miércoles, 29 de julio de 2009

Diccionario de catástrofes


Quizá no sea éste el libro más indicado para llevar de viaje, sobre todo si como fue mi caso, tienes que coger un tren, un avión y finalmente un autobús para llegar al hotel que nos esperaba en Jordania. Sin embargo, y a riesgo de ser tachado de agorero, luché contra los vientos supersticiosos y me lo leí de cabo a rabo mientras veía aparecer los contornos de Oriente Medio desde la ventanilla. No son pocos los accidentes de avión que aparecen en el libro de Withington, entre ellos los dos más sonoros ocurridos en territorio español, el de Los Rodeos y el de Barajas del pasado año. También se recuerdan los accidentes de navegación, donde destaca la reconstrucción de las últimas horas del Titanic y los fallos en cadena que precipitaron el desastre. Porque de desastres y catástrofes es de lo que habla este libro: terremotos, inundaciones, genocidios, hambrunas, epidemias, erupciones volcánicas, guerras, crímenes de estado, tormentas, incendios, atentados terroristas, estampidas o explosiones, etc., conforman el crudo itinerario de la historia de la humanidad. Una ruta que no gusta recordar, pero que, como señala el autor, también atesora su lado bueno: las heroicidades y azares que evitaron más víctimas, y el reforzamiento de los sistemas de seguridad y la prevención como norma.

Organizados por temas, se escogen de cada uno los desastres más significativos en relación al número de víctimas, si bien este criterio impide la reseña de algunos acontecimientos luctuosos como el del estadio de Heysel que, debido a sus características especiales de narrarse en vivo y ocurrir en pleno corazón de la civilizada Europa, prendió sin duda en la memoria colectiva con más intensidad que otras catástrofes ocurridas en campos de fútbol.

Witthington se ha empapado de documentación para narrar los sucesos contando sus causas y consecuencias, sin eludir los testimonios personales recogidos en prensa o bibliografía. Sabemos así que el desastre que estuvo más cerca de acabar con la humanidad fue la erupción de un volcán en Sumatra que hace 74.000 años redujo la población mundial de un millon de habitantes a sólo 10.000 individuos.

En definitiva, un libro de agria lectura que refuerza el interés de la colección Noema de Turner, con estupendos títulos como el dedicado al Hombre Elefante o los más recientes Los pintores de las cavernas y La partida inmortal. Una historia del ajedrez.

sábado, 18 de julio de 2009

Un ángel en mi mesa


Hubo una vez un chico llamado Ángel González Muñiz, huérfano de padre, con un hermano asesinado por los falangistas, una hermana que sufrió sus represalias en su trabajo y una madre abnegada que luchó lo indecible por el porvenir de todos ellos. Contada así, la historia de este libro, que no es una biografía al uso ni una novela convencional, podría parecer sencilla, pero en realidad es todo lo contrario. Desde el cariño de una amistad de muchos años y el respeto hacia uno de sus maestros, García Montero -a quien no le gusta mucho prodigarse por los territorios de la narrativa pese a sus notables aciertos- ha hilvanado un retrato tierno escrito en compañía del fantasma cercano de Ángel González, con quien dialoga como si éste último estuviera leyendo lo que el primero va escribiendo en lo que es todo un acierto, un original planteamiento que encuentra correspondencia en los fantasmas del padre y abuelo del niño Ángel, que se le aparecen en momentos claves de su vida. Una vida, por otro lado, y por voluntad expresa del fallecido, que se detiene cuando el autor de Nada grave se traslada a Madrid para ganarse la vida como periodista a principios de los 50.

De este modo, el enorme poeta que es Luis García Montero se desmelena entrando a saco en la prosa poética, en largos párrafos de enumeraciones que beben de la nostalgia, de los tiempos duros de la guerra y las tragedias más cercanas, logrando una cadencia casi musical donde los datos van cayendo en el mullido colchón de un aguafuerte sentimental que parece más improvisado de lo que es. Para no ser un narrador, los recursos de García Montero son poderosos: le gusta perderse en personajes secundarios, dando a entender que muchos de ellos podrían tener su propia historia encuadernada como la de Ángel, juega siempre con la ironía sin demorarse en unos ataques ideológicos que podrían haberle perdido, y va adelante y atrás en el tiempo según la narración lo exija. Tomado de unos versos de Ángel González, este título es una invitación al recuerdo, a entrar al trapo en una infancia y juventud difíciles, de las que marcan al hombre posterior. Sé que García Montero ha escrito esta novela-biografía porque se la debía a Ángel, pero quizá debería plantearse que los buenos lectores también tenemos derecho a que se prodigue más y sin condiciones de ningún tipo.

