miércoles, 15 de mayo de 2013

La voz y la fantasía

Aunque ambos hicieron más de una aparición episódica o a modo de cameo en algunas películas y cortometrajes, se les recordará siempre por estar al otro lado de la cámara, contribuyendo a que su ausencia física dejara -irónicamente- una presencia imborrable en nuestro ánimo, en nuestro imaginario visual y sonoro. De hecho, las películas en las que participó Ray Harryhausen (1920-2013) -amén de por las escuetas pieles que ceñían el cuerpo de Raquel Welch en Hace un millón de años (1966)- serán recordadas por sus efectos visuales, que suplían el parco interés de su trama, cuando no la baja intensidad dramática de su puesta en escena. Uno podía aguantar los colores estridentes, el hieratismo de los actores y el, con frecuencia, risible desarrollo de su propuesta argumental, sabiendo que cada cierto tiempo, en el momento más insospechado, aparecerían las maravillosas criaturas ideadas por el maestro de Los Angeles, pionero de la animación stop-motion, que muchos años después retomaría Tim Burton sin olvidar a su padre putativo: recordemos el piano marca "Harryhausen" de La novia cadáver (2005). Jasón y los argonautas (1963), Simbad y la princesa (1958) o Furia de titanes (1981) jamás habrían engrosado con honores la memoria cinéfila de no ser por el trabajo artesanal de Harryhausen, un ilusionista convencido de que la fantasía más descabellada podía llevarse a cabo en una pequeña mesa de trabajo si se disponía de la paciencia y la inventiva necesarias. Animaría desde ya a publicar un volumen que abordara el concienzudo trabajo de este mago de la animación, de no ser porque ese libro ya existe, escrito por Carlos Díaz Maroto y arropado por un gran despliegue iconográfico (Calamar, 2010).

Del mismo modo que sucede en el plano visual con las películas en las que intervino Harryhausen, nuestros recuerdos sonoros cinematográficos le deben mucho a Constantino Romero (1947-2013), beneficiado sin duda por el gran atraso que, desde los inicios del sonoro -en los primeros años fueron frecuentes las versiones hispanas de las películas de Hollywood-, ha vivido nuestro país en la imposición de la versión original subtitulada, todavía hoy día circunscrita a salas específicas o canales de televisión temáticos. La magnífica dicción de Romero, la gravedad de su voz y su amplio poder evocativo, lograron crear una dependencia, una identificación entre personaje y registro sonoro que volvían execrable, casi un atentado, cualquier sustitución o desliz. El James Bond de Roger Moore, Darth Vader, Terminator, el replicante Rutger Hauer de Blade Runner (1982), el William Shatner de la saga Star Trek o el Clint Eastwood de casi toda su filmografía no serían los mismos sin esa voz que nos invita a volver de nuevo a aquellas escenas que nos marcaron indeleblemente. En estos días se ha recordado su participación en algunas películas animadas como El Rey León (1994) o Mulan (1998), pero animo a los más frikis a deleitarse de nuevo con su doblaje de Zeus en Ulises 31 (1982) o del Conde Brocken en Mazinger Z (1978).

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