sábado, 29 de enero de 2011

martes, 25 de enero de 2011

El mito Zátopek


Reconozco no haber leído hasta ahora a Jean Echenoz, a pesar de haber tenido oportunidades de hacerlo. Pero en cuanto supe que el personaje principal de Correr era Emil Zátopek, me apresté a remediar mi falta. A pesar de no haber podido verle correr en directo por evidentes cuestiones de edad –y quizá por eso mismo, porque el mito se hace grande con la imaginación-, la imagen de la llamada “locomotora checa” siempre ha estado rodeada para mí de un aura especial, de una grandeza que rebasa cualquier canon establecido previamente. Autor de proezas atléticas casi imposibles, Zátopek fue un corredor fuera de lo común en todos los sentidos del término. Todos los especialistas médicos y entrenadores de la época en que compitió coincidían en que su modo de correr –con ese cabeceo continuo, esas piernas desmadejadas, y ese rictus permanente de dolor con la lengua fuera- no era ni estético ni la forma más adecuada de exprimir todo su rendimiento físico. Sin embargo, el atleta checo, humilde y extremadamente exigente consigo mismo, siempre fue por libre y decía que aquélla era la única forma que tenía de correr con el menor cansancio posible.

Echenoz ha bajado la leyenda a ras de suelo –o quizá sería mejor decir a pie de pista- y ha humanizado hasta lo indecible a una persona que, desde el anonimato peligroso de fábricas cochambrosas, fue capaz de descubrir que tenía una virtud desconocida y que debía aprovecharla. La estructura narrativa de Echenoz no es, como se podía pensar, la de un escritor de medio fondo, sino la de un velocista que esprinta de modo intermitente y dosifica sus fuerzas cuando le viene en gana, el mismo modo de correr de Zátopek. Esos acelerones le obligan a seleccionar mucho, a jugar con la elipsis y a no detenerse más de lo preciso en estadísticas y datos, que nos abrumarian por su desfachatez: Zátopek lo ganaba casi todo, incluso cuando llevaba tiempo sin competir y volvía para batir varios records mundiales.

La habilidad para dosificarse de Echenoz es prodigiosa, como la de su criatura-mito, incluso en el tema más peliagudo en la vida del atleta: sus problemas con el gobierno checo, que le desautorizaban para competir fuera del bloque oriental no fuera a pedir asilo político. También sale felizmente airoso de las convulsiones políticas de la Praga del 68 y logra momentos realmente emotivos cuando aborda la vida más íntima de un personaje tocado por el halo de la inocencia en un mundo repleto de intereses partidarios. Conmovedoras son también las páginas dedicadas a los años más oscuros de Zátopek, cuando, retirado de los circuitos, fue reciclado como basurero y, los vecinos, al reconocer a su ídolo, salían de sus casas para vaciar los cubos que le correspondían.

Alejada de las biografías al uso y de las novelas biográficas más convencionales, Correr es un maravilloso experimento narrativo que rinde honores a una figura siempre inalcanzable para los que no se llamen Echenoz.

domingo, 23 de enero de 2011

Filosofía y bicicleta


Si hay un personaje polifacético, inquieto y capaz de conjugar diversas disciplinas artísticas sin dejar de ser él mismo, ése es David Byrne, ex cantante de Talking Heads y representante de la vanguardia cultural norteamericana más activa de los últimos treinta años. Músico, artista multimedia, director de cine ocasional, fotógrafo y escritor, Byrne es también un apasionado promotor y practicante del ciclismo urbano. Si en los viajes largos lamentaríamos haber olvidado echar en la maleta pantalones de recambio, mudas, zapatos o esos libros sin los cuales se nos pone cara de tontos durante el vuelo, David Byrne no puede pasar sin su bicicleta plegable, que le acompaña en todas y cada una de sus giras por medio mundo, ya se trate de Sydney, Berlín, San Francisco, Londres, Estambul o Buenos Aires.

En cuanto tiene un día libre en su agenda, o incluso cuando no lo tiene, Byrne coge su bicicleta y se dedica a hacer su peculiar ruta turística por la ciudad, explorando lugares desconocidos o buscándole nuevas perspectivas a los conocidos. Y es que desde el sillín de la bicicleta la ciudad cobra una nueva dimensión, se aprecia mejor su fisonomía, el civismo de sus habitantes, la arquitectura de sus edificios, la evolución de las zonas residenciales, los monumentos más emblemáticos... Después de tantos paseos, Byrne es consciente de esta realidad y ahora quiere transmitirnos sus experiencias en esta recopilación de crónicas callejeras o postales a dos ruedas, donde la plasticidad estética, el viaje visual se funde con la reflexión.

Porque Byrne ejerce también de filósofo agazapado, exponiendo con brillantez y una argumentación aplastante sus opiniones sobre la imagen simbólica de la ciudad, su poder para cambiar el carácter de las personas, su mayor o menor aptitud, en definitiva, para ser recorrida sobre pedales. Por poner un ejemplo, mientras habla de su conocimiento de los bares nocturnos y las extrañas amistades que le surgen al paso en los circuitos artísticos donde se mueve –Byrne es también ocasionalmente un humorista nato-, hace un parón en su itinerario para divagar sobre la importancia creativa de una comuna de artistas discapacitados y hacer un hermoso discurso sobre el poder del arte para cambiar la realidad.

Escrito en un lenguaje fluido y aliñado con fotografías de sus paseos y/o su día a día profesional, Diarios de bicicleta se lee de principio a fin sin el, a veces, engorroso prejuicio de las etiquetas genéricas. Cuando acabamos su lectura, además de unas recomendaciones generales de ciclista veterano, tenemos incluso la oportunidad de disfrutar de unos diseños de aparcamientos de bicicletas realizados por el propio artista instalados en diferentes partes de Nueva York: arte y ciclismo definitivamente unidos.