martes, 14 de julio de 2009

Pasando revista (III)


El número 25 de Andalucía en la Historia (AH) dedica su dossier a las "Heroínas invisibles. Mujeres entre la represión y la resistencia (1936-1950)" con artículos de Carme Molinero, Pura Sánchez, Encarnación Barranquero, Francisco Moreno Gómez, Lucía Prieto y Llum Quiñonero. Otros de los artículos interesantes son el de Monique Alonso sobre los últimos días del poeta Antonio Machado, donde reconstruye las últimas 23 jornadas que sobrevivió el poeta en su exilio de Collioure antes de morir, y el de José Luis Beltrán, muy oportuno, sobre la pandemia acaecida hace 90 años, que causó cuarenta millones de muertos en todo el mundo entre 1918 y 1919, una cifra muy superior a los nueve millones de personas fallecidas en la Primera Guerra Mundial. El profesor Diego Caro Cancela evoca los siniestros acontecimientos de La Mano Negra en Jerez, 125 años después, mientras Luis F. Martínez Montiel ilustra el movimiento moderno en la arquitectura andaluza. Completan este excelente número, además de las secciones habituales, una evocación de la figura de Guzmán el Bueno, una mirada retrospectica a Cerro Muriano, famoso por la inmortal fotografía de Robert Capa, o una curiosa investigación sobre la poco conocida Hermandad General de Andalucía (1295-1325).

jueves, 9 de julio de 2009

Viajando con la sonrisa puesta


¿Se puede medir la felicidad de un país, de sus habitantes? Al parecer, sí. Un equipo de investigadores capitaneado por un tal Ruut Veenhoven se encarga de gestionar una Base Mundial de Datos de la Felicidad. Según sus pesquisas, siempre en continuo movimiento, países como Suiza, Islandia, Bután, Qatar o los Países Bajos ocupan el grado más alto en el escalafón, mientras Moldavia, Irak o numerosos países africanos se sitúan en los peldaños más bajos. Intrigado por la curiosidad del viajero impenitente, el periodista Eric Weiner se propuso un buen día descubrir la verdad de estas estadísticas viajando por medio mundo para desbaratar tópicos y buscar el país más feliz de la tierra. Sus conclusiones se resumen en una frase: "cualquier atlas de la dicha debe dibujarse a lápiz". Cada país puede ser feliz de un modo diferente, e incluso su estado puede cambiar a lo largo del tiempo. Weiner pasa varias semanas en Moldavia -que carga con el dudoso honor de ser el lugar más infeliz del planeta-, aferrado a la idea de que para conocer las razones de la felicidad también hay que conocer el polo opuesto. La opinión mayoritaria de sus habitantes es que la desmembración del régimen comunista y su independencia crearon una serie de expectativas en Moldavia que se vinieron abajo nada más nacer convirtiéndolo en un país de desesperanzados que asumen su condición. Weiner también viaja a una pequeña y deprimida -en el sentido más psicológico del término- ciudad de Gran Bretaña, Slough, epicentro de un programa televisivo cuyo objetivo era demostrar que la felicidad se podía reimplantar en sus ciudadanos, y también, cómo no, se da una vuelta por su país, la nación más rica del mundo que no encuentra equivalencia en su modus vivendi. Weiner, que protagoniza un sinfín de anécdotas en su contraste diario con costumbres y culturas distintas -en Suiza, por ejemplo, no se puede tirar de la cadena a partir de las 10 de la noche-, resume en sentencias difícilmente irrebatibles sus diferentes visitas: la felicidad de los suizos se basa en el aburrimiento, la de los estadounidenses en el hogar, la de los islandeses en el fracaso -les importa más intentarlo siempre que tropezar una y otra vez-, la de Bután en la política -su gobierno ha implantado la Felicidad Nacional Bruta-, la de Tailandia en no pensar, la de Qatar en su riqueza material, la de la India en la contradicción y la de los Países Bajos en su concepto de libertad moderada. El autor de La geografía de la felicidad se entrevista con políticos, con personajes relevantes del país, con ancianos que llevan toda su vida en el mismo lugar, con corresponsales o emigrantes que han encontrado su lugar en el mundo. Cargado de un adictivo humor -"el paraíso, al fin y al cabo, no es el paraíso si puedes llegar en taxi"- y de un estilo muy fluido que se permite licencias poéticas -"un lugar sin visitar es como un amor no correspondido"-, Weiner nos ofrece una guía de viaje insólita que sobrepasa la mirada del turista curioso para alcanzar las dimensiones de un reportaje de investigación ameno y de gran interés.

lunes, 6 de julio de 2009

La canción donde ella vive

Pues sí, el próximo jueves 9 de julio a las 20,30 horas le toca el turno a la narrativa en el jardín de la calle Caballeros 36 (entrada por calle Barja, junto al nº 3), en Jerez de la Frontera. La librería Luna Nueva presentará la última novela de Daniel Ruiz García, La canción donde ella vive, publicada en la editorial Calambur. Daniel, que también hablará de su anterior título, Perrera, será introducido por la periodista Marianela Nieto.



