jueves, 30 de abril de 2009

Ponga un friki en su vida



¿Cómo se podría definir el término "friki" antes de que lo haga la RAE? ¿En qué subcategorías se pueden dividir los frikis? ¿Cuáles son sus derechos y obligaciones? A éstas y muchas más preguntas trata de responder el autor de este curioso librito, conocido ya para la posteridad como Señor Buebo, y fundador del Día del Orgullo Friki (el 25 de mayo, estreno de Star Wars) en el año 2006. Quien más, quien menos, conoce a un friki en su vida o cree conocerlo, pues para cumplir a rajatabla los preceptos de este curioso vocablo, heredado del original freak, con el que se designaba a los fenómenos de feria, es necesario cumplir una serie de condiciones, sobre todo que tu afición friki no se haya convertido en un fenómeno de masas que la haya hecho pasar al digamos mundo real, pues los frikis parecen vivir en un universo paralelo desde que en el colegio eran tildados de bichos raros, empollones y luego pequeños gurús de la informática.


Concebido como una guía para no perderse en este mundillo, que ha aceptado visos de respetabilidad en los últimos años infiltrándose poco a poco en la sociedad estándar -las grandes cadenas de ropa han incluido entre sus prendas algunas camisetas o artículos frikis, las series de tv como Héroes han cambiado sus guiones ante las protestas del colectivo o las convenciones tipo salón manga han dejado de ser una cosa rara- y alejándose poco a poco de esa imagen a medio camino entre la subnormalidad y la violencia -el autor recuerda la polémica surgida con el asesino de la catana y los juegos de rol- gracias sin duda a la decisiva ayuda que le ha proporcionado internet, Orgulloso de ser friki (Martínez Roca) no es evidentemente un libro para recordar. No ese ése su objetivo. Es un libro que, para hacer justicia a sus propósitos, debe leerse en el cuarto de baño o en esos tiempos muertos inevitables que surgen mientras se arregla tu mujer, se calienta la comida en el microondas o esperas a que se encienda el ordenador.


El volumen cuenta además con un curioso test final destinado a valorar la posible adscripción al universo friki del lector (un servidor, que comparte algunas aficiones de las citadas en el libro, no ha pasado de los quince aciertos) y con curiosas reflexiones que, si nunca nos hemos planteado, es probable que nos sintamos alejados del mismo: lo sucedido con los obreros que construyeron la segunda estrella de la muerte y que fueron cruelmente asesinados, ¿se podría considerar como accidente laboral?

martes, 28 de abril de 2009

Tripulante de quimeras


Como sabrán los lectores más conspicuos, Oficios estelares sólo es nuevo en su tercera parte, la que, tomando el título del volumen, reúne los relatos inéditos de Felipe Benítez Reyes desde la aparición del ya lejano Maneras de perder (Tusquets, 1997). El escritor roteño ha aprovechado la publicación del mismo para revisar sus dos libros de cuentos anteriores, el mencionado y Un mundo peligroso (Pre-Textos, 1994). Aunque, puestos a compilar, echo de menos esos aforismos y piezas breves, desperdigados por Felipe en revistas y suplementos como sus magistrales "Prontuario de términos literarios para uso escolar" (Clarín nº 6 y 8) o "Fábulas morales" (Clarín nº 10) por citar sólo algunos. Sí, me diréis que estos últimos podrían englobarse mejor en un libro de artículos, tipo Gente del siglo (Nobel), pero uno mantiene la tesis de que las prosas breves de Felipe Benítez Reyes no pueden adscribirse a un género concreto, sino a un universo que está más allá de etiquetas, perdido en la niebla de las quimeras, con su lago de tesoros escondidos en forma de metáforas deslumbrantes, personajes singulares y un nudo narrativo que tiene más del célebre mcguffin hitchkotiano que del clásico relato lineal: los cuentos de Oficios estelares se agarran también a esa barandilla de los sueños donde importa más el reflejo que la realidad, la forma que el fondo, el cómo se cuenta a lo que se cuenta. Desde aquí le animo a que vaya recopilando las entradas de su reciente blog para una futura publicación con el fin de que todos, y no sólo los malllamados "bloggeros", podamos compartir pasaje con sus perdurables fantasías.

lunes, 27 de abril de 2009

Un poco de sensatez


El pasado 25 de abril falleció en Los Angeles Beatrice Arthur, la inolvidable Dorothy Zbornak (de apellido materno, Petrillo, ¿cómo olvidarlo con una madre como Sofia?) de Las Chicas de Oro, serie en la que intervino nada menos que en 180 episodios desde 1985 a 1992. Precisamente su madre en la ficción, Estelle Getty, murió el año pasado. Los que pensaban que su longevidad podía rebasar los límites de la ficción estaban equivocados y, por mucho que nos pese, a todos, incluso a los seres más queridos de la pequeña pantalla les toca decir adiós.

Desde que debutara en 1951, Bea Arthur se dedicó en cuerpo y alma a la caja tonta interviniendo en series menos conocidas aquí como Maude o Amanda´s. Sin embargo, la fama mundial le llegó con una serie que hoy nunca hubiera pasado los rígidos "castings" de producción televisiva: ¿cuatro viejas de clase media alta en Miami? ¿Tú qué quieres, que me corten la cabeza?, le habrían espetado sin contemplaciones a la guionista Susan Harris al proponer su idea. Pero si echamos la vista atrás, descubrimos que Las chicas de Oro gustaron a todo tipo de público a lo largo de sus siete temporada en antena. Getty (a quien el éxito catapultó incluso al cine al lado nada menos que de Stallone), Betty White (Ross), Rue McClanahan (Blanche) y Arthur consiguieron con sus problemas de andar por casa meterse a la audiencia en el bolsillo encarnando cuatro personajes bordados que representaban diferentes formas de afrontar la tercera edad.

