jueves, 12 de noviembre de 2009

Irónico Mendoza


Después de leer Tres vidas de santos, me ha quedado claro que prefiero el Mendoza irónico, el mordaz, el que no se deja llevar por la locura y el desbarajuste de sus personajes -como en La aventura del tocador de señoras-. Los tres relatos largos incluidos en su último libro, si bien no suscitan la carcajada estentórea de La asombrosa aventura de Pomponio Flato, sí mantienen en el lector -en este lector, por lo menos- la sonrisa perenne del que disfruta con la habilidad del autor para construir casi de la nada situaciones esperpénticas o cuando menos curiosas. Ya sea en el agudo retrato del mundo eclesiástico en "La ballena", ya en la hilarante entrega de los Premios Nobel de "El final de Dubslav", ya en el inteligente "El malentendido", una acendrada ironía sobre los valores del mercado literario, partiendo de la insólita relación entre un recluso y la profesora de un taller literario. Si en el primer relato se impone la crítica humorística a la iglesia en el personaje del atolondrado obispo, en el segundo prima la sensación de extrañeza ante un mundo que no acaba de comprenderse del todo, y, finalmente, en el tercero apunta más la reflexión, la velada ironía en un mundo puesto del revés.

Tres aciertos de un Mendoza en plena forma que nos deja, sin embargo, con algo de hambre.

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