Para terminar, transcribo aquí la filosofía del ciclista urbano de Byrne, que suscribo totalmente: “Más convincente que ningún argumento práctico es el sentimiento de libertad, la sensación de liberación física y psicológica que se experimenta. Ver las cosas desde un punto de vista cercano a los peatones, los vendedores y los escaparates, combinado con el hecho de moverse por ahí sin sentirse totalmente divorciado de la vida de la calle, es un puro placer. Observar y participar de la vida de una ciudad, incluso para una persona reticente y tímida como yo, es uno de los grandes placeres que se pueden experimentar. Ser una criatura social: eso forma parte de lo que significa ser humano”.

viernes, 21 de enero de 2011

Cuando el premiado es otro, o quizá no


Aunque resulte difícil de creer, los premios ajenos pueden procurarte tanta o mayor felicidad que si te los concedieran a ti mismo. Lo pude comprobar el otro día, cuando Antonio Núñez Torrescusa vino a verme -todavía algo incrédulo, sin llegar a asumirlo plenamente- para contarme que le acababan de llamar de la Universidad de Cuenca para notificarle la concesión del Premio Luna del Aire de poesía infantil, el segundo mejor dotado a nivel nacional en su categoría. Pero para que comprendáis mejor mi reacción, debería empezar por el principio. Antonio es para mí como una especie de padre, un amigo de esos que aparecen en un recodo de tu vida para quedarse, que comparte tus mismos intereses y que, sin apenas conocerte, te abre la puerta de su casa y te ofrece todo lo que tiene.
Maestro de escuela en las apetecibles tierras neerlandesas, Antonio regresó a España, y en concreto a Sanlúcar, para impartir clases de primaria en el mismo centro en el que yo cursé la EGB. Está claro que el destino se había confabulado para unirnos más tarde o temprano. Profesor acostumbrado a desvivirse por su trabajo, le robaba horas al sueño en su casa de La Jara -donde, como no podía ser de otro modo, yo también viví algunos de los mejores años de mi vida- pergeñando versos, pequeñas poesías para que los niños de su clase entendieran mejor los conceptos que explicaba y estimularan su creatividad. Ya jubilado, Antonio se había dedicado a recopilar esas mínimas estampas infantiles en libritos que él mismo encuadernaba con el amor que un padre derrocha en sus criaturas. Algunos de ellos los tenemos en casa, pues Antonio, siempre inseguro de la valía de sus creaciones, quería saber nuestra sincera opinión -la de mi mujer y la mía- sobre una obra que iba puliendo y perfeccionando hasta encontrar la rima precisa, el ramalazo más sonoro, la evocación más nítida, el certero e indispensable verso final.
Uno, que tiene un tanto abandonada la poesía, le ayudaba en lo que podía y le informaba de convocatorias, de editoriales donde podía intentar enviar sus trabajos, pues veía en ellos valores más que notables para superar la espinosa barrera del jurado más severo. Remiso en un principio, Antonio poco a poco se fue convenciendo de que aquella era la única forma de publicar, de que el esfuerzo de toda una vida no se quedara sólo en las estanterías de los más allegados.
Tras muchos intentos infructuosos y una fortuna que se le había vuelto esquiva, Antonio ha hecho realidad su sueño, pues el premio recibido incluye también la correspondiente publicación que, ilustrada por una estudiante de la universidad conquense, verá la luz el próximo mes de mayo. Felicidades de veras, escritor que nunca has dejado de ser, compañero, amigo, padre...

http://eldiadigital.es/not/12158/en_la_plaza_quieta_de_antonio_nunyez_logra_el_viii_luna_de_aire_/


*Foto de Marianela Nieto. En primer plano, Antonio Núñez; en el centro, Luis García Montero; y al fondo, un servidor.

lunes, 10 de enero de 2011

Sunset Park


Si a finales del 2009 hablaba aquí de la "resurrección" narrativa de Paul Auster con motivo de Invisible, ahora no puedo menos que confirmar que mi entusiasmo estaba justificado. Y no es que Sunset Park esté a la altura de su precedente, pues en mi opinión se sitúa un peldaño -o dos- más abajo (si la crítica literaria se pudiera medir en términos de escalera), pero refrenda los buenos propósitos que el novelista de Brooklyn parecía haberse hecho desde la decepcionante Viajes en el scriptorium y la pobretona Un hombre en la oscuridad.
Sunset Park
, que en algunos momentos puede parecer algo oportunista en sus referencias a la actualidad internacional, proporciona excelentes momentos de buena literatura y, sobre todo, perlas de ese Paul Auster que creíamos perdido. Aunque la trama principal de Sunset Park gire en torno a las vivencias del grupo de okupas que habita en la casa ubicada en el barrio que da título al libro, Auster exhibe sus mejores armas al describir las relaciones paternofiliales y la desubicación de ese nuevo héroe austeriano que es Miles Heller, y que tanto nos puede recordar al protagonista de El palacio de la luna, desarraigado y desorientado. Los otros compañeros de la casa, a los que Auster dedica vibrantes capítulos, enriquecen la peripecia vital del protagonista que, como es habitual en el autor, se muestra de forma fragmentada, y con saltos en el tiempo en los que da una nueva lección de maestría estructural.
Lo dicho, creo que a Auster todavía le queda cuerda para rato.

domingo, 2 de enero de 2011

Y ahora, el ABC

Andrés González-Barba, periodista y escritor en sus ratos libres, publica hoy en la edición de Sevilla del ABC una entrevista sobre Bancos de niebla.

http://www.abcdesevilla.es/20110102/cultura/sevp-juan-carlos-palma-cierra-20110102.html