sábado, 12 de enero de 2013

Sevilla tiene más(caras)

Del tándem sevillano formado por Santi Amodeo y Alberto Rodríguez tras su primera colaboración en el cortometraje Bancos y en el sorprendente debut en el largo, El factor Pilgrim (2000), quizá sea Alberto Rodríguez el que haya logrado mayor repercusión crítica y mejor suerte comercial. Su primera película en solitario, El traje (2002), ya apuntaba un universo estilístico propio y maneras interesantes que cuajaron totalmente en Siete vírgenes (2005), premiada en varios certámenes y nominada a varios Premios Goya. Su prometedora trayectoria se empañó un tanto con la decepcionante After (2009), pero ha remontado el vuelo, y de qué manera, con la impresionante Grupo 7 (2012).
Una de las virtudes del joven cineasta ha sido no renunciar a sus orígenes a la hora de llevar sus argumentos, siempre originales, a la pantalla. Rodríguez ha convertido a la capital hispalense en paisaje cinematográfico de primer orden, abordando diferentes cuestiones sociológicas que podía haber trasladado a espacios ficticios, pero que ha preferido situar en su ciudad evitando caer en esos clichés que la acompañan habitualmente, y demostrando que sus calles, barriadas y personajes tienen suficiente entidad como para asumir un protagonismo que se le había negado en multitud de ocasiones, y que en los últimos años ha comenzado a aflorar con títulos como Solas, El mundo es nuestro, o los de su propio ex compañero de fatigas, Santi Amodeo. Ya se trate de la inmigración y la picaresca para sobrevivir -El traje-, de la delincuencia juvenil en barrios marginales -Siete vírgenes-, de la carestía de horizontes de los treintañeros -After- o de la erradicación de la droga -Grupo 7-, Alberto Rodríguez ha demostrado tener muy claras sus ideas a la hora de encarar un nuevo proyecto cinematográfico.
Grupo 7, a diferencia de trabajos anteriores, quizá sea la película que parte de un suceso más concreto, anclando su argumento a las peripecias de un grupo policial que existió realmente en Sevilla, encargado de eliminar con métodos expeditivos la venta de droga y la delincuencia en el centro de la ciudad en los años previos a la organización de la Exposición Universal de 1992. Integrado por cuatro policías -interpretados por Antonio de la Torre, Mario Casas, José Manuel Poga y Joaquín Núñez-, el denominado Grupo 7 se vale de todos los mecanismos legales e ilegales para lograr el objetivo encomendado: chivatazos, engaños, violencia desmedida, chantajes, incautaciones, etc. La progresión del relato, que Rodríguez consigue hacer tan físico como las palizas que sufren o propinan sus protagonistas, sigue un camino inverso en lo que se refiere a los dos principales bastiones del grupo: mientras el personaje de Antonio de la Torre, descreído y hastiado de su trabajo, va dándose cuenta poco a poco del sinsentido de sus métodos, el policía que incorpora Casas sigue la trayectoria opuesta: de jovencito algo amedrentado por la hostilidad de sus compañeros -tiene esposa e hijo recién nacido- acaba animalizándose hasta no ser reconocido por estos. La habilidad de Rodríguez está en no tomar partido por ninguno de los dos, sino en presentarnos su evolución con la naturalidad de una cámara presta siempre a captar los mínimos detalles expresivos.
Aunque no he tenido todavía la oportunidad de ver Blancanieves, nunca sabremos si la cinta de Rodríguez habría tenido más suerte en las nominaciones de los Oscar. Lo único seguro es que estamos ante una de las mejores películas del año pasado y ante el mejor trabajo de un joven realizador que debe dar mucho que hablar en los próximos años.

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