martes, 17 de febrero de 2015

Hermanos menores


Jaime Rosales (Barcelona, 1970) es uno de esos directores a los que el éxito no se le ha subido a las barbas. Tras recibir tres premios Goya -entre ellos los dos más importantes, película y director- y numerosos galardones nacionales e internacionales por La soledad (2007), ha seguido siendo fiel a su estilo personal e íntimo, desoyendo las más que probables ofertas de un cine más comercial y/o producciones televisivas que han llamado a su puerta. Tras dos propuestas que pasaron de forma casi inadvertida por las salas -Tiro en la cabeza (2008) y Sueño y silencio (2012)-, Rosales ha presentado otro título que tampoco ha gozado de mejor fortuna económica, si bien le ha reportado premios y nominaciones que ya echábamos de menos.
Hermosa juventud mantiene la línea de continuidad con su anterior trabajo en el sentido de dar protagonismo de nuevo a los jóvenes, un segmento social cuya exclusión parece haberse vuelto más patente desde que se iniciaron los años de la crisis. Natalia y Carlos -interpretados de manera conmovedoramente natural por Ingrid García Jonsson y Carlos Rodríguez- son una pareja rabiosamente joven y enamorada cuyos horizontes vitales más lejanos pasan por el día a día: ganar un poco más de dinero con el que sacarse el carnet de conducir, comprarse ropa o una furgoneta para depender de sí mismos; quedar los fines de semana con sus amigos; aprovechar la mínima ocasión para sus encuentros sexuales... En resumen, son una pareja sana que no responde a ciertos elementos descerebrados que protagonizan algunos programas televisivos de éxito: Natalia se esfuerza todos los días por repartir su currículum aunque no se lo acepten, y Carlos es el amo de casa de su impedida madre. La sensación de orfandad, de prisión social, se agudiza
con la noticia de que van a ser padres, circunstancia que hace peligrar la economía familiar de ambos -los padres de Natalia están separados, el padre no trabaja y apenas puede pasarle algo de dinero a una madre que mantiene a otro hijo adolescente-. Cuando la situación ya se hace insostenible, Natalia decide sacrificarse, dejar a su hija y emigrar a Alemania para engrasar la misma cadena de trabajos precarios que ha dejado en España. Ante esta perspectiva, se verá obligada a tomar una decisión dolorosa que golpea al espectador con un final descarnado.
Estos retazos de vida, que podrían ser un reflejo de muchas parejas jóvenes de hoy, son mostrados por Rosales con una asombrosa naturalidad, ajena a artificios y estereotipos. El director está tan pegado a la realidad que no elude recurrir al universo tecnológico que conforman el modus vivendi de la juventud: la pantalla se llena de chateos de wassap, de fotografías de Instagram o de conversaciones por Skype. Elementos que refuerzan si cabe aún más la hiriente verosimilitud de un relato verdaderamente conmovedor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario