a los hechos narrados.
Un joven universitario es también el protagonista de la tercera novela del poeta Luis García Montero, Alguien dice tu nombre (Alfaguara, 2014), novela de iniciación sexual que retoma un tema que se ha convertido ya en una especie de subgénero en literatura y cine: la relación apasionada entre el joven y la mujer madura. El autor de No me cuentes tu vida sitúa la acción no en la Granada de su propia juventud, sino en la de veinte años atrás, la de los sesenta, todavía enfangada de un franquismo otoñal y de un reaccionarismo algo apelmazado. A pesar de que no aporte ningún elemento original, la novela se lee con agrado por la siempre bien elaborada prosa de LGM y la inesperada vuelta de tuerca final.
Precisamente un compañero de espadas en esa Granada posterior de la transición democrática, Álvaro Salvador, nos regala un librito de aforismos, La vida no te espera -Renacimiento, 2014-
, esos que él define en su prólogo como un "verdadero canto a la pereza". Tendremos que darle la razón, ya que buena parte de ellos no parecen muy trabajados y caen en la obviedad o el laconismo sin chispa. No obstante, algunos descuellan con ese fulgor que se echa de menos en el volumen: "Quienes se preocupan constantemente por alcanzar la felicidad, se pierden la vida" o "No quiero llegar a ser un museo de mí mismo". Quizá lo más original de este batiburrillo de pensamientos sea la idea del autor de repescar frases de películas, pintadas u objetos personales dignos de convertirse en literatura, que a fin de cuentas es lo que cuenta. 

lunes, 14 de abril de 2014

Woody de 10

Próximo ya a ingresar en el club de los octogenarios, Woody Allen nos sigue regalando una película al año, bien es cierto que no todas de la misma calidad, aunque casi todas con algún detalle aprovechable digno de uno de los creadores cinematográficos imprescindibles de la edad contemporánea -si están pensando en Vicky Cristina Barcelona y el beso entre Scarlett Johansson y Penélope Cruz, pues sí-. Después de la magistral Midnight in Paris, Allen pareció tomarse un descanso con A Roma por amor, una poco más que entretenida comedia que podía hacernos creer que el genio de Brooklyn ya había dicho todo lo que tenía que decir. Sin embargo, Blue Jasmine viene a desmentirlo radicalmente con su aire de obra maestra sorprendente e incontestable. Que se quedara fuera de las principales categorías en la última ceremonia de los Oscars -salvando el premio a Cate Blanchett- viene a confirmar la ceguera de la Academia a la hora de valorar los trabajos del ejercicio anual. Para quien, como este espectador, acudió al cine sin información previa de la película, la apuesta fue reconfortante, ya que se encontró con el Woody de los mejores tiempos, con un guión sin fisuras pletórico de diálogos y situaciones vibrantes, y un montaje que alterna pasado y presente con una inteligencia incisiva. Las obsesiones del director norteamericano vuelven a estar presentes en Blue Jasmine con una fuerza inusitada: el sexo, la inestabilidad emocional, el dinero, la familia, etc. El universo personal de Allen lo cincela un elenco protagonista que raya a enorme altura, desde la ya citada Blanchett a la impresionante Sally Hawkins, pasando por Alec Baldwin o secundarios con momentos estelares como Bobby Cannavale o Andrew Dice Clay. Quizá estemos ante una de las historias más ásperas y duras del Woody Allen de los últimos años, con el desolador personaje incorporado por Blanchett, cuyo especial carácter interfiere de un modo u otro en todos los que se le acercan. Un acerado retrato de la sociedad norteamericana, que puede leerse también como una velada crítica a la "cultura del pelotazo" y a la dura resaca posterior. Y otra joya que añadir a la lista de míticas películas ambientadas en San Francisco, donde transcurre la acción en presenteMagic in the moonlight, que llegará aquí seguramente después del verano.
. Impacientes, en fin, por ver