En ese reparto a Dorothy le tocó poner un grado de sensatez en el grupo frente a la lengua viperina de Sofia, la irrefrenable sexualidad de Blanche y la inocencia de Ross. Dorothy era la ecuanimidad, la templanza, la firmeza, aunque también tuviera sus puntos de debilidad con su ex marido y una vida sentimental lastrada por su inflexible carácter. Dorothy era ese punto de apoyo sobre el que basculaba toda la casa, esa roca que siempre sobrevivía a las derivas y los naufragios, esa abuela de apariencia seria pero fondo frágil. Y ahí están las tres primeras temporadas en Dvd para quien quiera recordarla en su estado de gracia. Yo desde aquí he puesto mi granito de arena.

domingo, 26 de abril de 2009

¿Me da un libro de intríngulis? (II)


Como segunda parte (y final, de momento) de las anécdotas libreras relaciono a continuación una serie de títulos viciados que comprenden clásicos y títulos recientes, sin olvidar a los nunca bien ponderados libros de texto, que también han encontrado su rinconcito en esta curiosa entrega de trofeos: "Obsesión escrita para 2º de Eso" en lugar de Expresión escrita para 2º de Eso. Quizá el niño le dio tanta la lata con que le comprara el libro de marras, que el padre se "obsesionó" con ello y a la hora de pedirlo ya no sabía lo que decía.


Y ahí va la lista de los más destacados "pifiazos". Entre paréntesis se acompaña el título correcto de la obra solicitada:


Comunicación con seres inanimados: "¿Por qué replican las campanas" (Título solicitado: ¿Por quién doblan las campanas? de Hemingway)


Dios y el Hombre de Neanderthal: "Los eslabones perdidos de Dios"; Variante para libreros sin graduado escolar: "Dios escribe derecho con renglones torcidos" (Título solicitado: Los renglones torcidos de Dios, de Torcuato Luca de Tena)


Tanto monta, monta tanto: "Explicar el catolicismo a los corderos" (Título solicitado: El catolicismo explicado a las ovejas, de Juan Eslava Galán)


Interesante (¿o aberrante?) combinación: "Musicozoofilia" (Título solicitado: Musicofilia, de Oliver Sacks)


El filósofo asesino o mentando a sus antepasados: "Los dos muertos de Sócrates" (Título solicitado: Las dos muertes de Sócrates, de Ignacio García-Valiño)


Buscando la fórmula secreta: "El misterio de Nenuco" (Título solicitado: El misterio del eunuco, de José Luis Velasco)


Del correr al bailar un sólo paso hay (la pareja es lo de menos): "Mujeres que bailan con perros", "Bailando con perros" (Título solicitado: Mujeres que corren con los lobos, de Clarissa Pinkola Estes)


Ni el mismo Schopenhauer lo habría firmado: "Manual del abismo" (Título solicitado: Manual de civismo, de Victoria Camps)


Directo a la nevera: "El corazón congelado" (Título solicitado: El corazón helado, de Almudena Grandes)


Los pilares de la Tierra con ecos de Julio Verne: "La noche del fin del mundo" (Título solicitado: Un mundo sin fin, de Ken Follett)


Como dirían en Comando G, Mutacióooon!!!!: "Sin varices no hay alas" (Título solicitado: Sin raíces no hay alas, de Bert Hellinger)


Un nuevo modelo por inventar: "Dios vuelve en una Harlyson" (Título solicitado: Dios vuelve en una Harley, de Joan Brady)


Más de andar por casa: "Historia de un segundo" (Título solicitado: Anatomía de un instante, de Javier Cercas)


Muerte del pelotari o elegía al onanismo: "Los funerales de la mano grande" (Título solicitado: Los funerales de la mamá grande, de Gabriel García Márquez)

miércoles, 22 de abril de 2009

¿Me da un libro de intríngulis? (I)




Recientemente se publicó el libro Soldados de cerca de un tal Salamina (grandezas y miserias en la galaxia librera) (Coma Negra, 2008), en el que su autor, Eduardo Fernández, librero de largo recorrido, desgranaba las mil y una anécdotas protagonizadas por los clientes del establecimiento en el que había trabajado. Títulos equivocados, confusión en los autores, extrañas y/o surrealistas peticiones, etc. En muchas ocasiones, estos errores se alimentan del boca a boca, de un recuerdo nebuloso de una reseña del periódico, del encargo de un hijo al que no se prestó la suficiente atención o de la recomendación de un amigo de un primo de mi cuñado, filtros comunicativos que provocan que la propuesta original se desvirtúe hasta quedar casi irreconocible.

Hay quien dice que en las librerías es donde se concentran mayor número de freakies por metro cuadrado, así que no resulta extraño que las consultas y preguntas de los usuarios rebasen la más pura lógica, alteren la historia de la literatura e incluso socaven los sólidos cimientos del diccionario para convertirse en pequeñas obras de arte: títulos que superan al original, combinaciones imposibles o verdaderos hallazgos verbales que merecen la pena pasar a la historia clandestina de las librerías, ésa que sólo circula entre los empleados y les anima en sus tareas cotidianas.

