lunes, 28 de septiembre de 2009

Reo de nocturnidad


Asomado a la ventana de mi salón, le he visto pasar más de una noche montado en su bicicleta, pedaleando como un perpetuo insomne hacia una meta que nunca podrá alcanzar. Colgada del manillar o sobre el guardabarros trasero lleva siempre unas bolsas de algún supermercado de contenido indescifrable. Su ritmo no es ni lento ni rápido, y mientras conduce por la nocturnidad de unas calles semidesiertas, parece atravesar un mundo paralelo, un mundo donde los coches no le pitan para que se eche a un lado ni le recriminan que no lleve luces que le hagan más visible. Es inútil preguntarse a dónde va a esas horas intempestivas, cuál es el destino de un hombre que lo tuvo todo y que ya no parece esperar nada de la vida, ni siquiera justicia, esa palabra que desapareció de su vocabulario hace tiempo, traspapelada entre pancartas, gritos, reuniones y juicios. La televisión, ese demiurgo de nuestra era, tampoco pudo resarcirle por el insalvable daño que una investigación policial chapucera y unos juicios encorsetados le infligieron durante años de calvario. Francisco Holgado -que, como habréis adivinado, es el personaje del que hablo- se ha convertido en un icono de sí mismo, un infatigable justiciero cuyas esporádicas apariciones en Chapín son recibidas entre el respeto y un murmullo generalizado de compasión o indiferencia. A Francisco Holgado la vida le arrebató un hijo y un matrimonio, cuyos integrantes luchan ahora por separado con diferentes técnicas de combate a cual más aparentemente inútil. Pronto se cumplirán catorce años del trágico suceso que, al menos -ya es algo- ha servido para que se incrementen las medidas de seguridad en las gasolineras y estaciones de servicio, que antes parecían pedir a gritos un atraco. Sin ir más lejos, el que suscribre recuerda de sus tiempos de reportero un asalto donde los maleantes maniataron a los dos trabajadores y los abandonaron a su suerte a la intemperie, en la soledad de un campo donde no se divisaban casas en un kilómetro a la redonda. Entonces los móviles aún no se conocían, y no podían sacarnos de ningún apuro. En algunas cosas los tiempos han cambiado para mejor, pero al menos para Holgado y otros desposeídos como Fernando García, el padre de una de las niñas de Alcásser, la retroactividad no existe, como si los herederos de los errores del pasado no quisieran asumirlos, cerrando los ojos a una época prehistórica que ya no les hace sonrojarse de vergüenza. He tenido alguna ocasión de saludar a Holgado en mi vida, pero quizá el temor a que mi mano se tiñera de tinieblas o la certeza de remover de nuevo en su cabeza recuerdos y actitudes de condolencia, me han hecho desistir del intento. Por eso creo que estas palabras son, de momento, la única forma de decirle que le admiro.

3 comentarios:

  1. Yo también admiro a este hombre. No sabía que también su matrimonio se había roto. Lástima

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  2. Pues sí, Andrés, convivir después de un suceso así no debe ser nada fácil. Un abrazo

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  3. Chapó por el post, J.C. Yo tampoco me atrevería a saludarlo...

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