jueves, 9 de julio de 2009

Viajando con la sonrisa puesta


¿Se puede medir la felicidad de un país, de sus habitantes? Al parecer, sí. Un equipo de investigadores capitaneado por un tal Ruut Veenhoven se encarga de gestionar una Base Mundial de Datos de la Felicidad. Según sus pesquisas, siempre en continuo movimiento, países como Suiza, Islandia, Bután, Qatar o los Países Bajos ocupan el grado más alto en el escalafón, mientras Moldavia, Irak o numerosos países africanos se sitúan en los peldaños más bajos. Intrigado por la curiosidad del viajero impenitente, el periodista Eric Weiner se propuso un buen día descubrir la verdad de estas estadísticas viajando por medio mundo para desbaratar tópicos y buscar el país más feliz de la tierra. Sus conclusiones se resumen en una frase: "cualquier atlas de la dicha debe dibujarse a lápiz". Cada país puede ser feliz de un modo diferente, e incluso su estado puede cambiar a lo largo del tiempo. Weiner pasa varias semanas en Moldavia -que carga con el dudoso honor de ser el lugar más infeliz del planeta-, aferrado a la idea de que para conocer las razones de la felicidad también hay que conocer el polo opuesto. La opinión mayoritaria de sus habitantes es que la desmembración del régimen comunista y su independencia crearon una serie de expectativas en Moldavia que se vinieron abajo nada más nacer convirtiéndolo en un país de desesperanzados que asumen su condición. Weiner también viaja a una pequeña y deprimida -en el sentido más psicológico del término- ciudad de Gran Bretaña, Slough, epicentro de un programa televisivo cuyo objetivo era demostrar que la felicidad se podía reimplantar en sus ciudadanos, y también, cómo no, se da una vuelta por su país, la nación más rica del mundo que no encuentra equivalencia en su modus vivendi. Weiner, que protagoniza un sinfín de anécdotas en su contraste diario con costumbres y culturas distintas -en Suiza, por ejemplo, no se puede tirar de la cadena a partir de las 10 de la noche-, resume en sentencias difícilmente irrebatibles sus diferentes visitas: la felicidad de los suizos se basa en el aburrimiento, la de los estadounidenses en el hogar, la de los islandeses en el fracaso -les importa más intentarlo siempre que tropezar una y otra vez-, la de Bután en la política -su gobierno ha implantado la Felicidad Nacional Bruta-, la de Tailandia en no pensar, la de Qatar en su riqueza material, la de la India en la contradicción y la de los Países Bajos en su concepto de libertad moderada. El autor de La geografía de la felicidad se entrevista con políticos, con personajes relevantes del país, con ancianos que llevan toda su vida en el mismo lugar, con corresponsales o emigrantes que han encontrado su lugar en el mundo. Cargado de un adictivo humor -"el paraíso, al fin y al cabo, no es el paraíso si puedes llegar en taxi"- y de un estilo muy fluido que se permite licencias poéticas -"un lugar sin visitar es como un amor no correspondido"-, Weiner nos ofrece una guía de viaje insólita que sobrepasa la mirada del turista curioso para alcanzar las dimensiones de un reportaje de investigación ameno y de gran interés.

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