Como integrante de este universo, no me resisto a engrosar el anecdotario de mi compañero Eduardo Fernández con la misma sana intención de compartir su espíritu festivo y quebrar la seriedad que normalmente le atribuimos. El título de esta entrada es un buen ejemplo de ello. La solicitante quería, evidentemente, un libro de intriga o suspense, pero el vocabulario la traicionó. Y es que es frecuente que la gente sepa lo que quiere pero tenga problemas a la hora de expresarlo: "por favor, una gramática de turismo en inglés, pero que en vez de ejercicios tenga más literatura". ¿Cómo se come eso?
Para algunos lectores, los libros no están descatalogados o agotados, sino "extinguidos", y a pesar de ellos, siempre se pueden pedir. Quizá están al tanto del nuevo concepto de impresión bajo demanda que se está imponiendo en las editoriales para acortar las tiradas e ir sobre seguro en el mercado. Hablando de editoriales, es de recibo reconocer que algunas se las traen y es fácil caer en el error creando clanes escoceses donde no los hay ("McGraham-Hill" por "McGraw-Hill"), o castellanizando sus nombres y, en un nuevo salto mortal, hacerlo pasar también por el autor: "El conde Lucanor, de Vicente Vives". Ay, si el infante Don Juan Manuel levantara la cabeza... Pero, en cuanto a autores, sin duda la reformulación que se lleva la palma es esa Venganza de don Mendo de Pedro Muñoz "a secas".

Están también quienes buscan tender puentes entre generaciones poéticas y piden "una antología del 27 de Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez", o los que buscan graciosos efectos acústicos más próximos a lo razonable: "Seis personajes en busca de autor de Pirindel" (Pirandello no le sonaba bien, o, con un poco de maldad, ¿quizá quiso decir Pimentel?). Los clásicos, quizá por su condición aparentemente anacrónica, son muy susceptibles a la renovación, a la ventilación de sus ácaros. Ahí están para demostrarlo La casa de Fernanda Alba y Eloísa bajó del almendro. Aunque sin duda, las mejores peticiones son las que vienen motivadas por un matiz inexcusable exigido por el profesor de turno: "Drácula en la editorial de Stoker".
Y esto es sólo una pequeña muestra. Si queréis leer más, tendréis que esperar a una próxima cita muy pronto.



martes, 21 de abril de 2009

El viaje interior

Cuando estuve en Praga hace tres años tuve la intención de visitar la tumba de Franz Kafka en el cementario judío nuevo de Zizkov, en las afueras de la ciudad, pero una apretada agenda de lugares de interés agotaron mi estancia quedándome, como diría Freud, con un deseo reprimido. Sin embargo, semanas después, poniendo por escrito las mejores experiencias del viaje tuve la extraña sensación de haber estado allí, frente a una lápida gris que parecía transmitir con su lejana ubicación y sobriedad la sensación de soledad y aislamiento que acompañaron al escritor toda su vida. Quizá fueron las visitas a su casa natal, hoy transformada en una tienda de recuerdos del autor, al entonces recién inaugurado Kafka Museum, o al paseo por las calles que solía frecuentar. Lo cierto es que jamás estuve en aquel cementerio, pero era como si hubiera estado.

Me vienen estas reflexiones a propósito de la relectura de El libro del desasosiego de Pessoa, donde transmutado en Bernardo Soares el escritor portugués dice así en uno de sus célebres fragmentos: "La idea de viajar me provoca náuseas. Ya he visto todo lo que nunca había visto. Ya he visto todo lo que todavía no he visto (...) ¿Viajar? Para viajar basta con existir. Voy de día en día, como de estación a estación, en el tren de mi cuerpo, o de mi destino, asomado a las calles y a las plazas, a los gestos y a los rostros, siempre iguales y siempre diferentes como, al final, lo son todos los paisajes (...) La vida es lo que hacemos de ella. Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos". Pessoa recuerda a un chico que trabajaba en su oficina que se dedicaba a coleccionar folletos turísticos de los lugares más variopintos hasta aprendérselos de memoria, y le evoca como "el único viajero con alma verdadera que he conocido".

Dando un salto en el tiempo llegamos a Alain de Botton que, al principio de su ya clásico El arte de viajar se expresa de este modo: "Y, sin embargo, no faltaron las ocasiones en las que yo también sentí que no podía haber viajes más formidables que los provocados en la imaginación al quedarse en casa y pasar lentamente las páginas de papel biblia de la Guía Mundial de Horarios de British Airways". Sin embargo, la tesis principal de su libro es que el arte de viajar está en la mirada del que lo hace, en sus motivos, expectativas o estado emocional previo a y durante la marcha. O como él mismo concluye: "Podemos seguir viendo cipreses más allá de los cuadros de Van Gogh".

En cualquier caso, tanto Pessoa como De Botton parecen estar de acuerdo en que son la imaginación y la disposición del viajero (físico o no) las que están en correspondencia directa con el placer o la gratificación que el viaje le puede reportar. Son muchos los ejemplos de escritores que viajaron y recorrieron mundos casi sin moverse de su asiento, protagonizando en primera persona un viaje interior que dura ya siglos y donde el equipaje, la capacidad para soñar y recrear lo que no hemos visto o nunca veremos, está, como diría Felipez Benítez Reyes, siempre abierto.

