
A uno le gustaría ir más al cine, pero hay que reconocer que entre la paupérrima oferta que suele ofrecer la cartelera -repleta de títulos olvidables- y las diversas ocupaciones en que estamos embarcados, resulta difícil acudir más de una vez al mes (siempre nos quedarán los canales cinematográficos de la tele o el dvd, ¡qué le vamos a hacer!). A pesar de esta parquedad en mi ritual cinéfilo -¡quién me hubiera visto hace quince años en mis tiempos de facultad esperando que llegara el viernes para ver tres películas seguidas!-, he visto lo suficiente como para recomendar dos películas que deberían pasar a la historia en sus diversos géneros:
Origen, de Christopher Nolan, sobre la que ya parece haberse dicho todo, pero cuya poderosa imaginería visual y argumental la deben colocar por derecho propio como referente del cine contemporáneo de los próximos años. Nolan, conocido sobre todo por Memento, sus dos incursiones en la saga de Batman -con permiso de Tim Burton, las mejores de la serie- y la estimable The Prestige, ha elaborado un fascinante ejercicio de estilo que nos sorprende en cada escena recordándonos, y esto es lo más importante, que, si uno escarba en su imaginación, siempre hay algo nuevo que contar. Un reparto brillante y sin demasiadas estrellas -sólo Leonardo Di Caprio, que cada vez está más acertado al escoger sus papeles- está a la altura de una historia condenada, me temo, a ser una isla en el océano de mediocridad del cine norteamericano actual.
Toy Story 3. Aunque parecía una misión imposible, los responsables de Pixar se han superado a sí mismos volviendo diez años después a una historia aparentemente muerta y enterrada, pero que resucitan acudiendo al poderoso resorte de la

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