lunes, 22 de julio de 2013

The Reader´s Diary (XX)

La tercera edición del III Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero consolida la trayectoria de la joven escritora mejicana Guadalupe Nettel (1973), autora de dos novelas y tres libros de cuentos anteriores, siendo Pétalos (Anagrama, 2008) el que la dio a conocer en nuestro país. El matrimonio de los peces rojos (Páginas de Espuma, 2013) agrupa cinco relatos en los que diferentes animales (los peces rojos del título, las cucarachas, los hongos, los gatos y una serpiente) actúan, por un lado, como motor de la historia y, por otro, como reflejo del estado anímico y físico del/la protagonista. En el cuento que abre el volumen y que da título al mismo, una pareja de exóticos peces por naturaleza incompatibles asisten a la disolución del matrimonio que los acoge en su casa y a su propia muerte. En la segunda pieza, un adolescente acogido por circunstancias económicas en casa de sus tíos ve reflejada su vida en la invasión, destrucción y posterior desamparo de las cucarachas de la vivienda. El tercer relato muestra otra relación imposible de pareja, un adulterio doble consentido mutuamente del que son testigos los hongos que anidan en las partes pudendas de los participantes. A través del embarazo de su gata, una joven estudiante sufre en silencio el fruto aparentemente no deseado de una relación fugaz. Finalmente, el cuento que cierra el conjunto, imbuido sin duda de cierto toque zen, tiene como protagonista a una peligrosa serpiente, a quien un cabeza de familia con orígenes asiáticos ha instalado en un terrario de la vivienda familiar ante la desazón de su mujer e hijo.
La tesis inicial -en algunas ocasiones, los animales pueden simbolizar una determinada situación vital, erigiéndose en espejo de nosotros mismos- encuentra una perfecta plasmación en un desarrollo intenso y una voz directa y fresca que nos gana desde las primeras líneas. Como ya demostró en libros anteriores, Nettel transmite empatía con el lector, sin ser amiga de demasiados malabarismos formales, haciendo de la sencillez y la intimidad sus principales valores. Sin duda, uno de los libros de relatos a tener en cuenta a final de año.
Algo de animal hay también en los comportamientos de ciertos aficionados al deporte rey, pero a ellos -no hay ninguna duda- no está dedicado este enjundioso y apasionante relato sobre la rocambolesca historia del fútbol español, de la que uno podría atreverse a fijar paralelismos con la Historia en mayúsculas, sólo que a la inversa: donde antes no teníamos nada, ahora tenemos un imperio, y somos admirados y temidos a escala mundial. El libro del periodista Tom Burns Marañón, De Ríotinto a la Roja (Contra, 2013), hace un recorrido vibrante y forzosamente resumido -sería imposible detenerse pormenorizadamente en cada lance deparado por nuestra selección y equipos punteros- por el devenir del fútbol en nuestro país: la formación de los primeros clubes de emigrantes ingleses en Huelva y Bilbao, las primeras participaciones de la selección, la rivalidad Barça-Madrid, fichajes millonarios que dejaron huella, entrenadores, estadios, árbitros, porteros, defensas leñeros, delanteros imparables... El momento elegido por Burns para presentar su obra ha sido el más idóneo. De hecho, se vio obligado a escribir un epílogo a la edición inglesa tras la consecución de la segunda Eurocopa en 2012, algo que ninguna selección había conseguido tras ganar el Mundial. El libro se lee con gran amenidad, está trufado de anécdotas, rescata nombres que yacen en el olvido, mantiene la ecuanimidad sin caer en el fanatismo, y pone las cosas en su sitio: la leyenda con la leyenda y el fracaso con el fracaso. Sólo nos queda por desear que Burns Marañón se vea obligado a escribir un nuevo epílogo el año que viene, si somos capaces de ganar en Brasil. Algo que con ese optimismo que tanto nos haría falta en otras situaciones, no se me antoja nada descabellado.