domingo, 19 de abril de 2009

Abrazos menores


Desde que empezó a hablarse del rodaje de Los abrazos rotos tuve la impresión de estaba destinada a ser una película menor en la filmografía de Almodóvar, de ésas que podríamos llamar de entretiempo que suele hacer el director manchego entre una y otra obra maestra. Comparable quizá a Hable con ella y La flor de mi secreto, aunque superior a otros títulos secundarios del cineasta, caso de Carne trémula o La mala educación, Los abrazos rotos mantiene en todo momento ese tono intimista, casi de pieza de cámara, lejos de esos felices fogonazos de emoción y risas que tan bien casaban en sus reverenciadas Volver o Todo sobre mi madre. Se diría que Almodóvar deseaba relajarse gustándose a sí mismo, evocando a sus idolatrados autores del cine clásico americano -léase Douglas Sirk o George Cukor, por ejemplo- para hilvanar una historia (cine dentro del cine, como ya hicieran Truffaut y otros grandes) que el espectador va recomponiendo a modo de un puzzle donde todas las piezas acaban encajando, como sucede con la historia que relata el protagonista -impresionante Lluís Homar- a una no menos espléndida Blanca Portillo sobre el hijo nunca reconocido de Arthur Miller, que se revela finalmente de un evidente paralelismo con la de los personajes principales.

A pesar de desfallecer en algunos momentos la última película de Almodóvar merece verse aunque sea únicamente por la puesta en escena, por la belleza de unos planos que parecen ya marca de la casa: sólo el que ha filmado tantas escenas de sexo puede sorprendernos con nuevas ideas visuales (Penélope Cruz y José Luis Gómez amándose bajo las sábanas, el pie de Kira Miró sobresaliendo del sofá, el apasionado lance en el camerino...). Habría que añadir también el espléndido uso de la banda sonora y el feliz cameo de la mayoría de los secundarios entre los que se incluye Dani "El canto del loco" Martín y una entregada Carmen Machi. Los abrazos rotos parece hecha para los incondicionales del cineasta y quizá decepcione al gran público, pero siempre hay que tener en cuenta que un título menor de Almodóvar bien vale por media docena o más de las mortecinas producciones que nos regala nuestra cinematografía todos los años.

jueves, 16 de abril de 2009

Aroma de leyenda


"La única estrategia que puede más que el tiempo / es conseguir perderlo impunemente". De versos tan lúcicos como estos está plagado el último poemario de Caballero Bonald, La noche no tiene paredes (Seix Barral). Próximo a los 83 años, Bonald se perfila como un Manoel de Oliveira de la escritura, infatigable, preclaro en todo lo que hace, ya se trate de memorias, artículos, relatos breves, evocaciones andaluzas o poemas tan turbadores como los que nos ofrece en este libro a modo de despedida, que esperemos no sea más que un hasta luego. El tono general que acuna el volumen es el del viejo lobo de mar que contempla las heridas del espejo sin acritud, envalentonado todavía ante un presente y un futuro de sobra conocidos -Frente al espejo, la afanosa máscara, para mí, uno de los mejores del libro-, pero no por ello menos atractivos: "La realidad no es la que viene del pasado / sino aquella que aún tiene que llegar". El autor de Diario de Argónida, edén legendario que sigue recordando aquí en algunas piezas, se sitúa en la atalaya desde donde el mundo se ve con la sabiduría del ya vivido, a cuyos pies la muerte danza sigilosa filtrándose en los sonidos y ecos de la noche. Para su expresión Bonald ha optado por diversas estructuras que abarcan desde una depuración máxima pero densa al poema narrativo que no esconde alusiones a la sociedad actual y sus gobernantes. Está la poesía de Bonald pensada para la relectura y la emoción dilatada del que encuentra cuando ya no lo esperaba. En este camino no podían faltar esos vocablos enrarecidos, que parecen surgidos de un tiempo mitológico: ergástulas, sustentáculo, cornamusas, fuliginoso, nemoroso, hopalanda... y que acrecientan si cabe aún más la sensación de leyenda que desprende este libro nada más abrir sus páginas.

Pasando revista (II)



Acuso recibo del número 16 de El Maquinista de la Generación, la revista que con tanto mimo edita el Centro Cultural de la Generación del 27 y que actualmente coordina la poetisa Aurora Luque. Lo más granado de este número es sin duda el completísimo dossier dedicado a la narrativa andaluza, subdividido en tres grandes apartados según la fecha de nacimiento de los autores, y en el que participan entre otros Francisco Morales Lomas, Manuel J. Ramos Ortega o Antonio Moreno Ayora. Los autores nacidos en las décadas de los 20, 30, 40 y 50 reciben un tratamiento individualizado. Ahí están Fernando Quiñones, Caballero Bonald, Eslava Galán, Campos Reina, Mendicutti, Manuel Talens y otros con frecuencia menos citados, que aquí encuentran su verdadero sitio, caso de Vaz de Soto, Salvador Compán o Antonio Enrique.


Lástima que los narradores de los 60 y 70 no reciban el mismo enfoque, aunque imagino que el número de páginas (que no la obra más corta, pues en muchos casos es más abundante que la de sus "mayores") habrá influido en ello. Aquí están los Benítez Reyes, Bonilla, Eva Díaz Pérez, Isaac Rosa, Neuman, Benítez Ariza, Guillermo Busutil, Antonio Orejudo, Hipólito G. Navarro y otros, aunque se notan importantes ausencias como las de Luis Manuel Ruiz o Félix J. Palma, que podrían al menos haber sido citados.


