miércoles, 14 de marzo de 2012

Un homenaje que escuece


No había tenido ocasión hasta la fecha de celebrar en este blog los sobrados méritos de The Artist para erigirse como la ganadora absoluta de los últimos Oscars. Al inusual arrojo de apostar por una película muda en el siglo XXI, a casi ciento veinte años de la mítica primera proyección del Boulevard des Capucines, habría que sumar la conjunción de todos sus elementos -guión, reparto, ideas visuales, montaje, sonido, banda sonora- para rendir homenaje al séptimo arte, y, en concreto, a uno de sus períodos históricos más fascinantes, el paso del mudo al sonoro, considerado por muchos teóricos e investigadores como su mayoría de edad y por otros como la defunción de un modo de hacer cine irrepetible, un cine purista cuya vida algunos, como Chaplin o Murnau, trataron de alargar, inmunes ante el progreso de la industria.
Desde ese mismo planteamiento parte Michel Hazanavicius -hasta la fecha un discreto realizador televisivo, autor de varios largometrajes no demasiado estimulantes- para otorgar una impecable factura fílmica cuidada hasta el mínimo detalle -los intertítulos, como en las grandes películas del cine mudo, son sólo los precisos-, destacando la recreación del ambiente de los estudios, las mansiones hollywoodienses o los multitudinarios estrenos. En estos tiempos de crisis y recesiones, es de alabar el optimismo con que acaba la película, donde parece concedérsele a John Gilbert -y otros tantos actores en los que se inspira el personaje de Jean Dujardin y cuya carrera cortó en seco la llegada del sonido a los cines, - una segunda oportunidad que apenas tuvo en la vida real. Una vez más, el cine francés -o europeo- le ha dado una buena lección a los mandamases del actual Hollywood entrando a saco en su propia historia cinematográfica, advirtiéndoles de que deben ponerse las pilas si no quieren que su endémica falta de ideas sea puesta de nuevo en evidencia.

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