domingo, 14 de julio de 2013

Fabricando a Harry Quebert

"Eres un escritor de moda. Eso es. La gente no espera que ganes el Premio Pulitzer, les gustan tus libros porque estás en boga, porque les entretienen, y eso también está muy bien". En esta frase que le dirige Harry Quebert a su pupilo, el joven escritor Marcus Goldman, se podrían resumir las intenciones del también joven y talentoso Joël Dicker (Suiza, 1985), alter ego de Goldman en la realidad, o viceversa, tanto monta. Antes de afrontar su segunda novela tras un debut de relativo éxito -engordado éste en el caso de Goldman, también frente a su segunda criatura- da la impresión de que Dicker ha estudiado a fondo el panorama literario, las tendencias y gustos de los lectores potenciales, elaborando una trama que contuviera todos los elementos propicios para fraguar un bestseller contemporáneo. Como primera bala de la recámara, la saga Millenium, de Stieg Larsson, sin duda. Ambas novelas giran en torno a la desaparición de una joven ocurrida mucho tiempo atrás en una pequeña y apacible comunidad y su reverberación en el presente. La principal diferencia es que en la trilogía del sueco el protagonista que investigaba los hechos era un periodista, y en la novela del suizo un escritor que trata de ayudar a su mentor. En ambas ficciones menudean poderosos intereses, pulsiones sexuales, pistas erróneas y muchos giros inesperados.
Sin embargo, y al margen de las superiores dimensiones físicas de la creación de Larsson, las diferencias entre una y otra son palpables. La arquitectura narrativa de Larsson es más poderosa, sus personajes -hasta los secundarios- dejan huella en el lector, muchas de sus escenas son desasosegantes, y su estilo literario brilla en cada página, frente a la planitud del joven autor suizo, que se excede en la repetición -quizá para que el lector no se pierda- y casi no es capaz de una mínima descripción con cierto vigor narrativo. No obstante, no es mi intención denostar el ambicioso trabajo de Dicker, sólo remarcar que quizá se ha puesto un referente demasiado elevado. Dicker maneja bien las piezas y, al contrario que sucede en muchas novelas negras o de crímenes hacia el final de la acción, consigue que ésta remonte el aliento hacia la mitad en una sucesión de vueltas de tuerca que consigue mantenernos en tensión hasta el final. Es difícil hoy en día encontrar una novela que cueste trabajo soltar, aunque suene a tópico, y Dicker lo consigue. Siempre tendremos la duda, empero, de si quiso escribir esta novela o, como le sucede a su personaje, la novela le vino impuesta por una serie de condicionantes externos. O, dicho de otro modo, como si a la irreprochable excelencia del producto resultante le faltara esa cualidad inherente a las obras maestras: el alma.

miércoles, 10 de julio de 2013

Genios del cine

En el mundillo cinéfilo, reconozcámoslo, José Luis Garci tiene fama de ser un tipo cansino. Los años dorados en los que mantenía en antena sus debates de "¡Qué grande es el cine!" y en los kioscos su revista Nickelodeon le pasaron factura convirtiéndole para muchos en un cinéfilo sensiblero, nostálgico y llorón que ponía por delante la pasión y la exaltación babeante antes que el juicio ecuánime o la valoración crítica sopesada. En este sentido, creo que no se la hecho justicia. Hay que entender a Garci tal y como es, como son sus películas, al menos las rodadas en las últimas décadas, ajenas a su tiempo, situadas en un limbo especial, henchidas de homenajes y guiños, inmunes a la caducidad y al deterioro, únicamente deudoras de la propia historia del cine. Tuve la suerte una vez de asistir a una conferencia suya y puedo asegurar que Garci no abusa de ninguna pose, sino que no puede reprimir su amor a las películas, sobre todo a la época dorada de Hollywood. Otros críticos y eruditos prefieren mantener la distancia, sin mancharse de fotogramas, pero Garci no es de esos, no sabe hacerlo. Sus escritos sobre cine son una confesión perpetua, un desnudo integral que no esconde nada, ni filias ni fobias, ni arrebatos lujuriosos -muchos- ni odios encendidos -menos-, ni devociones extrañas ni rechazos difíciles de justificar.
En la introducción a Noir (Notorious, 2013) Garci confiesa haber escrito al bulto, sin detenerse a corregir, amontonando textos pasados y presentes sobre el cine negro, una de sus muchas pasiones cinéfilas. El cine negro ya tuvo un número monográfico en Nickelodeon pero, si de algo adolecen los cinéfilos apasionados como Garci, es de quedarse siempre con ganas de decir más, así que aquí nos presenta este grandioso homenaje -en continente y contenido-, donde caben artículos de fondo de armario -los textos de rodaje de la serie El crack, sus películas más negras-, largos panegíricos a actores, actrices y títulos clave como Perdición, relatos policiacos escritos con todas las de la ley, y un santoral de directores que comenta sus principales títulos en el género. Como en todos los libros de Garci, impera el desorden en la estructura y en la forma de narrar: Garci es de los que cortan su discurso para soltar un largo inciso y perderse por mil vericuetos cinematográficos, ya que su prioridad, como ya dije, son los sentimientos, el desmelene, consciente de que sus lectores ya están sobre aviso y respetan su forma de proceder. En este batiburrillo de textos, donde Garci es amigo de repetirse a conciencia y contar anécdotas personales de almuerzos, copas y conversaciones, hay piezas de diferente enjundia, pero es indiscutible su poder evocador y la enciclopedia cinematográfica que atesora en su cabeza, fruto de incontables horas de cine y de adoración. Y es que, como escribió en su día otro cinéfilo, Felipe Benítez Reyes, "hablar de cine es de las pocas cosas de las que merece la pena hablar en este raro mundo".
Otro buen cinéfilo, aunque de corte bien diferente, es el periodista y escritor Manuel Hidalgo, guionista y autor de monografías sobre Carlos Saura, Paco Rabal, Pablo G. del Amo o Berlanga. El banquete de los genios (Península, 2013) se vertebra en torno a una fotografía y a un almuerzo, celebrado en casa de George Cukor en noviembre de 1972 para rendir homenaje a Luis Buñuel con ocasión del reciente estreno de El discreto encanto de la burguesía en Los Angeles. Además de anfitrión y homenajeado, a esa reunión asistieron los directores Robert Mulligan, William Wyler, Robert Wise, Billy Wilder, George Stevens, Alfred Hitchcock, Rouben Mamoulian y John Ford, el guionista Jean-Claude Carrière y el productor Serge Silberman. Como bien dice el autor, nunca antes una fotografía había congregado a tantos genios en una misma habitación. La mayoría estaban al final de su carrera, reinaba la admiración mutua -o, al menos, el respeto- y su experiencia aseguraba jugosas conversaciones sobre el séptimo arte. Apelando a un símil culinario, ya que estamos hablando de un banquete, se podría decir que Hidalgo -novelista nunca suficientemente ponderado, ahí está su magistral La infanta baila- se dedica a cocinar una deconstrucción de esa instantánea, rescatando la trayectoria individual de cada uno de los participantes desde esa fecha, buceando en las memorias y libros que citaron esa comida, y aportando un resumen muy original del guión de la película que, en cierto modo, les había convocado allí, que, por cierto, giraba en torno a la imposibilidad de sentarse en la mesa a comer. Hidalgo va aportando una ingente cantidad de datos, pero con la suficiente morosidad y elegancia como para no indigestar al lector, sabedor de la inmensa cantidad de manjares que nos habían regalado los protagonistas de la foto a lo largo de su vida. Esta especie de ensayo-novela se digiere con auténtico deleite, ya que Hidalgo, como buen periodista y guionista, pasa de uno a otro comensal con orden y concierto, asumiendo que el punto de partida es tan inmejorable que asusta, y hay que ofrecerlo en pequeñas delicatessen, como si se tratara de un menú degustación del extinto "El Bulli". Uno de los libros cinematográficos del año y una estrella michelín asegurada.