Al margen de las reseñas habituales, se incluyen sendos relatos de Manuel Vilas y Miguel Torres López de Uralde, breves aproximaciones a la poesía de Cristina Peri Rossi y Julia Uceda, y poemas inéditos de Manuel Moya, Sofía Rhei, Alberto Santamaría, Isabel Bono, María Salvador, Luna Miguel y mi querida Josefa Parra en avance de su próximo libro Materia combustible: "La carne vegetal y aromada del pétalo / mañana mudará su apariencia, y el tallo / que hoy yergue sobre el agua finísima cintura / se doblará ante el peso del tiempo y su vergüenza. / Eso será mañana. / Pero queda esta noche".

miércoles, 15 de abril de 2009

La degradación


De "despiadada obra maestra del cine negro" calificaba otro maestro, Carlos Colón, desde las páginas de Diario de Sevilla la última película de Sidney Lumet Antes que el diablo sepa que has muerto hace ya casi un año. ¡Qué barbaridad! El tiempo que tarda uno en ponerse al día entre lecturas, investigaciones y trabajo. El caso es que tras visionar por fin la cinta no puedo dejar de darle la razón. Con un tratamiento narrativo con flashbacks al que el cine negro nos tiene acostumbrados desde el Atraco perfecto de Kubrick al Reservoir Dogs de Tarantino, Lumet ha compuesto una sinfonía de la degradación humana que, después de tantas películas y vueltas de tuerca, creíamos que ya no se podía alcanzar. La familia "antimodelo" americana que representa el trío interpretativo formado por Albert Finney, Philip Seymour Hoffman y Ethan Hawke nunca había sido mejor retratada, y hasta los personajes secundarios, como el hermano de la viuda con ansias de matón de tres al cuarto o el propio atracador fallecido son dibujados con todos los detalles, y no con cuatro líneas como ocurre en la mayoría de las ocasiones. Recordando cierta novela que leí hace poco, los personajes de Antes que el diablo... querrían volver atrás en el tiempo para reparar el daño causado, pero me temo que sería en vano, ya que volverían a hacer lo mismo.

martes, 14 de abril de 2009

Pasando revista


Acuso recibo del número 24 -séptimo año ya- de AH, que por sus siglas podría recordar a la AR de Ana Rosa, pero se trata de Andalucía en la Historia, la "niña bonita" del Centro de Estudios Andaluces adscrito a la Consejería de la Presidencia, una revista seria que aborda la historia de nuestra tierra desde la investigación pura y dura y la divulgación. En el número de primavera, cuyo monográfico se dedica a los jesuitas y que regala el Dvd "Triana, paraíso perdido", me quedo sobre todo con los artículos sobre las epidemias en la Andalucía del siglo XVII, las evocaciones del artista Gaspar Becerra y el escritor Alejandro Sawa, y el de los castillos de Granada. Si bien el que más me ha llamado la atención es el titulado Las carencias del "perfecto edén", pergeñado por Salvador Daza sobre el reportaje periodístico que los enviados del diario londinense The Times realizaron sobre Andalucía en 1879.

Tópicos aparte, llama la atención la agudeza de los reporteros a la hora de calar la eterna problemática del atraso andaluz: "En el campo o en la ciudad las garras del terrateniente o cabecilla administrativo, ignorante, derrochador y egoísta siempre está presente. Los españoles se tienen que conformar con un gobierno que parece inclinado a la autodestrucción. El pueblo está acostumbrado a la opresión y la sobrelleva; e incluso los forasteros, que aportan la energía de climas más duros y una disciplina más estricta, ante el hastío general y la falta de iniciativas, difícilmente pueden resistir la suave influencia del ambiente sureño y la fuerza de la costumbre, y después de dos o tres generaciones se vuelven de la misma condición". ¿Acaso nos hemos alejado mucho de esta apreciación?

En fin, esperemos que los cambios en el gobierno andaluz no den al traste con una publicación que ya se antoja casi emblemática de nuestra cultura. Sería darle la razón de nuevo a esos periodistas foráneos que nos miran con curiosidad antropológica.

