viernes, 23 de diciembre de 2011

Cuento navideño de Norberto Luis Romero

Precocidad

Fue sobre las dos de la madrugada. Los padres dormían y no supieron nada hasta que oyeron los disparos, corrieron a la habitación del niño y descubrieron aterrados la cama vacía. De allí se precipitaron escaleras abajo hacia el salón, donde habían sonado los tiros. Lo que vieron les quitó el aliento: su hijo todavía empuñaba la pistola caliente, explicó el comisario a Cruz, el forense. Y prosiguió, señalando los tres cuerpos yacientes casi al pie del arbolito navideño: no llevan documentos, pero está claro que no son de aquí.

Pero el hijo…

El comisario se adelantó a la curiosidad de Cruz:

Las nuevas generaciones son precoces. Este debe tener entre nueve y diez años. Al parecer, oyó ruidos abajo, se levantó de la cama. Sabía perfectamente dónde guardaba la pistola su padre…, y bajó decidido. Señaló hacia el pasillo y continuó:

Se llama Pedro, está con sus padres, uno de nuestros hombres y la psicóloga en la cocina, padres e hijo bajo los efectos del shock. Pobre criatura, no deja de tiritar, permanece con los ojos muy abiertos, no pestañea y mira al vacío.

El forense hizo un amago.

Es inútil, Cruz, llevamos un par de horas intentando que nos diga algo, pero no quiere hablar, únicamente repite una palabra: carbón, carbón, carbón…

lunes, 19 de diciembre de 2011

Se dice de este Diario secreto 1836-1837 (Funambulista, 2011) que fue el texto más buscado en Rusia durante casi siglo y medio. Aunque su autoría no está del todo demostrada, de confirmarse a más de uno se le podría caer un mito. Al igual que ha sucedido recientemente con la Poesía licenciosa de Espronceda o, en su día, con los Borbones en pelota de los hermanos Bécquer, el hallazgo de estos documentos, concebidos sin duda más como divertimento o desagravio propio que para una posible publicación, han hecho estragos en la idealizada imagen que muchos tenían del romanticismo. El idolatrado hijo de la gran Rusia, Alexander Pushkin (1799-1837), tuvo tiempo en sus treinta y ocho años de vida para ejercer a conciencia un libertinaje que no tiene nada que envidiar al de Casanova. Pushkin tenía necesidad permanente de la vagina femenina -cito textualmente: "Mi intenso estudio sobre la vulva no me ha permitido comprender por qué surgen sentimientos tan fuertes con sólo mirarla"- y coleccionó amantes de todas las edades, frecuentaba los prostíbulos, lo hacía con sus propias doncellas e incluso con miembros de su propia familia, participando, por supuesto, en orgías desenfrenadas.
Sin embargo, tal derroche de facultades no impedía que estuviera apasionadamente enamorado de su mujer, Nataly, y que no soportara que ésta flirteara con un apuesto soldado, al que se vio obligado a retar en el duelo que provocaría su muerte: Pushkin no era amigo de disparar el primero y, aún así, se había salvado en los numerosos enfrentamientos por cuestiones de honor que había disputado.
La narración que nos presenta Funambulista recoge sus pensamientos desde un año atrás hasta casi el día anterior al fatídico duelo que segaría su vida. La injerencia en su cómoda vida del posible amante de su esposa le lleva a redactar un diario en el que justifica las razones de su comportamiento, describe sin escatimar detalles algunas escenas de sus amoríos, y reflexiona sobre cuestiones como la pasión, el matrimonio y, por supuesto, el sexo. Como confiesa en algún pasaje del libro, el autor de La hija del capitán no quería que nadie, ni los más cercanos, leyeran este catálogo de perversiones y bajezas; de ahí, probablemente, que no cuidara demasiado el estilo literario y no tuviera problemas en repetirse una y otra vez. Leyendo este curioso memorándum da la impresión de que es más importante lo que sucede en los márgenes del diario, en la vida real, que lo que Pushkin nos cuenta, exhausto de placer y de vivir al límite, a modo de reposo del guerrero.
Por si a alguien no le había quedado claro con las licenciosas vidas de otros ilustres románticos como Byron o Shelley, cualquier prejuicio entonces se soslayaba con más facilidad que en nuestros tiempos. ¿Siempre nos quedará John Keats?

lunes, 12 de diciembre de 2011

Hace 7.000 años

Contemplando el impresionante menhir dos Almendres, cerca de Évora, en un viaje reciente.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Cuando viajamos a la isla de Mallorca en el verano de 2002 y pasamos cerca de Manacor, ignorábamos que una leyenda del deporte español estaba gestándose a pocos metros de la carretera que surcaba nuestro coche alquilado. Por entonces, Rafa Nadal ya era una firme promesa del tenis, habiendo ganado numerosos torneos de categorías inferiores. De hecho, sólo unos días atrás había alcanzado en Wimbledon las semifinales del único Grand Slam Junior que jugaría en su meteórica carrera. Pero para el gran público, incluso para el buen aficionado al tenis que yo me consideraba, era todavía casi un completo desconocido. Sus éxitos posteriores, su filosofía vital, esa imagen alejada del glamour de las revistas, le han convertido ya en una especie de mito viviente y de ejemplo a imitar por las nuevas generaciones de tenistas arrojados a las pistas gracias a él.
Normalmente acostumbro a rechazar esas biografías escritas en el apogeo de la fama por el razonable pensamiento de que poco pueden aportar a la consabida sucesión de premios y homenajes. Creo que el propio Nadal secundaría esta opinión. Por eso me extrañó sobremanera que el más joven ganador de los cuatro "Grandes" se prestara a este mismo juego de autocomplacencia. Pero vistos los resultados de Rafa. Mi historia (Urano, 2011) comprendo mejor que haya transigido. Un deportista tan poco dado a sincerarse y a mostrar sus sentimientos en entrevistas y reportajes ha encontrado en este proyecto editorial la oportunidad de exhibirse impúdicamente hasta el punto de resultar conmovedor en muchos pasajes del mismo. Sin duda uno de los mayores aciertos del libro es la alternancia entre la voz íntima de Nadal que, a la par que deconstruye las sensaciones vividas en sus dos victorias más importantes hasta la fecha -las finales de Wimbledon 2008 y Open USA 2010- repasa episodios de su corta biografía, y la del periodista y escritor John Carlin, quien aporta la visión externa recurriendo también a la opinión de las personas más próximas al tenista, sobre todo, la familia y su equipo técnico.
Si el libro se hubiera inclinado sólo por una de las dos opciones el resultado no sería tan franco y esclarecedor. El contraste entre ambas perpectivas nos permite apreciar los matices que separan la imagen ofrecida a los medios por Nadal del tono descarnado y a flor de piel que impera en esa especie de diario íntimo. Rafa no elude hablar del tema que quizá todos esperaban, la separación de sus padres, y cómo ésta afectó en su rendimiento. Pero hay mucho más: la tormenta de las lesiones en una constitución física especialmente delicada, la exigente relación con su tío-entrenador, la pasión por Mallorca y el refugio y apoyo en sus seres queridos. Si muchos de sus seguidores esperaban ansiosos conocer a fondo a ese tímido tenista que ha sabido sobreponerse a los rigores de la fama, ahora tienen la oportunidad.