Una de las muchas ventajas de trabajar en una librería -como en algunos suplementos culturales o revistas- consiste en recibir por parte de la editorial un ejemplar -a veces, incluso las pruebas de imprenta no corregidas- de una novedad de fuste de su sello semanas antes de que se comercialice. Si bien es cierto que la opinión de las librerías pequeñas no tienen mucho peso en la posterior distribución y se limita a engr@sar la maquinaria de encuestas puesta en marcha por la casa, la valoración de nuestros pesos pesados de la industria cultural -léase, Casa del Libro, Fnac y El Corte Inglés- determina en buena medida el futuro de ese libro en cuestión, hasta el punto de influir en su tirada o en la sección que ocupará en los disputados pasillos de tan sacrosantos lugares de ¿esparcimiento? Sí, ya sé que puede resultar triste escuchar esto, pero para una editorial publicar 10.000 en lugar de 20.000 ejemplares puede resultar un ahorro importante y, quién sabe, si somos todavía capaces de ser utópicos en un universo copado por las cifras de ventas y los contratos mercenarios, quizá esa disminución del gasto previsto pueda servir para publicar aquel título de mayor calidad pero menor tirón comercial que nunca hubiera tenido su espacio en esta jungla de no mediar esta circunstancia.
No será éste el caso de Paul Auster, cuyas novelas tienen siempre un lugar preferente en los anaqueles de las librerías de nuestro país, sobre todo a raíz de la consecución del Príncipe de Asturias, que amplió su ya importante círculo de lectores a niveles más cercanos al bestseller que al autor de culto. Siempre he sido un seguidor ferviente del autor norteamericano. Me he leído todas sus novelas, sus poemas, sus escaramuzas autobiográficas, los libros sobre su obra -ese Dossier Paul Auster, de Gerard de Cortanze- y he visto las películas de su vertiente como guionista-director. Y siempre he sido de la opinión de que al autor al que veneras hay que exigirle mucho más que aquellos que sólo frecuentas de vez en cuando. No me preguntéis por qué, pero lo siento así. En el caso de Auster, tras la moderada decepción de Tombuctú, llegaron las espléndidas El libro de las ilusiones y La noche del oráculo y la menos conseguida Brooklyn Follies. Sin embargo, quizá sumido en el vértigo de tantos premios y actividad extraliteraria, Auster se miró en mala hora el ombligo para salir del paso con Viajes en el Scriptorium, donde ponía en escena a algunos de los personajes de su universo novelístico en una suerte de experimento fallido, sabedor de que, a estas alturas, su crédito y prestigio crítico no se podían agotar de una sola tirada. Un hombre en la oscuridad tampoco sobrevoló ese territorio mediocre del que el autor de La trilogía de Nueva York parecía no querer salir.
Para aquellos que ya se imaginaban a un Auster acomodado en su poltrona, viviendo de las rentas de su cotizadísima marca de fábrica, la esperanza vuelve con Invisible, que le resucita literariamente y vuelve a sacar lo mejor de sí mismo. El protagonista, Adam Walker, recuerda incluso al Marco Stanley Fogg de El Palacio de la Luna, un joven universitario con ínfulas de poeta cuya solitaria y un tanto desorientada existencia cambiará radicalmente al conocer a Rudolf Born, un misterioso personaje que le ofrece dirigir una revista literaria. Como en sus mejores tiempos, Auster idea una estructura narrativa original. Se sirve de un conocido, y luego reputado escritor y académico, para mostrarnos las fragmentarias memorias de aquél, así como las pesquisas que éste realiza para localizar a las personas más importantes de su vida. Asistimos así al martirio de Walker, consumido por un secreto terrible que condiciona su existencia y del que nunca podrá escapar. De su confuso periplo se vale Auster para poner sobre la mesa cuestiones esenciales y temas espinosos: de las relaciones paternofiliales al incesto, de la historia política contemporánea a la esclavitud, de la venganza a la decrepitud... Todo ello contado con un estilo que recupera su brío ayudado por la visión poética del protagonista. Hacía tiempo que Auster no nos regalaba esos párrafos rebosantes de metáforas y plasticidad, ni que nos envolvía con una trama que actúa a modo de tela de araña sobre el lector.
Si la editorial me pregunta, ya tengo mi respuesta, sincera y tajante: una joya.
Yo estuve tentado de comprarlo en inglés hace tres semanas y me he estado conteniendo a su publicación en castellano. Con "Un hombre en la oscuridad" quedé un tanto decepcionado. Tengo mucho interés en leer su última novela. Es un escritor muy interesante. Me ha gustado mucho tu entrada y atenderé fielmente a sus nuevas metáforas y a la temática que comentas. Gracias por compartir tus impresiones. Sigo tu Blog desde hace tiempo.
ResponderEliminarSaludos.
Gracias, tránsito. Lo peor que puede hacer un escritor es acomodarse a la fórmula fácil, y creo que Auster se había dejado venir en los últimos tiempos. Cuando he leído "Invisible" he sentido como si estuviera leyendo al primer Auster. Espero que estés de acuerdo conmigo cuando la termines. Un saludo y de nuevo gracias por seguir esta modesta bitácora.
ResponderEliminarPrimera reconfortante visita a tu blog. Gracias por alimentar mi espera del nuevo Auster. Que espero se parezca al viejo Auster. Saludos.
ResponderEliminarYa me dirás. Un abrazo y gracias por tus palabras.
ResponderEliminarUna novela excelente. Gracias por tu sabia recomendación.
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