******
"Lo primero que debería hacer quien llega por primera vez a Lisboa es apresurarse a salir de Lisboa". Con esta curiosa afirmación, que podría parecer una boutade si no viniera de Ángel Crespo (1926-1995), arranca la última parte de esta rareza bibliográfica, publicada originalmente con el título de Lisboa (Destino, 1987), y ahora reeditada con acierto por Bruguera. En ella Crespo se dedica a pasear por una de las ciudades más hermosas del planeta, al modo del viajero romántico y no del turista con cámara en mano. De hecho, la frase citada es una invitación a tomar el transbordador en la Praça do Comércio para obtener una vista privilegiada de la ciudad. Crespo toma el funicular, el ascensor de Santa Justa, entra en los Jerónimos, en la Torre de Belem, pero también en las callejuelas de la Alfama, en la plaza del Rossio o en iglesias que no aparecen en las guías de viaje. Aunque los años han pasado desde que se escribieran estas líneas, el espíritu de Lisboa, que Crespo trata de describir en las primeras páginas, cuando habla de la saudade, del fado o del sebastianismo, se mantiene inalterable, presa de una cadencia musical milagrosa, a medio camino entre la pereza y la nostalgia. Crespo evoca a Pessoa, a Camoes, al suicida Antero de Quental o a Sophia de Mello Breyner Andersen, y en las poco más de setenta páginas de la tercera parte de su ensayo, resume la historia de la ciudad con sus conquistas y reconquistas, sus reyes y reyezuelos, los templarios y las divinidades, sus monumentos y su urbanismo. Uno, que sólo ha estado dos veces en la mágica Lisboa, ha tenido que agarrarse al asiento para no coger el coche y seguir los itinerarios trazados por Crespo, regresar a esa ciudad que te llama sin quererlo, como una sirena que te hace perder la cabeza con su imposible canción.

jueves, 2 de julio de 2009

Secundario de lujo


"Caracterizado físicamente por una prominente nariz y por la tendencia a la calvicie (compensada en ocasiones por el bigote), desplegó en el western su vasto registro dramático en roles secundarios pero relevantes, con inclinación intermitente a personajes carcomidos por neurosis y prestos a violentas, e incluso sádicas, reacciones". Así le describe Javier Coma en su imprescindible Diccionario del western clásico (Plaza&Janés, 1992). Karl Malden interpretó al menos cuatro personajes dignos de recuerdo en el género por excelencia del cine norteamericano: El árbol del ahorcado, El rostro impenetrable, El gran combate y Nevada Smith. Sin embargo, sin duda por el prestigio que otorgan los premios, quizá sea más recordado por su papel en Un tranvía llamado deseo, que le valió un Oscar, y por el de La ley del silencio, que le supuso una nominación, ambas dirigidas por Elia Kazan. Malden, que debutó en el cine con 26 años, se fogueó en el cine negro de bajo presupuesto con títulos hoy casi de culto como 13, Rue Madeleine, El beso de la muerte o Al borde del peligro. Su imponente presencia física, atemperada por una mirada que era capaz de revelar una gran fragilidad interior, fue aprovechada por algunos de los mejores directores de la época: al ya citado Kazan, habría que añadir John Ford, Henry Hathaway, Delmer Daves, Robert Mulligan, Richard Brooks, Otto Preminger, John Frankenheimer, King Vidor o el mismísimo Alfred Hitchcock, quien le dio un papel en Yo confieso.

Ya en sus últimos años, Malden, como muchos otros grandes veteranos, se dejó reclutar por jóvenes con ínfulas de grandeza, como Ken Russell -Un cerebro de un billón de dólares-, o Dario Argento -El gato de las nueve colas-, amén de alguna coproducción con toque hispano, caso de Un verano para matar, de Antonio Isasi. No obstante, su elevado prestigio en USA le permitió ser elegido presidente durante cinco años de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood. Malden, obligado a ser siempre un eterno secundario, no engrosará esa galería dorada reservada a las grandes estrellas, pero sin actores como él, sin esa característica nariz que se partió dos veces jugando al rugby, el cine clásico de Hollywood no tendría esa fachada impecable que le caracteriza y que los años son incapaces de corromper.