domingo, 30 de septiembre de 2012

The reader´s diary (XII)

¿Qué lector no ha tenido alguna vez la sensación de déjà vu, de haber leído antes lo mismo que está frente a sus narices, aunque sea expresado de otro modo? La literatura, el cine, la música y, en general, todas las disciplinas artísticas creativas coquetean por sistema con esa borrosa franja que separa el plagio del homenaje, la revisión de la copia más descarada. En su libro El plagio como una de las bellas artes (Ediciones B, 2012), Manuel Francisco Reina, con amenidad y abundancia de ejemplos y casos prácticos, nos recuerda que el plagio es consustancial al hecho literario y ha existido ya desde las primeras culturas clásicas, ejecutado incluso por autores de renombre que quisieron darle una nueva vuelta de tuerca a lo ya escrito. Reina, que incluso dedica un capítulo a las cuestiones puramente legales recogidas en la juridiscción española, va repasando casos célebres y menos conocidos de la historia de la literatura hasta llegar a la actualidad más reciente con los affaires de Cela, Ana Rosa Quintana o Bryce Echenique, metiendo el dedo en la llaga con conocimiento de causa.
En un tono muy distinto, recurriendo a los textos breves en los que ya ha dado sobradas muestras de su maestría, se expresa el poeta Luis García Montero en Una forma de resistencia (Alfaguara, 2012). Objetos cotidianos de la casa y el entorno del escritor cobran vida a través de los paisajes de la memoria para ofrecer una lectura insólita plagada de pequeños detalles, imágenes sugerentes y alusiones personales que van dibujando a carboncillo la figura del poeta, su forma de pensar y comportarse, su familia, sus actitudes... hasta que asoma, en fin, su más tierna humanidad, ese lado sensible que nos araña el alma y que sólo parece alcanzarse apelando a los recuerdos y la nostalgia. Cualquier cosa le sirve a García Montero para iniciar esos viajes astrales al pasado: una silla, una corbata, un espejo, una pluma, un armario. Todos ellos nos conocen aunque a veces no reparemos en ello. De Una forma de resistencia sale uno con pocas ganas de resistir la espera de esa segunda novela del poeta, anunciada en alguna entrevista.


Y es que cuando uno adora a un escritor, cuando forma parte de su aprendizaje vital y literario, parte, por tanto, de uno mismo, no puede por menos que acudir a los lugares donde estuvo o visitar su última morada. Al igual que Cees Nooteboom, no puedo evitar visitar una ciudad sin despedirme simbólicamente de un escritor al que me he sentido íntimamente unido en algún momento. La tarea muchas veces es ardua y exige infinidad de paciencia en tus compañeros de viaje, pero casi siempre compensa, aunque a veces la tumba en cuestión -como la de Juan Ramón en Moguer- yazca en la desidia y la dejadez. Puede que en algún momento me dedique a escribir un ensayo parecido a Tumbas de poetas y pensadores (DeBolsillo, 2009), resultado de un peregrinaje en busca si no del alma, al menos de la huella de un espíritu que siempre tenemos presente en algún verso, en alguna frase memorable. Oremos.

viernes, 14 de septiembre de 2012

Helsinkiville


Llevaba tiempo buscándola, y cuando menos lo esperaba, la encontré. Helsinki es Pleasantville, esa ciudad imaginaria que daba título a la película de Gary Ross (1998) y, por extensión, a una serie televisiva de los años 50 en la que nunca sucede nada malo y la vida familiar transcurre en una dulce y pacífica armonía, día tras día. El mercado del centro de la ciudad, con sus frutas espléndidas, los puestos de comida, los recuerdos artesanales turísticos; la banda de música que se pasea por la ciudad para felicidad de niños y adultos; sus parques y jardines donde sentarse a conversar o tomar una copa; su

red de carriles bici que hace inútil y casi absurdo cualquier bocinazo de coche; esas familias de padres y niños rubios que podrían parecer clonados; esa sonrisa permanente en la cara, la amabilidad, la urbanidad, el civismo, esas cosas, en fin, que por aquí se empiezan a echar de menos... Sólo en Helsinki no resulta extraño que una prisión haya sido reconvertida en hotel. Parece casi una declaración de principios de la vida de la ciudad, donde la maldad no tiene lugar. Tengo la sensación de que si alguien tirara un papel al suelo en Helsinki, se haría el silencio y todos se quedarían mirando esa situación anómala, como cuando los dos protagonistas de Pleasantville comienzan a socavar las pautas establecidas en la comunidad. Quizá en los meses de otoño e invierno la realidad sea distinta. Tanta oscuridad no debe ser buena para nadie. Pero en verano los finlandeses se echan a la calle a robar todo el sol que puedan retener en sus cuerpos y en su memoria, y se marchan el fin de semana a Estocolmo desinhibiéndose en la pista de baile del Viking Line, camuflando en el alcohol la vergüenza de sus ridículos movimientos. Resultaba tierno verlos allí, algunos con traje de chaqueta, tratando de conseguir pareja para la noche. Quizá sea su única manera de sacar un poco los pies del plato, de hacer alguna travesura a las que están tan poco acostumbrados. El carácter finés es así. El lunes, como en la película de Gary Ross, un fuego volverá a ser un gato subido en un árbol.

sábado, 8 de septiembre de 2012

The reader´s diary (XI)