jueves, 3 de abril de 2014

Ocho apellidos vascos

Emilio Martínez Lázaro siempre se ha caracterizado por ser un director competente, dueño de una filmografía especializada en comedias con ciertas dosis de inteligencia -sus mayores logros, Amo tu cama rica (1992) y Los peores años de nuestra vida (1994)- que no excluyen argumentos más serios como Carreteras secundarias (1997) o Las 13 rosas (2007), válidas incluso cuando parecen gustarse demasiado a sí mismas, caso de El otro lado de la cama (2002) y su secuela. Buena parte del acierto del realizador reside en la elección de un buen equipo de guionistas, con facilidad para el diálogo chispeante y las situaciones hilarantes. Ocho apellidos vascos, que ha devuelto la alegría a las taquillas de los cines españoles, situada en sus momentos más bajos, se vale del talento de los guionistas de Pagafantas y programas televisivos de éxito como Vaya semanita, Splunge, Palomitas o ¡Qué vida más triste!, para tejer una desvergonzada parodia de los tópicos más anclados en la España carpetovetónica, de tal modo que podrían haberla firmado dos de sus intérpretes secundarios, Alberto López y Alfonso Sánchez, autores de El mundo es nuestro. 
Con la actuación estelar de uno de los cómicos más en alza de nuestra televisión, Dani Rovira, y el excelente trabajo del cuarteto interpretativo, con mención especial a Karra Elejalde, Ocho apellidos vascos -de la que se ya anunciado secuela- bebe del humor ya conocido de los guionistas en sus parodias de la sociedad vasca confrontándolo esta vez con la peculiar idiosincrasia andaluza, o sevillana más concretamente, para confeccionar un vehículo de diversión garantizada, capaz de meter una marcha más cuando la acción parece estancarse, pero sin acelerar más de la cuenta y caer en el disparate. La película atesora momentos de gran regocijo en el marco de una comedia romántica que ya podrían envidiar muchas de las cintas intercambiables que nos llegan de Estados Unidos copando las salas que, por una vez, han sabido darle la razón. En Ocho apellidos vascos ha triunfado ante todo la inteligencia de saber reírnos de nosotros mismos en una época que parecía pedirlo a gritos. 

lunes, 24 de marzo de 2014

The Reader´s Diary (XXX)

Posiblemente ya se haya dicho todo sobre Intemperie (Seix Barral, 2013), la ópera prima del novelista Jesús Carrasco que se ha convertido -si usamos términos cinematográficos- en el "sleeper" de la temporada literaria. El manuscrito quemaba en las manos de los editores, quienes no tuvieron tiempo de corregir las galeradas y ver el libro impreso cuando ya habían firmado la traducción a numerosos países. Pasados ya unos meses del boom mediático, y ahora que he tenido oportunidad de encontrar un hueco para su lectura, la pregunta es obvia: ¿realmente era para tanto? Rotundamente sí. La primera novela de Carrasco está escrita con una maestría incontestable, fruto sin duda de muchos años de escritura solitaria, sin buscar las alharacas de los premios ni la pleitesía a las corrientes o fenómenos literarios de moda. Carrasco ha meditado bien su salida a la palestra, buceando en los clásicos de nuestras letras -son innegables las deudas con Delibes, Cela, incluso con el olvidado Francisco Rivero y su incomparable Matabueyes- y en los sólidos valores de la litetura foránea -McCarthy y La carretera como referencia más evidente- para hilvanar una novela extraordinariamente sólida, donde cada palabra está puesta a conciencia, las imágenes impactan por su contundencia y desnudez, y la trama -dura, demoledora- va dejando pequeñas pistas que el lector agradece para sentir la violencia en pequeñas dosis. La noticia de que Intemperie va a ser llevada al cine no puede sorprender a nadie, ya que la novela transpira celuloide en cada página, como si hubiera sido escrita ya con esa condición como cláusula irrenunciable del contrato. Las grandes primeras novelas siempre nos dejan la inquietante pregunta de cuál será el siguiente movimiento del autor. De lo que estamos seguros es de que su nombre debe figurar ya en los diccionarios de nuestra literatura.
Mucha menos repercusión, como él mismo se encarga de recordar en varios de sus aforismos, tendrá en los suplementos literarios el libro de Karmelo C. Iribarren Diario de K. (Renacimiento, 2014), aparecido en la espléndida colección "A la mínima" de la editorial sevillana. Los aforismos -valga la redundancia- siempre han sido un género menor en la literatura, a pesar de haber tenido excelentes cultivadores a lo largo de la historia. Iribarren, que aparece en la portada con una imagen que igual puede recordar a un lobo de mar que a un matón a sueldo, siempre ha transitado por el lado menos amable de la literatura, el de las ediciones cortas y de escasa difusión. Moviéndose siempre en esos márgenes poco comerciales, ha desarrollado una trayectoria marcada por cierto tono canallesco que no elude la lírica, optando siempre más por la contundencia de la imagen que por la finura estilística, imponiéndose claramente en esta vertiente a otros coetáneos suyos como Roger Wolfe. Diario de K., escrito al bulto, sin aparente orden estructural, acumula sentencias y aforismos que se intercalan con reflexiones a modo de pequeños poemas en prosa que tienen la virtud de hacer parada y descanso entre tanto chispazo. Los aforismos de Iribarren discurren entre la ocurrencia y el fogonazo, siendo pocos los que te dejan indiferente. Sabe darle la vuelta a los dichos populares sin buscar grandes respuestas, sólo la belleza o la rotundidad de una imagen cotidiana -"Los paraguas mueren por ti", "Las ilusiones perdidas siempre se las encuentran otros"- cuya aplastante vistosidad y fulgor casi siempre compartimos. Cuando vayan a la librería, sáquenlo de la estantería y pónganlo a la vista, aunque ello signifique contradecir el espíritu del autor. La literatura se lo agradecerá.

