viernes, 27 de noviembre de 2009

Auster resucita


Una de las muchas ventajas de trabajar en una librería -como en algunos suplementos culturales o revistas- consiste en recibir por parte de la editorial un ejemplar -a veces, incluso las pruebas de imprenta no corregidas- de una novedad de fuste de su sello semanas antes de que se comercialice. Si bien es cierto que la opinión de las librerías pequeñas no tienen mucho peso en la posterior distribución y se limita a engr@sar la maquinaria de encuestas puesta en marcha por la casa, la valoración de nuestros pesos pesados de la industria cultural -léase, Casa del Libro, Fnac y El Corte Inglés- determina en buena medida el futuro de ese libro en cuestión, hasta el punto de influir en su tirada o en la sección que ocupará en los disputados pasillos de tan sacrosantos lugares de ¿esparcimiento? Sí, ya sé que puede resultar triste escuchar esto, pero para una editorial publicar 10.000 en lugar de 20.000 ejemplares puede resultar un ahorro importante y, quién sabe, si somos todavía capaces de ser utópicos en un universo copado por las cifras de ventas y los contratos mercenarios, quizá esa disminución del gasto previsto pueda servir para publicar aquel título de mayor calidad pero menor tirón comercial que nunca hubiera tenido su espacio en esta jungla de no mediar esta circunstancia.

No será éste el caso de Paul Auster, cuyas novelas tienen siempre un lugar preferente en los anaqueles de las librerías de nuestro país, sobre todo a raíz de la consecución del Príncipe de Asturias, que amplió su ya importante círculo de lectores a niveles más cercanos al bestseller que al autor de culto. Siempre he sido un seguidor ferviente del autor norteamericano. Me he leído todas sus novelas, sus poemas, sus escaramuzas autobiográficas, los libros sobre su obra -ese Dossier Paul Auster, de Gerard de Cortanze- y he visto las películas de su vertiente como guionista-director. Y siempre he sido de la opinión de que al autor al que veneras hay que exigirle mucho más que aquellos que sólo frecuentas de vez en cuando. No me preguntéis por qué, pero lo siento así. En el caso de Auster, tras la moderada decepción de Tombuctú, llegaron las espléndidas El libro de las ilusiones y La noche del oráculo y la menos conseguida Brooklyn Follies. Sin embargo, quizá sumido en el vértigo de tantos premios y actividad extraliteraria, Auster se miró en mala hora el ombligo para salir del paso con Viajes en el Scriptorium, donde ponía en escena a algunos de los personajes de su universo novelístico en una suerte de experimento fallido, sabedor de que, a estas alturas, su crédito y prestigio crítico no se podían agotar de una sola tirada. Un hombre en la oscuridad tampoco sobrevoló ese territorio mediocre del que el autor de La trilogía de Nueva York parecía no querer salir.

Para aquellos que ya se imaginaban a un Auster acomodado en su poltrona, viviendo de las rentas de su cotizadísima marca de fábrica, la esperanza vuelve con Invisible, que le resucita literariamente y vuelve a sacar lo mejor de sí mismo. El protagonista, Adam Walker, recuerda incluso al Marco Stanley Fogg de El Palacio de la Luna, un joven universitario con ínfulas de poeta cuya solitaria y un tanto desorientada existencia cambiará radicalmente al conocer a Rudolf Born, un misterioso personaje que le ofrece dirigir una revista literaria. Como en sus mejores tiempos, Auster idea una estructura narrativa original. Se sirve de un conocido, y luego reputado escritor y académico, para mostrarnos las fragmentarias memorias de aquél, así como las pesquisas que éste realiza para localizar a las personas más importantes de su vida. Asistimos así al martirio de Walker, consumido por un secreto terrible que condiciona su existencia y del que nunca podrá escapar. De su confuso periplo se vale Auster para poner sobre la mesa cuestiones esenciales y temas espinosos: de las relaciones paternofiliales al incesto, de la historia política contemporánea a la esclavitud, de la venganza a la decrepitud... Todo ello contado con un estilo que recupera su brío ayudado por la visión poética del protagonista. Hacía tiempo que Auster no nos regalaba esos párrafos rebosantes de metáforas y plasticidad, ni que nos envolvía con una trama que actúa a modo de tela de araña sobre el lector.

