miércoles, 30 de abril de 2014

La autoedición o irse de putas

Lo dice Jeremy Mercer en su divertidísimo y nostálgico La librería más famosa del mundo (Malpaso, 2014): "Echar mano de una imprenta para autopublicarse es comparable a pagar a cambio de sexo, pero hasta cierto punto aún más vergonzoso. Ir de prostitutas, por lo menos, es un acto privado, mientras que pagar para publicar un libro propio supone un verdadero despliegue público de desesperación creativa" (págs. 53-54). Ahí queda eso. Se abren opiniones.

lunes, 28 de abril de 2014

The Reader´s Diary (XXXI)

A falta de encarar la última entrega de las aventuras de Bernie Gunther -Un hombre sin aliento (RBA, 2014)-, puedo certificar que Praga mortal (RBA, 2012) es una de las mejores de la serie. Ambientada en buena parte en la hoy tan turística ciudad natal del protagonista y entonces difícil y resistente sede del imperio nazi, la novela discurre continuamente por el filo de las dobles verdades, los engaños y las traiciones que despistan incluso a un detective tan de vuelta de todo como el bueno de Gunther, de quien, como es habitual, afloran aquí sombríos retazos de su pasado. Como ya nos tiene acostumbrados, Kerr se infiltra con un dominio magistral en las altas esferas del Tercer Reich, dibujando retratos acerados hasta del monigote más bajo en el escalafón de su compleja estructura de mando. Escenas tan desasosegantes como la de la tortura final merecerían un hueco de honor entre las mejores páginas de la serie.
Algo tarde he afrontado también la lectura de la novela finalista del Herralde del pasado año. Intento de escapada (Anagrama, 2013), de Miguel Ángel Hernández, demuestra ante todo que el autor conoce bien el tema que pisa: las veleidades y tejemanejes del arte contemporáneo. La novela está presidida en todo momento por la duda moral de si todo es válido desde el punto de vista artístico al colocar en lugar preferente de la acción a un artista especializado en instalaciones y happenings al límite de lo legal. En un plano similar al del lector se sitúa el protagonista, un joven universitario que hace de cicerón del artista al tiempo que inicia un aprendizaje a marchas forzadas de su dudoso futuro mundo laboral y de ciertas formas de amor llevadas igualmente al límite. Y quizá sea eso lo que lastra un tanto la novela, ya que la óptica del joven arrastra una escritura que roza lo pueril, quitándole fuerza a los hechos narrados.
Un joven universitario es también el protagonista de la tercera novela del poeta Luis García Montero, Alguien dice tu nombre (Alfaguara, 2014), novela de iniciación sexual que retoma un tema que se ha convertido ya en una especie de subgénero en literatura y cine: la relación apasionada entre el joven y la mujer madura. El autor de No me cuentes tu vida sitúa la acción no en la Granada de su propia juventud, sino en la de veinte años atrás, la de los sesenta, todavía enfangada de un franquismo otoñal y de un reaccionarismo algo apelmazado. A pesar de que no aporte ningún elemento original, la novela se lee con agrado por la siempre bien elaborada prosa de LGM y la inesperada vuelta de tuerca final.
Precisamente un compañero de espadas en esa Granada posterior de la transición democrática, Álvaro Salvador, nos regala un librito de aforismos, La vida no te espera -Renacimiento, 2014-
, esos que él define en su prólogo como un "verdadero canto a la pereza". Tendremos que darle la razón, ya que buena parte de ellos no parecen muy trabajados y caen en la obviedad o el laconismo sin chispa. No obstante, algunos descuellan con ese fulgor que se echa de menos en el volumen: "Quienes se preocupan constantemente por alcanzar la felicidad, se pierden la vida" o "No quiero llegar a ser un museo de mí mismo". Quizá lo más original de este batiburrillo de pensamientos sea la idea del autor de repescar frases de películas, pintadas u objetos personales dignos de convertirse en literatura, que a fin de cuentas es lo que cuenta. 