lunes, 10 de marzo de 2014

Estambúl, primera parada

Que Estambúl, cuna de civilizaciones, frontera entre dos mundos, enclave estratégico, es una ciudad que atrapa, subyuga y te envuelve en sus fragancias y olores, es casi un lugar común -uno, que estuvo allí sólo tres días, puede dar fe de ello-. Que es un material literario de primer orden, también, y autores como Pamuk, Loti y otros muchos han ofrecido testimonio de ello en páginas ya imperecederas. Javier González-Cotta, al que quizá algunos recuerden por ser el fundador de la revista de divulgación bibliográfica Mercurio y otros -menos- por su espléndido volumen misceláneo Errabundia Express (Point de Lunettes, 2008), ha volcado su inagotable pasión por la ciudad en un libro que tiene intención de ampliar a trilogía, al modo de las sagas juveniles o de narrativa fantástica tan comunes en estos tiempos. Estambúl. Paseos, miradas, resuellos (Almuzara, 2013) trata de decodificar emocionalmente las sensaciones que transmite un lugar que parece anclado en una dimensión temporal aparte. González-Cotta, autor también de muchas de las imágenes que acompañan al texto, pasea por la ciudad sin itinerarios preconcebidos, dejándose llevar por un primer impulso que le impele a buscar más los arrabales, los barrios menos conocidos y quizá más auténticos, y los paisajes menos habituales, antes que las postales turísticas de zocos atestados, mezquitas colapsadas o vistas preciosistas. El autor se para, describe, y vuelve a caminar, observa y se siente observado, se detiene a describir los perros callejeros, las estaciones con trenes cargados de historia, los pasajes de quienes estuvieron allí antes, las mezquitas más apartadas de las rutas recomendadas, las visiones inéditas del incomparable Cuerno de Oro... Todo sin prisa pero sin pausa, con delectación en los detalles, en la miseria y el derroche, en lo nuevo y lo viejo, lo auténtico y lo impostado. Quizá si tuviera que elegir una virtud entre las muchas del volumen, me quedaría con la versatilidad que exhibe González-Cotta para hablarnos de un mismo recoveco o recodo del camino de forma que siempre nos suene diferente, como si tuviera esa magia tan escasa en los narradores actuales de contarnos el mismo cuento logrando que siempre parezca nuevo. Desde ya le animo a cumplir su anunciado proyecto. Aquí tendrá a un lector asegurado, como seguro es también que visitará Estambúl de nuevo.

miércoles, 5 de marzo de 2014

The Reader´s Diary (XXIX)

