
Para lograr ese efecto adictivo, el autor maquina una estrategia narrativa a la que difícilmente puede sustraerse el lector: un antiguo empleado despedido fulminantemente por un asunto extralaboral tras realizar los bocetos de La bella durmiente decide tomarse la venganza por su mano investigando a fondo la figura del mesías norteamericano, acudiendo a uno de sus últimos homenajes en la ciudad de su infancia, y atacándole literalmente en compañía de su hijo tras entrar ilegalmente en su complejo recreativo buscando explicaciones y soltando toda la rabia acumulada durante años. Los que esperen, por tanto, encontrar una biografía al uso, se equivocan de cabo a rabo, ya que El americano perfecto se centra en la última década de vida de Disney, y desde la perpectiva inusual -atormentada, estrambótica, curiosa, sui generis, como quieran llamarla- de ese narrador que escribe en una primera persona que alterna la dureza de sus comentarios -no duda en calificar a Disney de homófobo, racista y misógino, entre otras lindezas- con una visión íntima de un personaje, ya enfermo, que estuvo hasta el último momento limando los detalles de su nuevo imperio de Orlando, y que, a pesar de tener el mundo en la palma de la mano, no pudo escapar de una muerte que sus familiares tampoco pudieron, o no quisieron, retrasar.
El libro de Peter Stephan Jungk es una auténtica caja de sorpresas, y en eso se parece también a las películas de Disney: fantasías animadas siempre con un pie en la realidad, transformando a los humanos en inocentes animalitos, y sus ambiciones, maldades o pureza de corazón, en sentimientos universales camuflados en historias inolvidables. Entre el mucho anecdotario a recordar, me quedo con la visita de Andy Warhol a Roy Disney que, cierta o falsa, sería merecedora por sí sola de un premio literario.
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