Si la editorial me pregunta, ya tengo mi respuesta, sincera y tajante: una joya.

martes, 24 de noviembre de 2009

Fantasmas hechos y deshechos


Uno siempre recuerda con cariño la lectura de aquellos libros que le dejaron un poso de fascinación y sorpresa, esa curiosa aleación que nos deja tan buen sabor de boca. Algo de esto me pasó con Solos, un libro de relatos de Care Santos publicado en Pre-Textos del que conservo la nítida imagen del asesino de John Lennon confesándose en su celda. Si aquel era un trabajado muestrario de personajes que rumiaban su soledad en los estrictos márgenes de las distancias cortas, Los que rugen es una galería de fantasmas -reales e interiores, valga la muy sucinta distinción- que nos acompañan en trece historias para certificar que Care es una de las autoras mejor dotadas del panorama nacional para componer un libro de relatos unitario, con sentido y compuesto de algunas piezas dignas de figurar en las mejores antologías del género, con permiso de Poe, Henry James, Lovecraft y tantos otros que cultivaron las presencias extrañas.

Care Santos tiene además la habilidad de ir dosificando su talento con intencionada maestría, ya que de los cuentos más humorísticos y anecdóticos como "Confesión" u "Orden alfabético" es capaz -y evoco de nuevo a James- de imprimir, lo que no es fácil hoy día, una vuelta de tuerca más a variantes tan sobadas como la del hombre invisible -"Más allá de esta oscuridad y este silencio"-, o de acercarnos, y de qué modo, a nuestros fantasmas más recónditos en "Amanecer con monstruos marinos" -emotivo recuerdo de la figura paterna- o "Marcar un gol", quizá el cuento que a uno le ha llegado más adentro.

Si uno se fija atentamente, en buena parte de los relatos la protagonista podría ser la misma, una madre joven con sus recuerdos personales, sus temores y su azarosa vida sentimental, una prolongación -fantasmagórica y ficticia, por supuesto- de una Care Santos que intuyo a veces no tiene reparos en dibujarse a sí misma y en dibujarnos, de paso, a nosotros: recuerdo, por ejemplo, las clases de gimnasia de "Defensa y ataque".

Podría extenderme más sobre las virtudes y ¿defectos? de este nuevo libro de Care, y van... ¿50 quizás? Los fantasmas del relato "Orden alfabético", nada menos que Philip Roth y Saul Bellow, tendrían, henchidos de envidia, sobrados motivos para asesinar a la autora de tan nutrida biblioteca personal. Yo no pienso llegar a tanto, entre otras cosas porque mi pacifismo militante me lo impide, así que me limitaré a sumarme con mi rúbrica más encendida al manifiesto expuesto por mi hermano Félix J. Palma hace unas semanas en Madrid, confiando en que muchos, escritores sin constancia ni tesón, os unáis a la causa. Ahí os lo dejo por si no lo conocéis aún:



domingo, 22 de noviembre de 2009

Esos ojos perfectos


A estas alturas, cuatro días después, todavía las imágenes me dan vueltas por la cabeza, y algunas frases, por supuesto, sobre todo aquella de "por favor, dígale al menos que me hable". Alguna vez escuché que sabes cuando una película -me imagino que esto puede ser aplicable a un disco, a un libro, a un museo...- te impacta realmente porque se te mete en el esófago, revolviéndote las vísceras y no puedes desprenderte de ella en las horas siguientes. No tenía una sensación parecida desde que vi La vida de los otros. De El secreto de sus ojos me habían dado buenas referencias, pero al igual que en otros casos unas expectativas tan altas te desmontan la ilusión y sales del cine pensando que no era para tanto, en casos como éste se quedan realmente cortas, anonadadas ante unas imágenes que se bastan por sí mismas para borrar cualquier prejuicio u opinión que llevaras preconcebida antes de sentarte en la butaca.

Juan José Campanella es un buen ejemplo de ambas situaciones, o incluso de las tres, si incluimos aquí aquellas películas de las que no te esperas nada y te sacuden hasta el último fotograma: hablo de El niño que gritó puta. Del primer grupo me quedo con El hijo de la novia -muy buena, pero algo cortita para lo que uno esperaba (con perdón para sus muchos defensores)-, y del segundo con esta magistral adaptación de la novela de Eduardo Sacheri.

El secreto de sus ojos es una película que lo tiene prácticamente todo para resultar irresistible: unos personajes que conectan con el espectador desde su primera aparición, unos diálogos rápidos y que prenden siempre en lo emotivo, una puesta en escena aparentemente sencilla que se vuelve turbia o arrebatada según lo exija la acción -magnífica la escena en el estadio de fútbol-, dos historias interconectadas y a cual más apasionante -la del amor soterrado entre los funcionarios del juzgado y la de la investigación del crimen-, y, por supuesto, el planteamiento de interrogantes morales sobre el funcionamiento de la justicia, la ley del Talión y el sufrimiento.