Me he referido aquí en alguna que otra ocasión a los libros de aforismos del cántabro Lorenzo Oliván (1968), que recomiendo encarecidamente. Se trata de una faceta más de una obra que incluye la traducción, la crítica literaria, la edición de antologías, la organización de ciclos poéticos y la dirección de revistas literarias, además de su género más cultivado, la poesía, en cuya trayectoria Nocturno casi (Tusquets, 2014) viene a sumar su quinto eslabón. En un tono más críptico que los anteriores, Oliván vuelve a sus temas preferidos: la mirada asombrada ante el mundo, la exigencia del poeta para dar respuestas, la levedad del ser, la comunión con la naturaleza... Quizá los hallazgos formales no sean tan brillantes como en títulos anteriores, y hallar un sentido unívoco en tanta espesura de ideas no sea tarea fácil, pero su apuesta por transitar caminos ya hollados con una mirada limpia y siempre interrogante asegura relecturas y momentos espléndidos: "Pasa la luz / rozándome la piel / y no sé si se bate en retirada / o hace de mí / su más sutil conquista".
Una impresión similar he sacado también de la última propuesta cuentística de mi admirado Sergi Pàmies, Canciones de amor y lluvia (Anagrama, 2014), quien alterna piezas redondas con ese talento de orfebre que le ha situado en el olimpo de los escritores de relatos de nuestro país, con otras muestras más descafeinadas que parecen gustarse a sí mismas más que buscar el efecto sorpresa o esas piruetas estéticas que tanto agradecemos sus lectores. De este modo, se impone la ocurrencia, el toque humorístico y el descuido formal antes que la exigencia de un relato bien trabado que nos transporte a esa dimensión donde moran los bendecidos por los cánones del género. El protagonizado por Paul Auster y su mujer puede ser una buena prueba de lo que expongo: posiblemente Pàmies se base en una experiencia personal suya o de alguien cercano, pero quizá eso no baste para construir un buen relato si no hay algo más que trascienda la mera anécdota. Se advierte un tono general apresurado, como si el autor de La gran novela sobre Barcelona no hubiera tenido tiempo de organizar sus ideas ni seleccionar entre la gavilla de canciones que tenía para su nuevo álbum. No obstante, un Pàmies menor sigue siendo mucho Pàmies, por lo que el disfrute está garantizado.
De quien no nos cabe ninguna duda de que organizara con escrúpulo sus ideas es de Robert Louis Stevenson, cuya faceta menos conocida, la de articulista y ensayista, se presenta ahora en un enjundioso volumen preparado por Amelia Pérez de Villar (Páginas de Espuma, 2013). Quien, como un servidor, sólo hubiera tenido ocasión hasta ahora de leer sus novelas, cuentos y libros de viajes, se llevará la agradable sorpresa de que Stevenson cultivó con prodigalidad la crítica literaria, exhibiendo una loable capacidad para adentrarse en la creación de algunos de sus contemporáneos y autores que, de un modo u otro, dejaron huella en su forma de concebir la literatura. Escribir. Ensayos sobre literatura reúne todos los textos que se conocen del escritor escocés, desperdigados en periódicos, revistas y volúmenes diversos. Aunque uno no haya leído muchas de las obras que se citan ni siquiera a los autores, la pasión y la claridad de ideas de Stevenson es tan adictiva que merece la pena por sí misma, por la simple forma de exponer lo que quiere decir, sus argumentos y disquisiciones, comparta o no lazos con el autor y obra en cuestión. Ya aborde a Shakespeare, Thackeray, Pepys, Whitman, Burns, Hugo, Thoreau o Villon, lo hace siempre desde la barrera de la ecuanimidad, valorando pros y contras, desentrañando tramas y retazos biográficos que aderezan un discurso trufado de ideas enriquecedoras y presentado con un caligrafismo admirable. En este magnífico volumen se localizan también los escritos en los que Stevenson habla de su propia obra en sincero diálogo con sus lectores e incluso algunos más personales en los que evoca su infancia y adolescencia, una verdadera delicia para todo buscador de rarezas. Hay que agradecer sin duda a la editorial que nos haya brindado la oportunidad de conocer a ese genio llamado Stevenson en bata y zapatillas.