lunes, 13 de abril de 2009

Humor inteligente



Han tenido que pasar veinticinco años pero la espera ha merecido la pena. Desde la publicación de Perfiles, tercer volumen de relatos de Woody Allen tras Cómo acabar de una vez por todas con la cultura y Sin plumas –todos ellos recogidos en el imprescindible Cuentos sin plumas, reeditados ahora en la colección MaxiTusquets-, el cineasta neoyorquino había diseminado algunos cuentos en las páginas de “The New Yorker”, pero no se había decidido a reunirlos en una colección.
Tras la salida de Pura anarquía no son pocos los críticos –sobre todo los de cierta revista considerada en los círculos literarios como el “superpop” del mundo del libro- que han aprovechado la coyuntura para ensalzar al Woody Allen escritor y condenar al Woody Allen director de cine, al menos al de sus últimas películas. En la crítica de la última novela de Claire Messud, Rodrigo Fresán dice textualmente: “Memorándum para Woody Allen: por favor, deje de escribir desganados y torpes guiones propios y filme ya Los hijos del emperador. Todos saldremos ganando. Gracias” (“Qué Leer”, número 125). A falta de saber a qué titulos concretos se refiere Fresán, conviene recordar que hasta en los films menores de Allen –Vicky Cristina Barcelona, Granujas de medio pelo, Todo lo demás, entre los últimos; Toma el dinero y corre o Alice entre los primeros- existe más cine que en la gran mayoría de los títulos norteamericanos que invaden nuestras salas, y que hacer una película al año sin recurrir a material ajeno –salvo honrosas referencias intertextuales, caso de Match point (Crimen y castigo)- difícilmente puede traducirse en una obra maestra tras otra. Ni siquiera los grandes cineastas del Hollywood clásico (Cukor, Hawks, o el mismísimo Hitchcock), inmersos en la dinámica creativa de los estudios, conseguían eludir pequeños fracasos que no desmerecían el conjunto de su obra.
Con 72 años y rondando el medio centenar de películas en su haber, Allen ha demostrado a lo largo de su trayectoria que el guión, el proceso de escritura, es uno de los ejes vertebrales de su cine, o quizá sería mejor decir, de su forma de entender el mundo. Al leer Pura anarquía uno tiene la sensación de asistir a una proyección privada de dieciocho cortometrajes, todos ellos con un férreo dominio de las leyes básicas del principio, nudo y desenlace, una acción vertiginosa y un guión depurado al estilo Hecht y McCarthur donde no sobra ni una coma. Como antes decíamos a propósito de sus películas, si bien todos los relatos de Allen no están a la misma altura, sí reúnen el denominador común de la perfección formal, ese carácter redondo y hermético que distingue al cuentista con buena voluntad del artista del cuento.
El personaje de gran parte de los relatos aquí reunidos bien podría ser el propio autor. De hecho, casi nos parece verle en esos perdedores verborreicos y algo estrafalarios que son abducidos por una secta de la levitación, obligados a comprar un traje robótico que no quieren, ¿actores? que suplantan al protagonista sólo a efectos de iluminación, guionistas de proyectos imposibles o reciclados en amanuenses de oraciones y plegarias personalizadas, detectives que reciben el encargo de pujar por una trufa o directores de cine caídos en desgracia. El disparate, el surrealismo, la aguda crítica a la sociedad de consumo y a los entresijos del oficio, heredan los mejores momentos cinematográficos de un genio que siempre gusta de las referencias culturales más o menos explícitas, más o menos cercanas según la formación del lector. El homenaje final a El halcón maltés de “Qué paladar tienes, muñeca”, uno de los mejores del conjunto, es buena prueba de ello.
El detonante de los relatos de Allen puede ser una noticia aparecida en un periódico, la consulta de la cartelera, un anuncio publicitario, una llamada de teléfono o incluso un suelto en una hoja parroquial. Cualquier salida de la atonía sirve para que su imaginación se desate creando de entrada un clima propicio al humor inteligente, como si se tratara de una actuación del mítico “Saturday Night Live” o cualquiera de sus clones: “Es para mí un gran alivio saber que por fin el universo tiene explicación; empezaba a pensar que era yo”, “El verano pasado, mientras corría por la Quinta Avenida como parte de un programa de fitness concebido para reducir mi esperanza de vida a la de un minero del siglo XIX…”. Con mayor o menor eficacia, el ritmo endiablado del cuentista-monologuista se mantiene hasta el final logrando varios gags por párrafo, algunos verdaderamente antológicos, y unas despedidas que firmaría de buen grado un Cortázar o un Chéjov: “Creo que la vida tiene sentido y que todas las personas, ricas y pobres, morarán al final en la ciudad de Dios. Porque, desde luego, Manhattan se está volviendo inhabitable”, “…en el mundo de las tablas existe la antigua superstición de que cualquier obra en la que Franz Kafka esparce arena por el escenario y ejecuta un número de claqué con zapatos de suela blanda entraña demasiado riesgo”.
Hasta el detractor más furibundo del estilo Allen no podría dejar de esbozar una sonrisa al leer “Calistenia, urticaria, montaje final”, el diálogo imaginario entre un padre y el monitor de una escuela de verano que dice haber enseñado cine a su hijo, o al ser testigo de las vicisitudes de un matrimonio adinerado que debe afrontar la amenaza de su niñera de publicar unas memorias que revela sus trapos sucios. En fin, el Allen más genuino al que algunos ya proponen para el Nobel de Literatura. Teniendo en cuenta que casi todos sus guiones se han publicado en forma de libro, no me parece descabellado.

viernes, 10 de abril de 2009

Un hallazgo marxiano


Por si no lo conocéis, os adjunto este enlace en el que se puede ver nada menos que a los hermanos Marx en color. Se trata de una prueba realizada durante el rodaje de Animal crackers (El conflicto de los Marx, 1930), segunda película rodada por los humoristas tras Los cuatro cocos, y en la que eran todavía cuatro en la pantalla. De hecho, en este fragmento de apenas quince segundos podemos ver a Zeppo gastándole una broma a Margaret Dumont. Resulta cuando menos curioso el envaramiento de todos los actores, incluido Groucho, a la espera de la orden de "acción".

Aunque la primera película rodada íntegramente en color fue La feria de las vanidades (1935), casi desde los comienzos del cine se experimentó con la posibilidad de dotar de colorido a las imágenes como reclamo añadido para captar espectadores, utilizando filtros y otras técnicas que pretendían vanamente reproducir la vida tal como era.

Este documento histórico me lo ha proporcionado mi buen amigo Salvador Daza, sabedor de mi pasión por la historia del cine clásico y sus curiosidades. Si queréis compartir este momento, sólo tenéis que pulsar sobre este enlace.




This footage was shot in 1930 at Astoria Studios in (probably) 2-color Multicolor, a precursor to Cinecolor. This clip is all of the footage that Sabucat have. It is obviously some sort of rehearsal. There is no sound. Sabucat don't know any details as to why and how this footage was shot. In fact, they are hoping maybe YOU have some information to tell them.