lunes, 14 de abril de 2014

Woody de 10

Próximo ya a ingresar en el club de los octogenarios, Woody Allen nos sigue regalando una película al año, bien es cierto que no todas de la misma calidad, aunque casi todas con algún detalle aprovechable digno de uno de los creadores cinematográficos imprescindibles de la edad contemporánea -si están pensando en Vicky Cristina Barcelona y el beso entre Scarlett Johansson y Penélope Cruz, pues sí-. Después de la magistral Midnight in Paris, Allen pareció tomarse un descanso con A Roma por amor, una poco más que entretenida comedia que podía hacernos creer que el genio de Brooklyn ya había dicho todo lo que tenía que decir. Sin embargo, Blue Jasmine viene a desmentirlo radicalmente con su aire de obra maestra sorprendente e incontestable. Que se quedara fuera de las principales categorías en la última ceremonia de los Oscars -salvando el premio a Cate Blanchett- viene a confirmar la ceguera de la Academia a la hora de valorar los trabajos del ejercicio anual. Para quien, como este espectador, acudió al cine sin información previa de la película, la apuesta fue reconfortante, ya que se encontró con el Woody de los mejores tiempos, con un guión sin fisuras pletórico de diálogos y situaciones vibrantes, y un montaje que alterna pasado y presente con una inteligencia incisiva. Las obsesiones del director norteamericano vuelven a estar presentes en Blue Jasmine con una fuerza inusitada: el sexo, la inestabilidad emocional, el dinero, la familia, etc. El universo personal de Allen lo cincela un elenco protagonista que raya a enorme altura, desde la ya citada Blanchett a la impresionante Sally Hawkins, pasando por Alec Baldwin o secundarios con momentos estelares como Bobby Cannavale o Andrew Dice Clay. Quizá estemos ante una de las historias más ásperas y duras del Woody Allen de los últimos años, con el desolador personaje incorporado por Blanchett, cuyo especial carácter interfiere de un modo u otro en todos los que se le acercan. Un acerado retrato de la sociedad norteamericana, que puede leerse también como una velada crítica a la "cultura del pelotazo" y a la dura resaca posterior. Y otra joya que añadir a la lista de míticas películas ambientadas en San Francisco, donde transcurre la acción en presenteMagic in the moonlight, que llegará aquí seguramente después del verano.
. Impacientes, en fin, por ver

jueves, 3 de abril de 2014

Ocho apellidos vascos

Emilio Martínez Lázaro siempre se ha caracterizado por ser un director competente, dueño de una filmografía especializada en comedias con ciertas dosis de inteligencia -sus mayores logros, Amo tu cama rica (1992) y Los peores años de nuestra vida (1994)- que no excluyen argumentos más serios como Carreteras secundarias (1997) o Las 13 rosas (2007), válidas incluso cuando parecen gustarse demasiado a sí mismas, caso de El otro lado de la cama (2002) y su secuela. Buena parte del acierto del realizador reside en la elección de un buen equipo de guionistas, con facilidad para el diálogo chispeante y las situaciones hilarantes. Ocho apellidos vascos, que ha devuelto la alegría a las taquillas de los cines españoles, situada en sus momentos más bajos, se vale del talento de los guionistas de Pagafantas y programas televisivos de éxito como Vaya semanita, Splunge, Palomitas o ¡Qué vida más triste!, para tejer una desvergonzada parodia de los tópicos más anclados en la España carpetovetónica, de tal modo que podrían haberla firmado dos de sus intérpretes secundarios, Alberto López y Alfonso Sánchez, autores de El mundo es nuestro. 
Con la actuación estelar de uno de los cómicos más en alza de nuestra televisión, Dani Rovira, y el excelente trabajo del cuarteto interpretativo, con mención especial a Karra Elejalde, Ocho apellidos vascos -de la que se ya anunciado secuela- bebe del humor ya conocido de los guionistas en sus parodias de la sociedad vasca confrontándolo esta vez con la peculiar idiosincrasia andaluza, o sevillana más concretamente, para confeccionar un vehículo de diversión garantizada, capaz de meter una marcha más cuando la acción parece estancarse, pero sin acelerar más de la cuenta y caer en el disparate. La película atesora momentos de gran regocijo en el marco de una comedia romántica que ya podrían envidiar muchas de las cintas intercambiables que nos llegan de Estados Unidos copando las salas que, por una vez, han sabido darle la razón. En Ocho apellidos vascos ha triunfado ante todo la inteligencia de saber reírnos de nosotros mismos en una época que parecía pedirlo a gritos.