La novela elegida para el viaje de este año no pudo ser otra, y la acabé justo a la llegada al país de su autor, tras pasar una noche divertida en el barco de la Viking Line que hace el trayecto Helsinki-Estocolmo. Dicen que los suecos no son nada divertidos, que el clima que predomina casi todo el año en su país les hace ser oscuros, un pasto de cultivo para la novela negra más despiadada y sin escrúpulos. Con El abuelo que saltó por la ventana y se largó (Salamandra, 2012) el periodista Jonas Jonasson ha querido desmentir esa imagen con otra imagen de arranque sin duda prometedora: un abuelo que el día de su centésimo cumpleaños se escapa de la residencia de ancianos para recorrer mundo y vivir una última aventura, una más de las muchas que protagonizó en su larga peripecia vital, y que la novela se demora en recordarnos. Da la impresión de que Jonasson ha visto varias veces Forrest Gump y, como cien años dan para mucho, ha querido hacer partícipe a su protagonista de algunos de los acontecimientos clave del siglo XX, como la invención de la bomba atómica o la guerra civil española, así como enfrentarle de bruces con algunos de sus más irredentos protagonistas: Churchill, Mao, Stalin, etc.
Sin embargo, el discurrir de la historia, que se precipita sin sonrojo por el humor absurdo y esas casualidades forzadas, llega a hacerse monótona y a perder consistencia como un globo hinchado que se desinfla presa de su propio esquema narrativo. Los momentos hilarantes, pocos, quedan sepultados por esa pretensión por convertir a Allan Karlsson en el testigo activo de un siglo de historia contemporánea. La fotografía de partida es, sin duda, la mejor idea de una novela que podía haber llegado mucho más lejos, tanto como su volandero protagonista.
Mucho más firme, con los pies en el suelo, se muestra Almudena Grandes en su segundo "episodio de una guerra interminable". El lector de Julio Verne, al contrario que la anterior Inés y la alegría, tiene la medida justa y mantiene la intriga hasta el final, como una novela de suspense que nos mantiene engañados buena parte del tiempo. Con ese niño protagonista que suele funcionar bien en novelas y películas cuando está bien trazado, como es el caso, asistimos en primera fila a un perfecto ejemplo de microhistoria, esa que nos permite amplificar su sentido a un marco más amplio, el de la Historia con mayúsculas, sin vencedores ni vencidos, sólo con la crudeza de unos acontecimientos que siguen vivos en la memoria de los lugares más recónditos, como si allí fuera más fácil ver la esencia de las cosas, desgajadas de la primera plana de los periódicos y el vocerío de las multitudes. Con el pulso firme de narradora que la caracteriza, Almudena Grandes nos conquista con una narración que auna tragedia, esperanza, rabia contenida, y tesón, mucho tesón, a través de la pequeña figura de Nino, que se deja llevar por los universos fantásticos de Julio Verne para huir de una realidad más gris y bochornosa.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Centenaria

Lo anuncia mi querido Antonio Rivero Taravillo en su blog: la revista Clarín cumple cien números acudiendo fielmente a su cita con ese mínimo retraso suyo tan característico para sus acérrimos seguidores, siempre al filo de la agonía de su segundo mes de bimestralidad, a veces a principios del siguiente. Eso nunca nos importó a los que la tratamos desde sus inicios allá por enero de 1996, y que todavía repescamos números atrasados en la propia editorial -la incombustible Nobel- o en librerías de lance. Eran otros tiempos. Entonces Clarín se podía encontrar con suma facilidad en algunas librerías especializadas, su distribución era generosa y no hacía ninguna falta reservarla o solicitarla a nuestro librero de cabecera. Simplemente estaba allí, colocada en la estantería junto a otras revistas literarias que no han soportado los cambios económicos y editoriales, como una compañera fiel e imprescindible de las novedades bibliográficas que se arracimaban a su alrededor. Nada que ver con la realidad actual, de la que uno es testigo en primera persona. Clarín ya no aparece en el catálogo de las novedades de los proveedores, al menos en Andalucía. Si algún cliente la solicita, hay que pedirla a una editorial ovetense como una "rara avis" que ha perdido su hábitat natural. El elevado coste que supone una publicación de este tipo, unida a la progresiva digitalización de los usos lectores, han provocado que las revistas literarias hayan encontrado su relevo "natural" en los blogs literarios que proliferan por la red, y que se benefician de la inmediatez, la difusión masiva y el coste cero o casi nulo. Sin embargo, sin negar su utilidad -y como sucede con el libro electrónico- uno echa de menos la egoísta posesión material, pasar las páginas de unas secciones que ya se han convertido en clásicas.
Junto a otras revistas literarias, ya desaparecidas, a las que guardo especial cariño -Prima Littera, Renacimiento, Sin Embargo o El Siglo que Viene, por citar algunas-, la revista que dirige desde sus inicios José Luis García Martín forma parte de mi formación literaria. En aquella época de efervescencia cultural mi hermano Félix J. y yo habíamos conseguido que un periódico local nos permitiera editar cada mes -porque pagar, no pagaban por supuesto- un cuadernillo de ocho páginas al que bautizamos como Mosaico. Gracias a él nos relacionamos con muchos escritores y editores, entre otros con José Manuel Benítez Ariza, quien me sugirió la posibilidad de enviar a Clarín la entrevista que acababa de hacerle. Para mi sorpresa, fue aceptada y publicada, siendo la primera de una serie que, junto a algunas críticas y artículos, fueron apareciendo con su puntual remuneración. Hace algunos años que, por falta de tiempo, no envío nada a la revista, pero amigos y colaboradores me cuentan que Clarín goza de una excelente salud para los tiempos que corren y sigue pagando religiosamente, cosa que a algunos les sigue pareciendo extraño, como si los escritores no tuvieran que pagar todos los meses sus facturas. Ignoro si la revista ovetense logrará editar otros cien números, pero sin duda su longevidad e indiscutible calidad ya son dignas de aplauso.