Los cines oscuros de Praga






Aunque de Kafka ya parece haberse dicho casi todo, su corta obra sigue siendo tan hermética y sujeta a tantas interpretaciones como quieran los críticos y editores de sus remozadas novelas, cuentos y prosas diversas. No será Kafka va al cine (Minúscula, 2008) el libro que venga a cambiar esa tónica pero sí al menos el que ofrezca una visión cuando menos novedosa de la compleja personalidad del escritor. Si bien la mayoría de las anotaciones aquí reunidas proceden de los diarios y cartas ya publicados del escritor checo, nunca antes habían coincidido para alumbrar las opiniones que el autor de El proceso vertió sobre ese oficio del siglo XX, que diría Cabrera Infante, al que su temprana muerte en 1924, con apenas 40 años, ni siquiera pudo escuchar hablar.
No sabemos cómo habría recibido Kafka los primeros gorjeos de Al Jolson ni la poco varonil voz del galán John Gilbert, arrinconado por el sonoro como un trasto viejo, pero nos quedan sus frecuentes visitas a los cines de Praga, Milán o Berlín, sus impresiones sobre los primeros documentales sociales, los seriales de misterio o las comedias ingenuas de las primeras décadas del séptimo arte.
El autor de la presente edición no ha querido hacer una tesis sobre el tema, pues no procedería extraer conclusiones definitivas sobre algunos comentarios sueltos que el escritor arrojó en sus notas sin intención literaria alguna, pero sí se preocupa de reproducir los fragmentos más esclarecedores e insertarlos en el contexto de esa Europa cuya creciente modernidad se podía visualizar en los propios noticiarios del cinematógrafo. De este modo, a las citas de Kafka acompaña extractos de críticas aparecidas en la prensa, fotografías ilustrativas, anuncios de sesiones o pasajes de los escritos del amigo y futuro mentor del escritor Max Brod.
No es la primera vez que la recepción por parte de los literatos de un invento que vieron nacer con sus propios ojos despierta el interés de los investigadores. A los ya casi pequeños clásicos en este sentido –Los escritores frente al cine (Fundamentos, 1981) y Gente del 98: arte, cine y ametralladora (1989)- habría que sumar dentro del ámbito español los más recientes Los escritores del 98 y el cine (Fancy, 1999), Proyector de luna. La generación del 27 y el cine (Anagrama, 1999), Viento de cine. El cine en la poesía española de expresión castellana, 1900-1999 (Hiperión, 2002) y 98 y 27: dos generaciones ante el cine (Centro de Profesores y Recursos de Cuenca, 2005).
Sin llegar al optimismo de un Jack London en el primer libro citado –“ningún lenguaje es capaz de imprimir las cosas en la conciencia de manera tan vívida” (1915)-, Kafka halla en la oscuridad de la sala –ese “reino de las sombras” del que también habló Gorki- el remanso de paz necesario, esa “soledad en reflexión” para unos pensamientos que cabalgaban siempre de forma atropellada por los territorios de la indecisión y el sufrimiento. En sus cartas a su eterna prometida Felice Bauer detiene sus comentarios para hacer referencia a una película, comparar su angustia vital con la que representa algún personaje de la gran pantalla, e incluso para arrojar una lanza a favor de la poderosa expresividad del teatro en detrimento de la “extrema inutilidad del despliegue de facultades” que brinda el cine a los grandes actores: “Max, he visto una representación de Hamlet, o mejor dicho, he oído a Bassermann. ¡Por Dios!, durante ratos enteros adquirí yo el rostro de otra persona, de tanto en cuanto tenía que apartar los ojos del escenario y mirar a un palco vacío para recomponerme”.
Gracias al trabajo de Zischler sabemos la fascinación que sintió Kafka ante el Panorama del Emperador, invento basado en las fotografías estereoscópicas que convivió con el cine en sus primeros años y que le hizo exclamar: “¿por qué no hay una unión de cine y estereoscopio de esta guisa?”, o sus reflexiones sobre sus orígenes tras visionar la película propagandista judía Regreso a Sión un año antes de su final: “Vi que si de alguna manera quería seguir viviendo, yo tenía que hacer algo radical y quise irme a Palestina. Seguramente no habría sido capaz, no tengo la suficiente preparación, tanto en un sentido hebreo como en otros, pero tenía que agarrarme a alguna esperanza”.
Quizá el complemento perfecto a la lectura de esta obra sea visitar el Franz Kafka Museum de la calle Cihelna de Praga, entre cuyos muchos atractivos se encuentra la proyección de un montaje audiovisual que hubiera hecho las delicias del propio escritor.

martes, 7 de abril de 2009

Los devoradores de noticias


Están quienes se desayunan con los nuevos cambios en el gobierno, quienes escudriñan las páginas deportivas con la ilusión de encontrar a su sobrino en la alineación del equipo alevín donde aspira a emular a sus ídolos, quienes hojean las últimas cotizaciones de la bolsa, quienes optan por los ecos de sociedad, y están, en fin, quienes graban a hurtadillas en su móvil los teléfonos de la sección de contactos. Sean cuales sean sus objetivos, todos coinciden en la cafetería por la mañana para ejecutar su papel de buitres carroñeros, compitiendo sin saberlo con los periodistas a los que gustan de llamar así a la menor ocasión, a la caza y captura del periódico del bar, esa especie en extinción que muchos ya han abandonado por su clon digital, pero que sigue gozando de una incurable popularidad entre los parroquianos.