martes, 25 de febrero de 2014

Harold Ramis, atrapado en el tiempo

Harold Ramis murió ayer en la más absoluta tranquilidad. Siempre me gusta decir esto cuando nos deja alguien que ha legado para la historia alguna obra digna de alabanza, aunque como en el caso del difunto realizador, actor, guionista, productor y compositor, fuera sólo una. Atrapado en el tiempo (1993) -El día de la marmota en su traducción original-, escrita al alimón con Danny Rubin, puso en órbita a un director que hasta entonces no había hecho apenas nada reseñable tras las cámaras -tres comedias desenfadadas en la línea de sus trabajos como actor: El club de los chalados (1980), Las vacaciones de una chiflada familia americana (1983), y Club Paraíso (1986)- y era más conocido por su faceta interpretativa, sobre todo por su caracterización de científico despistado en Los cazafantasmas (1984), a pesar de contribuir al guión de algunas de las cintas emblemáticas del cine universitario de finales de los 70 -Desmadre a la americana (1978)-.
Por todos es sabido que destacar en el tan acotado campo de experimentación que impone el cine de consumo norteamericano no es empresa fácil, y Harold Ramis lo consiguió con esta pequeña película merced a un guión a prueba de balas que sacaba el máximo partido -happy end incluído- a una historia sencilla y entrañable, preñada de buenos sentimientos y moralidad positiva enlazando con el espíritu de Frank Capra. La regeneración del personaje de Phil Connors -interpretado por Bill Murray en uno de los mejores papeles de su carrera-, condenado a vivir siempre el mismo día en la pequeña localidad de Punxsutawney, se nos presenta sin aspavientos ni cursilerías, sin caer en ese infantilismo gamberro de guiones previos ni en los clichés de la comedia romántica que pronto iba a empezar a hacer estragos con títulos como Algo para recordar. Ayudado por un elenco interpretativo excelente hasta en los secundarios de una frase -el propio Ramis se adjudicó un papelito como el médico que examinaba a Phil- y por una banda sonora ajustada como un guante al espíritu de la historia, Ramis conseguiría con Atrapado en el tiempo su pequeña obra maestra y, sobre todo, la recompensa de ser tomado en serio por primera y quizá última vez. A pesar de lo estimable de algunos trabajos posteriores -Mis dobles, mi mujer y yo (1996), Una terapia peligrosa (1999) o La cosecha de hielo (2005)-, empañados por otros francamente deleznables -Al diablo con el diablo (2000)-, Ramis nunca conseguiría alcanzar las cotas de factura clásica que mantiene más de veinte años después de su realización. Ignoro si él compartirá este juicio. De ser así, me lo imagino con una sonrisa de oreja a oreja esperando un día sí y otro también la salida de la marmota que vaticinará que el invierno seguirá siendo igual de largo. 

viernes, 21 de febrero de 2014

Familia descafeinada


Haciendo honor a su título, La gran familia española podría haber sido una de las grandes comedias del cine español del año. Sin embargo, creo que a Daniel Sánchez Arévalo le han traicionado sus propias marcas de estilo, esas costuras que ahora se hacen evidentes. A falta de ver Gordos, su segunda película, su corta filmografía ha ido decreciendo en interés para el que suscribe. Si Azuloscurocasinegro fue uno de los debuts más prometedores del reciente cine nacional con una historia que basculaba entre lo turbador y lo romántico, Primos fue un pasatiempo muy divertido que trataba de bucear en la nostalgia de los años dorados y las ocasiones perdidas sin llegar a entrar a matar, como se diría en el argot taurino. La gran familia española retoma esa idea del divertimento, de la fiesta perpetua con sus descubrimientos y sinsabores, con el telón de fondo del partido que dio a la selección española su primer mundial -sí, soy de los optimistas que piensan que no será el último-. Toda la acción transcurre en ese día, como si el director quisiera remarcar su apego a la realidad, a los difíciles tiempos que vivimos en los que las alegrías deportivas nos sirven de refugio para capear el temporal.
Cinéfilo consumado, Sánchez Arévalo bebe también del cine clásico exhibiendo sus recuerdos personales de Siete novias para siete hermanos. Lo que podría haber sido un homenaje confeso, se torna aquí en un abuso injustificado para contar una historia que se podría haber despachado con mucha menos parafernalia. Las idas y venidas sentimentales de los personajes nos suenan ya repetidas y el humor sólo asoma en ocasiones muy puntuales. Prueba de esa cierta autocomplacencia en la que parece haber caído el realizador es el papel que le adjudica a Raúl Arévalo, un habitual en sus películas, una especie de cameo con aires de "charlotada" que no aporta nada al conjunto, y sí revela, en cambio, muchas de sus intenciones.
Visto lo visto, comparto -sin que sirva de precedente- la opinión de los académicos de arrinconar La gran familia española y celebrar Vivir es fácil con los ojos cerrados como la gran triunfadora del año. 

