jueves, 26 de marzo de 2009

Larra-Larsson: unidos en la ¿desgracia?



Además de la anecdótica similitud en el inicio de su apellido, dos figuras tan aparentemente distantes en tiempo y lugar como nuestro Mariano José de Larra y el sueco Stieg Larsson podrían estar unidos por algo más que su profesión periodística. Si establecemos la barrera de los 50 años como frontera para pasar a la otra vida antes de tiempo, de forma antinatural, ya sea consciente o inconscientemente (léase suicidio, enfermedad, accidente, etc.), los autores de El doncel de don Enrique el doliente y Los hombres que no amaban a las mujeres coincidieron en quebrar las expectativas de muchos lectores con su fuga temprana. Peró ahí radica el quid de la cuestión: si hay que tomar partido, ¿es preferible morir en la cúspide de la fama o dejar una obra que se revalorize con el fallecimiento del autor y lo convierta en una estrella post-mortem? Dicho de otro modo, ¿elegiríamos el síndrome Valentino o el efecto Van Gogh? En el primer caso el autor pudo vanagloriarse de lo que fue, mientras que en el segundo son los herederos y testaferros los que reciben las prebendas, sin importarles lo más mínimo que el público, por efecto de un boca a boca imparable y masivo, se equivoque en los títulos de las obras de sus antepasados o piensen que estos aún viven y pregunten cuándo publicará la próxima aventura de, por ejemplo, Mikael Blomkvist.


Viene todo esto a cuento de la lectura de la última biografía de Larra escrita por su tataranieto, Larra, biografía de un hombre desesperado (Aguilar), que narra los apenas diez años que ejerció como tal el escritor. Larra se quitó la vida a los 28 años. Sólo en su siglo XIX y en el XX podríamos citar una amplia nómina de literatos que se fueron dejando una obra corta pero suficientemente importante como para ser recordada forever: desde su contemporáneo Espronceda (34 años) a los estandartes del romanticismo inglés, Lord Byron (36), Shelley (30), y Keats (26), pasando por -me dejado llevar por las preferencias personales, qué le voy a hacer-: Jack London (40), Kafka (41), John Kennedy Toole (31), Esenin (30), Blok (41), Pushkin (38), Bécquer (34), las hermanas Brontë Charlotte (39), Emily (30) y Anne (29), etc.


Muchas veces la temprana tragedia no lleva aparejado el futuro estrellato, pues sólo la distancia de los años y el análisis crítico de la obra legada justificarán el ensalzamiento. Quizá de vivir Larsson el estallido de su trilogía hubiera sido el mismo, pero el saberle ya "indefenso" le confiere una aureola de romanticismo trasnochado e ídolo pop que envidiaría si pudiera el mismísimo Larra.

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