Tengo un amigo que tiene por sistema quedarse a ver todos los créditos de la cinta, algo que en algunos multicines de hoy a veces no te dejan hacer porque los pases van muy justos y los que limpian la sala necesitan tenerla despejada cuanto antes. Recuerdo que en mis tiempos de estudiante compartía con él esta práctica, pero en los últimos años me he dejado venir, quizá porque la mayoría de las películas no lo merecía, quizá por la prisa de coger el coche pronto para evitar atascos, no sé. El caso es que cuando terminó El secreto de sus ojos nos quedamos clavados en los asientos, presenciando en el más absoluto silencio esa otra película, ese segundo visionado de imágenes atropelladas que pasa por tu mente mientras lees dónde se rodó la cinta o a quíen hay que agradecerle tal o cual cosa. Por mi parte, todo mi agradecimiento va a Campanella y a los artífices de una auténtica obra maestra.

martes, 17 de noviembre de 2009

Con Félix J. Palma en Tetuán

Que la medina de Tetuán es inmensa y es sumamente fácil extraviarse nos quedó claro en nuestra reciente visita al país marroquí con motivo del ciclo "La costumbre de leer" que organiza la Fundación Caballero Bonald en el Centro Cultural Al-Andalus de Martil. De no ser por el buen hacer y la experiencia de Josefa Parra y Antonio Reyes mi hermano Félix J. Palma, la periodista Marianela Nieto -encargada de presentarle- y un servidor seguro que aún seguiríamos por allí tratando de orientarnos por las casi inescrutables marcas del suelo.

Ante unos parroquianos muy interesados y habilidosos en sus preguntas, Félix habló de su concepción del relato como género y de su trayectoria literaria, avanzando que El mapa del tiempo está a punto de aparecer en bolsillo en la colección Alianza 20/13, y que antes de navidades, muy posiblemente se edite ya en portugués. Os dejo una foto de este emotivo acto.

jueves, 12 de noviembre de 2009

Irónico Mendoza


Después de leer Tres vidas de santos, me ha quedado claro que prefiero el Mendoza irónico, el mordaz, el que no se deja llevar por la locura y el desbarajuste de sus personajes -como en La aventura del tocador de señoras-. Los tres relatos largos incluidos en su último libro, si bien no suscitan la carcajada estentórea de La asombrosa aventura de Pomponio Flato, sí mantienen en el lector -en este lector, por lo menos- la sonrisa perenne del que disfruta con la habilidad del autor para construir casi de la nada situaciones esperpénticas o cuando menos curiosas. Ya sea en el agudo retrato del mundo eclesiástico en "La ballena", ya en la hilarante entrega de los Premios Nobel de "El final de Dubslav", ya en el inteligente "El malentendido", una acendrada ironía sobre los valores del mercado literario, partiendo de la insólita relación entre un recluso y la profesora de un taller literario. Si en el primer relato se impone la crítica humorística a la iglesia en el personaje del atolondrado obispo, en el segundo prima la sensación de extrañeza ante un mundo que no acaba de comprenderse del todo, y, finalmente, en el tercero apunta más la reflexión, la velada ironía en un mundo puesto del revés.

Tres aciertos de un Mendoza en plena forma que nos deja, sin embargo, con algo de hambre.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Completamente viernes con García Montero


El pasado viernes tuvimos la suerte de contar con Luis García Montero en el jardín de Caballeros, 36, para presentar su libro Mañana no será lo quie Dios quiera. El tiempo fue clemente y nos brindó una noche sin lluvia y no demasiado fría en ese mágico espacio escogido por la Librería Luna Nueva. Le acompañamos en la mesa un servidor y el poeta -aún inédito, pero seguro que por poco tiempo- Antonio Núñez, atento lector de la obra del autor granadino desde sus inicios. Tras su emotiva introducción, y sin un papel delante, García Montero desgranó los pormenores de gestación de su sentido homenaje narrativo a Ángel González. Nos adelantó asimismo que trabaja en un nuevo libro de poemas y que la agradable experiencia de su casi debut novelístico -recordemos que escribió Impares, fila 13, con Felipe Benítez Reyes-, premiada ahora con el premio al Libro del Año otorgado por el Gremio de Libreros de Madrid, y que ya va por la tercera edición, le ha animado a una nueva incursión narrativa de la que quizá pronto tengamos noticias.

