domingo, 14 de junio de 2009

Un pálpito de vida

Con origen en la mitología persa, la sangue sabur es una piedra sagrada en la que se descargan todos los sufrimientos, miserias y desgracias, un contenedor de secretos y penuria que escucha con paciencia al confesor y que finalmente acaba estallando liberando a éste. Esta especie de leyenda es la que nutre el punto de partida de la última ganadora del prestigioso Premio Goncourt, sólo que en este caso y de forma sosprendentemente original, la piedra adopta una forma humana (aunque casi vegetal), la de un herido de guerra con una bala en la cabeza, soldado y marido de la narradora, que se mantiene con vida como por milagro, quizá sólo, como se dice en varios momentos de la novela, para hacer posible la confesión, que de otra manera nunca se produciría.
Según ha relatado Rahimi (Kabul, 1962), autor de dos novelas previas, Tierra y cenizas –llevada al cine por él mismo- y Laberinto de sueño y angustia, el origen de La piedra de la paciencia se remonta a la noticia que escuchó mientras asistía al festival de cine de Corea de 2005, donde un coloquio literario fue suspendido porque una poetisa afgana que tenía que intervenir había sido asesinada por su marido. Rahimi viajó hasta el hospital donde el criminal sobrevivía tras haberse intentado quemar con gasolina. Ante la cama del paciente, pensó: “Si yo fuera mujer, me quedaría aquí a su lado, esperando verlo reventar”.
Eso es lo que hace la narradora, aunque al principio de la novela no sea consciente de ello y vaya abandonando las oraciones para quejarse en voz alta del trato recibido a lo largo de los años por un marido casi permanentemente ausente, con el que fue obligada a casarse en una ceremonia que desvela el sinsentido de gran parte de la cultura tradicional islámica: no sólo no hubo noche de bodas sino que el novio, desplazado a la guerra, fue reemplazado por una foto suya ante la premura de celebrar los esponsales.
La mujer, que sólo sale de la habitación para ir a dormir con sus dos hijas a casa de su tía –quizá el único personaje que comprende su angustia y que es retratado con cariño-, confiesa su “infidelidad” para esa procreación que tanto quería su familia política, el desprecio que siente hacia el enfermo, la ambigua relación con su padre o las miradas libidinosas que suscita en sus cuñados en un tono que se va haciendo más agrio a medida que avanza la acción dramática –pues casi transcurre íntegramente entre las cuatro paredes de la habitación-, desnudándose para el lector con la morosidad que requieren unos sentimientos tan intensos como complejos.
Utilizando una simbología (los pájaros, el movimiento de las cortinas, el gotero…) y una descripción de ambiente tan sencilla como efectiva, Rahimi consigue meternos dentro de esa habitación obligándonos a ser testigos de todo lo que allí acontece: desde la violación consentida de la protagonista a la curiosidad silenciosa de las niñas, de una represión sexual que sale a flote a la realidad palpable de una sociedad en guerra permanente mediante el sonido de los disparos o los gritos de una vecina anciana que lo ha perdido casi todo.
La piedra de la paciencia es un testimonio crudo y descarnado de la situación actual no ya en Afganistán, pues como se encarga de explicar el autor, la novela podría transcurrir perfectamente en cualquier otro lugar. Cuestiones trascendentales de la realidad más viva como el fanatismo, los derechos de la mujer o la guerra planteada como necesidad espiritual son abordadas aquí sin recurrir a grandes aspavientos literarios ni a grandes escenas de acción.

(Publicada en Mercurio, nº 112, Junio-Julio 2009)

No hay comentarios:

Publicar un comentario