jueves, 4 de julio de 2013

After War

Antes que nada, reconocer mi rendida admiración hacia este film in progress que nació sin pretensión de serlo en 1995. Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy nos han permitido a lo largo de veinte años vivir una vida paralela en la pantalla -sobre todo para los que pertenecemos, año más, año menos, a la misma generación de sus protagonistas, Jesse y Celine-, tener un espejo en el que mirarnos para observar al detalle nuestros cambios, tanto físicos como psicológicos, las duras decisiones que hemos tomado, los cambios de hábitat, los errores, la evolución de nuestra familia, los reencuentros, nuestras vicisitudes laborales, las vacaciones... pero también el bastión que resiste, a pesar de sus fisuras y bamboleos, toda la hojarasca, desperdicios y flores que trae el mar, la vida misma, que no es otro que la conexión especial con un ser que ya es parte de nosotros y al que le entregamos, como dice Jesse en un momento de la tercera -y última, que sepamos- entrega de la serie, toda nuestra vida. 
Tras un inicio aparentemente relajado y cómodo -en el que Linklater deja caer como si nada la primera advertencia de grieta-, la película avanza por terrenos hasta ahora insólitos en la trilogía, con los dos protagonistas integrados en un grupo que convive en perfecta armonía en una casa veraniega del Peloponeso. Nuevamente el director deja que asome un amago de desencuentro a lo largo de la extensa escena de la comida, y más cuando la pareja hace saber, como si intuyeran el terremoto que se avecina, que no les hace mucha ilusión compartir la habitación de hotel que les han regalado. Tras un breve paseo cultural por la isla -con guiño a Rossellini incluido-
, la llegada al hotel marca un nuevo rumbo en la película, como si el metódico y paciente trabajo de las termitas hubiera dado su fruto: asistimos a la discusión más agria y feroz que nos han ofrecido Jesse y Celine a lo largo de casi veinte años, resuelta con admirable pulso por parte del director, con diálogos cargados de cuchillas y una actuación soberbia por parte de Hawke y Delpy. Todos los temores y vacilaciones de antaño han caído después de la convivencia, la naturalidad se impone -por eso Delpy nos muestra lo que quizá entonces hubiera parecido forzado- y los escudos y corazas, antes acostumbrados a mil batallas, ruedan por el suelo dejando a la pareja y a los espectadores con un nudo en la garganta, indefensos ante una situación que se les ha escapado de las manos. 
No destrozaré el final para los que aún no la hayan visto. Sólo diré que Linklater lo resuelve admirablemente, dejando la puerta abierta a nuevas entregas, que quizá, como insinuó la Delpy en una reciente rueda de prensa, pueda tener su colofón en una especie de "remake" de Amor de Haneke. Si el nivel se mantiene, los admiradores de la serie estaríamos dispuestos a compartirlo.