
¿Acto de cobardía, de sacrificio, de heroísmo? El concepto del suicidio ha atravesado diferentes etapas según las coordenadas culturales hasta volver a imponerse, sobre todo en la sociedad occidental, el tabú que ya
arrostró en otras épocas. Sabedor de ello, Carlos Janín, no ha querido dejar ninguna postura en el tintero en su magnífico y original Diccionario del suicidio (Laetoli, 2009), un verdadero compendio que recoge biografías de suicidas, mitos clásicos, armas, escenarios, razones, películas, novelas, poemas y hasta citas de personajes que en su día opinaron algo importante sobre la cuestión. Si bien para protegerse de omisiones, el autor cita a su vez a Klemperer, quien dijo "nadie le puede pedir a un diccionario que sea exhaustivo". Porque las ausencias son inevitables, sobre todo en el abordaje de un tema que, por su propia naturaleza morbosa y también, por qué no, artístico-literaria, ha arrojado más sombras que luces, más dispersión que coherencia. Yo, particularmente, echo de menos que al hablar del peculiar suicidio en el campo de batalla, se mencione Grupo salvaje, de Peckinpah, pero no El Alamo, de John Wayne, sin duda uno de los testimonios más preclaros del suicidio colectivo elegido a conciencia como sacrificio para salvar más vidas y como acto de heroísmo supremo. También hay algún que otro desliz como confundir al poeta Serguei Esenin con el cineasta Serguei Eisenstein. Pero son poca cosa en una obra ambiciosa, necesaria y que parece obrar el milagro de recomponer una historia oculta que siempre ha oscilado entre la mitología y el silencio.

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