miércoles, 24 de junio de 2015

The Reader´s Diary (XLIII)

Coinciden en las librerías dos títulos que novelan sendos episodios amorosos de dos escritores que figuran en primera línea de mi santoral: Franz Kafka y Fernando Pessoa. En el primero de ellos, La grandeza de la vida, el periodista alemán Michael Kumpfmüller se detiene en los últimos años de vida de Kafka y en su relación con la joven Dora Diamant, quince años menor que el escritor y último eslabón de una cadena amorosa llena de sinsabores e indecisiones. Al contrario que la nutrida correspondencia con dos de sus amores anteriores, Milena Jesenská y Felice Bauer, publicada en su integridad, las cartas cruzadas entre Kafka y Dora no se han localizado, por lo que el autor de la presente novela fabula sobre lo que hubiera podido dar de sí partiendo de la pista de sus diarios y de los apuntes desarrollados en la ingente bibliografía sobre el escritor checo. Y lo hace de un modo sencillo y evocador, dibujando entre todos los posibles a un Kafka cercano, carcomido por la tuberculosis, que halla en la bondad e inocencia de Dora el último asidero al que agarrarse, quizá la mujer definitiva de no mediar la catástrofe humana. Una mujer que se desvivió por el escritor, que hizo todo lo posible por hacer sus últimos días más llevaderos, y que hubiera cambiado su episódica fama porque el autor de El proceso se hubiera quedado con ella aunque sólo fuera un día más. Kumpfmüller ha encontrado el tono ajustado a una historia íntima, sin hincar demasiado el diente en la tragedia, permitiéndonos conocer los más que probables detalles de una idílica relación arruinada por la enfermedad.

Caso bien distinto es el de Un amor como éste, en el que Luis Morales (Cáceres, 1971) se vale de la correspondencia entre Fernando Pessoa y Ofelia Queiroz, publicada en su integridad en 2013. Aquí estamos ante otra forma de novelar lo posible. Si Kumpfmüller lo hacía, entre comillas, de la nada, Morales utiliza las misivas de uno y otro para hacer uno de esos ejercicios metaliterarios tan queridos por la literatura reciente -estoy pensando, por ejemplo, en la trilogía de Echenoz, o en lecturas recientes como La pequeña comunista que no sonreía nunca- con el fin de rellenar los huecos de una relación extendida en el tiempo casi quince años, los que median entre 1920, fecha en la que se conocieron en la oficina donde Pessoa trabajaba y 1935, año de la muerte del poeta. Quizá en el plano afectivo, en el de las relaciones amorosas, es donde Kafka y Pessoa se encuentren más próximos. Ambos mantuvieron escasas relaciones que no llegaron a buen puerto, debido sin duda a un lastre personal que les acercaba más al escritorio, a la defensa de su territorio personal, antes que a entregarse en cuerpo y alma al ser amado. No hablamos de una defensa de la castidad, pues ambos reconocen episodios de iniciación en prostíbulos, sino de una incapacidad innata para convivir con una mujer. Quizá para Pessoa la relación con Ofelia llegó tarde -también, como Dora y Kafka, había una gran diferencia de edad-, en una etapa de fertilidad creativa socavada por las servidumbres laborales que le permitían subsistir y una ambigua relación con el mundo editorial que le hizo ser un gran desconocido en vida. Si a ello añadimos su paulatino acercamiento al ocultismo, las desgracias familiares y su maltrecha salud abonada por el alcohol y el tabaco, quizá hallemos las razones del fracaso de una relación trufada de cartas de arrebatadora pasión rayana a veces en lo cursi.
En fin, semejante y suculento material de partida se merecía una gran novela, y Morales la ha escrito hilando fino, convirtiéndose en un trasunto del propio Pessoa, imitando su tan característico estilo, intercalando citas y pasajes de la obra del poeta, y llegando incluso a elucubrar un final alternativo de "comieron perdices" que se agradece como una coda humorística. La pasión del autor por Lisboa -compartida por el que suscribe- juega sin duda a favor de un texto y un homenaje saldados con notable alto.

lunes, 8 de junio de 2015

The Reader´s Diary (XLII)

Dos nuevos títulos se incorporan a la estupenda colección "A la Mínima" que la editorial Renacimiento dedica a ese género tan inclasificable y agradecido como es el aforismo, lo que, sumados a la colección que también ha inaugurado para este fin La Isla de Siltolá, nos hacen albergar también -mínimas- esperanzas de que el arte de la greguería, de lo volatinero, alcance poco a poco el sitio que merece en los anaqueles de las librerías. Si estos esfuerzos son dignos de aplaudir no lo es menos el que un autor consagre casi toda su trayectoria a un género tan especial. Es el caso del navarro Ramón Eder que, si bien ha hecho también incursiones en los géneros de la poesía y el relato, cultiva casi en exclusiva este apunte breve, tan es así que incluso no puede evitar que se infiltre en sus otros libros.
Aire de comedia es un libro, valga la redundancia, breve, en el que también incluye algunas reflexiones de mayor extensión. Son los aforismos de Eder ocurrencias ingeniosas, chispazos que quizá no nos lleven a otra parte, pero que endulzan el día a día. Valgan algunas muestras: "La belleza sofisticada de la mujer pájaro", "Hay días en los que salimos líricos de casa y la calle está épica", o "El pez cuando muerde el anzuelo parece un ser humano". Como el propio título indica, domina un tono humorístico que esconde, las más de las veces, cierto escorzo hacia el humor negro o la doble apariencia. No siempre Eder se desenvuelve con el mismo ingenio, y en ocasiones, el aforismo no pasa del chiste fácil: "Uno no puede volver a sus 27 años, pero sí puede quedar para tomar café con una chica de 27 años". No obstante, su nuevo volumen de piezas breves es toda una invitación a mirar la vida desde un observatorio minimalista poco común.


