jueves, 1 de diciembre de 2011

Cuando viajamos a la isla de Mallorca en el verano de 2002 y pasamos cerca de Manacor, ignorábamos que una leyenda del deporte español estaba gestándose a pocos metros de la carretera que surcaba nuestro coche alquilado. Por entonces, Rafa Nadal ya era una firme promesa del tenis, habiendo ganado numerosos torneos de categorías inferiores. De hecho, sólo unos días atrás había alcanzado en Wimbledon las semifinales del único Grand Slam Junior que jugaría en su meteórica carrera. Pero para el gran público, incluso para el buen aficionado al tenis que yo me consideraba, era todavía casi un completo desconocido. Sus éxitos posteriores, su filosofía vital, esa imagen alejada del glamour de las revistas, le han convertido ya en una especie de mito viviente y de ejemplo a imitar por las nuevas generaciones de tenistas arrojados a las pistas gracias a él.
Normalmente acostumbro a rechazar esas biografías escritas en el apogeo de la fama por el razonable pensamiento de que poco pueden aportar a la consabida sucesión de premios y homenajes. Creo que el propio Nadal secundaría esta opinión. Por eso me extrañó sobremanera que el más joven ganador de los cuatro "Grandes" se prestara a este mismo juego de autocomplacencia. Pero vistos los resultados de Rafa. Mi historia (Urano, 2011) comprendo mejor que haya transigido. Un deportista tan poco dado a sincerarse y a mostrar sus sentimientos en entrevistas y reportajes ha encontrado en este proyecto editorial la oportunidad de exhibirse impúdicamente hasta el punto de resultar conmovedor en muchos pasajes del mismo. Sin duda uno de los mayores aciertos del libro es la alternancia entre la voz íntima de Nadal que, a la par que deconstruye las sensaciones vividas en sus dos victorias más importantes hasta la fecha -las finales de Wimbledon 2008 y Open USA 2010- repasa episodios de su corta biografía, y la del periodista y escritor John Carlin, quien aporta la visión externa recurriendo también a la opinión de las personas más próximas al tenista, sobre todo, la familia y su equipo técnico.
Si el libro se hubiera inclinado sólo por una de las dos opciones el resultado no sería tan franco y esclarecedor. El contraste entre ambas perpectivas nos permite apreciar los matices que separan la imagen ofrecida a los medios por Nadal del tono descarnado y a flor de piel que impera en esa especie de diario íntimo. Rafa no elude hablar del tema que quizá todos esperaban, la separación de sus padres, y cómo ésta afectó en su rendimiento. Pero hay mucho más: la tormenta de las lesiones en una constitución física especialmente delicada, la exigente relación con su tío-entrenador, la pasión por Mallorca y el refugio y apoyo en sus seres queridos. Si muchos de sus seguidores esperaban ansiosos conocer a fondo a ese tímido tenista que ha sabido sobreponerse a los rigores de la fama, ahora tienen la oportunidad.

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