domingo, 26 de septiembre de 2010

Solos en la madrugada

Qué caraj... (y perdón por este comienzo tan abrupto), pero me gusta este Garci, no lo puedo remediar. Me topé la otra noche con ella haciendo zapping y la voz de Sacristán, descreída de todo y casi apocalíptica, me atrapó como a uno más de los radioyentes de su programa nocturno. Es una pena que la imagen de Garci se haya deteriorado con sus rifirafes con la Academia, esas últimas películas tan engoladas y sus años como gran gurú del cine clásico en el programa "Qué grande es el cine". Como gran amante del séptimo arte -A Almodóvar también le pasa-, a Garci le pierde con demasiada frecuencia su devoción por la santería hollywoodiense, esos grandes cineastas irrepetibles que todos tenemos en mente. Por eso, cuando en sus comienzos, en películas rodadas con cuatro duros y mucha imaginación, rendía homenaje a sus mentores, el resultado no dejaba de tener encanto, porque las muchas referencias se integraban en un conjunto armónico que apostaba por contar una historia íntima y sin demasiadas ínfulas exhibicionistas.
Jugando con los títulos de sus películas, no sé en qué momento exacto se produjo el "crack" de Garci, la fractura en la que su cine pasó de homenajear a vegetar, a quedarse estancado en una dimensión temporal ajena a los cauces cinematográficos del momento, como si sólo dirigiera películas para sí mismo y no para un espectador que ya le rehúye.
Estuve hace unos años en una conferencia de Garci en los cursos de verano de El Escorial, y puedo asegurar que la audiencia estaba fascinada por ese tipo de aspecto juvenil enfundado en sus vaqueros y zapatillas deportivas que no paraba de citar directores y escenas que le habían hecho ser lo que es, sin las que no podía vivir.
Esa pasión de Garci tomó la forma justa en esas primeras producciones casi caseras, donde los aciertos visuales no parecían forzados ni los diálogos impostados. En Solos en la madrugada hay momentos de gran cine, como esa superposición de la conversación entre Sacristán y Fiorella Faltoyano con el discurso del propio Sacristán en los micrófonos, o esos planos de un Madrid nocturno sin coches y con la música apropiada. Quizá hoy pocos se acuerden, pero Garci eligió para cerrar la película el Unchained melody de los Righteous Brothers casi veinte años antes de que Jerry Zucker lo hiciera tan popular en Ghost.
Uno puede discrepar de las opiniones de ese émulo de Woody Allen que parece a veces Sacristán, pero no puede dejar de sentirse herido de nostalgia por la impresión de ese Madrid preelectoral e imberbe, por una sociedad que cambiaba a marchas forzadas y que Garci retrata con todos sus virtudes y defectos. No sé, quizá es que yo también me estoy volviendo mayor, pero este Garci me gusta...

