miércoles, 12 de febrero de 2014

Diversas patologías librescas

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Que el futuro del libro en papel es una incógnita es una cuestión harto debatida en los medios especializados y en las páginas culturales de los periódicos de unos años acá. El asentamiento -iba a decir avance irrefrenable, pero las últimas estadísticas lo desmienten- del libro electrónico, las tabletas y, sobre todo, las descargas ilegales y gratuitas son sólo algunos de los firmes enemigos que le están plantando cara al hasta ahora intocable formato impreso. Son muchos los actores del sector que opinan que el libro acabará siendo un objeto de culto, de colección, algo así como un Swarovski de la cultura, que invertirá su escala de valores, primando el continente en lugar del contenido. Según esta corriente de pensamiento, las librerías se acabarán convirtiendo en boutiques aptas sólo para gourmets que no pueden resistirse al hecho de la posesión, pues el antaño apreciado texto circulará a sus anchas por las pantallas de todos los interesados a un golpe de click. Las editoriales imprimirán menos títulos y con tiradas más cortas, lo que conllevará con el tiempo una consecuencia lógica: los ejemplares pronto escasearán convirtiéndose en objetos de deseo del bibliófilo.
Desde este punto de vista, las librerías de viejo y los portales especializados en libros antiguos, descatalogados y de ocasión, podrían ser las grandes beneficiadas, ya que su fondo se reavivará con la rápida caducidad de las novedades literarias. Dicho de otro modo, las diferentes patologías descritas por Miguel Albero en Enfermos del libro (Universidad de Sevilla, 2013) -volumen ahora reeditado tras agotarse en la Feria del Libro Antiguo de la capital hispalense- no harán sino acentuarse, ya que la escasez es una de las condiciones que el autor señala en su enjundioso y ameno ensayo para que la obra se revalorice. El libro en papel, ya desde los tiempos de Gutenberg, fue presa codiciada por intelectuales, letraheridos y amigos de lo ajeno, algunos de ellos, según afirma Albero, guiados por el loable propósito de salvaguardar la cultura. El autor de Instrucciones para fracasar mejor nos conduce con profusión de datos -algunos de cosecha propia- por los intrincados vericuetos que el deseo o la repulsión -que también la hay- por el libro impreso han llevado al "enfermo del libro" a ser etiquetado como tal. El resultado es una curiosa y a ratos esperpéntica galería de personajes inolvidables en algunos de los cuales quizá nos veamos reflejados.
Miguel Albero nos deja claro que los rumbos del libro -como los designios del Todopoderoso- son infinitos, como los que han desembocado en los pasillos por donde circulan los carritos en los inmensos hangares de Amazon. Creo que ni el mismísimo Nostradamus podría haber anticipado una imagen tan colosal, casi quijotesca: libros ordenados con escrúpulo formando torres kilométricas, procesados con las últimas tecnologías y empaquetados siguiendo las pautas de las cadenas de montaje. Los empleados de este gigante empresarial pasan por un exhaustivo control de seguridad para llegar a su lugar de trabajo y deben respetar el derecho a la confidencialidad, aunque eso vulnere los derechos fundamentales recogidas en las leyes francesas. Sabemos de todos estos detalles gracias al periodista Jean-Baptiste Malet, que, ante el hermetismo de la empresa, decidió infiltrarse como un trabajador más para describirnos este oscuro submundo más próximo a la película Metrópolis que a cualquier imagen idílica que hayamos podido concebir. Malet trató de meter las narices acercándose a los trabajadores, pero, al final, todos le dieron la espalda por temor a sufrir represalias. La luz que ha podido arrojar en su libro -En los dominios de Amazon (Trama, 2013)- ofrece, no obstante, bastante claridad sobre los dudosos métodos que utiliza la empresa para seguir creciendo y haciéndose imprescindible. De tal forma que los pies de barro todavía no asoman bajo los pantalones del gigante. David -entiéndase las librerías-, a no ser que alguien lo remedie, tiene hoy por hoy todas las de perder.


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