miércoles, 12 de febrero de 2014

Diversas patologías librescas

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Que el futuro del libro en papel es una incógnita es una cuestión harto debatida en los medios especializados y en las páginas culturales de los periódicos de unos años acá. El asentamiento -iba a decir avance irrefrenable, pero las últimas estadísticas lo desmienten- del libro electrónico, las tabletas y, sobre todo, las descargas ilegales y gratuitas son sólo algunos de los firmes enemigos que le están plantando cara al hasta ahora intocable formato impreso. Son muchos los actores del sector que opinan que el libro acabará siendo un objeto de culto, de colección, algo así como un Swarovski de la cultura, que invertirá su escala de valores, primando el continente en lugar del contenido. Según esta corriente de pensamiento, las librerías se acabarán convirtiendo en boutiques aptas sólo para gourmets que no pueden resistirse al hecho de la posesión, pues el antaño apreciado texto circulará a sus anchas por las pantallas de todos los interesados a un golpe de click. Las editoriales imprimirán menos títulos y con tiradas más cortas, lo que conllevará con el tiempo una consecuencia lógica: los ejemplares pronto escasearán convirtiéndose en objetos de deseo del bibliófilo.
Desde este punto de vista, las librerías de viejo y los portales especializados en libros antiguos, descatalogados y de ocasión, podrían ser las grandes beneficiadas, ya que su fondo se reavivará con la rápida caducidad de las novedades literarias. Dicho de otro modo, las diferentes patologías descritas por Miguel Albero en Enfermos del libro (Universidad de Sevilla, 2013) -volumen ahora reeditado tras agotarse en la Feria del Libro Antiguo de la capital hispalense- no harán sino acentuarse, ya que la escasez es una de las condiciones que el autor señala en su enjundioso y ameno ensayo para que la obra se revalorice. El libro en papel, ya desde los tiempos de Gutenberg, fue presa codiciada por intelectuales, letraheridos y amigos de lo ajeno, algunos de ellos, según afirma Albero, guiados por el loable propósito de salvaguardar la cultura. El autor de Instrucciones para fracasar mejor nos conduce con profusión de datos -algunos de cosecha propia- por los intrincados vericuetos que el deseo o la repulsión -que también la hay- por el libro impreso han llevado al "enfermo del libro" a ser etiquetado como tal. El resultado es una curiosa y a ratos esperpéntica galería de personajes inolvidables en algunos de los cuales quizá nos veamos reflejados.
Miguel Albero nos deja claro que los rumbos del libro -como los designios del Todopoderoso- son infinitos, como los que han desembocado en los pasillos por donde circulan los carritos en los inmensos hangares de Amazon. Creo que ni el mismísimo Nostradamus podría haber anticipado una imagen tan colosal, casi quijotesca: libros ordenados con escrúpulo formando torres kilométricas, procesados con las últimas tecnologías y empaquetados siguiendo las pautas de las cadenas de montaje. Los empleados de este gigante empresarial pasan por un exhaustivo control de seguridad para llegar a su lugar de trabajo y deben respetar el derecho a la confidencialidad, aunque eso vulnere los derechos fundamentales recogidas en las leyes francesas. Sabemos de todos estos detalles gracias al periodista Jean-Baptiste Malet, que, ante el hermetismo de la empresa, decidió infiltrarse como un trabajador más para describirnos este oscuro submundo más próximo a la película Metrópolis que a cualquier imagen idílica que hayamos podido concebir. Malet trató de meter las narices acercándose a los trabajadores, pero, al final, todos le dieron la espalda por temor a sufrir represalias. La luz que ha podido arrojar en su libro -En los dominios de Amazon (Trama, 2013)- ofrece, no obstante, bastante claridad sobre los dudosos métodos que utiliza la empresa para seguir creciendo y haciéndose imprescindible. De tal forma que los pies de barro todavía no asoman bajo los pantalones del gigante. David -entiéndase las librerías-, a no ser que alguien lo remedie, tiene hoy por hoy todas las de perder.