En esta variada fauna, que agrupa a individuos de muy variado pelaje, podemos distinguir sin embargo algunos prototipos comunes a cualquier cafetería: el cliente seguro de sí mismo, habitual del lugar, que espera con cierta soberbia a que el camarero, que conoce de sobra sus costumbres, le acerque el rotativo a su mesa, y se irrita cuando no lo hace y tiene que buscarlo él mismo, o cuando su tiempo de descanso se agota y se tiene que marchar con los ojos vacíos de titulares y despieces; el combatiente atrevido, que no duda en levantarse de su asiento nada más advierte que la presa codiciada ha quedado en libertad de nuevo; el voceador, que declara al barman sus intenciones nada más entrar como si fuera una exigencia inexcusable ligada al café y la tostada; el tímido, arrinconado en una mesa solitaria que busca desesperadamente el periódico porque se siente observado mientras espera que le sirvan sin nada que llevarse a las manos; y, por último, está, por supuesto, el suertudo, ése que, sin ser un habitual del bar, se encuentra el periódico encima de la mesa ante la incredulidad de los que ya se levantaban para cogerlo.

Son los devoradores de noticias, los que entran en el día con el pie cambiado si no se ponen al día, los que han convertido un pasatiempo en una necesidad acuciante, los que han hecho de la lectura una competición que tiene también mucho de arte menor.

domingo, 5 de abril de 2009

Prometeo desencadenado



Cuando uno, experimentado navegante de librerías -es decir, obviando los icebergs con los títulos más vendidos del momento y rebuscando en las estanterías- se topa con un librito tan singular como éste, tiene la extraña sensación de que la editorial ha pensado en él a la hora de sacarlo a la luz. Siempre me ha fascinado el mundo de los autómatas, pero varias coincidencias en mi vida reciente se han unido para que la aparición de este libro colme mis expectativas: la revisión de El Gabinete del Dr. Caligari, la lectura de La invención de Hugo Cabret, de Brian Selznick (SM), una visita a Praga donde me empapé del universo de El Golem, y una exposición -"Autómatas: arte y mecánica"- en el Parque de la Ciencias de Granada a la que no pude acudir. El rival de Prometeo. Vidas de autómatas ilustres (Impedimenta) recopila buena parte de las historias que se han escrito sobre estos seres tanto desde el punto de vista científico como literario. Las autoras de la edición, Marta Peirano y Sonia Bueno Gómez-Tejedor, han dedicido incluir con excelente criterio desde el famoso ensayo de Julien de la Mettrie "El hombre máquina", pasando por los clásicos de la literatura fantástica "El hombre de la arena" de Hoffmann o "La eva futura" de Villiers de l´Isle-Adam, el menos conocido relato de Poe "El jugador de ajedrez de Maelzel", el ensayo de Freud "Lo siniestro", hasta llegar a "Las tres leyes de la robótica" de Asimov y sin olvidar el imprescindible "Metrópolis" de Thea Von Harbou, génesis de la mítica película de Fritz Lang.


Gracias a esta disposición tan particular -los textos se dividen en cuatro apartados según su orientación temática- podemos recordar el curioso "pato con aparatido digestivo" de Caucanson o el famoso "turco" de Von Kempelen, el autómata jugador de ajedrez que derrotó al mismísimo Napoleón (con truco incluido, claro). Las obras no incluidas aquí por su extensión, caso del citado Golem de Meyrink o el Frankenstein de Mary Shelley, son un complemento perfecto a un libro exquisito desde su diseño y presentación.

miércoles, 1 de abril de 2009

Intermitencias

El tiempo siempre calza zapatillas. Por eso nunca escuchamos sus pisadas.

A todos los calendarios les falta un mes, aquel donde nos diera tiempo a lamentarnos de lo que en los otros doce tiramos por la borda.
Lo único importante en la travesía de la vida es mantener a salvo nuestra línea de flotación.

Cuando golpeas con un dedo una copa de cristal es como si el mundo expresara en un etéreo lamento toda su fragilidad.

Puedo escribir las páginas más tristes esta noche, cuanto todo parece perdido y la lluvia sólo cae sobre mi terraza.

El humo del cigarrillo es la chimenea de nuestra tensión.

La vida es una cama deshecha de la que alguien robó la almohada para impedirnos conciliar el sueño.

La vela derrama lágrimas de sudor porque está cansada de cargar con nuestras pocas luces.

Hace tiempo que callas y te tragas todas las sombras del día. Cuando abras la boca el mundo se llenará de tinieblas.

La frialdad de un piso vacío, como un cuerpo sin huesos o un envoltorio sin regalo.

Una tragedia griega: sentirse parte de un mundo que no existe.

El libro inacabado de los muertos, la página en blanco de los vivos.

Los regalos que se quedan en el árbol de Navidad, la silla del comedor sin comensal, la espera en una estación a la que ya no llegará ningún tren… Imágenes tristes como esta habitación de la que intento escapar por el estrecho pasadizo de un cuaderno.

Las mujeres embarazadas son como un espejo sin reflejo, una casa sin ventanas, una vida oculta entre bambalinas.

Cuando la tormenta, siempre con las cartas marcadas, se pone seria y nos deja a oscuras, es el momento de tirarse un farol y confiar en que amaine pronto.

Besarnos en las últimas filas de un cine y sentirnos Cary Grant por un día. Enamorando a Ingrid Bergman en Encadenados, a Eva Marie Saint en Con la muerte en los talones, a Joan Fontaine en Sospecha… Con la oscuridad de nuestra parte, a salvo de ventanas indiscretas y cortinas rasgadas. Hasta que el obeso acomodador, en su cameo particular, nos ilumine con la linterna y nos devuelva a nuestra realidad de figurantes sin frase.