miércoles, 10 de julio de 2013

Genios del cine

En el mundillo cinéfilo, reconozcámoslo, José Luis Garci tiene fama de ser un tipo cansino. Los años dorados en los que mantenía en antena sus debates de "¡Qué grande es el cine!" y en los kioscos su revista Nickelodeon le pasaron factura convirtiéndole para muchos en un cinéfilo sensiblero, nostálgico y llorón que ponía por delante la pasión y la exaltación babeante antes que el juicio ecuánime o la valoración crítica sopesada. En este sentido, creo que no se la hecho justicia. Hay que entender a Garci tal y como es, como son sus películas, al menos las rodadas en las últimas décadas, ajenas a su tiempo, situadas en un limbo especial, henchidas de homenajes y guiños, inmunes a la caducidad y al deterioro, únicamente deudoras de la propia historia del cine. Tuve la suerte una vez de asistir a una conferencia suya y puedo asegurar que Garci no abusa de ninguna pose, sino que no puede reprimir su amor a las películas, sobre todo a la época dorada de Hollywood. Otros críticos y eruditos prefieren mantener la distancia, sin mancharse de fotogramas, pero Garci no es de esos, no sabe hacerlo. Sus escritos sobre cine son una confesión perpetua, un desnudo integral que no esconde nada, ni filias ni fobias, ni arrebatos lujuriosos -muchos- ni odios encendidos -menos-, ni devociones extrañas ni rechazos difíciles de justificar.
En la introducción a Noir (Notorious, 2013) Garci confiesa haber escrito al bulto, sin detenerse a corregir, amontonando textos pasados y presentes sobre el cine negro, una de sus muchas pasiones cinéfilas. El cine negro ya tuvo un número monográfico en Nickelodeon pero, si de algo adolecen los cinéfilos apasionados como Garci, es de quedarse siempre con ganas de decir más, así que aquí nos presenta este grandioso homenaje -en continente y contenido-, donde caben artículos de fondo de armario -los textos de rodaje de la serie El crack, sus películas más negras-, largos panegíricos a actores, actrices y títulos clave como Perdición, relatos policiacos escritos con todas las de la ley, y un santoral de directores que comenta sus principales títulos en el género. Como en todos los libros de Garci, impera el desorden en la estructura y en la forma de narrar: Garci es de los que cortan su discurso para soltar un largo inciso y perderse por mil vericuetos cinematográficos, ya que su prioridad, como ya dije, son los sentimientos, el desmelene, consciente de que sus lectores ya están sobre aviso y respetan su forma de proceder. En este batiburrillo de textos, donde Garci es amigo de repetirse a conciencia y contar anécdotas personales de almuerzos, copas y conversaciones, hay piezas de diferente enjundia, pero es indiscutible su poder evocador y la enciclopedia cinematográfica que atesora en su cabeza, fruto de incontables horas de cine y de adoración. Y es que, como escribió en su día otro cinéfilo, Felipe Benítez Reyes, "hablar de cine es de las pocas cosas de las que merece la pena hablar en este raro mundo".
Otro buen cinéfilo, aunque de corte bien diferente, es el periodista y escritor Manuel Hidalgo, guionista y autor de monografías sobre Carlos Saura, Paco Rabal, Pablo G. del Amo o Berlanga. El banquete de los genios (Península, 2013) se vertebra en torno a una fotografía y a un almuerzo, celebrado en casa de George Cukor en noviembre de 1972 para rendir homenaje a Luis Buñuel con ocasión del reciente estreno de El discreto encanto de la burguesía en Los Angeles. Además de anfitrión y homenajeado, a esa reunión asistieron los directores Robert Mulligan, William Wyler, Robert Wise, Billy Wilder, George Stevens, Alfred Hitchcock, Rouben Mamoulian y John Ford, el guionista Jean-Claude Carrière y el productor Serge Silberman. Como bien dice el autor, nunca antes una fotografía había congregado a tantos genios en una misma habitación. La mayoría estaban al final de su carrera, reinaba la admiración mutua -o, al menos, el respeto- y su experiencia aseguraba jugosas conversaciones sobre el séptimo arte. Apelando a un símil culinario, ya que estamos hablando de un banquete, se podría decir que Hidalgo -novelista nunca suficientemente ponderado, ahí está su magistral La infanta baila- se dedica a cocinar una deconstrucción de esa instantánea, rescatando la trayectoria individual de cada uno de los participantes desde esa fecha, buceando en las memorias y libros que citaron esa comida, y aportando un resumen muy original del guión de la película que, en cierto modo, les había convocado allí, que, por cierto, giraba en torno a la imposibilidad de sentarse en la mesa a comer. Hidalgo va aportando una ingente cantidad de datos, pero con la suficiente morosidad y elegancia como para no indigestar al lector, sabedor de la inmensa cantidad de manjares que nos habían regalado los protagonistas de la foto a lo largo de su vida. Esta especie de ensayo-novela se digiere con auténtico deleite, ya que Hidalgo, como buen periodista y guionista, pasa de uno a otro comensal con orden y concierto, asumiendo que el punto de partida es tan inmejorable que asusta, y hay que ofrecerlo en pequeñas delicatessen, como si se tratara de un menú degustación del extinto "El Bulli". Uno de los libros cinematográficos del año y una estrella michelín asegurada.


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