domingo, 19 de septiembre de 2010

El arte de viajar


La literatura de viajes ha ganado enteros en nuestro país de un tiempo a esta parte. Uno, que es librero y observador, comprueba con gusto que es una sección en continuo movimiento y que exige una reposición constante. Al margen de las excelentes traducciones que nos llegan de textos originales, ya sea contemporáneos o rescatados -entre estos últimos, me quedo con En Marruecos de Edith Wharton (Pre-Textos) y La vuelta al mundo en 72 días de Nellie Bly (Buck)-, en España cada vez son más las editoriales que apuestan por un género que, en muchas ocasiones, contribuye a ampliar la información puramente turística de las guías de viaje, cuando no a hacer del libro en cuestión un viaje propio e íntimo para el que no necesitamos más alforjas que nuestra sorprendida mirada.
Valorando la aportación de autores como León Lasa o Enric González, para mí, sin embargo, el trío más representativo e imprescindible de la literatura de viajes en nuestro país es el formado por José Luis García Martín, Eduardo Jordá y Antonio Rivero Taravillo. Este último acaba de compilar -magnífica palabra que nos evita imprimir y recortar periódicos o revistas- algunos de sus artículos aparecidos en diversos medios y en su estupendo blog Fuego con nieve en un libro cuyo ocurrente título -Macedonia de rutas (Paréntesis)- ya es una magnífica tarjeta de presentación y una invitación a compartir con el autor sus viajes por Islandia, Méjico, Gran Bretaña o Centroeuropa.
Rivero Taravillo posee esa cualidad que uno valora especialmente: la mirada literaria y culturalista, sin pecar de pedantería ni olvidarse de la tierra que pisa. Taravillo deambula por las calles impregnándose de su aroma, deteniéndose en portales en los que vivió algún escritor famoso, visitando tumbas de autores que, como zombies de una película de terror, levantan la pesada tapa para mostrarnos sus últimos momentos en este mundo -magnífica la evocación de John Keats que ahora disfrutamos en el cine.
Como todos los letraheridos, no puede dejar de entrar en las librerías con las que se cruza -cuando no le buscan a él-, rebuscar en los estantes más escondidos y evocar los libros que alguna vez pudieron ser suyos. Ya sea paseando por los idílicos canales de Brujas, siguiendo los pasos de Joyce en Dublín o mostrándonos los rincones menos frecuentados de Venecia, Rivero Taravillo nos ofrece una excelente lección de cómo visitar lugares sin dejarse contaminar por el turismo fotográfico del no ver nada, permitiéndonos, sin salir de nuestra habitación, que toda la magia de aquellos penetre por la ventana para inundarnos de una nostalgia por plazas y avenidas en las que -curiosa paradoja- nunca creíamos haber estado.

martes, 14 de septiembre de 2010

Cal y arena

Del cuarteto de creadores que dio en crear la famosa "nouvelle vague", quizá sea Claude Chabrol el que haya abarcado más variedad de registros y el de estilo más difícil de definir en unos pocos adjetivos. Si Truffaut fue el romántico, el nostálgico incurable, Godard el atrevido y rompedor, y Rohmer el delicado, Chabrol ha sido durante sus cincuenta años de trayectoria profesional el director más inclasificable de esa hornada de autores irrepetibles. Desde su debut con El bello Sergio (1958), Chabrol ha tenido tiempo para dar lo mejor y lo peor de sí -hacer una obra maestra tras otra cada año parece reservado sólo a los genios, y ni siquiera Woody Allen, acérrimo practicante de la cosecha anual, es capaz de conseguirlo-, pero siempre se ha caracterizado por mantenerse fiel a un sello propio, sin duda más invisible y aparentemente anodino que el de sus coetáneos, pero capaz de arrojar grandes momentos de ese cine hoy tan falto de ellos.
Podría habler de muchos títulos que engrosarán ahora con mayores honores la cinemateca francesa de la rue de Bercy, pero me detendré sólo en dos que, separados por una escasa distancia temporal, vienen a refrendar lo anterior.
Días tranquilos en Clichy (1990) pretendía ser una valiente aproximación a la vida parisina de Henry Miller, pero acabó siendo un completo desastre, con una narración deshilvanada, una puesta en escena sin garra y una interpretación rayana en lo ridículo. El material era lo bastante bueno para que fuera difícil estropearlo, pero Claude Chabrol lo hizo.
En el polo opuesto se sitúa El infierno (1994), revisión del clásico de Henri-Georges Clouzot que no desmerece al original y que, incluso me atrevería a asegurar, lo supera. Esta demoledora lección de cine sobre el tema de los celos -cinco años después retomado por Vicente Aranda con menos fortuna- consigue que nos metamos en la piel del protagonista, encarnado por François Clouzet, de un modo visceral, casi espasmódico.
Chabrol rodó y rodaría mejores y peores películas que estas dos, pero quizá nunca adaptó un texto ajeno con la misma intensidad ni naufragó con tanto estrépito creyendo que su nombre bastaba para hacer magia. Trabajador incansable, quizá su estilo fue precisamente ese: no saber cómo invocarlo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

El mapa alemán

Como ya anuncié en su día, la editorial alemana Rowohlt, responsable de la traducción de El mapa del tiempo, va a echar la casa por la ventana en la promoción del que auguran nuevo best seller de un autor español en tierras germanas. Tan es así que ya han adquirido los derechos de traducción de las dos próximas novelas de Félix y de la mayoría de sus libros ya publicados. Y es que los avispados editores seguro que no olvidan aquella película del landismo, y han gritado con todas sus fuerzas: ¡Vente pa Alemania, Félix!