lunes, 3 de febrero de 2014

La última sesión

No hace mucho hablaba aquí de la publicación de La última sesión, la espléndida novela de Larry McMurtry que dio pie a la no menos espléndida película de Peter Bogdanovich. Me refería entonces, tanto en un caso como en otro, al poder evocador de una imagen para reflejar la infancia, el paso del tiempo, esos momentos irrecuperables que atesoramos como piedras preciosas en el estuche cerrado de nuestra memoria. El símbolo de un cine que cierra, una pantalla en la que nunca más se proyectarán imágenes, es una de las más poderosas armas para cerrar los ojos y echar la vista atrás, para percatarnos de que el tiempo ha pasado otra vez demasiado rápido.
A pesar de ser un cinéfilo y un eterno nostálgico no he tenido la oportunidad de asistir a una de esas últimas sesiones, seguramente porque nunca me ha pillado en el sitio oportuno ni lo he sabido con la suficiente antelación. Otros amigos y compañeros cinéfilos sí han gozado de ese momento, como Rafael Garófano, de quien recuerdo incluso una fotografía de la última vez que se bajó la persiana en un cine de Cádiz, creo que el Andalucía, o Salvador Daza, que estuvo en la última proyección del Teatro Principal de Sanlúcar de Barrameda. Cines míticos, testigos de una época lejana, de los que apenas van quedando representantes en Andalucía: ahora sólo me viene a la mente el Cervantes de Sevilla. En estos tiempos
tenemos que conformarnos con los cierres de las multisalas, las cuales y, aunque pudiera parecer impensable hace unos años, también van cayendo como consecuencia de la endémica crisis que atraviesa la exhibición cinematográfica en nuestro país. En Jerez ocurrió hace poco con los cines Ábaco Cinebox, cuya empresa propietaria ha ido clausurando paulatinamente las 450 pantallas que tenía repartidas por todo el territorio nacional.
No era la última sesión ni tampoco el último día, pero allí acudimos para ser testigos de la crudeza de la realidad: éramos cuatro personas en la sala en pleno día del espectador y habiéndose anunciado en la prensa el inminente cierre del local, destinado seguramente a la ampliación del centro comercial en el que se inserta.
La película de David Trueba no tenía ninguna culpa. Vivir es fácil con los ojos cerrados quizá sea uno de sus títulos más logrados junto a La buena vida, la película con la que debutó en la dirección. Trueba también es un nostálgico y un soñador, como su trío protagonista, que no se conforma con la agria realidad de la España franquista y trata de buscar alternativas rebelándose contra lo establecido. Capitaneados por un soberbio Javier Cámara, marchan a la búsqueda de un imposible, un Grial llamado John Lennon, a quien, contra todo pronóstico, encuentran para convertirlo en la gran aventura de su vida, esa historia que contarán a sus nietos, y que Trueba nos ha contado a nosotros para demostrarnos que los sueños pueden hacerse realidad si uno es tenaz y abre bien los ojos. Si no sería demasiado fácil. 

lunes, 13 de enero de 2014

Juego, set y partido

Hacía tiempo que los aficionados al tenis deseábamos que se publicara un libro como el de Luis López Varona. Amén de la biografías más o menos oficiales y de algunos libros sobre tácticas y técnicas, el tenis no ha sido un deporte muy querido por las editoriales, ya sea porque tiene un perfil de público más delimitado o porque quizá se preste menos al despliegue fotográfico tan generoso en instantáneas espectaculares de deportes como el fútbol, el motociclismo o incluso el alpinismo. Conocedor de esta carencia, López Varona -también cinéfilo y autor, en este campo, de valiosas monografías- ha decidido liarse la manta a la cabeza y bucear en los anales del tenis para ofrecernos un ameno y documentado recorrido por los cuatro torneos principales que conforman el circuito del Grand Slam: Australia, Roland Garros, Wimbledon y el Open Historias del Grand Slam (T&B Editores) ofrece en un solo volumen toda la información necesaria que aparece desperdigada en wikipedias y páginas de diverso fuste. Información contada además con el detallismo y la pasión de un gran aficionado.
USA. La disposición elegida por el autor no puede ser más simple y efectiva. Ordenando cronológicamente por décadas la historia del deporte desde la organización del primer Grand Slam, va repasando lo ocurrido en cada uno de los cuatro "grandes" año por año, sin que falten anécdotas, incisos en los partidos más memorables y las imprescindibles estadísticas. De este modo, López Varona nos acompaña por el nacimiento y consolidación de cada torneo, cuando estos excluían a los tenistas profesionales impidiendo que durante años el palmarés de muchos jugadores creciera con ellos. Nos cuenta esas grandes hazañas y remontadas imposibles, los récords todavía no superados, los grandes nombres del tenis que no pudieron ganar ninguno de los "grandes" o se retiraron en plena gloria como Borg o Courier, y las rivalidades entre algunos tenistas que hicieron las delicias de los aficionados: Evert-Navratilova, Borg-McEnroe, Nadal-Federer, Graf-Seles... Consciente de las dimensiones de su proyecto, López Varona ha sido práctico y ha dejado fuera del estudio los otros torneos Atp y los Masters 1000, tarea mucho más prolija que requeriría casi una enciclopedia. Queramos o no, desde la profesionalización del circuito y, sobre todo, desde la era Open, los cuatro Grand Slam son la Champions de este deporte tanto para aficionados como para tenistas. Ahora que acaba de arrancar el Open de Australia,