martes, 3 de noviembre de 2009

Puesta al día


Es obligado comenzar con Francisco Ayala, una de nuestras instituciones literarias que continuaba con vida y esforzándose por aparecer en congresos en torno a su figura. Precisamente, mis recuerdos sobre su persona se remontan a principios de los 90 cuando acudió a la Facultad de Ciencias de la Información de Sevilla, entonces en la casona de Gonzalo Bilbao, para intervenir en un ciclo de conferencias sobre su obra. Aún conservo el díptico del ciclo, celebrado del 22 al 24 de febrero de 1994 con ocasión de su investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Sevilla. Recuerdo que la sala era pequeña y alargada, nada ver con lo que allí se decía, enorme en contenido y demasiado breve en su extensión. Hablaron Manuel Ángel Vázquez Medel, Rafael de Cózar, Antonio Sánchez Trigueros, Luis García Montero, Carolyn Richmond, Luis Goytisolo y, por supuesto, el propio Ayala, que respondió amablemente a todas las preguntas de los estudiantes. Sólo un año después, el propio Vázquez Medel, experto en la obra ayaliana, organizó un nuevo ciclo sobre el maestro, en esta ocasión centrado en su relación con las vanguardias. Y ahí se pierde mi último recuerdo de Ayala, en la evocación de Indagación del cinema, una obra extraordinariamente lúcida sobre un arte que acababa de empezar a hablar escrita con poco más de veinte años. Descanse en paz.

*****








¡Padrino, búfalo! Sí, ya sé que López Vázquez intervino en películas de mayor enjundia como Plácido, Atraco a las tres, El cochecito o El jardín de las delicias, pero mi infancia estará siempre ligada a ese cariñoso apelativo con que le obsequiaban los vástagos de la nutrida familia de la saga de Pedro Lazaga. López Vázquez fue uno de esos actores, aunque no tanto como Alfredo Landa, que quedaron "clicheados" -si se me permite la expresión-, varados en ese personaje baboso, siempre salido y typical spanish que retozaba alegre entre la jamonería sueca de importación. Sin embargo, cuando a López Vázquez le daban un papel de rompe y rasga, se salía. ¿Quién no recuerda su interpretación en La cabina, por ejemplo? Es lo que tiene la historia del cine español, largas décadas obligado al pluriempleo, a los papeles de gracioso algo sainetesco. Si nos fijamos bien, algo parecido está pasando ahora con las series de televisión, donde el talento de muchos actores prefiere naufragar en aguas conocidas y ricas en sal antes que farandulear por ambientes teatrales o cambiar su imagen en una película de qualité. Afortunadamente, López Vázquez sí se atrevió y tuvimos la suerte de disfrutarlo a ratos.

****
Millenium II o ¿por qué no llega más cine sueco a nuestras pantallas? Tampoco hay que sacar los pies del plato. La cinta de Daniel Alfredson no es una maravilla, pero lo mejor que se puede decir de ella, que no es poco, es que está a la altura de la novela de Larsson. Es cierto que algunos personajes apenas están esbozados, como Sonja Modig o el inspector Bublanski, o que algunas cosas están cambiadas -por ejemplo, en la película, Blomvquist, más torpón y lento de reflejos que en la novela, no se preocupa siquiera en adivinar la clave de seguridad del apartamento de Salander-, pero el vigor se mantiene, los actores están bien escogidos, ese clima gélido y angustioso se transmite, las escenas de acción no tienen nada que envidiar a Hollywood... En fin, que esperamos con impaciencia la tercera.
*****




Amenábar es un buscador de historias, buscador en todos los sentidos, es un hombre que "googlea" continuamente hasta completar el puzzle que tiene en mente. Después de ver Agora, confirmo que es un tipo con talento. A pesar de unos inicios un tanto dubitativos, la película coge fuerza a mitad de la trama y gana enteros en un final impresionante. Se le pueden discutir muchas cosas, como ese afán grandilocuente, ese empeño en elevar los pensamientos de Hipatia hacia el cielo -literalmente- buscando una conexión demasiado evidente, o una excesiva caricaturización en la descripción de las facciones religiosas de la época. Sin embargo, lo que podría parece a priori su apuesta más convencional, la doble historia de amor, es lo que infunde aliento y poesía a una historia que facilmente podría habérsele escapado de las manos.