A falta de saber los resultados de esta apasionante aventura, que se iniciará con la publicación el día 17 en formato papel y e-book, os dejo un trailer que muestra a las claras lo que se lo están currando.

Ya sabéis, eficiencia germana, 100%. ¡Suerte, Félix!

miércoles, 8 de septiembre de 2010

De otra galaxia

Ya sé que no suelo hablar de deportes en esta bitácora, pero hoy me voy a permitir una excepción, ya que considero que ver jugar a Roger Federer, la plasticidad y elegancia de sus movimientos, puede considerarse una especie de obra artística en sí misma, una suerte de happening que va tomando variables formas ante los incrédulos ojos del espectador y de sus rivales. Para quien todavía no lo haya visto, acompaño un vídeo con uno de sus últimos golpes magistrales. Y, contra lo que se pudiera pensar, no ocurrió en un partido de exhibición, sino en el Open USA que concluye este domingo.

http://www.youtube.com/watch?v=Pr7-deiJ33o

martes, 7 de septiembre de 2010

Lecturas de verano (II)


Una llama misteriosa. Phillip Kerr (Rba). Quinta entrega de la serie "Berlin Noir", con la acción dividida entre la Alemania inminentemente pre-nazi -espectacular la descripción de los últimos días de la República- y la Argentina de Perón, refugio de muchos miembros de las SS y alemanes de diversa condición, como nuestro querido Bernie Gunther, al que aquí manipulan hasta desde las más altas esferas para lograr los más retorcidos propósitos políticos y económicos. Aunque la acción es igual de trepidante que en otros tomos de la serie, Una llama misteriosa abusa quizá de lugares comunes y presenta a unos personajes menos trabajados. El apasionante y siempre espinoso asunto de los nazis ocultos en Argentina será, por cierto, el tema principal de uno de los volúmenes de la serie que ya ha iniciado Almudena Grandes -sobre la que hablaré pronto- como homenaje a los Episodios Nacionales de Pérez Galdós.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Películas recomendables



A uno le gustaría ir más al cine, pero hay que reconocer que entre la paupérrima oferta que suele ofrecer la cartelera -repleta de títulos olvidables- y las diversas ocupaciones en que estamos embarcados, resulta difícil acudir más de una vez al mes (siempre nos quedarán los canales cinematográficos de la tele o el dvd, ¡qué le vamos a hacer!). A pesar de esta parquedad en mi ritual cinéfilo -¡quién me hubiera visto hace quince años en mis tiempos de facultad esperando que llegara el viernes para ver tres películas seguidas!-, he visto lo suficiente como para recomendar dos películas que deberían pasar a la historia en sus diversos géneros:

Origen, de Christopher Nolan, sobre la que ya parece haberse dicho todo, pero cuya poderosa imaginería visual y argumental la deben colocar por derecho propio como referente del cine contemporáneo de los próximos años. Nolan, conocido sobre todo por Memento, sus dos incursiones en la saga de Batman -con permiso de Tim Burton, las mejores de la serie- y la estimable The Prestige, ha elaborado un fascinante ejercicio de estilo que nos sorprende en cada escena recordándonos, y esto es lo más importante, que, si uno escarba en su imaginación, siempre hay algo nuevo que contar. Un reparto brillante y sin demasiadas estrellas -sólo Leonardo Di Caprio, que cada vez está más acertado al escoger sus papeles- está a la altura de una historia condenada, me temo, a ser una isla en el océano de mediocridad del cine norteamericano actual.