Más hondura y capacidad reflexiva tiene en mi opinión el volumen de Gabriel Insausti, Preámbulos, dividido en varias partes según los temas abordados. Insausti, que ha tocado varios géneros como la poesía, la narrativa, la traducción o el ensayo -ha sido el último ganador del Premio Amado Alonso-, acumula aquí todo un baúl de aforismos muy lúcidos en los que se percibe un trabajo de revisión importante para lograr el doble efecto que debe poseer cada pieza: la ocurrencia o efectismo visual, y la reflexión o lo que podríamos llamar doble fondo. El autor de Cristal ahumado consigue esa empatía con el lector a través de breverías basadas en situaciones reconocibles que cobran una nueva dimensión en su corsé extensivo, ya sea por el fogonazo lírico, el ver más allá de lo real, o por la pura belleza estética. Los hay para todos los gustos: irónicos -"¿El fin de la civilización cristiana? ¡Si todavía no ha empezado!"-, los que juegan con la lógica -"Para estrechar los lazos con un aliado no hay como elucubrar un enemigo común"-, optimistas -"Con raras excepciones, las únicas causas por las que merece la pena luchar son causas perdidas"-, chistosos -"A cierta edad, la aceleración de la Historia se percibe en el ritmo al que se suceden los pañales"-, o simplemente brillantes -"En la historia de las civilizaciones todavía no se ha inventado el parto sin dolor".
Es esa habilidad de Insausti para ser conciso y punzante hablando de cuestiones vitales o asuntos históricos la que convierte a estos Preámbulos en una joya -pequeña, por supuesto- que nadie debería perderse en estos tiempos de abundante quincalla barata.

lunes, 1 de junio de 2015

Johnny cogió su fusil

Navona reedita en nueva traducción de José Luis Piquero y con epílogo de Javier García Sánchez una de las novelas reconocidas unánimemente como símbolo del pacifismo. Johnny empuñó su fusil, que su propio autor, Dalton Trumbo -uno de los integrantes de los famosos "diez de Hollywood"-, adaptó al cine más de tres décadas después, se publicó sólo dos días antes del estallido de la segunda guerra mundial, circunstancia que jugó en su contra, como recuerda el autor en el prólogo, ya que la gran mayoría de la opinión norteamericana era partidaria de entrar en conflicto, como finalmente sucedería. Incomprendida, por tanto, durante mucho tiempo, y relegada a cierto ostracismo, como le ocurrió en vida al autor y guionista cinematográfico, que se vio obligado a escribir bajo seudónimo por su supuesto apoyo a actividades "antiamericanas", Johnny empuñó su fusil ha ganado con el tiempo y, vista desde la época actual, se erige en un verdadero bastión no sólo del antibelicismo, sino de la libertad y la lucha por la vida.
Su protagonista, postrado en una cama de hospital en estado vegetativo tras recibir el impacto de un obús en las trincheras durante la primera guerra mundial, es un caso médico insólito que sólo dispone de su mente para distinguirse de un cadáver. Con este, también, insólito protagonista, Trumbo construye un relato en tercera persona que se introduce en los pensamientos de la víctima, Joe Bonham, dueño de una vida tranquila hasta el fatídico acontecimiento: un trabajo estable, novia y una familia feliz. Aunque quizá el factor sorpresa se haya perdido al ser la historia de sobra conocida, el mecanismo narrativo elegido por Trumbo no deja de sorprendernos y parecernos dignos de admiración, al trazar dos sendas narrativas que confluyen en el mismo punto de partida, la mente del soldado: por un lado, su tenaz voluntad de identificarse a sí mismo y su capacidad para comunicarse con el exterior, y por otro, los recuerdos biográficos que se van alternando con la narración principal, ya sea en forma de sueños o incisos de su atormentado cerebro.
Sorprende también la elección estilística de Trumbo, que le acerca aún más a ciertos moldes narrativos contemporáneos, al optar por el fluir atropellado de pensamientos que prescinden de comas y puntos para ajustarse al funcionamiento de la angustiada mente del protagonista, logrando pasajes de extremo lirismo que nunca caen en la ternura o la autocompasión fáciles. Valga una muestra: "Empezó a alargar su mano derecha en busca de la cosa pesada que le habían prendido en el camisón y pareció que ya la tocaba con los dedos antes de darse cuenta de que no tenía brazo que estirar ni dedos con que tocar".
Conmovedora hasta límites casi inabarcables, la novela de Trumbo debería ser un clásico de obligada lectura en todos los centros de enseñanza.