Toy Story 3. Aunque parecía una misión imposible, los responsables de Pixar se han superado a sí mismos volviendo diez años después a una historia aparentemente muerta y enterrada, pero que resucitan acudiendo al poderoso resorte de la nostalgia y a una humanización extrema de los juguetes, cuyo devenir por la guardería debe quedar como uno de los mejores episodios del cine de animación (digital, eso sí) de los últimos años. Los valores, hoy tan rebajados, de la solidaridad, la amistad y la esperanza, cumplen en la nueva entrega una función de poderoso imán para las nuevas generaciones. ¡Cuánto echo de menos a mis clicks de Famobil!

jueves, 2 de septiembre de 2010

Lecturas de verano (I)

Después de un largo tiempo sin dar noticias, me propongo aventar este pequeño rincón más a menudo. De momento, empiezo con un somero repaso de algunas últimas lecturas:

Sesión continua. Luis Manuel Ruiz (Algaida). Autor ya de seis novelas de fuste, el escritor sevillano publica su primer libro de cuentos gracias a la consecución del Premio Iberoamericano de Relatos Cortes de Cádiz. Haciendo gala del brillante estilo al que nos tiene acostumbrados, el autor de El criterio de las moscas pergeña varias obras maestras en un volumen que toca varios géneros, con cierta predilección por el fantástico. Por cierto, aviso para Luis Manuel: da un toque a la web de "La Casa del Libro" para que cambien tu foto. Ese no eres tú.

Unos por otros. Phillip Kerr (Rba). Cuarto título de la ya imprescindible serie "Berlin Noir" que, como su propio título indica, es una fascinante fusión de novela negra en la Alemania pre y post-Nazi. El "tough-boy" Bernie Gunther, nostálgico de la República de Weimar, hace una vez más encaje de bolillos para salir de las situaciones más apuradas, sin dejar, como buen representante de la clásica escuela, de coquetear con el sexo opuesto y tratar de llevar lo mejor posible su particular ética. El viaje a México, del que espero hablar en breve, se me hizo mucho menos largo con su compañía.

Novela familiar. Blas Matamoro (Páginas de Espuma). Galardonada con el III Premio Málaga de Ensayo, esta curiosa obra se introduce en el universo del escritor desde una óptica privada y genética. A través de infinidad de pequeñas biografías, Matamoro viene a desmentir aquello de "de tal palo, tal astilla", pues aunque los padres pueden jugar un papel fundamental en la obra futura del hij@ escritor -léase Kafka, por ejemplo-, también puede ser una influencia pasiva o ser completamente ninguneado por su vástago. Padres, madres, hermanos, hermanas y otros familiares, desfilan por unas páginas que nos descubrirán orígenes y episodios que quizá nos eran desconocidos.

Papel y plástico 2. Oscar Lombana (Astiberri). Como ya ocurría en el primero, el segundo tomo de Papel y plástico es un asalto a mano armada al corazón de la nostalgia: juguetes, cromos, series, álbumes, muñecos, chucherías, cachivaches... Todo tiene sitio en este festival orgiástico -en el sentido revival, se entiende- para los sentidos de los que ya comenzamos a peinar canas. Al prurito exhaustivo de Oscar en su cacería por tiendas, librerías y friki-houses de toda España se suma su ingenio para intercalar anécdotas o bromas personales. Por cierto, Oscar, gracias por partida doble: por incluir los kalkitos y por acordarte de mí en las dedicatorias.

Manhattan por el retrosivor. José Luis Ordóñez (Mandocohete). A José Luis le conozco desde hace varios años y puedo dar fe de su inquebrantable pasión creativa: cortometrajes, obras de teatro, novela, relatos... En Manhattan funde con acierto dos de sus pasiones: la escritura y el cine, ya que los cuentos -con una ambientación más o menos unitaria en espacio y temas- se pueden ver como cortometrajes rodados plano a plano con la pericia del que sabe dónde poner la cámara. Algunos más redondos que otros, los cuentos aquí incluidos revelan a un narrador con gran capacidad de fabulación que debe explotar -quizá el nombre de su editorial sea una advertencia- en cualquier momento.